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Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

El incorregible Tas (22 page)

BOOK: El incorregible Tas
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A Delbridge lo incomodaba recordar la estremecedora revelación; sus hombros se hundieron otra vez.

—No. Os dije todo cuanto vi. —Para ser sincero, no le gustaba nada el rumbo que estaba tomando la conversación. Estrechó los ojos. Decidió hacer un último intento para descubrir qué estaba pasando—. Opino que he respondido a muchas preguntas sin recibir a cambio información. Ni siquiera sé la razón por la que se me ha traído aquí. ¿Por que iba a decirte nada más?

El mago jugueteó con la varita y el otro objeto que tenía en la mano; Delbridge alcanzó a ver que se trataba de una gema grande de color azul. Después, Balcombe se volvió hacia él para mirarlo cara a cara.

—Deberías responder a mis preguntas porque soy la persona a quien han enviado para mantener una entrevista contigo. Si satisfaces mi curiosidad legal y profesional, puedo ordenar tu libertad. Si no lo haces…, si, en lugar de aclarar las cosas, se plantean más preguntas y dudas acerca de tus intenciones o motivos…, entonces te encontrarás con que vas a pasar aquí mucho, mucho tiempo. —Se inclinó sobre Delbridge y añadió—: O, lo que es peor, muy poco tiempo. —El mago se irguió y adoptó un gesto inexpresivo.

—En cualquier caso, creo que, tal vez, sí sabes por qué estás aquí. Pero te lo diré, de todas formas, para asegurarme de que hablamos sobre el mismo asunto. —Reanudó sus paseos por la celda, moviendo y girando la gema azul entre el índice y el pulgar—. Esta mañana, cuando abrimos la puerta del barón Rostrevor, el cuarto estaba vacío. El barón había desaparecido, sin dejar rastro. Con los guardias y mis conjuros protectores, nada ni nadie que yo sepa habría podido entrar o salir de esa habitación sin ser detectado. Y, sin embargo, se han llevado al muchacho.

Delbridge tenía los ojos desorbitados por la sorpresa. Sus peores temores se habían hecho realidad: habían raptado al barón Rostrevor y lo culpaban a él. El mago tuerto se detuvo frente a Delbridge.

—Sólo alguien que conociera nuestros planes pudo llevar a cabo tan audaz infiltración.

Delbridge empezó a temblar de manera incontrolable. Había pronosticado la tragedia de otra persona y ahora se volvía contra él y lo hacía su víctima. La voz de Balcombe lo sacó de tan sombrías reflexiones.

—Por supuesto, tu situación es muy comprometida, ya que estás implicado en lo ocurrido. Si me dices lo que ha sido del barón y cómo se llevó a cabo el delito, tendrás una ejecución misericordiosa.

—¡Ejecución! —La amenaza de muerte sacó de su estupor a Delbridge como si hubiese recibido una bofetada—. ¡No tengo nada que ver con la desaparición de ese muchacho! Ni siquiera sabía que lord Curston tuviera un hijo hasta ayer, cuando se me concedió la audiencia. ¿Cómo podría haberlo secuestrado? ¿Por qué iba a secuestrarlo?

—Eso es precisamente lo que intento averiguar.

A pesar del pánico, Delbridge comprendió que luchaba una batalla perdida. Era indudable que la magia estaba involucrada en el asunto, algo mucho más siniestro que el simple poder del brazalete. Ya había presenciado esta caza de brujas con anterioridad. Si las cosas tomaban el rumbo que se temía, cuanta menos evidencia pudieran presentar en su contra, tanto más culpable parecería. Por otro lado, no estaba dispuesto a decir nada que pudiera ser interpretado como una confesión o admisión de culpabilidad.

—Señor, te suplico que reflexiones sobre lo que me acusas. Si estuviera involucrado, ¿por qué iba a anunciar por anticipado mi intención de cometer el delito?

Con toda clase de cuidados, Balcombe metió la varita luminosa en una fisura de la pared y después sostuvo la gema entre el pulgar y el índice de su mano izquierda. La alzó para que la luz de la varita incidiera en ella de manera que el cristal emitiera pequeños puntos luminosos sobre las paredes de la celda.

—Una gema en bruto es un objeto muy singular. ¿Has visto una alguna vez? —Delbridge sacudió la cabeza con actitud apática, y Balcombe continuó:— No se parece en nada a esas maravillas acabadas que tanto valoramos. Áspera, oscura, informe. El ojo profano no dudaría en desdeñar una gema de inestimable valor confundiéndola con un trozo de roca vulgar.

—Pero el ojo experto, el que conoce las gemas, ve en una roca de apariencia inocente lo que en verdad es, por mucho que intente disimular su naturaleza. —Dejó caer la gema en la palma de su mano derecha y chasqueó los dedos de la izquierda. Delbridge reparó de manera vaga en que le faltaba el pulgar derecho—. Al igual que una piedra preciosa sin pulir ni tallar, los motivos de una persona malvada no están nunca claros, o no resultan evidentes a primera vista.

—¿Cómo podría haber hecho desaparecer al hijo de Curston? —chillo Delbridge—. No soy mago. Jamás podría superar tus poderes.

—Oh, vamos —replicó Balcombe con aires de superioridad—. No somos estúpidos. No cabe duda de que tienes cómplices. Si no quieres confesarte culpable, al menos dame sus nombres. Tu cooperación se tendrá en cuenta cuando llegue el momento de dictar sentencia.

—¡Soy inocente! —gritó Delbridge, mientras se desplomaba contra el muro de piedra—. Haga lo que haga no puedo defenderme. Si digo que soy culpable, entonces me creerás y estaré perdido. Si digo que soy inocente, argumentarás que miento. ¿Para qué has venido? ¿Para atormentarme? ¡No he hecho nada malo!

Balcombe permaneció impasible y observó a Delbridge, que, abrazado a sí mismo, se mecía atrás y adelante.

—Estoy aquí porque lord Curston lo ha ordenado. —Delbridge miró al mago con frialdad, pero no dijo una palabra—. También he venido para satisfacer mi propia curiosidad. Es evidente que está involucrada alguna clase de magia. Y eso me concierne. —Balcombe se atusó la perilla—. Aceptemos, por un momento, la posibilidad de que no tienes nada que ver con este delito. Incluso suponiendo que seas inocente, todavía hay preguntas a las que no se ha dado respuesta. La más importante entre ellas es, ¿cómo conoces lo que va a suceder antes de que ocurra? Quizá, si dieras una respuesta que satisfaciese mi curiosidad, tu perspectiva de futuro mejoraría.

—Si, por el contrario, continuas desafiándome y eludiendo mis preguntas, me marcharé de inmediato y presentaré mi informe a mi señor. Será un informe muy negativo, te lo aseguro.

Ni qué decir tiene que la intención de Delbridge no era perder su única ventaja en este debate, pero estaba acorralado. Comprendía que el mago no tenía nada que perder y mucho que ganar inculpándolo a él del delito, fuera lo que fuera que hubiese ocurrido.

—Te he dicho lo que sé —suspiró—. Poseo la habilidad de predecir el futuro. Es un don milagroso, de verdad. Algo con lo que ayudo a la gente en los malos momentos, en la medida de mis posibilidades. Ayer, mi única intención era ayudar a tu señor. —El gordinflón humano giró con gesto nervioso uno de los anillos que adornaban sus dedos.

—Lo que dije ayer, fue lo que vi. Ni siquiera sabía cómo interpretarlo con certeza. Fue muy vivido y aterrador. Y, por supuesto, no tenía ni idea de que las fuerzas operantes estaban más allá de tus poderes para impedirles actuar. —Delbridge continuó su defensa con tenacidad—. ¡Ojalá controlara mi don! Estoy seguro de que tendría en mis manos la posibilidad de hacer mucho bien…

—Basta ya —lo interrumpió Balcombe. La fiereza de su mirada puso punto final a cualquier otro argumento. El mago enlazó las manos a la espalda y paseó de un fiado a otro de la celda. Durante todo el tiempo no apartó la mirada del otro hombre, hasta que toda la seguridad que había desarrollado el falso visionario se vino abajo.

Después de diez o doce idas y venidas por la celda, Balcombe se detuvo frente a Delbridge, cara a cara. Con cierta alarma, el prisionero advirtió que el mago se había parado muy cerca del punto donde estaba caído el brazalete, medio oculto por la paja.

—Creo que tu historia es cierta en parte —empezó Balcombe—. No en su totalidad; ni siquiera una tercera parte. Pero hay algo de verdad en ella. Por ejemplo, estoy convencido de que puedes ver retazos de un futuro cercano. También creo que tienes dificultad en comprender lo que experimentas.

—El resto de la historia…, no. No la creo. Por ejemplo, estoy seguro de que no es un don natural que has poseído desde siempre. Si fuese verdad, tendrías que saber controlarlo a estas alturas. Tampoco creo que jamás lo hayas usado para beneficiar a otra persona que no seas tú.

—Por tanto, intentémoslo otra vez y veamos si conseguimos acercarnos un poco más a la verdad. Dime exactamente qué "viste" en esa experiencia que tuviste. En particular, si tienes alguna idea de quién está detrás de la desaparición del barón.

Esta línea de interrogatorio era mucho más del agrado de Delbridge. Consideró, por primera vez en su vida, que quizá decir la verdad era lo mejor que podía hacer. Por desgracia, tenía miedo de que sus respuestas decepcionaran a Balcombe.

—La primera noticia que tuve acerca de este asunto fue ayer, durante la audiencia. —La voz de Delbridge tembló al no estar acostumbrado a decir la verdad—. Estaba allí, con la mente en blanco. Ni siquiera había preparado lo que iba a decir. Lo dejé a la improvisación, con la esperanza de que me llegara la inspiración. No estaba preparado para lo que sucedió.

Balcombe había seguido con gran atención las palabras de Delbridge. Retrocedió un paso, como si se sintiera ofendido.

—¿Eso es todo? ¿Ni nombres, ni descripciones, ni motivos?

—No, señor —se disculpó Delbridge.

—No es mucho.

Balcombe se paró cerca de la puerta, considerando la historia de Delbridge. La luz de la varita ponía un tinte grisáceo y fantasmagórico a su pálida tez. Por un instante, Delbridge tuvo la impresión de hallarse en presencia de la muerte. Desechó con premura tal idea, recordándose que este hombre era su única esperanza de salvación, aunque fuera una esperanza muy remota.

Por fin Balcombe habló, con su único ojo, frío e inexpresivo, fijo en el visionario.

—Si le presento esta historia a lord Curston, no quedará convencido. A pesar de tener un fondo de verdad, no hay nada que la respalde. Para un hombre como Curston es mucho más sencillo creer que eras el cómplice de una confabulación, que admitir que alguna benévola fuerza mágica se sirvió de ti sin motivo aparente.

El tono del mago cambió mientras hablaba. Ya no era el inquisidor o el acusador. En lugar de ello, parecía más bien un confidente, un consejero. Reanudó sus paseos.

—Lord Curston es un Caballero de Solamnia —dijo—. Su fe está puesta en la fuerza de su espada. Entiende y cree en las cosas que puede tocar, cosas a las que se puede enfrentar con su espada. Aquello que es impalpable, como la habilidad de ver con antelación el futuro, no obtendrá su confianza por mucho tiempo. Es posible que ni siquiera crea ni poco ni mucho que dices la verdad.

—Si hay algo más que tu habilidad, te recomiendo que me lo confieses ahora, porque, si le digo a lord Curston lo que me has contado y no te cree, dictará sentencia de inmediato. —Balcombe se volvió hacia la puerta, de espaldas a Delbridge—. Y estoy seguro de que la sentencia será la muerte en la horca.

Delbridge consideró sus opciones. Recordó vagamente haber oído una vez a un viejo veterano en una taberna contar a cuantos lo rodeaban que la amenaza de una muerte inminente aguzaba su inteligencia al máximo, y que ello era el motivo por el que había sobrevivido tanto tiempo. El propio Delbridge había experimentado lo mismo en algunas ocasiones. Ahora, sin embargo, su mente estaba embotada, sumida en un completo desconcierto. Sacudió la cabeza con vigor esperando aclarar la confusión. Con todo, le resultaba difícil concentrarse en alguna idea.

Su frente se perló de sudor, que le resbaló hasta los ojos y lo cegó. Sus pensamientos vagaron sin propósito hasta que, de pronto, se centraron en el brazalete. Era la causa de sus desgracias. ¿Si se libraba de él, se desharía también de los problemas?

—¿Creería lord Curston mi historia si le presentara algo tangible que la respaldara? Tengo esa prueba. Puedes mostrársela.

Balcombe se giró de nuevo hacia Delbridge, con el entrecejo fruncido.

—¿Qué clase de prueba?

—Un objeto mágico —explicó Delbridge—. Un brazalete de cobre. No sé de dónde procede. Se lo compré a un calderero hace dos días…, ¿o son tres?

—¿Dónde está ese brazalete? —inquirió Balcombe—. ¿Lo tienes todavía en tu poder?

Una mano temblorosa señaló el rincón donde había caído la joya. Balcombe cogió de la pared la varita luminosa y se acercó con premura al rincón. Apartó a patadas la sucia paja hasta que captó un destello. Se agachó despacio y recogió el brazalete. Las piedras semipreciosas reflejaron la luz de la varita y lanzaron multitud de puntitos brillantes sobre las toscas paredes de la celda.

Balcombe lo examinó con atención, pero no se lo puso. Balanceándolo en los dedos, se volvió hacia Delbridge.

—Si este objeto es lo que afirmas, creo que existe la posibilidad de que lord Curston detenga el proceso abierto contra ti. Le hablaré en tu defensa.

Concluido el asunto que lo había llevado allí, Balcombe llamó con la varita en la puerta, que se abrió pesadamente entre las chirriantes protestas de los goznes oxidados. Al salir el mago, la oscuridad volvió a la celda y la puerta se cerró con un golpe seco.

* * *

El chasquido del pasador de la puerta y los chirriantes goznes despertaron a Delbridge. Retrocedió como una serpiente ante el brillo cegador que se derramaba a través del vano y se refugió en la pared opuesta, resguardándose los ojos con la mano. Ya completamente despierto recordó dónde se encontraba.

Se volvió despacio, cubriéndose todavía los ojos con la mano, y escudriñó por entre los párpados entrecerrados. En el umbral había una figura, enmarcada por la luz de la antorcha. Delbridge atisbo la silueta de un casco puntiagudo y la de una lanza.

—Vamos, muévete, tienes un asunto pendiente con lord Curston. —La voz era áspera y tenía un tono sarcástico. Delbridge se encogió aún más en el rincón de la celda.

—¿De qué se trata? ¿Me ha mandado llamar? ¿Vais a ponerme en libertad?

—Mi trabajo no es responder preguntas. No me obligues a sacarte a rastras.

Una segunda figura penetró en el círculo de luz.

—Está bien, Toseph, espera en el pasillo —dijo en voz baja. Luego, con tono más alto, llamó—: Tú, prisionero, ponte de pie. Es la hora de ver a lord Curston.

—¿Se me ha concedido el perdón? ¿Dónde está Balcombe?

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