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Authors: Kate Lord Brown

Tags: #Intriga, #Drama

El jardín de los perfumes (20 page)

BOOK: El jardín de los perfumes
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—¡Eh, Paloma! ¿Te parece que los españoles somos anticuados?

—¿Por qué crees que me casé con un francés? —repuso ella.

—Paloma, esta es Emma. Fidel le ha dicho que viniera a vernos. —La besó en las dos mejillas, y ella besó a Emma a su vez.

—Hola —dijo esta, cogiendo la manita regordeta del bebé. La criatura tenía las gafas de sol Chanel de su madre en la otra mano y mordía alegremente la montura.

—¿Es inglesa? —le preguntó Paloma.

—Sí. Bueno, me crie en el Reino Unido, pero nací en Estados Unidos. Mi madre era un poco hippy por aquel entonces: Haight-Ashbury, Woodstock. —Emma notaba que Luca la observaba—. He vivido en Londres hasta hace poco. De hecho no sé demasiado bien de dónde soy. —Le daba la impresión de que estaba hablando demasiado—. Venga, deje que la ayude —le dijo, y cogió un par de bolsas de Carrefour del maletero.

—Gracias. Entre, está refrescando. —Paloma la condujo hasta la cocina mientras Luca se iba a los establos—. ¿Está aquí de visita? —El aroma cálido de la leña las recibió.

—No, acabo de mudarme. Estoy reformando la vieja Villa del Valle. —Emma dudó momentáneamente cuando vio a la madre de Luca sentada a la mesa de la cocina, cortando lonchas de una pata de jamón serrano con un cuchillo brillante.

—¿De veras? Hace años que nadie vive allí. —Paloma puso los productos en la encimera y dejó a la pequeña en la trona—. Mamá, ¿conoces a Emma?

—Sí, nos hemos encontrado en el camino —dijo Emma, y la mujer alzó la barbilla.

—Mi madre, Dolores —dijo Paloma, con un dejo de disculpa.

—Me muero de curiosidad por enterarme de la historia de mi casa. —Emma sonrió esperanzada—. ¿Conoció a los Del Valle?

—¿Yo? No. Soy demasiado joven. Hable con mi madre. —Se marchó, frotándose las manos limpias en un trapo de algodón a cuadros rojos.

Luca miró a su madre cuando entró en la cocina.

—Perdón. Quería ocuparme de
Sasha
, mi perro.

—Es bonito —dijo Emma—. Cuando lo he visto me ha parecido un lobo.

—Venga. —Luca se acercó al fuego—. ¡Ánimo! ¡Qué frío! ¿Cómo es posible? ¿Nadie le ha ofrecido algo de beber o de comer? —A Emma le rugían las tripas de hambre con el olor de un pollo que se estaba asando, con limón y tomillo.

—Estoy bien, de veras… gracias…

—¡Bobadas! Paloma, ¿quién viene a comer?

Emma oía adultos charlando en la habitación contigua, niños corriendo y riéndose.

—Los de siempre. Olivier vendrá cuando termine la clase.

—Mi cuñado, el profesor. —Se inclinó hacia Emma mientras añadía un leño al fuego, hablando en voz baja—. Adoro a ese tipo. En cuanto empieza es capaz de hablar de una corteza de árbol. —El fuego silbó y chasqueó—. Deje que coja su abrigo —le dijo—. Así pues, ¿está aquí con su marido, con su novio? —Emma se dio la vuelta, se quitó el abrigo y se desabrochó la chaqueta.

—¡Luca! —Paloma se reía—. Perdone a mi hermano. La sutileza no es su punto fuerte.

—No. —Emma lo miró por encima del hombro. El fuego se reflejaba en sus ojos negros—. Vivo sola.

Él abrió la boca para hablar, pero, cuando Emma se volvió, los ojos se le fueron a su vientre. La seda fina del vestido se le pegaba a las curvas.

—¡Ay, Dios mío…! —exclamó Dolores desde la puerta, mirándola. Llevaba del brazo a Macu—. Esta es mi madre, Inmaculada.

—Déjate de presentaciones —dijo Macu, soltándose de su hija—. Ya nos conocemos. —Se acercó a Emma, mostrando cierta rigidez, aunque se le dulcificó la mirada al coger el guardapolvo de oro que esta llevaba al cuello—. ¡Qué bonito! —murmuró—. Y bien, ¿cómo va la casa?

Dolores frunció los labios.

—Está maldita —dijo—. Esa casa es…

—¡Cállate! —le espetó Macu—. No sabes nada. —Abrazó a Emma y la besó en ambas mejillas—. No le haga caso a mi hija —susurró—. No ha estado con un hombre desde 1971 y eso se nota. —Con andar pesado, fue a servirse un buen trago de jerez de una licorera que había en la mesa de la cocina.

—Dígame qué negocios tiene con mi hijo —dijo dolores.

Luca se encogió de hombros como si dijera: «No es cosa mía.»

Emma se acercó orgullosa.

—Solo eso: negocios. Mi familia es dueña de una empresa llamada Liberty Temple…

—¡Claro! —exclamó Paloma—. Usted es Emma Temple. Ya me parecía que la conocía de algo. Adquiero productos de belleza para El Corte Inglés. No tenemos la suerte de vender su gama, pero siempre hago acopio cuando estoy en Nueva York o en Londres.

—Gracias. Estoy empezando con una nueva empresa. Quiero intentar algo diferente, basado en la aromaterapia. Necesito ingredientes naturales: los mejores.

—Es usted un genio o está loca —dijo riendo Paloma.

—Algunos de nuestros productos son para fabricantes de perfumes, naturalmente, pero ¿por qué hacer el suyo? A lo mejor querrá comprar esencias a una de las firmas españolas más importantes como es Destilaciones Bordas Chinchurreta.

Emma negó con la cabeza.

—Quiero hacerlo yo misma, en pequeñas cantidades al principio. Si despega, entonces trabajaré con las grandes firmas.

—Buf —terció Dolores—. ¿Por qué los jóvenes lo hacéis todo tan difícil? ¿Eh?

Emma le sostuvo la mirada.

—Simplemente tengo ideas nuevas.

El bebé se movía en su vientre. Empujaba con un pie o una mano. En el patio aulló un perro.

—¿Se queda a comer? —le preguntó la mujer.

—Gracias, me gustaría.

—Bueno, siéntese. Una mujer en su estado tiene que descansar. —Dolores echó un vistazo al reloj de cocina—. Comeremos cuando tu francés decida volver —le dijo a Paloma abriendo la puerta del horno.

—¡Ay, mamá! —murmuró Paloma—. Llevamos casados veinte años y todavía no puede pronunciar su nombre sin persignarse —le susurró a Emma.

Mientras se dirigían hacia el comedor, una de las frases preferidas de Freya le vino a la cabeza a Emma: «Se podría comer en el suelo.» La casa estaba inmaculadamente limpia, con las oscuras puertas pesadas de madera enceradas y brillantes, los candelabros de latón que colgaban del techo con vigas relucientes. La larga mesa estaba puesta para diez: los niños se sentarían con los mayores.

Pasaron las horas inadvertidamente mientras la familia charlaba y disfrutaba de los sucesivos platos. Olivier dominaba la conversación y los demás se reían mientras le contaba a Emma anécdotas acerca de los líos en los que se habían metido él y Luca siendo estudiantes.

—Me pillaron encaramado al canalón, saliendo de su habitación —dijo, terminando su narración—. Luca tuvo que rescatarme. Me soltó el cinturón. ¿Cómo se llamaba esa chica, Luca? —preguntó mirando hacia el otro extremo de la mesa.

—No me acuerdo. ¡Tuviste tantas novias!

—¡Luca! —Paloma abrazó protectora a su marido, haciéndole una mueca a su hermano.

—¡Ah! Ahora para mí solo existe una chica —Olivier la besó en la frente. Pero entonces, bueno…

Emma percibió la silenciosa desaprobación de Dolores recorriendo la mesa como un alambre de espino.

—¿No tiene apetito? —le preguntó.

—Gracias, estaba delicioso. No recuerdo cuál fue la última vez que comí tanto. —La tarta de almendra había podido con ella y apartó el plato, sonriendo mientras los niños salían corriendo. Inmaculada, con la cabeza caída sobre el pecho, dormitaba en su silla de la cabecera de la mesa, moviendo los labios en sueños.

El sol estaba bajo en los naranjales y una luz cálida se colaba por las puertas de la terraza, dorando los candelabros de plata de la mesa mientras Dolores encendía las mechas con una vela larga.

Emma seguía estando incómoda cerca de ella, pero cuando se inclinó delante, a la luz de la vela, se sintió obligada a decirle algo.

—Ha sido una comida maravillosa. El pollo estaba en su punto y nunca había probado una paella tan deliciosa.

—No es paella —la corrigió—. Es arroz negro; arroz con tinta de calamar.

—¡Ah… por eso es negro! —Emma sonreía—. Me ha encantado el plato. Tomó un sorbo de agua mientras una de las chicas retiraba los platos de postre—. Así pues, señora… ¿podrá ayudarme su familia?

Dolores negó con la cabeza, ocupando de nuevo su silla.

—Imposible.

—No hay nada imposible —dijo razonable Olivier, volviendo a llenar las copas de vino. A Emma le había gustado desde el primer momento. Era afable, encantador, con una nariz protuberante. Resultaba evidente que adoraba a su hermosa esposa.

—La cuestión es que estoy empezando de cero una vez más —dijo Emma tranquilamente—. Quiero librarme de todas las… complicaciones. Únicamente deseo trabajar con los mejores proveedores. —Le sostuvo la mirada a Dolores y luego miró a Luca—. He oído que ustedes son los mejores. ¿Pueden hablarme de los naranjos? —Emma apoyó la barbilla en la palma de la mano, inclinándose hacia él.

—¿Qué quiere saber?

—Todo. Los adoro. Las naranjas parecen algo tan inverosímil cuando miras los campos, algo que un niño sería capaz de dibujar, y el aroma…

—Bueno, las flores más delicadas son de nuestros campos del sur de España. Los capullos son mejores a los diez años y alcanzan su punto culminante cuando el árbol tiene aproximadamente treinta.

Emma resistió la tentación de decir: «Como yo.».

—De cada árbol se obtienen entre cinco y veinticinco kilos de flores al año. Cada trabajador puede recolectar entre ocho y veinte kilos por día.

—¡Qué trabajo tan hermoso!

Luca negó con la cabeza.

—No. Es un trabajo duro, lento y caro.

—Seguramente sabe que el aceite de flor de naranjo es relajante. Dice la gente que pasear por los naranjales es como… —Olivier agitó los dedos de una mano cerca de la sien—. Meditación zen. A lo mejor por eso estamos tan relajados por aquí.

—Tenemos árboles de diferentes clases por toda España —dijo Luca—. Los del sur, de nuestras tierras cercanas a Sevilla, son los mejores para las fragancias. Las flores poseen un perfume muy dulce y el aceite se extrae de ellas. De las hojas y las ramitas se obtiene
petitgrain
y, de los frutos, aceite de naranja amarga.

—Perfecto. ¿Puedo hacer un pequeño pedido? —dijo Emma.

—Está siendo un buen año. —Luca le cogió la botella de vino a Olivier y volvió a llenar la copa de su madre antes de hacer otro tanto con la suya—. Tenemos producción más que suficiente para nuestros clientes habituales. ¿Dónde tiene el laboratorio?

—¿Laboratorio? —Emma se acordó de los laboratorios esterilizados en los que trabajaban en París y se rio—. Trabajo en la cocina de casa. No tengo espacio para todo el equipo: destiladoras, prensas, marcos para los pétalos… así que tendré que subcontratar.

—Sé de alguien que puede serle de utilidad —dijo Paloma—. ¿Qué me dices de Guillermo? —le preguntó a Luca—. He oído que su madre se retira.

Luca sonrió.

—Hablaré con él. —Miró a su madre—. ¿Qué le vamos a hacer si Emma quiere divertirse?

—¡Luca! —lo reprendió Paloma—. No puede decirse precisamente que esté jugando… Emma es una de las mejores perfumistas jóvenes que existen.

—Así pues, Emma —dijo Olivier, notando la tensión—. ¿Ha venido usted con su marido?

—No. He perdido a mi compañero.

—¡Qué despistada!

—Nos habíamos separado y entonces… —Daba vueltas al guardapelo—. Estaba en Nueva York, en el World Trade Center, durante los ataques.

El silencio se apoderó de los presentes.

—¡Cuánto lo siento! —dijo Paloma—. ¿Murió?

—Simplemente desapareció de la faz de la tierra. Es… —Emma se esforzó por explicarlo—. Durante un tiempo supongo que esperábamos que apareciera. Todavía me cuesta creerlo.

El rostro de Dolores se dulcificó.

—Lo del niño, ¿lo sabía?

Emma sacudió la cabeza.

—Joe estaba casado con otra por entonces.

—¡Pobrecita, usted sola…! —empezó a decir Olivier, y su comprensión hizo que a Emma se le llenaran los ojos de lágrimas. De repente tenía demasiado calor.

—Olivier… —Paloma le dio una patada por debajo de la mesa—. No es asunto nuestro.

—Estoy bien. Sé cuidarme sola… y cuidar al bebé. —Notó que Luca la estaba mirando desde el extremo de la mesa. Se había reclinado en la silla, con un codo apoyado en el otro brazo, sosteniendo la copa. A la luz de las velas su rostro tenía una suavidad que hasta aquel momento no había percibido.

—Vamos —dijo Olivier—. Todos necesitamos a alguien. —Le pasó un brazo por los hombros a Paloma—. Tal vez con el tiempo…

Emma negó con la cabeza.

—No. Yo era feliz. Pasé más de diez años buenos con Joe. Ahora tengo el bebé, un nuevo hogar. Estoy demasiado ocupada.

—¿Demasiado ocupada para enamorarse? —Olivier soltó una carcajada que rompió la tensión. Se tapó las orejas—. ¡No diga eso! Me está matando.

Paloma le besó la mejilla.

—¡El romántico de mi marido!

—¿Dónde vive? —le preguntó Olivier a Emma.

—En Villa del Valle.

—¿En serio? ¿Está loca?

—Eso parece que creen todos. —Se rio, aliviada por el cambio de tema.

—Esa casa se cae a pedazos. No estará viviendo en esas condiciones, ¿verdad?

—No está tan mal. Los albañiles que Luca me recomendó son muy amables. De hecho, me gusta su compañía. —Dolores comentó algo entre dientes y Emma miró la hora—. Será mejor que me vaya. He prometido que volvería para tomar algunas decisiones sobre la carpintería —mintió.

—Luca —dijo Paloma—. Acompañas en coche a Emma a casa, ¿no?

—No hace falta —dijo Emma—. Llamaré un taxi. Tengo el coche en el taller.

—Tendrá suerte si consigue un taxi ahora —dijo Luca—. No es ninguna molestia. Puedo dejarla de camino a casa.

Estuvieron un rato en silencio mientras el coche avanzaba en la oscuridad nocturna. Los faros iban iluminando los naranjos y las chumberas del borde de la carretera y, de vez en cuando, los ojos de algún animal. La calidez y la comodidad del Range Rover relajaron a Emma.

—Creía que vivía en la granja —le dijo a Luca.

—No todos los españoles viven con su madre. —La miró de reojo y sonrió—. No. Tengo una habitación en la casa, pero mi piso está en El Carmen.

—Me encanta esa zona de la ciudad. El museo es maravilloso.

—Los bares son buenos, realmente tranquilos. —Puso el equipo estéreo. Una guitarra flamenca tocaba suavemente y las notas redondas caían como piedras en aguas tranquilas, hipnóticas y sensuales.

Emma apoyó la cabeza en el respaldo. Se notaba agradablemente adormilada después de la copiosa comida. Era como si los costados oscuros del coche se contrajeran. Solía tener esa sensación cuando estaba cansada, como si su sentido del espacio se alterara, volviéndose fluido. Miró el perfil de Luca y se fijó en sus labios, carnosos y arqueados. Sentía su proximidad. Se acordó de Liberty, recitando el Cantar de los Cantares en el jardín: «Que me bese con los besos de su boca […] miel y leche hay debajo de su lengua…» Se preguntó ociosamente cómo sería besarlo. Él se volvió y sus ojos se encontraron.

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