La vaina esférica tenía poco más de un metro de diámetro. Miles tanteó a su alrededor. Le dolía el estómago y el oído por los puntapiés recibidos. Al fin sus manos temblorosas encontraron algo que parecía un tubo de luz. Lo apretó y el aparato le respondió con un repugnante resplandor verdoso.
El silencio era profundo, sólo interrumpido por el silbido del aire y su propia respiración agitada.
Bueno, esto es mejor que la última vez que alguien trató de lanzarme al espacio
. Tuvo varios minutos para imaginar todas las cosas que el
Ariel
podía hacer si decidía no recogerlo. Acababa de abandonar la posibilidad de que abriese fuego sobre él para pasar a concebir la idea de que lo abandonasen en la oscuridad, donde finalmente se asfixiaría, cuando de pronto él y su vaina fueron atrapados por un haz de tracción.
Evidentemente, el operador era bastante inexperto, pero después de varios minutos de manipulaciones, Miles comprendió que se encontraba a salvo en una antecámara de compresión. Oyó una escotilla que se abría y varias voces humanas. Un momento después, el globo idiota comenzó a rodar. Miles aulló y se acurrucó para no golpearse hasta que el movimiento se detuvo. Entonces se sentó e inspiró profundamente, tratando de alisarse el uniforme.
Se oyeron unos golpes apagados contra la tela de la vaina.
—¿Hay alguien ahí dentro?
—¡Sí! —respondió Miles.
—Un minuto…
Unos chirridos y ruidos metálicos le indicaron que se estaban rompiendo los sellos. La vaina comenzó a desinflarse mientras escapaba el aire de su interior. Miles se abrió paso entre los pliegues y emergió tembloroso, con menos gracia y dignidad que un polluelo recién nacido.
Se encontraba en una pequeña bodega de carga. Los soldados de uniforme gris y blanco lo rodeaban, apuntándole a la cabeza con aturdidores y disruptores nerviosos. Un oficial delgado, con insignia de capitán, lo observaba emerger con un pie apoyado sobre una caja.
Si uno se guiaba por el pulcro uniforme del oficial o por su cabellera castaña, no sabía si estaba viendo a un hombre delicado o a una mujer extraordinariamente resuelta. Esta ambigüedad no era causal; Bel Thorne era un hermafrodita betanés, minoría descendiente de un experimento genético-social efectuado hacía siglos. La expresión de Thorne fue cambiando del escepticismo a la sorpresa al verlo aparecer.
Miles le sonrió.
—Hola, Pandora. Los dioses te han enviado un obsequio. Pero hay una dificultad.
—¿No la hay siempre? —Con el rostro iluminado de alegría, Bel Thorne se acercó a Miles para estrecharlo por la cintura con entusiasmo—. ¡Miles! —Thorne lo apartó y miró su rostro con avidez—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Supuse que preguntarías eso —suspiró Miles.
—¿Y qué estás haciendo con el uniforme de los Guardianes?
—Por Dios, me alegra que no seas de los que disparan primero y preguntan después. —Miles levantó los pies y salió de la vaina. Algo indecisos, los soldados continuaban apuntándoles—. Eh… —Miles los señaló.
—Bajad las armas, muchachos —ordenó Thorne—. Todo está bien.
—Quisiera que eso fuese cierto —dijo Miles—, Tenemos que hablar, Bel.
Al igual que todo lo referido a los mercenarios, Miles se encontró con que en la cabina de Thorne a bordo del
Ariel
había una combinación de cambios y cosas familiares. Las formas, los sonidos y los olores de la nave le provocaban cataratas de recuerdos. La cabina del capitán estaba atestada con las pertenencias personales de Bel: una biblioteca en vídeo, armas, recuerdos de campaña como una armadura espacial semifundida que había salvado su vida, ahora convertida en una lámpara, y una pequeña jaula con una exótica mascota terrestre a la cual Thorne llamaba «hámster».
Mientras bebían té de verdad, no del sintético, Miles narró la versión que el almirante Naismith tenía de la realidad, muy similar a la que había brindado a Oser y a Tung. Habló sobre la misión de evaluación en el Centro, sobre su misterioso jefe, etcétera. Por supuesto que evitó mencionar a Gregor y también a Barrayar; Miles Naismith hablaba con el más puro acento betanés. Aparte de eso. Miles relató con toda la veracidad posible sus vicisitudes con los Guardianes de Randall.
—Así que el teniente Lake ha sido capturado por nuestros rivales —dijo Thorne al escuchar la descripción del teniente rubio que Miles había visto en la cárcel del
Kurin
—. Es uno de nuestros mejores hombres, pero… será mejor que volvamos cambiar nuestras claves.
—Creo que sí. —Miles dejó su taza y se inclinó hacia delante—. Mi empleador no sólo me autorizó a observar, sino también, de ser posible, a prevenir una guerra en el Centro Hegen. —Bueno, algo así—. Me temo que ya no sea posible. ¿Cómo ves tú la situación?
Thorne frunció el ceño.
—Despegamos hace cinco días. Fue entonces cuando los aslundeños implantaron esta rutina de inspección para el aterrizaje. Todas la naves pequeñas debieron entrar en servicio. Con la estación militar a punto de inaugurarse, nuestros jefes comienzan a estar más nerviosos por la posibilidad de un sabotaje, bombas, armas biológicas…
—No lo discutiré. ¿Y qué hay de los asuntos internos de la flota?
—¿Te refieres a los rumores sobre tu muerte, tu vida, y/o tu resurrección? Se oyen por todas partes, en catorce versiones diferentes. Las he desestimado. Ya había ocurrido otras veces, ¿sabes? Pero entonces Oser arrestó a Tung.
—¿Qué? —Miles se mordió el labio—. ¿Sólo a Tung? ¿No a Elena, a Mayhew o a Chodak?
—Sólo a Tung.
—Eso no tiene sentido. Si arrestó a Tung, debe de haberlo interrogado químicamente, y él tiene que haber delatado a Elena. A menos que la hayan dejado libre como carnada.
—Las cosas se pusieron muy tensas cuando arrestaron a Tung. A punto de explotar. Creo que si Oser hubiese hecho algo contra Elena y Baz, la guerra se habría iniciado en ese momento. Sin embargo, aún no ha soltado a Tung. Todo está muy inestable. Oser se está ocupando de mantener apartado al antiguo grupo, es por eso que he estado aquí toda una maldita semana. Pero la última vez que vi a Baz estaba lo bastante nervioso como para presentar batalla. Aunque eso era lo último que hubiese deseado hacer.
Miles exhaló lentamente.
—Una batalla… Eso es exactamente lo que quiere la comandante Cavilo. Por eso me lanzó así, envuelto para regalo. «La Vaina de la Discordia». No le importa si gano o pierdo, siempre y cuando sus fuerzas enemigas se encuentren en medio del caos para cuando ella tenga lista su
sorpresa
.
—¿Ya has deducido cuál puede ser la sorpresa?
—No. Los Guardianes se estaban preparando para alguna clase de ataque terrestre. El hecho de que me enviaran aquí sugiere que apuntan hacia Aslund, en contra de toda estrategia lógica. Aunque podría tratarse de otra cosa. La mente de esa mujer es increíblemente retorcida. —Miles se golpeó el puño contra la palma en un acceso nervioso—. Tengo que hablar con Oser. Y esta vez tendrá que escucharme. Lo he pensado bien. Creo que nuestra única posibilidad puede radicar en la cooperación entre nosotros. Cavilo no se lo esperaría jamás, eso no figura en su estrategia. ¿Estás dispuesto a comunicarme con él, Bel?
Thorne frunció los labios.
—Desde aquí, sí. El
Ariel
es la nave más rápida de la flota. De ser necesario podré escapar a su represalia. —Thorne sonrió.
¿Debemos correr hacia Barrayar?
¡No…! Cavilo todavía tenía a Gregor, era mejor aparentar que seguía sus instrucciones. Por un tiempo, al menos.
Miles inspiró profundamente y se acomodó con firmeza en el sillón de la cabina de mando del
Ariel
. Se había lavado y llevaba un uniforme mercenario gris y blanco perteneciente a la mujer más pequeña de la nave. Llevaba los pantalones metidos dentro de las botas, que casi le sentaban bien. La chaqueta abierta le caía bastante bien cuando estaba sentado. Más tarde le harían las modificaciones pertinentes. Miles miró a Thorne y asintió con la cabeza.
—Muy bien. Abre el canal.
Un zumbido, un centelleo y el rostro de halcón del almirante Oser se materializó en la pantalla.
—Sí, ¿qué ocurre…? ¡Usted! —Oser apretó los dientes, y su mano comenzó a pulsar las llaves de la consola.
Esta vez no puede lanzarme al espacio pero sí puede cortar la comunicación
. Tenía que hablar rápido.
Miles se inclinó hacia delante y sonrió.
—Hola, almirante Oser. He completado mi evaluación de las fuerzas vervanesas en el Centro Hegen. Y mi conclusión es que usted se encuentra en graves problemas.
—¿Cómo ha logrado introducirse en este canal codificado? ¡Oficial de comunicaciones, rastree esto!
—Usted mismo podrá determinar cómo en pocos minutos. Pero tendrá que mantenerme en la línea hasta entonces —dijo Miles—. Sin embargo, su enemigo se encuentra en la Estación Vervain, no aquí. No está en Pol ni en el Conjunto Jackson. Y lo que realmente puedo asegurarle es que no soy yo. Note que he dicho en la Estación Vervain, no en Vervain. ¿Conoce a Cavilo?
—La he visto una o dos veces. —Ahora el rostro de Oser mostraba cautela, esperando el Informe de su equipo técnico.
—¿La que tiene el rostro de ángel y la mente de una zorra rabiosa?
Los labios de Oser esbozaron una leve sonrisa.
—Veo que la ha conocido.
—Oh, sí, ella y yo mantuvimos varias conversaciones íntimas. Fueron… instructivas. La información es la mejor mercancía del Centro en este momento. O al menos la mía lo es. Quiero negociar.
Oser alzó la mano pidiendo una pausa y desconectó la línea por unos instantes. Cuando su rostro regresó, mostraba una expresión sombría.
—¡Capitán Thorne, esto es un motín! Thorne se agachó para introducirse en el campo de la transmisión y dijo con vivacidad:
—No, señor. Estamos tratando de salvar su cuello desagradecido. Escuche a este hombre. Tiene conexiones que nosotros no tenemos.
—Ya lo creo que tiene conexiones —dijo Oser; y agregó en voz baja—: Malditos betaneses, siempre se juntan…
—Ya sea que usted luche contra mí o que yo luche contra usted, ambos perderemos —dijo Miles rápidamente.
—Usted no podrá vencer —dijo Oser—. No podrá llevarse mi flota. No con el
Ariel
.
—El
Ariel
sólo es un punto de partida, en todo caso. Pero no es probable que no pueda vencer. Lo que puedo hacer es complicar mucho las cosas: dividir sus fuerzas, ocasionarle problemas con quienes lo contrataron… Cada munición gastada, cada equipo dañado, cada soldado herido o muerto es una
pérdida
en una batalla interna como ésta. Sólo ganaría Cavilo, quien no gasta nada. Para eso me envió aquí. ¿En qué le beneficiaría hacer precisamente lo que su enemigo desea que haga, eh?
Miles aguardó conteniendo la respiración. La mandíbula de Oser se movía, masticando sus apasionadas palabras.
—¿En qué se beneficiará usted? —preguntó al fin.
—Ah, me temo que soy la variable peligrosa en esa ecuación, almirante. No me encuentro en ella para lograr beneficios. —Miles sonrió—. Por lo tanto no me importa lo que destruya.
—Cualquier información que haya obtenido de Cavilo no vale una mierda —dijo Oser.
Comienza a negociar. Ha picado, ha picado
…
Miles reprimió su alborozo y mostró una expresión muy seria.
—Cualquier cosa que diga Cavilo debe ser examinada con gran cuidado. Pero… he encontrado su lado vulnerable.
—Cavilo no tiene ningún lado vulnerable.
—Sí que lo tiene. Su pasión por las cosas útiles. Su egoísmo.
—No alcanzo a ver cómo eso la vuelve vulnerable.
—Precisamente por eso necesita incorporarme a su equipo de inmediato. Necesita mi punto de vista.
—¡Contratarlo! —exclamó Oser perplejo.
Bueno, al menos había logrado sorprenderlo. En cierto sentido era un objetivo militar.
—Según tengo entendido, el puesto de jefe táctico y de estado mayor se encuentra vacante.
La expresión de Oser pasó de la perplejidad a la confusión, y de allí a la furia.
—Está loco.
—No, sólo tengo mucha prisa. Almirante, no ha habido ningún enfrentamiento irrevocable entre nosotros. Aún. Usted me atacó, y ahora espera que yo contraataque. Pero no me encuentro de vacaciones y no tengo tiempo para perderlo en cuestiones personales, como lo sería la venganza.
—¿Y qué hay de Tung? —preguntó Oser. Miles se encogió de hombros.
—Manténgalo encerrado por ahora, si insiste en ello. Sin hacerle daño, por supuesto. —
Pero no le comente que se lo dije
.
—Supongamos que lo cuelgo.
—Ah…
Eso
sería irrevocable. —Miles se detuvo—. Quiero señalarle que encerrar a Tung es como cortarse la mano derecha antes de entrar en batalla.
—¿Qué batalla? ¿Con quién?
—Es una sorpresa de Cavilo. Aunque estaría dispuesto a compartir un par de ideas que tengo al respecto.
—¿De veras? —Oser mostraba esa misma expresión de sorber un limón que Miles había visto algunas veces en el rostro de Illyan. Era casi hogareño.
Miles continuó:
—Si no desea emplearme, le propongo la alternativa de emplearlo yo a usted. Estoy autorizado a ofrecerle un contrato de buena fe, con todos los emolumentos acostumbrados, equipos de reemplazo, seguros, todo a cargo de mi… empleador. —
Illyan, escucha mi plegaria
—. No entraría en conflicto con los intereses aslundeños. Podrá cobrar dos veces por la misma pelea, y ni siquiera tendrá que cambiar de bando. El sueño de un mercenario.
—¿Qué garantías puede ofrecer?
—Me parece que soy yo quien debe pedir garantías, señor. Comencemos poco a poco. Yo no iniciaré un motín; y usted dejará de intentar arrojarme por las escotillas. Me reuniré con usted y le transmitiré mi información. —Qué endeble parecía esta «información» en medio de tantas promesas vagas. Ni cifras, ni movimientos de tropas; todo quedaba en
intenciones
, cambiantes topografías mentales de lo que era lealtad, ambiciones y traición—. Conversaremos, Incluso es posible que usted aporte algo viendo las cosas desde otro ángulo. Entonces decidiremos qué hacer.
Oser apretó los labios. En parte estaba persuadido, pero sentía una profunda desconfianza.
—Quiero señalarle —dijo Miles— que el riesgo personal es más mío que suyo.
—Creo…
Miles contuvo el aliento mientras aguardaba las palabras del mercenario.