—Seguro. No creo que
él
me ataque.
Tienes mucha razón, pensó Miles con pesar.
Metzov dio unos golpecitos a su intercomunicador de muñeca.
—Lo llamaré cuando haya terminado.
—Muy bien, señor. —La puerta se cerró con un susurro. De pronto la celda pareció muy pequeña. Miles flexionó las piernas y permaneció sentado sobre su jergón. Metzov lo contempló con satisfacción durante un buen rato y entonces se acomodó en el banco frente a él.
—Bien, bien —dijo el general con una leve sonrisa—. Vaya un giro del destino.
—Pensé que cenaría con el emperador —dijo Miles.
—Al ser una mujer, la comandante Cavilo se confunde un poco cuando se encuentra bajo presión. Cuando vuelva a calmarse comprenderá que necesita mi experiencia en los asuntos barrayaranos —respondió Metzov con tono mesurado.
En otras palabras no fuiste invitado
.
—¿Dejó al Emperador a
solas
con ella? —
¡Cuídate, Gregor!
—Gregor no es ninguna amenaza. Temo que su educación lo ha convertido en un hombre débil.
Miles se ahogó.
Metzov se reclinó y tamborileó con los dedos suavemente sobre la rodilla.
—Dime, alférez Vorkosigan, si es que sigues siendo el alférez Vorkosigan. Considerando que no existe justicia en el mundo, supongo que has conservado tu grado y tu paga. ¿Qué estás haciendo aquí?
Y con él
.
Miles tuvo la tentación de limitarse a recitar su nombre, su grado y su número de serie, pero Metzov ya los conocía. ¿El general era exactamente un enemigo? De Barrayar, por supuesto, no suyo en lo personal. ¿En la mente de Metzov estarían las dos cosas separadas?
—El emperador quedó separado de su escolta. Esperábamos comunicarnos con ellos aquí, a través del consulado barrayarano. —Listo. No había dicho nada que no fuese absolutamente obvio.
—¿Y de dónde venís?
—De Aslund.
—No te molestes en hacerte el idiota, Vorkosigan. Yo conozco Aslund. ¿Quién te envió allí? Y tampoco te molestes en mentirme. Puedo interrogar al capitán del carguero.
—No, no puede. Cavilo lo mató.
—¡Oh! —Hubo un destello de sorpresa, rápidamente reprimido—. Muy astuto de su parte. Era el único testigo que sabía dónde estabais.
¿Cavilo habría calculado eso al desenfundar el disruptor nervioso? Probablemente. Y, sin embargo, el capitán del carguero también era el único testigo que podía corroborar
de dónde
venían. Tal vez Cavilo no fuese tan formidable como parecía a primera vista.
—Te lo preguntaré otra vez —dijo Metzov con paciencia, por lo que Miles podía ver, contaba con todo el tiempo del mundo—, ¿cómo es que te encuentras aquí en compañía del emperador?
—¿Usted qué cree? —replicó Miles, ganando tiempo.
—Algún complot, por supuesto. —Metzov se encogió de hombros. Miles gimió.
—¡Oh, por supuesto! —Extendió las piernas con indignación—. ¿Y qué conspiración razonable podría hacernos venir hasta aquí solos, desde Aslund? Me refiero a que yo sé cómo fue, yo lo viví. ¿pero qué es lo que parece? —
A los ojos de un paranoico profesional, quiero decir
—. Me encantaría escucharlo.
—Bueno… —Metzov se sintió atraído a pesar de sí mismo—. De algún modo has alejado al emperador de su escolta. O bien planeas un elaborado asesinato o piensas poner en práctica alguna clase de control sobre él.
—Eso es lo que salta a la mente, ¿eh? —Miles se dejó caer contra la pared y emitió un gruñido.
—O tal vez estés en alguna misión diplomática secreta y deshonrosa. Alguna traición.
—De ser así, ¿dónde está la escolta de Gregor? —replicó Miles.
—Por lo tanto, queda demostrada mi primera hipótesis.
—En ese caso, ¿dónde está
mi
escolta? —gruñó Miles.
—Un complot de los Vorkosigan… No, tal vez el almirante no participe. Él controla a Gregor en casa.
—Gracias, estaba a punto de señalarle eso.
—Un complot retorcido de una mente retorcida. ¿Sueñas con convertirte en emperador de Barrayar, mutante?
—Será una pesadilla, se lo aseguro. Pregúntele a Gregor.
—En realidad no importa. El personal médico te exprimirá tus secretos en cuanto Cavilo dé la orden. En cierto sentido, es una pena que se hayan inventado sustancias que obligan a confesar. Me agradaría romper cada hueso de tu cuerpo hasta que hablaras. O gritaras. —Metzov esbozó una sonrisa—. Aquí no podrías ocultarte tras las faldas de tu padre, Vorkosigan. —Se tornó pensativo—. Tal vez lo haga, de todos modos. Un hueso por día, hasta acabar con el último.
Doscientos seis huesos en el cuerpo. Doscientos seis días. Illyan debería ser capaz de encontrarnos en ese lapso
. Miles sonrió tristemente.
Sin embargo, Metzov parecía demasiado cómodo para levantarse e iniciar su plan de inmediato. Esta conversación teórica no constituía un verdadero interrogatorio. Pero si no era para interrogarlo ni para vengarse torturándolo, ¿para qué se encontraba allí?
Su amante lo dejó fuera, se sintió solo y quiso a alguien conocido con quien hablar. Aunque fuera un enemigo conocido
. A pesar de ser extraño, era comprensible. Pero exceptuando la invasión de Komarr, era probable que Metzov nunca hubiese pisado Barrayar. Había pasado casi toda su vida en el submundo limitado, ordenado y pronosticable de la milicia imperial. Ahora ese hombre tan rígido estaba a la deriva, y nunca había imaginado que debería enfrentarse libremente a tantas decisiones. «Dios, el maníaco siente nostalgia.»
—Comienzo a pensar que sin proponérmelo puedo haberle hecho un favor —Comenzó Miles. Si Metzov tenía deseos de hablar, ¿por qué no alentarlo?—. No cabe duda de que Cavilo es mucho más atractiva que su comandante anterior.
—Lo es.
—¿La paga es mayor?
—Cualquiera paga más que el Servicio Imperial —observó Metzov.
—Y tampoco es tedioso. En la isla de Kyril todos los días eran iguales. Aquí uno nunca sabe lo que va a ocurrir. ¿O ella le confía sus planes?
—Soy esencial para ellos —respondió Metzov con cierta presunción.
—¿Un guerrero de alcoba? Pensé que era de infantería. ¿Ha decidido cambiar de especialidad, a su edad? Metzov esbozó una sonrisa.
—Ahora se está tornando obvio, Vorkosigan.
Miles se encogió de hombros.
En ese caso, soy lo único obvio que hay aquí
.
—Si mal no recuerdo, usted no tenía gran opinión de las mujeres soldados. Cavilo parece haberlo hecho cambiar de idea.
—Para nada. —Metzov se reclinó con orgullo—. En seis meses espero estar al mando de los Guardianes de Randall.
—¿Esta celda no está vigilada por monitores? —preguntó Miles alarmado, no porque le importasen los problemas que Metzov pudiera tener por abrir la boca, pero…
—En este momento no.
—¿Cavilo piensa retirarse?
—Existen muchas maneras de acelerar su retiro. El accidente fatal que ella preparó para Randall podría repetirse. O hasta podría encontrar un modo para acusarla de ello, ya que fue tan estúpida como para jactarse del crimen en la cama.
Ella no se jactaba. Te estaba poniendo sobre aviso, zopenco
. Miles casi se puso bizco al imaginar una charla de almohada entre Metzov y Cavilo.
—Ustedes dos deben tener mucho en común. No me extraña que se lleven tan bien,
El rostro de Metzov se tornó serio.
—Yo no tengo nada en común con esa perra mercenaria. Yo era un oficial imperial. —Metzov estaba furioso—. Treinta y cinco años. Me desperdiciaron. Bueno, ya descubrirán su error. —Miró su cronómetro—. Todavía no comprendo por qué estáis aquí. ¿Estás seguro de que no hay algo más que quieras decirme ahora, en privado, antes de ser inyectado y soltarlo todo a Cavilo?
Miles decidió que Cavilo y Metzov habían decidido emplear el viejo recurso de jugar al bueno y el malo. El único problema era que sus señales se habían confundido y accidentalmente ambos interpretaban el papel del malo.
—Si realmente quiere ayudar, lleve a Gregor al consulado barrayarano. O sólo envíe un mensaje diciendo que se encuentra aquí.
—A su debido tiempo, es posible que lo hagamos. Si los términos nos resultan satisfactorios. —Metzov estudió a Miles detenidamente. ¿Se sentiría tan confundido con el alférez como éste con el general? Después de un largo silencio, Metzov llamó al guardia por su intercomunicador y se retiró.
—Nos veremos mañana, Vorkosigan —fue su única amenaza al partir.
Yo tampoco comprendo el motivo de tu presencia aquí
, pensó Miles mientras se cerraba la puerta y zumbaba la cerradura. Era evidente que se estaba planeando alguna clase de ataque terrestre a escala planetaria. ¿Los Guardianes de Randall actuarían como cabeza de lanza para una fuerza invasora vervanesa? Cavilo se había reunido en secreto con un alto representante del Consorcio Jacksoniano. ¿Por qué? ¿Para garantizarse la neutralidad del Consorcio durante el inminente ataque? Esa posibilidad tenía mucho sentido, pero ¿por qué los vervaneses no lo habían negociado directamente? De ese modo podrían repudiar los acuerdos de Cavilo, si el globo se elevaba demasiado pronto.
¿Y quién o qué era el blanco? No podía ser la Estación del Consorcio, por supuesto, ni su pariente lejano el Conjunto Jackson. Sólo quedaban Aslund y Pol. Aslund era un callejón sin salida… y estratégicamente no resultaba muy tentador. Mejor era atacar a Pol primero, aislar a Aslund del Centro (con la ayuda del Consorcio) y devastar el planeta sin ninguna prisa. Pero Pol tenía a Barrayar detrás, y a éste nada le agradaría más que lograr una alianza con su nervioso vecino, consiguiendo de ese modo un punto de apoyo en el Centro Hegen. Un ataque directo haría que Pol se lanzase a los brazos de Barrayar. Eso dejaba a Aslund, pero…
Esto no tiene sentido
. Casi era más inquietante que la idea de que Gregor estuviese cenando solo con Cavilo. O el miedo al inminente interrogatorio químico.
Hay algo que no estoy viendo. Esto no tiene sentido
.
Durante todo el ciclo nocturno, el Centro Hegen dio vueltas en su cabeza con todas sus complejidades estratégicas. El Centro y las imágenes de Gregor. ¿Cavilo le habría puesto alguna droga en la comida? ¿Alimento para perros, como el de Miles? ¿Bistec con champaña? ¿Gregor estaba siendo torturado? ¿Seducido? Por la mente de Miles pasaban ondulantes las imágenes de Cavilo-Livia Nu vestida de rojo. ¿Estaría Gregor pasando un momento maravilloso? Miles suponía que el Emperador no tenía mucha más experiencia que él con las mujeres, pero hacía varios años que no estaba en contacto con él, y era posible que ahora hasta tuviese un harén. No, eso era imposible. De ser así Iván lo sabría y se lo habría comentado. Sin escatimar detalle. ¿Cuán sensible sería Gregor a un método muy antiguo de control mental?
El ciclo diurno fue pasando mientras Miles aguardaba el momento en que vendrían a buscarlo para someterlo a su primera experiencia en interrogatorios con sustancias químicas. ¿Qué pensarían Cavilo y Metzov al escuchar la extravagante odisea que los había llevado hasta allí? A unos intervalos interminables le sirvieron tres raciones de cuero, y luego las luces volvieron a menguar, marcando otra noche en la nave. Tres comidas y ningún interrogatorio. No había ningún ruido ni ninguna vibración sutil indicando que la nave había despegado y, por lo tanto, seguían posados sobre la Estación Vervain. Miles trató de cansarse caminando: dos pasos, un giro, dos pasos, un giro, dos pasos… Pero lo único que logró fue incrementar su hedor personal y marearse.
Pasó otro día y otra «noche» de luces bajas. Introdujeron otro desayuno por la abertura. ¿Trataban de alargar o comprimir el tiempo de forma artificial, confundiendo su reloj biológico para volverlo más dócil en el interrogatorio? ¿Por qué molestarse?
Miles se comió las uñas de las manos. Se comió las uñas de los pies. Extrajo unas pequeñas hebras verdes de su camisa y trató de limpiarse los dientes. Luego intentó realizar diminutas figuras verdes con unos nudos pequeñísimos. Entonces concibió la idea de tejer mensajes. ¿Podría escribir «socorro, soy un prisionero» en macramé y pegarlo en la espalda de la chaqueta de alguien por electricidad estática? Llegó a tejer una delicada telaraña con las letras S.O.C., pero enganchó el hilo con una uña al rascarse el mentón y su petición quedó reducida a una maraña ilegible. Miles extrajo otra hebra y empezó desde el principio.
El cerrojo parpadeó y zumbó. Miles sufrió un sobresalto y justo entonces comprendió que había caído en una fuga casi hipnótica mientras continuaba tejiendo. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Su visitante era Cavilo, muy prolija y profesional con su uniforme de los Guardianes. Un guardia se apostó en el corredor, y la puerta se cerró con ella dentro. Otra charla en privado, según parecía. Miles trató de ordenar sus pensamientos, de recordar lo que estaba tramando.
Cavilo se sentó frente a Miles, en el mismo sitio que antes había escogido Metzov. Sin embargo, su postura era un poco más indolente, inclinada hacia delante con las manos unidas sobre las rodillas, muy atenta y segura de sí misma. Miles se sentó con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared, sintiéndose notablemente en desventaja.
—Lord Vorkosigan, eh… —Ella ladeó la cabeza—. No tienes muy buen aspecto.
—El confinamiento no me sienta bien. —Después de tanto tiempo en silencio, su voz sonó áspera y Miles tuvo que detenerse para aclarar su garganta—. Tal vez una biblioteca de vídeo… —Su mente comenzó a funcionar—. O, mejor aún, un poco de ejercicio. —Lo cual lo sacaría de aquella celda y lo pondría en contacto con humanos sobornables—. Mis problemas de salud me obligan a un estilo de vida disciplinado. Si no hago algo de ejercicio, caeré muy enfermo.
—Mm… Ya veremos. —Ella se pasó una mano por el cabello y volvió a empezar—. Muy bien, lord Vorkosigan, háblame de tu madre.
—¿Eh? —Un giro realmente inesperado en un interrogatorio militar—, ¿Por qué?
Ella sonrió como congraciándose.
—Las historias de Greg han despertado mi interés. ¿Las historias de Greg? ¿El Emperador habría sido sometido a interrogatorio?
—¿Qué… qué desea saber?
—Bueno… tengo entendido que la condesa Vorkosigan es originaria de otro planeta, una betanesa que entró a formar parte de la aristocracia de Barrayar a través de su matrimonio.
—Los Vor son una casta militar.