El incorregible Tas (4 page)

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Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

BOOK: El incorregible Tas
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Con un gesto veloz se sacó el brazalete de la muñeca y se lo entregó a su dueño. El enano, soltando un gruñido, se lo cogió de un manotazo y lo guardó de inmediato en el bolsillo del chaleco.

—No hay de qué —dijo con sorna el kender. El enano ni siquiera lo miró. El hombre joven se volvió hacia la muchedumbre y despidió a los curiosos con un ademán.

—Se acabó, amigos. Aquí no ha pasado nada. Volved a vuestras ocupaciones. —Giró hacia el kender y le tendió la mano—. Mi nombre es Tanthalas, pero todos me llaman Tanis. Este tipo, que creía que habías cometido tan grave ofensa contra él, es mi buen amigo y compañero, Flint Fireforge. Sus ladridos son peores que sus mordiscos.

Tasslehoff tendió la mano y estrechó con caluroso afecto la del hombre.

—No encuentro palabras para expresar cuánto me alegro de conocerte, Tanis. Eres la primera persona con la que me encuentro que me trata con amabilidad. Soy Tasslehoff Burrfoot, de los Burrfoot de Kendermore. ¿Has oído hablar de nosotros? También me alegro de conocerte a ti, Flint Fireforge. Lamento que malinterpretaras mis intenciones acerca del brazalete. Es una pieza exquisita. —Tas tendió la mano al enano, que se cruzó de brazos y alzó la vista al cielo hasta que un codazo de Tanis estuvo a punto de tirarlo al suelo. Tras dirigir una mirada fulminante a su amigo, Flint, por fin, con el entrecejo fruncido, aceptó el apretón de manos y la «disculpa» del kender. Tanis, divertido, observó el gesto ceñudo del enano.

—Bien, Tasslehoff —dijo—. Me alegro de que todo se haya solucionado. Te deseo un buen viaje, a donde quiera que te dirijas.

—A decir verdad, ahora que tengo amigos aquí, en Solace, creo que me quedaré durante un tiempo —respondió el kender con actitud pensativa.

—A decir verdad, no nos parece que sea… —comenzó Flint precipitadamente. El tacón de la bota de Tanis aplastó los dedos del pie de Flint, cortando de raíz las palabras del enano.

—Lo que Flint quiere decir es que, aunque vivimos aquí, saldremos de viaje dentro de un par de días, tan pronto como las calzadas estén secas —explicó Tanis—. El Festival de Primavera acabará dentro de dos días y partiremos para vender nuestra mercancía en otras poblaciones. Probablemente iremos hacia el sur, a Qualinost.

—¿De verdad? —El rostro de Tas se iluminó—. Nunca he estado en la capital elfa, pero he oído decir que es impresionante. Mi tío Saltatrampas conoció al Orador de los Soles. Estaba pensando en dirigirme hacia allí.

Su mirada expectante fue de Tanis a Flint y de nuevo a Tanis. El joven rebulló inquieto.

—Bueno, no está decidido del todo el viaje a Qualinost. Todavía, no. Puede que…, eh…, nos encaminemos primero hacia la zona norte de Abanasinia. Aún hemos de decidirlo. Depende.

—¿De qué? —preguntó con inocencia el kender.

Flint se cruzó de brazos y sonrió con malicia a Tanis.

—Sí, Tanis. ¿Depende de qué? A mí también me gustaría saberlo —dijo con sorna.

Tanis cambió de peso de un pie a otro y carraspeó para quitarse el nudo que tenía en la garganta.

—De lo de siempre. De las condiciones de las calzadas, de lo que nos comenten otros comerciantes que hayan viajado por esas zonas, de si conseguimos buenas rutas, y… —se ruborizó—, bueno, cosas así.

—No tenéis que preocuparos por las rutas —exclamó alegremente el kender—. Tengo mapas de todo el área de una precisión maravillosa. Muestran de dónde vienen las calzadas y hacia adonde se dirigen…, bueno, casi siempre. Indican un montón de cosas. —El kender irguió los hombros en un gesto de resolución—. Estaréis encantados de haberme conocido.

2

Entre amigos

La posada El Ultimo Hogar estaba construida sobre las ramas de uno de los vallenwoods más grandes de Solace. Ello era lógico ya que el edificio era uno de los mayores de la ciudad. Aun en el caso de encontrarse en el suelo habría resultado acogedora, pero, al abrigo de las ramas del gigantesco árbol, el edificio de dos plantas parecía un lugar encantado.

Su única desventaja era el acceso al local. Una rampa larga y sinuosa trepaba en espiral alrededor del enorme tronco hasta que por último dejaba al desprevenido visitante, jadeante y más que dispuesto a echar un trago, a la puerta de la posada, a doce metros del suelo. (Huelga decir que esta rampa contaba con una sólida barandilla para seguridad de los clientes que pudieran tener algún problema de estabilidad en el camino de regreso).

Esta tarde en particular, Tanis y Flint remontaban la tortuosa rampa. El enano hizo una breve pausa y se recostó contra el tronco mientras se atusaba el bigote.

—Juraría que ese pícaro de Otik la pone un poco más alta cada año. Además, ¿a qué idiota se le ocurre poner el negocio en un lugar al que cuesta tanto trabajo entrar y es tan fácil salir de él?

—Cuesta trabajo sólo cuando subes desde el suelo. Nunca te he oído protestar cuando vienes por las pasarelas —replicó Tanis—. Me parece que el verdadero problema es que te estás haciendo viejo.

—Y a mí me parece que te estás volviendo idiota —rezongó el enano mientras reanudaba la ascensión—. Sólo a un cabeza hueca se le ocurriría concertar una cita con un kender para tomar una copa, y sólo un cretino redomado lo invitaría además a que lo acompañara en un viaje.

Tanis, acostumbrado al mal genio del enano tras muchos años de sufrirlo, no se ofendió por el exabrupto.

—Nadie te obliga a venir, Flint. Conozco el negocio lo suficiente para vender tus mercancías aunque no estés tú. En cualquier caso, tal vez no sea conveniente que una persona de tu edad viaje tanto.

Flint hincó con fuerza el grueso índice en el pecho de su zahiriente y joven amigo.

—Te aconsejo que no olvides que, aun con mi edad, soy capaz de partirte en dos como si fueras un hueso de pollo. Si sigues vivo es gracias a mi corta estatura.

Tanis se echó a reír y pasó el brazo por encima de los anchos hombros del enano.

—En cualquier caso, tampoco es necesario que nos acompañe él —dijo—. Lo más probable es que haya olvidado que se lo sugerimos. Si es verdad que tiene mapas de toda la región, podremos echarles una ojeada y quizá copiar alguno. Nos ahorraría mucho tiempo y esfuerzos inútiles. Sabes muy bien lo intrincadas que son las montañas Kharolis.

—Sí, lo sé —gruñó el enano—. Y también sé que puedo quedarme sentado delante de mi chimenea con los pies en alto, comiendo mi jamón ahumado y bebiendo el estupendo aguardiente enano.

El semielfo suspiró.

—Te vendrá bien salir de viaje. —Sacudió la cabeza y los rizos rojizos se agitaron—. Juro que te convertirías en un ermitaño si te dejara.

—¿Y por qué no lo haces?

—Es una pena que sea yo el único que te conoce bien y sabe que esa aspereza no es más que una fachada. —Apretó los hombros de Flint con afecto—. Y ahora, haz el favor de
intentar
mostrarte amable con Tasslehoff. Parece un hombrecillo muy agradable.

Un resoplido escéptico fue la única respuesta de Flint, cuyas pesadas botas resonaban en las maderas de la rampa.

Por fin alcanzaron el rellano que acababa en la entrada de la posada. Las luces del interior brillaban con calidez a través de los cristales coloreados de las ventanas. Los sonidos de risas y canciones parecían dar la bienvenida a los que llegaban. Tanis cerró los ojos, abrió la puerta y respiro hondo mientras penetraba en la sala.

La posada tenía un aroma que Tanis encontraba irresistible: el humo de la lumbre y las pipas se mezclaba en el ambiente junto con el olor de las patatas picantes de Otik, el de salchichas fritas y aves asadas y pan recién horneado en la cocina, y la tenue pero perceptible fragancia a primavera que emanaba del inmenso tronco del vallenwood que se alzaba en medio del salón de la taberna.

Cuando Tanis volvió a abrir los ojos, se quedó sin aliento. La clientela de la posada era vocinglera en ocasiones, pero una noche varias docenas de parroquianos se repartían por toda la sala, sentados o de pie, dando palmas y golpeando con sus jarras de cerveza en las mesas llevando el compás de una canción perturbadoramente obscena. En el centro del barullo, dirigiendo la canción desde lo alto de una mesa e incluso caminando sobre los hombros de su auditorio, le encontraba la persona con la que venían a reunirse: el incorregible kender, Tasslehoff Burrfoot.

Flint dio un codazo a Tanis en las costillas que le hizo soltar de golpe la respiración contenida por la sorpresa. Tanis volvió la vista hacia el enano, pero sólo fue capaz de encogerse de hombros como respuesta a la mirada interrogante de su amigo. Con estudiada calma, el semielfo empezó a abrirse camino entre la ruidosa y pataleante muchedumbre.

La canción finalizó unos instantes antes de que los dos recién llegados se instalaran en una mesa vacía que había en la pared del fondo. Saliendo al parecer de la nada, un cuerpo se lanzó sobre Tanis, que en un gesto reflejo extendió los brazos para recogerlo. Tas sonreía a su nuevo amigo.

—¡Hola, Tanis, me alegro de que hayas venido! —Se bajó de los brazos del semielfo, se colocó el chaleco retorcido, y se acomodó en una silla—. ¡Qué gentío! —Tomó un sorbo de la jarra de cerveza medio vacía que algún cliente había dejado. La espuma le dejó un bigote dorado sobre el labio superior—. Esta ciudad es estupenda. Ahora comprendo que vosotros, amigos, viváis aquí. —Se recostó en el respaldo y soltó un eructo satisfecho. Luego se inclinó de nuevo hacia adelante para preguntarles:— ¿Habéis oído la canción? Casi se convirtió en el himno nacional kender, pero no es fácil de cantar a causa de esas octavas que hay que subir en algunas notas y todo lo demás. Con todo, varias versiones malas se han hecho muy populares en las posadas de Kendermore. O, al menos, lo eran la última vez que estuve allí.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó Tanis en tono coloquial. Con un tirón obligó a sentarse al reacio enano en el banco, junto a él. Flint soltó un suspiro resignado y alzó tres dedos pidiendo bebidas a la camarera. La jovencita regresó enseguida llevando tres jarras grandes, rebosantes.

—¡Gracias! —Tasslehoff apuró de un trago la cerveza restante en la jarra casi vacía y cogió con rapidez una de las que traía la muchacha—. ¿Qué me habías preguntado? ¡Ah, sí, Kendermore! —recordó el kender, que se rascó la cabeza con gesto pensativo—. ¿En qué año estamos?

—¿Qué año? —preguntó incrédulo Tanis—. ¿Tanto tiempo hace que estás ausente de tu país?

—A decir verdad, no se me había ocurrido pensarlo —dijo el kender, cuyo rostro surcado por finas arrugas adoptó una expresión concentrada al fruncir el entrecejo—. Veamos, me marché justo a continuación de mi decimosexto «día del regalo de la vida», que era el segundo del mes de las Bendiciones, en el año 341. Recuerdo haber celebrado otros dos cumpleaños desde entonces, uno de ellos con un desagradable hechicero que quería aquel fantástico anillo teleportador que tuve, y el otro charlando con unas encantadoras damas en un agradable burdel de Khurikhan… ¿O era en Valkinord? Siempre confundo esas dos ciudades. ¿Habéis estado en ellas?

Ajeno por completo al abochornado semblante de Flint y a la risa contenida de Tanis, Tas prosiguió:

—Supongo que eso significa que llevo más de dos años y medio con el «ansia viajera». Mmmm… No me había dado cuenta de que hiciera tanto tiempo… —musitó.

—Dioses misericordiosos —exclamó Flint con un respingo aprensivo—. ¿Qué demonios es eso del «ansia viajera»?

La pregunta pareció sorprender a Tasslehoff.

—Pues es cuando vagabundeas por el mundo y aprendes lo que es la vida y haces mapas. Cuando has aprendido lo bastante, o has hecho suficientes mapas, estás preparado para regresar a tu hogar e iniciar tu vida como adulto. ¿Acaso no lo hace todo el mundo?

—¡Cielos benditos, no! —resopló el enano que contuvo a duras penas el impulso de invocar de nuevo a los dioses—. ¡Qué costumbre tan absurda!

—Supongo que igual al ritual de mayoría de edad de cualquier civilización —comentó Tanis mientras se encogía de hombros—. Los elfos tienen también una ceremonia para ese acontecimiento. —Se estremeció al recordar la humillación sufrida años atrás cuando no se le permitió pasar el rito en Qualinost a causa de su mestizaje—. Y sé que los enanos también tienen una.

Flint se encerró en un mutismo taciturno, por lo que Tanis retomó la palabra.

—Entonces, ¿has aprendido bastante para regresar ya a tu hogar?

—Todavía no, pero te diré una cosa —respondió el kender, que se inclinó adoptando una actitud seria—. Hice unos planos realmente buenos de aquel burdel.

El rubor tino de nuevo las mejillas del puritano enano, que se terminó su cerveza de un solo trago.

—Ya que hablamos de mapas, pidamos otra jarra y echemos un vistazo a los tuyos mientras la tomamos —propuso.

—¿Queréis ver el del burdel? —preguntó Tas con ansiedad.

—¡No! —bramó Flint, que enrojeció aún más ante las risas de Tanis. El enano dejó escapar un suspiro de alivio cuando la chica regresó con otra ronda de cervezas—. Dijiste que tenías algunos mapas de Abanasinia, que es la única razón por la que estoy aquí. Así que, veámoslos —ordenó.

Ni que decir tiene que había pocas cosas en el mundo que le gustaran más a Tas que enseñar y hablar de sus mapas. Había pedido un plato de salchichas fritas y se acomodó en su silla, cerca de la pared. Frente a él, Tanis extendió las piernas sobre el banco, en tanto que Flint seguía sentado a su lado, muy tieso y erguido.

—No creo que puedas ver mucho desde ahí —dijo con franqueza Tas al velludo enano—, con una luz tan tenue y tus viejos ojos.

—¡Mis ojos ven perfectamente! Preocúpate de que tus mapas no sean sólo una pérdida de tiempo —replicó Flint, golpeando al kender en el pecho con el índice.

Tras dirigir una mirada dolida al enano, Tas abrió el cierre de la mochila.

—Hacer mapas es mi vida, ¿sabes? —anunció a nadie en particular—. Supongo que podría decirse que es algo que no puedo evitar. Veo cualquier cosa interesante y tengo que anotarlo. No los vendo, aunque estoy seguro de que unos mapas tan precisos y maravillosos alcanzarían una suma tremenda. Los hago para mí. Aunque a veces regalo alguno a alguien, si ese alguien es verdaderamente especial.

Tasslehoff metió las dos manos en la mochila y sacó lo que podría llamarse un fajo de papeles: pergaminos enrollados, pergaminos doblados, hojas de vitela y de corteza, un trozo de piel suave perteneciente a una costosa bota de montar, unos fragmentos de lona, un tubo de hueso sellado por ambos extremos con cera, y una especie de puntero negro de unos treinta centímetros de largo. Tas cogió el puntero y le dio vueltas en las manos mientras lo examinaba.

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