El juego de los Vor (3 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: El juego de los Vor
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—Si es eso lo que dicen, lo son.

—¿Usted… usted es consciente de que lo único que he estudiado en relación con el clima ha sido meteorología aeronáutica?

—Lo soy —El mayor no se delataba en nada.

Miles se detuvo. El hecho de que Cecil hubiese enviado fuera a su secretario era una clara señal de que esta conversación iba a ser franca.

—¿Se trata de alguna clase de castigo? —En la pregunta subyacía otra cuestión: «¿Qué le hecho yo a usted?»

—Escuche alférez. —La voz de Cecil era suave—. Es una asignación perfectamente normal. ¿Estaba esperando una extraordinaria? Mi tarea es combinar los pedidos de personal con los candidatos disponibles. Cada solicitud debe ser cubierta por alguien.

—Cualquier graduado de la escuela técnica hubiese podido hacerse cargo de ésta. —Con un esfuerzo, Miles evitó el tono amenazante en su voz y abrió los puños—. Mejor que yo. No requiere un cadete de la Academia.

—Eso es cierto —le concedió el mayor.

—¿Entonces, por que? —estalló Miles. Su voz sonó más fuerte de lo que él había pretendido.

Cecil suspiró y enderezó la espalda.

—Usted bien sabe, Vorkosigan, que ha sido el cadete más atentamente observado en la historia de esta Academia, con excepción del emperador Gregor en persona.

Miles asintió con la cabeza.

—Y al observarlo he notado que, a pesar de su gran talento en ciertas áreas, también ha demostrado ciertas flaquezas crónicas. Y no me estoy refiriendo a sus problemas físicos, por los cuales todos menos yo pensaron que no lograría terminar el primer año… Eso es algo que ha logrado manejar con sorprendente sensatez.

Miles se encogió de hombros.

—El dolor es desagradable, señor. Yo no le rindo homenaje.

—Muy bien. Pero su más grave problema crónico se encuentra en el área de… cómo expresarlo con claridad… de la subordinación. Usted discute demasiado.

—No es verdad —comentó Miles con indignación, pero entonces cerró la boca.

Cecil esbozó una sonrisa.

—Justamente. Con su irritante hábito de tratar a sus superiores como a… —Cecil se detuvo, aparentemente para buscar la palabra apropiada otra vez.

—¿Iguales? —aventuró Miles.

—Ganado —le corrigió Cecil juiciosamente—. Para ser conducido a su voluntad. Usted es un manipulador
par excellence
, Vorkosigan. Lo he estado estudiando durante tres años, y su dinámica de grupo es fascinante. Se encuentre al mando o no, de alguna manera siempre termina siendo su idea la que se lleva a cabo.

—¿He sido tan… tan irrespetuoso, señor? —Miles sintió un escalofrío en el estomago.

—Al contrario. Considerando sus antecedentes, lo que sorprende es que logre ocultar tan bien esa veta algo arrogante. —El tono de Cecil se tornó por fin grave—. Pero, Vorkosigan… la Academia Imperial no lo es todo en el Servicio Imperial. Aquí usted se ha hecho estimar por sus camaradas, porque en este sitio se le otorga gran importancia a la inteligencia. Lo han escogido primero para cualquier grupo estratégico por el mismo motivo que le han elegido último para cualquier competencia puramente física… Esos jóvenes brillantes querían ganar. Siempre. Costara lo que costase.

—¡Yo no puedo ser una persona común y sobrevivir, señor!

Cecil ladeó la cabeza.

—Estoy de acuerdo. Sin embargo, en algún momento debe aprender a comandar hombres comunes. ¡Y a ser comandando por ellos!

«Esto no es un castigo, Vorkosigan, y tampoco lo considero una broma. De mi decisión no sólo dependen las vidas de nuestros oficiales novatos, sino también las de los inocentes que yo pongo a sus órdenes. Si cometo un grave error al destinar a un hombre para determinado puesto, no sólo lo expongo a él, sino a todos los que le rodean. Ahora bien, dentro de seis meses (siempre que no se produzca ninguna invasión inesperada), el Astillero Orbital Imperial terminará de poner en servicio activo al
Prince Serg
.

Miles contuvo el aliento.

—Así es. —Cecil asintió con la cabeza—. La nave más nueva, rápida e implacable que su Majestad Imperial jamás ha lanzado al espacio. Y la de más alcance. Permanecerá fuera durante períodos más largos que ninguna otra nave y, por lo tanto, los que se encuentren a bordo tendrán que convivir durante todo ese tiempo. El Alto Mando está prestando cierta atención a los perfiles psíquicos en este caso. Ya era hora.

»Ahora escuche. —Cecil se inclinó hacia delante. Miles lo imitó con expresión reflexiva—. Si logra comportarse debidamente durante sólo seis meses en un puesto aislado y solitario… Para decirlo de forma directa, si logra manejarse con el Campamento Permafrost, admitiré que es capaz de desenvolverse en cualquier otro destino que el Servicio le asigne. Y apoyaré su solicitud para ser transferido al
Prince
. Pero si no se comporta, no habrá nada que yo ni nadie más pueda hacer por usted. Ahóguese o nade, alférez.

Volar
, pensó Miles.
Quiero volar
.

—Señor… ¿Exactamente cuán malo es ese lugar?

—No quisiera predisponerlo, alférez Vorkosigan —dijo Cecil con piedad.

Yo también le quiero mucho, señor
.

—Pero… ¿infantería? Mis limitaciones físicas no me impedirán prestar servicio si se tienen en cuenta, pero no puedo fingir que no existen. Para eso sería mejor saltar sobre una pared, destruirme inmediatamente y ahorrarle tiempo a todos. —
Maldita sea ¿par qué me dieron una de las educaciones más costosas de Barrayar si de todos modos pensaban matarme?
—. Siempre di por sentado que serían tomadas en cuenta.

—Oficial de meteorología es una especialidad técnica, alférez —tranquilizó el mayor—. Nadie le arrojará una mochila encima para aplastarlo. Dudo de que en el Servicio exista un oficial dispuesto a explicarle su muerte al almirante. —Su voz se enfrió un poco—. Su Excelencia, el Mutante.

Cecil no parecía prejuicioso, sólo lo ponía a prueba. Como siempre. Miles inclinó la cabeza.

—Lo que quizá llegue a ser, para los mutantes que vengan después de mí.

—Ya ha deducido eso, ¿verdad? —De pronto la mirada de Cecil mostraba cierta aprobación.

—Hace años, señor.

—Hmm… —Cecil esbozó una sonrisa, bajó del escritorio, avanzó hacia él y tendió la mano—. Entonces que tenga suerte, lord Vorkosigan.

Miles se la estrechó.

—Gracias, señor. —Revisó los permisos de viaje que tenia en la mano, ordenándolos.

—¿Cuál es su primera parada? —preguntó Cecil.

Lo ponía a prueba otra vez. Debía ser un maldito reflejo.

—Los archivos de la Academia —respondió de improviso.

—¡Ah!

—Para recibir el manual meteorológico del Servicio. Y material suplementario.

—Muy bien. De paso, su predecesor en el puesto permanecerá allí algunas semanas para ayudarlo a orientarse.

—Me alegra en extremo escuchar eso, señor —dijo Miles con sinceridad.

—No tratamos de hacérselo imposible alférez.

Sólo muy difícil
, pensó Miles

—También me alegra saber eso, señor. —El saludo de Miles al despedirse fue casi subordinado.

Miles recorrió ese último tramo hasta la isla Kyril en un gran transporte aéreo de carga junto a un aburrido piloto y ochenta toneladas de provisiones. durante casi todo su solitario viaje, se dedicó a estudiar frenéticamente meteorología. Como el vuelo sufrió largas demoras en las dos últimas paradas de carga, para cuando la nave se detuvo en la Base Lazkowski descubrió que se encontraba mucho más adelantado de lo que había creído en sus estudios.

Las compuestas de carga se abrieron para dejar paso a la luz aguada de un sol que pendía malhumorado cerca del horizonte. La brisa estival elevaba la temperatura apenas unos cinco grados sobre el punto de congelación. Los primeros soldados que miles vio eran hombres en overoles negros con cargadores, conducidos por un cabo de aspecto cansado, quien fue al encuentro de la nave.

No podía haber nadie especialmente destacado para recibir a un nuevo oficial de meteorología. Miles se encogió de hombros dentro de su abrigo esquimal y se acercó a ellos.

Dos de los hombres vestidos de negro lo observaron saltar de la rampa y comentaron algo entre ellos en griego barrayarano, un dialecto menor de origen terráqueo, completamente envilecido durante las centurias de la Era del Aislamiento. Fatigado por el viaje y movido por aquellas expresiones tan familiares en sus rostros, Miles tomó la firme decisión de ignorar cualquier cosa que le dijesen mediante el simple recurso de fingir que desconocía su idioma. De todos modos, Plause siempre decía que su pronunciación griega era execrable.


Fíjate en eso, ¿quieres? Parece un muchacho


Sabía que nos estaban enviando a pichones de oficiales, pero esto es demasiado.

—No, no es ningún muchacho. Es una especie de enano. La partera si que erró el golpe con ése. ¡Míralo, es un mutante!

Con un esfuerzo, Miles impidió que sus ojos se volviesen hacia los comentaristas. Cada vez más seguros de que no eran comprendidos, sus voces abandonaron el susurro para alcanzar un volumen normal.


¿Y entonces que está haciendo de uniforme, eh?


Tal vez sea nuestra nueva mascota
.

Los ancestrales miedos genéticos estaban tan sutilmente arraigados, eran tan penetrantes incluso ahora… Uno podía morir a manos de gente que ni siquiera sabía muy bien por qué te odiaba, gente que sólo se dejaba llevar por la agitación colectiva que alimentaban unos en otros. Miles sabía muy bien que siempre había estado protegido por el alto grado de su padre, pero a las personas diferentes que eran menos afortunadas en la sociedad podían ocurrirles cosas horribles. Había tenido lugar un incidente espantoso dos años atrás en la Ciudad Antigua de Vorbarr Sultana. Un viejo tullido e indigente había sido castrado por una pandilla de ebrios con una botella de vino rota. Un infanticidio reciente en el propio distrito de los Vorkosigan lo había golpeado aún más de cerca. Sí, la buena posición social o militar tenía sus ventajas. Miles se proponía adquirirla hasta donde le fuese posible antes de que fuera demasiado tarde.

Miles levantó las solapas de su abrigo para que se viesen con claridad las insignias del cuello que lo señalaban como oficial.

—Hola, cabo. Tengo instrucciones de presentarme ante cierto teniente Ahn, el oficial de meteorología de la base. ¿Me podría indicar donde encontrarlo?

Miles aguardó un instante, esperando que el cabo le presentase su saludo. Éste tardó en llegar, ya que el hombre no dejaba de mirarlo con expresión aturdida. Al final cayó en la cuenta de que Miles realmente podía ser un oficial.

Algo tardíamente, le hizo la venia.

—Discúlpeme, eh… ¿qué fue lo que dijo, señor?

Miles le devolvió el saludo con expresión imperturbable y repitió sus palabras suavemente.

—Ah, el teniente Ahn, si. Por lo general se refugia…, quiero decir, por lo general se encuentra en su oficina. En el principal edificio administrativo. —El cabo alzó el brazo para señalar una construcción prefabricada de dos pisos, que se alzaba tras una hilera de depósitos semienterrados al borde de la pista, quizás a un kilómetro de distancia—. No tiene pérdida. Es el edificio más alto de la base.

Y además, notó Miles, claramente marcado por la colección de aparatos que surgían de su techo. Muy bien.

Ahora, ¿debía entregar su mochila a esos imbéciles y rezar para que lo siguieran, dondequiera que fuese? ¿O interrumpir su trabajo y ordenar una cargadora para transportar su equipaje? Tuvo una breve visión de sí mismo erguido en la proa de esa cosa como el mascarón de un barco, rodando hacia su encuentro con el destino junto con media tonelada de ropa interior térmica, larga, dos docenas por caja, modelo nº 6774932. Decidió colgarse al hombro sus pertrechos y caminar.

—Gracias, cabo.

Se alejó en la dirección indicada, demasiado consciente de su cojera y de las fajas de refuerzo que ceñían sus piernas bajo los pantalones, soportando el peso extra. La distancia resultó ser mayor de lo que parecía, pero Miles tuvo cuidado de no detenerse ni tropezar hasta que estuvo oculto detrás del primer depósito.

La base parecía casi desierta. Por supuesto. La mayor parte de su población la formaban soldados de entrenamiento que iban y venían en dos turnos por invierno. Ahora sólo se encontraba allí la dotación permanente, y Miles podía apostar que casi todos ellos tomaban largas licencias durante este breve verano de descanso. Miles se detuvo jadeante dentro del edificio administrativo sin haberse cruzado con nadie.

El aparato donde se mostraba el Directorio y el Plano General, según rezaba un cartel escrito a mano y pegado sobre su pantalla, estaba estropeado. Miles avanzó por el primer y único pasillo que había a su derecha, buscando una oficina ocupada, cualquier oficina ocupada. La mayor parte de las puertas estaban cerradas, pero no con llave, y las luces estaban apagadas. Una oficina rotulada como «Contabilidad Gral.» albergaba a un hombre en traje de faena negro, con insignias rojas de teniente en el cuello, totalmente absorto en su holovídeo, que estaba proyectando una larga columna de datos. El hombre murmuraba maldiciones.

—Oficina de Meteorología. ¿Donde queda? —preguntó Miles asomado a la puerta.

—Dos. —El teniente señaló hacia arriba sin volverse, se inclinó aún más hacia la pantalla y reanudó sus maldiciones.

Miles se alejó de puntillas para evitar molestarlo.

Al fin la encontró en el segundo piso, una puerta cerrada marcada con unas letras descoloridas. Miles se detuvo afuera, depositó su mochila en le suelo y colocó el abrigo doblado sobre ella. Entonces inspeccionó sus ropas. Catorce horas de viaje habían deteriorado sus prolijidad inicial. No obstante, había logrado que su uniforme verde no mostrase manchas de lodo, de comida ni de ninguna otra cosa impropia. Aplastó el birrete y lo sujetó con precisión bajo el cinturón. Había atravesado medio planeta, media vida para llegar a este momento. Atrás habían quedado tres años de febril entrenamiento. Sin embargo, los años de la Academia siempre habían tenido un vago aire de simulación, de «solo estamos practicando»; ahora, al fin, se encontraba frente a frente con la realidad, con su primer verdadero «comandante en jefe». La primera impresión podía resultar vital, especialmente en su caso. Miles inspiró profundamente y golpeó la puerta.

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