El jardín de las hadas sin sueño (27 page)

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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

BOOK: El jardín de las hadas sin sueño
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Una vez allí, lo tumbamos sobre el sofá. Le supliqué que no avisara al médico. No era prudente que nadie del pueblo se enterara de que estábamos allí… Pero mis débiles argumentos no le persuadieron.

—¿Estás loca? ¡Tiene una herida de bala! —Me miró con ojos sorprendidos—. No sobrevivirá a menos que le atienda un médico.

No fui capaz de decirle que en ese caso también lo condenábamos a muerte.

Oí cómo Koldo arrancaba el viejo ciclomotor de mi padre y cómo el ruido se iba perdiendo a medida que se alejaba en dirección a Colmenar.

Mi intención era desaparecer tan pronto regresaran. Pero ¿qué pasaría cuando la República del Bosque se enterara de que Robin estaba vivo? No tenía ninguna duda de que le habían ajusticiado tras descubrir su identidad. Probablemente se habría infiltrado entre ellos para averiguar sus intenciones y seguirles de cerca… Pero aquellos chicos no eran tan tontos como habíamos pensado la noche de la cena.

Pensé en Gala. Me costaba creer que una chica sofisticada como ella estuviera envuelta en asuntos tan turbios. Supuse que era alguien sin escrúpulos y que los honorarios de la farmacéutica la habrían persuadido para mancharse las manos de sangre. Tenía un cuerpo atlético y seguramente había sido entrenada para el combate.

La voz débil de Robin me sacó de mi ensimismamiento:

—Huye, Clara… Te matarán…

El cuerpo de Robin se convulsionó y corrí a taparlo con una manta. Envuelto en sudor frío, ahora temblaba como un pajarillo.

—Tranquilo, chico listo. No va a pasarme nada.

—Grace no querría que esto sucediera…

En sus delirios, nos mencionaba a Grace y a mí. Nos pedía disculpas a las dos, y me exhortaba para que huyera lejos… Pero también decía cosas sin sentido, como que no había que despertar a la serpiente, o que su padre había jugado a los dados con Dios. Murmuraba en inglés, tan bajito que tuve que acercarme a sus labios. Su débil aliento ardía.

Muy asustada, levanté la manta y vi que la herida no había dejado de supurar sangre. La tela que Koldo le había puesto estaba empapada.

Presioné con las dos manos para tratar de cortarla, pero solo conseguí que mis manos se mancharan.

En aquel momento la puerta se abrió. Apenas habían pasado unos minutos desde que Koldo se había ido, así que era imposible que fuera él… Me giré sobresaltada.

Una figura enérgica y deslumbrante cruzó el umbral.

Era Bosco.

Respiraba con dificultad y tenía el rostro brillante por el sudor. Deduje que había venido corriendo, alertado por el intenso olor de mi miedo. Una ráfaga de viento había precedido su entrada. Contemplé embelesada cómo sus mechones dorados ondeaban en el aire.

Pensé que su providencial aparición hacía honor a su nombre real —Gabriel—, y que, una vez más, se presentaba ante mis ojos como un ángel salvador.

Sus facciones estaban contraídas y su expresión reflejaba ira. Aun así, le miré con profundo alivio.

—Se muere… —murmuré.

Bosco se acercó a Robin. Examinó un segundo su herida y le tomó el pulso presionando su cuello.

Después me miró con rabia y me preguntó con los dientes apretados:

—¿Quieres que se salve?

Asentí temblorosa.

El mirlo blanco

B
osco cargó con Robin como si fuera un muñeco de paja. Me sorprendió la habilidad con la que logró poner aquel robusto cuerpo sobre su espalda y salir de la Dehesa con él a cuestas sin apenas esfuerzo.

Fui tras él sin preguntarle adonde nos dirigíamos; pero lo cierto era que me costaba seguir sus pasos. Caminaba a grandes zancadas, con los músculos tensos y la mandíbula apretada. El gran peso que llevaba no le impedía moverse con agilidad por el monte. De no ser por su belleza y gracilidad, con aquella demostración de fuerza me hubiera recordado a un hombre de las cavernas que acarreaba su presa herida.

Robin tenía la frente empapada en sudor y respiraba con dificultad. De vez en cuando le miraba angustiada, pero intenté evitarlo cuando sentí de nuevo el miedo en mi interior.

Bosco me lanzó una mirada de fuego.

Después de varios minutos de subida por el monte, nos detuvimos junto a una enorme roca. Enseguida reconocí la entrada de la caverna del grabado. Mi ermitaño dejó un momento a Robin en el suelo y apartó el pedrusco que bloqueaba su acceso.

Una vez en el interior, lo acomodó sobre unos helechos frescos y encendió una antorcha. La luz anaranjada de la llama iluminó el corazón con raíces y ramas que había en la pared. Suspiré al ver de nuevo aquel simbólico dibujo que el propio Rodrigoalbar había grabado en la roca mucho tiempo atrás.

La caverna era tan amplia que la antorcha no alcanzaba a iluminarla entera. Por eso no me sorprendió que Bosco se acercara a un extremo y desapareciera, engullido por la oscuridad. Segundos después regresó con un maletín de madera.

Era un botiquín. Al abrirlo pude ver varios frascos de cristal naranja con tapones de corcho y algunos utensilios médicos de plata que parecían muy antiguos.

Luego volvió a su escondite para traer un barreño con agua y jabón.

Robin emitió un leve quejido cuando Bosco rasgó su camisa para dejar al descubierto la herida. Estuve a punto de desmayarme cuando retiró el trapo que la tapaba y vi el orificio que había dejado la bala.

Mientras limpiaba unas pinzas con alcohol me pidió que lavara la herida con agua jabonosa. La gasa se empapó de sangre, pero la herida dejó de supurar. Contuve el aliento mientras su pecho subía y bajaba con esfuerzo con cada respiración.

—Hay que sacar la bala como sea —susurró Bosco hurgando en su herida.

El cuerpo de Robin se arqueó con un desgarrador grito.

Sujeté su cabeza contra el suelo inmovilizándole para que pudiera trabajar mejor.

—-¿No hay nada que pueda calmarle el dolor? —pregunté al ver su rostro descompuesto.

Bosco sacó una botella de licor de un arcón y se la acerqué a los labios. Le costaba tragar, pero conseguí que se bebiera casi media botella. Aun así, no dejó de temblar.

No supe si se debía a la fiebre o a su propio miedo. Yo también estaba asustada. Entretuve mi temor con la canción de Bosco. Empecé a tararearla muy bajito, pero eso no impidió que mi ermitaño la escuchara y se uniera a mí con su dulce voz.

Sus dedos hábiles extrajeron la bala con determinación.

Después cosió la herida y le aplicó una compresa impregnada en un ungüento amarillo y espeso.

—¿Qué es? —le pregunté con curiosidad.

—Es una mezcla de plantas y miel.

—¿Miel?

—Por supuesto, es el mejor antibiótico del mundo. De todas formas, no es una miel cualquiera…

Estaba a punto de preguntarle si se trataba de la misma que habíamos probado en la cueva de la semilla, cuando los delirios de Robin interrumpieron nuestra conversación con un discurso inconexo en su lengua materna.

—Te odio, padre. Clara es inocente… No voy a permitirte que la mates en nombre de Grace.

Bosco me miró sorprendido mientras el americano continuaba con sus desvarios. A continuación se dirigió a mí en castellano:

—Yo no quería secuestrarte… Él pretende utilizarte para atrapar a Gabriel y conseguir la semilla, pero después te matará. Lo sé. Me lo ha dicho… Me ha pedido que te busque y te entregue… pero yo no pienso hacerlo, Clara. No lo haré. Ella no lo aprobaría. Es solo una niña.

Rompió a llorar.

Traté de calmarle secando el sudor de su frente. Sus ojos se abrieron, pero su mente no estaba allí. Había regresado a las afueras de

Londres, al sótano donde me había tenido cautiva.

—Aquí estás a salvo —me dijo con la mirada ida—. Mi padre jamás te buscará en su propia casa. Hace siglos que no viene. Le recuerda demasiado a Grace, a los veranos en los que todavía podía pasear con ella y montar en bici por la campiña inglesa.

Recordé las bicicletas que había visto apoyadas en la verja la noche en la que intenté escapar. Ahora entendía lo cuidado y familiar que me había resultado aquel caserón.

—¿Me perdonas, Clara?

Tomó mi mano e intentó apretarla con fuerza.

—Sí.

Una lágrima resbaló por mi mejilla. Mi captor había confesado entre delirios los motivos del secuestro: pretendía protegerme. Lo que no me encajaba era por qué me había arrebatado el secreto para entregárselo a su padre.

—¿Por qué les dijiste dónde estaba la semilla?

Murmuré aquella pregunta sin esperar respuesta, pero él contestó con voz débil:

—El secreto a cambio de tu vida… Ese era el trato.

—¿Por qué?

Me costaba creer que mi vida le importara tanto. Antes del secuestro solo éramos dos extraños.

—No quería que derramaran más sangre en nombre de Grace…

Bosco me miró interrogativo. Supuse lo confuso que debía de sentirse. Acababa de enterarse de que ese chico al que había salvado la vida era la persona que me había secuestrado en Londres. Tampoco tenía ni idea de quién era su padre o la tal Grace. ¿O sí? Con Bosco era imposible estar segura de lo que sabía…

Después de vendarle el hombro, le arrancó la estrella que tenía clavada en el muslo. El acero se había incrustado de tal manera a la carne que al sacarlo le produjo un desgarro. Hicieron falta varios puntos de sutura para cerrar la herida. El paciente murmuró algunas palabras inconexas antes de desmayarse.

Bosco preparó una infusión a base de hierbas. Olía tan mal que tuve que taparme la nariz para vencer las náuseas.

—¿Es para la fiebre?

—No, es para la resaca. Me temo que has emborrachado a nuestro paciente. Cuando despierte, el dolor de cabeza le hará incluso olvidar que le han disparado.

Sus labios se curvaron en una sonrisa.

Noté cómo la tensión desaparecía y mis piernas se aflojaban. No supe con certeza si bromeaba o no, pero entendí que el peligro había pasado.

Le devolví la sonrisa.

Bosco salió al exterior después de cubrir a Robin con una manta. Se había quedado dormido y su respiración profunda resonaba en la

Caverna. Le seguí y me apoyé contra un tronco.

Después de un silencio, me atreví a decirle:

—Supongo que tendrás muchas preguntas que hacerme.

—Solo una.

Nuestras miradas se encontraron.

—¿Qué sientes por él?

Me quedé un instante en silencio, pensando mi respuesta… ¡Ni yo misma lo sabía! Hubiera querido decirle que nada, pero no podía mentirle. Me pregunté cómo podía ser honesta sin arriesgar lo que más me importaba en la vida. Intenté poner en orden mis sentimientos:

—No lo sé… Le odio. Le odio por lo que me hizo: secuestrarme y utilizarme para averiguar dónde estaba la semilla… Pero, al mismo tiempo, creo que es cierto que me estaba protegiendo y eso me confunde. Es una locura, pero siento algo por él, aunque no espero que puedas entenderlo…

—Claro que puedo. Yo también me he sentido confuso alguna vez.

Su respuesta me desconcertó.

—¿Sobre mí?

—No. Jamás he dudado de mis sentimientos hacia ti, Clara. —Su mirada se tiñó de un amor profundo—. Pero hubo un tiempo en el que tú no existías y yo estaba solo en el bosque…

—¿Qué quieres decir?

—Que a veces es fácil confundirse cuando alguien se preocupa por ti y sabes que sería capaz de dar su vida para protegerte.

No me hizo falta preguntarle a quién se estaba refiriendo. Sabía que hablaba de Berta. Me pareció lógico que en algún momento hubieran confundido el cariño que se tenían por otra clase de amor. Los dos eran seres maravillosos… pero aun así no pude evitar sentirme celosa.

Berta me había explicado en el lago de las Princesas que había besado a muchos chicos, pero que solo dos habían conseguido detener su universo. Uno era James, ¿era Bosco el otro? Aquello podía explicar sus celos iniciales.

—El amor adopta a veces formas extrañas, pero jamás debes avergonzarte por sentirlo. Agradécelo a quien sea capaz de inspirártelo.

—¿No estás molesto?

—Claro que no. Soy paciente y si algo tengo es tiempo… Te esperaré hasta que te aclares.

—¡No hay nada que aclarar! Te quiero a ti, Bosco… Aunque ese cretino haya despertado en mi corazón sentimientos confusos —murmuré—. Pero si no estás enfadado, ¿a qué venían esas miradas asesinas?

Bosco arqueó una ceja sorprendido.

—¿No lo sabes? ¡Tu miedo me estaba volviendo loco! Estabas tan asustada por que ese chico muriera que parecías haberte olvidado de lo mucho que sufro.

—Pero si me estaba controlando… —protesté.

—Jamás te había notado tan asustada… Ni siquiera el otoño pasado cuando caíste en la trampa.

Sus palabras me impresionaron y me hicieron tomar conciencia de lo mucho que me importaba Robin.

—Se salvará, ¿verdad?

—Sí, y espero no tener que lamentarlo nunca. No olvides que es uno de ellos, Clara. Esos hombres nos han hecho mucho daño.

Mis pensamientos se perdieron un instante en las palabras que mi captor había confesado entre delirios. Había declarado que me protegía y que al hacerlo se había enfrentado incluso a su propio padre.

Me acordé de la fábula de los mirlos que molestaban de noche con sus trinos al rey que comía cerezas, y me vino a la cabeza otra muy distinta que había leído de niña. Trataba sobre un mirlo blanco al que su padre rechazaba porque no era negro como él, pero que al final del cuento resultaba ser un ejemplar extraordinario dentro de su especie.

—Es cierto —reconocí—. Robin es un hombre de negro… Pero quizá también sea un mirlo blanco.

Secretos de familia

M
ientras Robin dormía, nos sentamos junto a la entrada de la caverna. Estaba anocheciendo y el bosque parecía tranquilo. Bosco me dio un cuenco con un preparado de castañas y setas. No era prudente encender fuego para calentarlo, pero llevaba tantas horas sin probar bocado, que me pareció delicioso aunque estuviera frío.

De pronto me acordé de Berta y de James. La tensión del momento había hecho que me olvidara de ellos. Aún no lograba comprender adonde podían haber ido con la furgoneta. Le expliqué mis temores a Bosco.

—Tal vez se hayan ido a un lugar más seguro —reflexionó un instante—. O más íntimo…

—¿Sin mí? —exclamé antes de captar el sentido obvio de su última frase—. Ellos no harían eso… La última vez que estuve con ellos fue justo antes de irme con Koldo al monte y descubrirte a ti en el río. ¿Y si al ver que no volvía fueron a buscarme a la casa ocupada?

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