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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

El jardín de las hadas sin sueño (24 page)

BOOK: El jardín de las hadas sin sueño
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—¿Eso de vivir en los bosques y extraer todo el meollo a la vida es de Thoreau? —Recordé la frase con la que se había presentado un día atrás.

—Sí…

—¿Y por qué no Walden2?

—Hay una novela que ya lleva ese título. La escribió Skinner, el padre del conductismo para describir una sociedad perfecta.

—Pero tu comuna está muy lejos de ser perfecta, ¿no es así?

Se encogió de hombros.

—¿Qué tal os va a vosotros? Aunque seáis un trío, me he fijado en que el inglés prefiere a la rubia. A mí, personalmente, me gustas más tú. Así que, si quieres… yo podría…

—¿Me has hecho venir hasta aquí solo para eso? —Me detuve y empecé a caminar en dirección contraria.

Koldo tomó mi mano para detenerme.

—Espera —dijo en un tono suave y conciliador—. Aún no has visto lo que quiero mostrarte.

Le miré unos segundos indecisa antes de dejarme llevar de nuevo.

Pasamos de largo la cabaña de mi ermitaño y Koldo se adentró por el sendero que conducía al lago. El sonido del agua se volvió cada vez más audible.

—Lo que no entiendo es por qué te han seguido hasta aquí si no están dispuestos a cumplir las reglas… —Retomé el tema decidida a averiguar más cosas sobre ellos—. El proyecto es tuyo, así que ¿por qué no les invitas a que se larguen?

—Los necesito para la misión. Yo solo no puedo hacerlo…

—¡No me tomes el pelo! —Reí— Tu misión es buscar raíces alucinógenas y vivir como un chamán del Amazonas. Y eso puedes hacerlo solo.

—Mi misión aquí ha sido encontrarte a ti.

Aunque era un simple piropo, lo dijo de una forma tan seria que logró asustarme.

En aquel momento oímos el rumor de agua y Koldo apartó un dosel de plantas. Me pidió que me agachara y nos ocultamos tras un arbusto.

—Mira, eso es lo que te quería enseñar.

Me quedé sin aliento al contemplar una figura bañándose desnuda en el lago.

Suspendida en lo más alto del cielo, una tímida media luna iluminó la escena. Incluso en la penumbra de la noche pude reconocer aquel cuerpo de bellas formas y elegantes gestos. De no estar Koldo a mi lado, mirando alucinado hacia el estanque, hubiera pensado que se trataba de un espejismo.

Temí desmayarme.

Era Bosco.

Mi ángel se movía con sigilo, como si temiera despertar a los peces.

Un escalofrío me sacudió por dentro.

—No tengas miedo —susurró Koldo tomando mi mano temblorosa—. No es real.

—¿Cómo lo sabes?

—Al principio creí que era un loco o un prófugo… Pero ahora sé que es un espíritu y que es mejor no meterse con él. —Me miró fijamente un instante para calibrar mi reacción—. Hace tiempo que lo observo y puedo asegurarte que ese chico no es de este mundo. Le he visto sumergirse en el lago y tardar más de una hora en salir a la superficie… También he visto su rostro en la casa.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gritar su nombre y abalanzarme hacia él.

Después de meses de separación, por fin lo tenía delante, a pocos metros de mis brazos. Ahogué un suspiro desesperado. Aquel no era el momento. No podía acercarme a él sin delatarlo ante Koldo.

Con una agilidad sorprendente, Bosco se sumergió. Esperamos varios minutos a que reapareciera, pero aquello no ocurrió.

—Ya te lo he dicho: no es humano. Tal vez se trate del fantasma de alguien que se ahogó en el lago… —dijo Koldo—. Vayámonos de aquí.

Tuvo que tirar de mí con fuerza para arrancarme de nuestro es condite. Quería verlo una vez más…

—Y ahora que te he mostrado mi secreto, ¿cómo piensas agradecérmelo? —Me rodeó por la cintura y me atrajo hacia su pecho—. Un beso sería lo justo.

—¡Ni lo sueñes! —dije zafándome como pude de su abrazo.

—¿Por qué no? El bosque es un lugar perfecto para amarse.

—¡No es el bosque lo que no me gusta! ¡Eres tú!

—¿Por qué no? —insistió ofendido.

Aquella pregunta no necesitaba respuesta, pero aun así le ataqué donde más le dolía. Sabía que así lo alejaría de mí.

—¡Porque eres más fantasma que el chico del lago! ¡Walden3 apesta! Cervezas de importación, un iPad, una casa ocupada con agua caliente… El día que construyas tu propia cabaña y vivas como un auténtico Robinson me llamas.

Me miró un instante boquiabierto antes de fruncir el ceño y marcharse ofendido por donde habíamos venido.

En las profundidades

C
ontemplé cómo Koldo desaparecía por el sendero que bordeaba el río. El cierzo gemía entre los pinos y una neblina empezó a brotar de las profundidades de la tierra hasta envolver la parte baja de los troncos.

Mientras me dirigía de nuevo al lago, pasé junto a los restos de la cabaña del diablo. La miré con tristeza. Aquellos escombros habían dado cobijo a nuestra historia de amor… Recordé la promesa de Bosco de levantarla de nuevo con sus propias manos y me pregunte si aquello sería posible algún día. La idea de que Koldo profanara esas ruinas para construirse su cabaña y emular a Thoreau se me antojó insoportable.

De pronto, algo brilló entre el amasijo de maderas.

Me acerqué con curiosidad para ver de qué se trataba. El suelo se había desmoronado dejando a la vista la cabaña de abajo. Me asomé al abismo de aquel destrozo y lo enfoqué con mi linterna.

El grito lastimero de un mochuelo me sobresaltó y estuve a punto de perder el equilibrio. El susto hizo que soltara el fanal.

Me deslicé hacia el subsuelo con mucho cuidado por una viga vencida. Había espacio suficiente entre las maderas chamuscadas para moverme e intuir a tientas los vestigios de lo que había sido el hogar de mi ermitaño. Un rayo de luna se coló entre las grietas haciendo brillar un candelabro de plata. Lo tomé entre mis manos. Supuse que aquello era lo que había reclamado mi atención.

Decenas de recuerdos se agolparon en mi mente de todo lo que había vivido en aquella cabaña: mis primeros días de confusión tras la trampa, los cuidados silenciosos de Bosco y, más tarde, sus ardientes caricias.

Olía a ceniza.

Mis pies tropezaron con la linterna y me agaché a recogerla. Su luz me descubrió nuevos detalles del desastre: había un tronco partido sobre el piano y teclas esparcidas por el suelo. Sobre el camastro en el que nos habíamos amado descansaban los restos calcinados del colchón, y varios muelles del somier habían saltado.

Busqué el conducto que daba salida al refugio subterráneo, que Bosco utilizaba para escapar en momentos de crisis. Recordé que desembocaba cerca del lago. La puerta estaba quemada, pero aun así se mantenía en su sitio. Al abrirla, un muro de hormigón me sorprendió al otro lado. Alguien había sellado el túnel con cemento. Podía intuir quiénes estaban detrás de aquello, aunque el motivo era una incógnita. ¿Por qué habrían tapiado aquella salida?

Trepé de nuevo hacia el exterior cuando un rumor de agua me sobresaltó. Provenía del lago. Dirigí hacia allí mis pasos con la esperanza de ver a Bosco de nuevo.

Un ejército de mariposas empezaron a aletear en mi estómagos ¿Habría llegado por fin el momento de nuestro reencuentro?

El estanque se había cubierto de una fina y vaporosa tela blanca. El murmullo del manantial que brotaba en el seno de una roca capto mi atención durante unos segundos. Observé cómo el agua resbalaba entre las verdes y flotantes hojas del borde y caía sobre el lago con un rumor suave. Me senté sobre una roca del margen y esperé alguna señal de mi ángel. El lago parecía habérselo tragado.

Después de una eternidad, pensé que ya no estaba allí.

De pronto, algo enorme serpenteó en las profundidades. Me levanté de un salto. ¿Qué había sido aquello? Las ramas bajas que se humedecían en sus aguas temblaron inquietas.

Fijé la vista en el fondo y vi unas sombras. De no ser por el movimiento brusco que acompañaba el estremecimiento de las aguas, hubiera pensado que se trataba de la luna, que proyectaba sobre la superficie las copas de los altos pinos.

Podía sentir una presencia sumergida. Algo que me vigilaba desde el otro lado. Su sombra vacilaba por el lago. A veces, de forma sigilosa; otras, creando círculos de plata que se ensanchaban hasta expirar en las orillas.

Por el movimiento de aguas debía tratarse de algo grande, un pez o una enorme culebra de río. Algo sobrenatural.

Aquella reflexión me llevó a otra: mi ángel. Lo habíamos visto hada un rato bañándose en el lago, pero ¿y si Koldo tenía razón y se trataba de un espíritu? Tal vez esa bestia marina había acabado con su vida, y ahora su alma errante vagaba por el bosque y se bañaba en el lago de las laureanas. Yo misma había dudado de que se tratara de un espejismo. Pensé en las palabras del okupa: «Ese chico no es de este mundo».

Sentí cómo se me aceleraba el pulso. Un sudor frío empezó a recorrer mi frente al escuchar una dulce melodía. Era la canción de Bosco que sonaba desde las profundidades.

Mi ángel vivía ahora en el fondo del lago, incorpóreo como él. Cantaba con sus rumores y se bañaba a la luz de la medianoche.

Las aguas temblaron de nuevo provocando un oleaje. Una vez calmadas, una sombra acuática se estremeció en aquel lugar.

El sentido común me decía que huyera de allí, pero mis pies se habían clavado en el suelo. Hipnotizada por la canción, me acerqué al margen y me arrodillé sobre una roca cubierta de musgo. Me incliné hasta ver mi reflejo, ondulante y nítido. Unas plantas de largas y verdes hojas serpentearon bajo el agua.

Me acerqué más.

Si aquella criatura había acabado con la vida de mi amor, yo quería correr la misma suerte.

De pronto, las aguas se abrieron con un chasquido, al tiempo que una fuerza descomunal me arrastraba hacia el fondo.

En las nubes

T
raté de soltarme, pero aquella criatura tiraba de mí irremisiblemente hacia las profundidades del lago. Sentía su garra en mi tobillo ejerciendo la presión de un grillete.

Tras descender varios metros, aquella fuerza me rodeó con su peso y se introdujo en una especie de conducto, que bien podría ser su madriguera. La temperatura del agua bajó varios grados y la oscuridad se tornó insondable. No podía respirar.

Aterrada y a punto de perder la conciencia bajo el agua helada, sentí unos labios sobre los míos insuflándome aire mientras se deslizaba con agilidad por aquel túnel. Reconocí al instante aquel aliento cálido y dulce, y me dije a mí misma que se trataba de un delirio. ¿Qué clase de monstruo besaba como mi ángel?

Unos segundos después, un poderoso impulso me arrastró fuera del agua y me tumbó en el margen de un pequeño estanque.

Empecé a toser y a vomitar agua.

Abrí los ojos. Frente a mí, una sombra borrosa me mostró sus brillantes dientes. Me abalancé sobre ella y empecé a golpearle en el pecho con todas mis fuerzas… La bestia respondió con una risa cantarína y alegre. Una risa humana.

Enfoqué la mirada en la persona que tenía delante.

Contemplé fascinada aquel delirio de ojos azules y piel dorada.

Era Bosco.

Mi ermitaño en su versión más bella.

En aquel espejismo, su pelo mojado se ondulaba a la altura de los hombros. Tenía el torso desnudo y cubierto de gotitas que brillaban bajo la luna como lluvia de rocío. Sonreía de forma arrebatadora y movía el pecho agitado para recuperar la respiración.

Me lancé sobre él nuevamente con los puños cerrados dispuesta a enfrentarme a aquella ilusión. Paró mis manos en el aire y las sujetó con fuerza.

—Clara, soy yo…

Aún luché por soltarme.

—Has tratado de ahogarme… —Mi voz se quebró al encontrarme con su deslumbrante mirada.

—Solo pretendía traerte a un sitio más seguro —me dijo con un tono dulcísimo—. Pensé que sabías que era yo…

Me avergonzó reconocer que le había confundido con una criatura marina.

—Bosco… —susurré, todavía incrédula.

Alucinada, extendí los dedos y rocé la piel mojada de su cara. Mis yemas se hundieron en sus pómulos y siguieron el contorno de su fuerte mandíbula, para recorrer después el dibujo perfecto de sus labios. Era real.

Una timidez repentina se apoderó de mí al notar mi ropa mojada pegada al cuerpo. Aunque me había visto desnuda y nos habíamos amado tan solo unos meses atrás, no pude evitar sentirme turbada por su arrebatadora presencia. Me pareció increíble que alguien tan perfecto como Bosco pudiera sentir algo por mí…

Temblé al notar cómo su mano acariciaba mi pelo goteante y me acercaba hacia él. Un suspiro escapó de mis labios al notar los suyos.

Nuestras bocas se reencontraron con tanta pasión que temí perder la cabeza.

Mientras nos besábamos lloré de alegría y de pena. Había amor y deseo en ese beso; pero también frustración por los meses de ausencia y por el miedo que habíamos sufrido pensando en la suerte del otro.

Había soñado tanto con aquel momento que me pareció increíble estar viviéndolo.

Bosco me atrajo aún más hacia sí, como si también dudara de ese instante y temiera que me esfumara entre sus brazos.

Mi cuerpo mojado ardió con deseo. El me miró con una excitante mezcla de ternura y pasión antes de decirme:

—Vayamos a mi escondite.

—Has dicho que este sitio es seguro. ¿Por qué me has hecho atravesar el lago por ese túnel subterráneo, entonces? ¡Me has dado un susto de muerte!

—Era la única forma de evitar la ciénaga —me explicó acariciándome el pelo con dulzura—. Entre el lago y este pequeño estanque hay una zona de lodo blando muy peligrosa con arenas movedizas. Es imposible atravesarla sin caer en ellas. Las plantas y los helechos las tapan de tal manera que esconden el humedal.

Aunque la ciénaga estaba al otro lado del lago de las laureanas y nunca me había adentrado en él, me sorprendió no haber sabido antes de aquel peligro.

—La cabaña del diablo no era lo único que mantenía a la gente del pueblo alejada de aquí —continuó Bosco—. Varias décadas atrás, no fueron pocos los que se ahogaron en este paraje. Eso alimentó la leyenda de Rodrigoalbar. Creían que el viejo de barbas blancas devoraba a quienes se acercaban a sus lindes… Pero en realidad desaparecían en la tierra, engullidos por el lodo.

Miré a mi alrededor. El suelo parecía firme a mis pies, pero aun así no me atreví a moverme.

—Estaremos mejor en las nubes —dijo con voz misteriosa.

Había varios árboles a nuestro alrededor; tan frondosos, que sus copas se tocaban entre sí.

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