El juego de los Vor (45 page)

Read El juego de los Vor Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: El juego de los Vor
8.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

—En algunos momentos yo ni siquiera recordaba en qué estación espacial estaba —dijo Miles con la boca llena de crema—. Las comerciales son otra cosa cuestión, con todos sus lujos, pero las estaciones del Centro Hegen tienden a ser utilitarias.

Conversaron un rato sobre los acontecimientos recientes en el Centro Hegen. Gregor se iluminó al enterarse de que Miles tampoco había emitido una verdadera orden de batalla en el salón táctico del
Triumph
, salvo para manejar la crisis de seguridad interna que le delegara Tung.

—La mayoría de los oficiales terminan su trabajo cuando comienza la acción —le aseguró Miles—. Cuando dispones de un buen ordenador táctico, y si tienes suerte de contar con un hombre con buena nariz, será mejor que mantengas las manos en los bolsillos. Yo tenía a Tung; tú tenías a… bueno…

—Y tenía unos bolsillos bien profundos —prosiguió Gregor—. Aún lo estoy pensando. Hasta que hubo pasado todo y visité la enfermería, parecía casi irreal. Sólo entonces comprendí que tal o cual punto de luz significaba que el brazo de un hombre se había perdido y que los pulmones de otro habían dejado de funcionar.

—Hay que tener mucho cuidado con esas pequeñas luces. Cuentan grandes mentiras si las dejas —dijo Miles. Entonces comió otro almibarado bocado con café, se detuvo y observó—: No le dijiste a Illyan la verdad sobre tu pequeña caída del balcón, ¿verdad? —Era una observación, no una pregunta.

—Le dije que estaba ebrio y que caí. —Gregor observó las flores—. ¿Cómo lo supiste?

—No habla de ti con el terror oculto en los ojos.

—Ahora está un poco más… permisivo. No quiero estropearlo todo. Tú tampoco se lo dijiste, y te lo agradezco.

—De nada. —Miles bebió más café—. Hazme un favor a cambio. Habla con una persona.

—¿Con quién? No será con Illyan. Ni con tu padre.

—¿Qué te parece mi madre?

—Mm. —Gregor comió un bocado de su pastel, sobre el cual había estado trazando surcos con el tenedor.

—En todo Barrayar, es posible que ella sea la única en anteponer automáticamente a Gregor, el hombre, sobre Gregor, el Emperador. Creo que todas nuestras jerarquías son como una ilusión óptica para ella. Y tú sabes que puede guardar un secreto.

—Lo pensaré.

—No quiero ser el único que… El único. Sé cuándo estoy en aguas demasiado profundas.

—¿De veras? —Gregor alzó las cejas y esbozó una sonrisa.

—Oh, sí. Es sólo que por lo general no lo dejo saber.

—Muy bien, lo haré —dijo Gregor. Miles aguardó.

—Tienes mi palabra —agregó Gregor. Miles se sintió inmensamente aliviado.

—Gracias. —Observó un tercer trozo de pastel; estaba realmente exquisito—. ¿Te sientes mejor ahora?

—Mucho mejor, gracias. —Gregor regresó a la tarea de trazar surcos sobre la crema.

—¿De veras?

Líneas cruzadas.

—No lo sé. A diferencia de ese pobre tío al que hicieron desfilar fingiendo que era yo, no me ofrecí como voluntario para esto.

—Todos los Vor somos reclutas, en ese sentido.

—Cualquier otro Vor podría escapar sin que nadie lo notase.

—¿No me extrañarías un poco? —se quejó Miles. Gregor emitió una risita. Miles miró a su alrededor—. No parece un puesto tan difícil, comparado con la isla Kyril.

—Prueba a estar solo en la cama a medianoche, preguntándote cuándo tus genes comenzarán a generar monstruos en tu mente. Como el tío abuelo Yuri el Loco. O como el Príncipe Serg. —Le dirigió una mirada penetrante.

—Me enteré de los… problemas del Príncipe Serg —dijo Miles con cautela.

—Todos parecen haberlo sabido. Excepto yo.

Así que
eso
había sido lo que desencadenara la depresión que había resultado en un primer intento de suicidio. Llave y cerradura, ¡click! Miles trató de no mostrarse triunfante ante aquella repentina revelación.

—¿Cuándo lo averiguaste?

—Durante la conferencia de Komarr. Ya antes había escuchado insinuaciones, pero las deseché como propaganda enemiga.

Entonces, el ballet del balcón había sido una respuesta inmediata a la conmoción, Gregor no había tenido a nadie con quien desahogarse…

—¿Es cierto que se dedicaba a torturar…?

—No todo lo que se dice sobre el Príncipe Serg es cierto —lo interrumpió Miles rápidamente—. Aunque la verdad es… bastante terrible. Mamá lo sabe. Ella fue testigo de cosas dementes en la invasión de Escobar que ni siquiera yo sé. Pero ella te lo dirá. Pregúntaselo directamente, y te responderá del mismo modo.

—Eso parece ser un rasgo de familia —observó Gregor.

—Ella te contará lo diferente que eres de él; y de todos modos jamás he escuchado que hubiera nada malo en la sangre de tu madre. Es probable que yo tenga tantos genes de Yuri el Loco como tú, en todo caso.

Gregor sonrió.

—¿Se supone que eso debe tranquilizarme?

—Mm. Al menos no debes sentirte solo.

—Tengo miedo del poder… —confesó Gregor en voz baja y contemplativa.

—Tú no tienes miedo del poder: tienes miedo de lastimar a la gente si ejerces ese poder —dedujo Miles de pronto.

—Ajá. Casi das en el blanco.

—¿Casi?

—Tengo miedo de llegar a disfrutar. Del dolor ajeno. Como
él
.

Se refería al Príncipe Serg. Su padre.

—Tonterías —dijo Miles—. Durante años observé cómo mi abuelo trataba de hacerte disfrutar con la caza. Llegaste a ser bueno, supongo que porque era tu deber como Vor, pero estabas a punto de vomitar cada vez que herías a una bestia sin matarla y debíamos perseguirla para darle caza. Es posible que albergues alguna otra perversión, pero no el sadismo.

—Lo que he leído… y escuchado —dijo Gregor— es horrible y fascinante a la vez. No puedo evitar pensar en ello. No puedo quitármelo de la cabeza.

—Tu cabeza está llena de horrores porque
el mundo
está lleno de horrores. Mira los que causó Cavilo en el Centro Hegen.

—Si la hubiese estrangulado mientras dormía, lo cual tuve la ocasión de hacer, ninguno de estos horrores habría llegado a suceder.

—Si ninguno de estos horrores hubiese llegado a suceder, ella no habría merecido ser estrangulada. Es una especie de paradoja temporal, supongo. La flecha de la justicia vuela en un solo sentido. Uno solo. No puedes lamentar no haberla estrangulado al principio. Aunque quizá puedas lamentar no haberla estrangulado después…

—No… no. Dejaré eso para los cetagandanos, si logran atraparla ahora que ella tiene la ventaja inicial.

—Gregor, lo siento, pero realmente no creo que te conviertas en el Emperador Gregor el Loco. Son tus
consejeros
quienes van a enloquecer.

Gregor miró la bandeja de los postres y suspiró.

—Supongo que los guardias se inquietarían si te aplastara un pastel de crema en pleno rostro.

—Profundamente. Debiste de haberlo hecho cuando teníamos ocho o doce años. Entonces no habría pasado nada. El pastel de crema de la justicia vuela en un solo sentido. —Miles rió.

Ambos comenzaron a sugerir distintas cosas que podían hacerse con una bandeja llena de postres y acabaron riendo de buena gana. Gregor necesitaba una buena batalla de pasteles, decidió Miles, aunque sólo fuese verbal e imaginaria. Cuando al fin dejaron de reír y el café comenzaba a enfriarse, Miles dijo:

—Sé que las lisonjas te enfurecen, pero maldita sea, eres realmente bueno en tu trabajo. En alguna parte de tu interior debes de saberlo, después de las conversaciones con los vervaneses. Sigue trabajando, ¿eh?

—Lo intentaré. —Gregor hincó el cuchillo en el último bocado de su postre—. Tú también seguirás, ¿no?

—En lo que sea. Esta misma tarde me encontraré con Simon para hablar del tema —dijo Miles. Al fin decidió renunciar a ese tercer trozo de pastel.

—No pareces muy entusiasmado al respecto.

—No creo que pueda degradarme, ya que no existe ningún grado más bajo que el de alférez.

—Está complacido contigo; ¿qué más quieres?

—No parecía muy complacido cuando le entregué mi informe. Más bien parecía dispéptico. No dijo demasiado. —De pronto miró a Gregor con desconfianza—. Tú lo sabes, ¿verdad? ¡Dímelo!

—No debo interferir en la cadena de mando —sentenció Gregor—. Tal vez te asciendan. Creo que está vacante el puesto de mando en la isla Kyril.

Miles se estremeció.

En la capital barrayarana de Vorbarr Sultana, la primavera era tan bella como el otoño, decidió Miles. Se detuvo un momento antes de entrar en el gran edificio macizo que era el Cuartel General de Seguridad Imperial. El arce terrestre continuaba allí, calle abajo y a la vuelta de la esquina, con sus hojas nuevas iluminadas por el sol de la tarde. La vegetación natural de Barrayar era, en su mayoría, de tonos rojos opacos y pardos. ¿Visitaría algún día la Tierra? Tal vez.

Miles extrajo los pases que debía entregar a los guardias de la puerta. Sus rostros le resultaron familiares. Pertenecían al mismo grupo con que había trabajado durante aquel período interminable del último invierno. ¿Sólo unos meses atrás? Parecía haber pasado mucho más tiempo. Todavía era capaz de recitar sus nóminas de pago. Intercambiaron saludos, pero como eran buenos hombres de Seguridad Imperial no le formularon la pregunta que brillaba en sus ojos:
¿Dónde ha estado, señor?
A Miles no le fue asignado un guardia de seguridad para que lo acompañase a la oficina de Illyan. Buena señal. Y, después de todo, para ese entonces ya conocía muy bien el camino.

Siguió las conocidas vueltas del laberinto y subió en los tubos elevadores. En la antesala de la oficina de Illyan, el capitán apenas si alzó la vista de su consola y le indicó que entrase con un movimiento de la mano. La oficina de Illyan estaba igual que siempre; el enorme escritorio de Illyan estaba igual que siempre; Illyan mismo estaba… con un aspecto algo cansado, más pálido. Debía salir y tomar un poco de ese sol primaveral, ¿eh? Al menos su cabello no había terminado de volverse blanco; seguía siendo una mezcla de castaño con gris. En cuestiones de ropa, su gusto aún era insulso.

Illyan le indicó un asiento, otra buena señal que Miles supo aprovechar rápidamente; terminó con lo que estaba haciendo y, al fin, alzó la vista. Se inclinó hacia delante para apoyar los codos sobre el escritorio y enlazar los dedos, mirando a Miles con cierta desaprobación clínica, como si se tratase de un dato que complicaba la curva en el ordenador e Illyan estuviese decidiendo si aún podía salvar la teoría y clasificarlo como un error experimental.

—Alférez Vorkosigan —suspiró Illyan—. Parece que aún tienes algunos problemas con la subordinación.

—Lo sé, señor. Lo lamento.

—¿Alguna vez piensas hacer algo al respecto, aparte de lamentarlo?

—No puedo evitarlo, señor; cuando la gente me da ordenes equivocadas.

—Si no puedes obedecer mis órdenes, no te quiero en mi sección.

—Bueno… pensé que lo había hecho. Usted quería una evaluación militar del Centro Hegen. Yo la realicé. Usted quería saber de dónde provenía la desestabilización. Yo lo averigüé. Usted quería que los mercenarios Dendarii salieran del Centro. Partirán dentro de tres semanas, aproximadamente. Usted pidió resultados, y los obtuve.


Un montón
de ellos —murmuró Illyan.

—Admito que no tenía la orden directa de rescatar a Gregor, pero supuse que querría que se hiciese, señor.

Illyan lo escudriñó, buscando algún rastro de ironía, y apretó los labios cuando al fin lo encontró. Miles trató de mantenerse inexpresivo.

—Si mal no recuerdo —dijo Illyan (y su memoria era eidética, gracias a un biochip de su invención)—, le di esas órdenes al capitán Ungari. A ti sólo te ordené una cosa. ¿Recuerdas lo que era? —La pregunta tenía el mismo tono alentador que se utilizaba con un niño de seis años que estaba aprendiendo a atarse los zapatos. Tratar de ser más irónico que Illyan era algo muy peligroso.

—Obedecer las órdenes del capitán Ungari —dijo Miles a regañadientes.

—Exactamente. —Illyan se reclinó—. El hombre era un agente bueno y de confianza. Si las cosas hubiesen salido mal, lo habrías arrastrado contigo. Ahora el hombre está prácticamente arruinado.

Miles hizo un expresivo movimiento de negación con ambas manos.

—Él tomó las decisiones correctas para su posición. No puede culparlo. Es sólo que… las cosas se volvieron demasiado importantes y no podía seguir jugando al alférez cuando el hombre que se necesitaba era lord Vorkosigan. —O el almirante Naismith.

—Mm —reconoció Illyan—. Y, sin embargo, ¿a quién debo asignarte ahora? ¿Cuál es el próximo oficial leal que verá destruida su carrera?

Miles lo pensó unos momentos.

—¿Por qué no me asigna directamente a usted, señor?

—Gracias —dijo Illyan secamente.

—No quise decir… —comenzó a balbucear Miles; pero se detuvo al notar el brillo risueño en los ojos color café de Illyan.
Te diviertes conmigo, ¿verdad?

—En realidad, esa propuesta ya ha sido hecha. No por mí, obviamente. Pero un operativo galáctico debe funcionar con un alto grado de independencia. Estamos considerando hacer de la necesidad virtud… —Illyan se distrajo ante una luz que se encendió en su consola. Después de verificar algo, apretó un control. Sobre la pared derecha de su escritorio se abrió una puerta, y Gregor entró. El Emperador hizo que un guardia permaneciera en el corredor, mientras que el otro atravesaba la oficina en silencio para apostarse en la antesala. Todas las puertas se cerraron. Illyan se levantó para acercarle una silla al Emperador y movió la cabeza, como un vestigio de reverencia, antes de volver a sentarse. Miles, quien también se había levantado, le hizo la venia y se sentó otra vez.

—¿Ya le ha dicho lo de los Dendarii? —le preguntó Gregor a Illyan.

—Estaba buscando las palabras apropiadas.

Gradualmente
.

—¿Qué pasa con los Dendarii? —preguntó Miles, incapaz de ocultar la ansiedad en su voz.

—Hemos decidido ponerlos en un servicio de reserva permanente —dijo Illyan—. Tú, en tu identidad secreta de almirante Naismith, serás nuestro oficial de enlace.

—¿Consultores mercenarios? —Miles parpadeó.
¡Naismith vive!

Gregor sonrió.

—Personales del Emperador. Creo que les debemos algo más que una paga por los servicios que nos han prestado en el Centro Hegen. Y, sin duda, nos han demostrado la utilidad de llegar a sitios que por barreras políticas están vedados a nuestras fuerzas regulares.

Other books

Dead Corse by Phaedra Weldon
Embracing the Wolf by Felicity Heaton
For Sure by France Daigle
The Convalescent by Anthony, Jessica
Streamline by Jennifer Lane
A Scream in Soho by John G. Brandon
Sudden Second Chance by Carol Ericson