Miles permaneció paralizado contra la pared, sin atreverse a moverse. Alzó la vista del cadáver a Cavilo. Ella tenía los labios curvados en una sonrisa de inmensa satisfacción. ¿Sus palabras habrían sido una cita textual y reciente? ¿Qué habían estado haciendo en la cabina de Oser durante las largas horas de espera? El silencio se extendió.
Miles tragó saliva tratando de aclarar su dolorida garganta. Al fin dijo con voz ronca:
—No se trata de una queja, por supuesto, ¿pero por qué no sigue adelante y me dispara a mí también?
Cavilo sonrió.
—Una venganza rápida es mejor que ninguna. Una lenta y dolorosa es mejor aún, pero para saborearla debo sobrevivir. Otro día, chico. —Bajó el disruptor nervioso como para enfundarlo, pero luego lo dejó pender hacia abajo en su mano—. Has jurado sacarme a salvo del Centro Hegen, señorito Vor. Y yo he llegado a creer que eres lo suficientemente estúpido para cumplir tu palabra. No se trata de una queja, por supuesto. Ahora bien, si Oser nos hubiese entregado más de un arma, o si me hubiese dado el disruptor nervioso a mí y la clave de la cabina a Stanis, o si nos hubiese llevado con él tal como le supliqué, las cosas habrían sido diferentes.
Muy diferentes
.
Lentamente y con gran cautela, Miles se fue acercando a la consola y llamó a Seguridad. Cavilo lo observó con expresión pensativa. Después de unos segundos, cuando se acercaba el momento de que irrumpiesen en la cabina, ella se aproximó a él.
—Te subestimé, ¿sabes?
—Yo nunca la subestimé a usted.
—Lo sé. No estoy acostumbrada a… gracias. —Con desprecio, Cavilo arrojó el disruptor nervioso sobre el cuerpo de Metzov. Entonces, con un movimiento repentino, giró rodeando a Miles por el cuello y lo besó vigorosamente. Su cálculo del tiempo fue perfecto: Seguridad, Elena y el sargento Chodak entraron como una tromba justo antes de que Miles lograra quitársela de encima.
Miles descendió de la lanzadera del
Triumph
y atravesó el corto tubo flexible por el que se abordaba el
Prince Serg
. Con envidia, observó el corredor limpio, espacioso y bellamente iluminado, la fila de resplandecientes guardias de honor en posición de firmes, los oficiales que aguardaban vestidos con sus uniformes de etiqueta del imperio de Barrayar. Echó un rápido vistazo a su propio uniforme Dendarii gris y blanco. El
Triumph
, orgullo de la flota Dendarii, pareció convertirse en algo pequeño, sucio y estropeado.
Sí, pero vosotros no os veríais tan pulcros si nosotros no hubiésemos trabajado tan duro
, se consoló Miles.
Tung, Elena y Chodak también lo miraban todo como turistas. Miles les ordenó ponerse firmes para recibir los saludos formales de sus anfitriones.
—Soy el comandante Natochini, segundo comandante del
Prince Serg
—se presentó el barrayarano de alto rango—. El teniente Yegorov los acompañará a usted y a la comandante Bothari-Jesek a su encuentro con el almirante Vorkosigan, almirante Naismith. Comodoro Tung, yo le guiaré personalmente en su visita por el
Prince Serg
y estaré encantado de responder cualquier pregunta que desee formular, si las repuestas no son reservadas, por supuesto.
—Por supuesto. —El rostro amplio de Tung parecía inmensamente complacido. En realidad, si llegaba a sentirse más orgullo, corría el riesgo de explotar.
—Después de su junta y nuestra visita, nos reuniremos con el almirante Vorkosigan para almorzar en el comedor de oficiales —continuó diciendo el comandante Natochini a Miles—. Nuestros últimos invitados fueron el presidente de Pol y su séquito, doce días atrás.
Seguro de que los mercenarios comprendían la magnitud del privilegio que les estaba siendo concedido, el oficial barrayarano condujo al alegre Tung y a Chodak por el corredor. Miles escuchó que Tung reía y murmuraba:
—Almorzar con el almirante Vorkosigan; vaya, vaya…
El teniente Yegorov condujo a Miles y a Elena en dirección opuesta.
—¿Usted es barrayarana, señora? —le preguntó a Elena.
—Mi padre fue escudero bajo juramento de lealtad al conde Piotr durante dieciocho años —respondió ella—. Murió al servicio del conde.
—Ya veo —dijo el teniente respetuosamente—. Entonces conoce a la familia. —
Eso explica tu presencia
, leyó Miles en su pensamiento.
—Ah, sí.
El teniente observó con un poco más de desconfianza al «almirante Naismith».
—Y… ¿Tengo entendido que usted es betanés, señor?
—De origen —dijo Miles con su mejor acento betanés.
—Es posible que… que encuentre nuestro modo de hacer las cosas un poco más formal de lo que acostumbra —le advirtió el teniente—. Como usted comprenderá, el conde está habituado a la deferencia y el respeto que le concede su rango.
Encantado, Miles observó como el serio oficial buscaba un modo amable de decirle: «Llámale "señor", no te limpies la nariz en la manga y tampoco menciones tu condenado discurso igualitario betanés».
—Es posible que le resulte bastante temible.
—Una persona verdaderamente estirada, ¿eh?
El teniente frunció el ceño.
—Es un gran hombre.
—Oh, le apuesto a que si le servimos el suficiente vino durante el almuerzo, se aflojará y contará chistes verdes como el mejor.
La sonrisa amable de Yegorov se paralizó. Con los ojos brillantes, Elena se inclinó hacia Miles y le susurró:
—¡Almirante! ¡Compórtate!
—Oh, está bien —susurró Miles apesadumbrado.
El teniente miró a Elena con expresión agradecida.
Miles admiró el lustre y la pulcritud de todo al pasar. Además de ser nuevo, el
Prince Serg
había sido diseñado tanto para la diplomacia como para la guerra, una nave capaz de llevar al Emperador en sus visitas de estado, sin perder eficiencia militar. Miles vio a un alférez en un corredor transversal. El joven dirigía a una cuadrilla de técnicos que efectuaban reparaciones menores. No, por Dios, eran instalaciones originales. El
Prince Serg
había abandonado la órbita con sus obreros todavía trabajando. Miles se volvió para mirar atrás.
Aquí estaría yo, de no haber sido por la gracia de Dios y del general Metzov
. Si tan sólo se hubiese mantenido tranquilo en la isla Kyril durante esos seis meses… Sintió una ilógica punzada de envidia mirando a ese atareado alférez.
Entraron en el territorio de los oficiales. El teniente Yegorov los condujo por una antesala, hasta llegar a una oficina de aspecto espartano, dos veces más grande de lo que Miles jamás hubiese visto en una nave barrayarana. El conde almirante Aral Vorkosigan alzó la vista de su consola cuando las puertas comenzaron a abrirse lentamente.
Miles entró, sintiendo un repentino temblor en el vientre. Para ocultar y controlar sus emociones exclamó:
—¡Eh!, vais a poneros gordo y blando como un caracol imperial si seguís echado en medio de este lujo, ¿sabéis?
—¡Ah! —El almirante Vorkosigan abandonó el sillón y se golpeó contra el costado del escritorio en su prisa.
Bueno, no me extraña, ¿Cómo podría ver con todas esas lágrimas en sus ojos?
Estrechó a Miles en un fuerte abrazo. Miles sonrió, parpadeó y tragó saliva, con el rostro apretado contra esa manga verde y fresca, y casi había recuperado el control de sus facciones cuando el conde Vorkosigan lo apartó sin soltarlo para inspeccionarlo con atención.
—¿Te encuentras bien, muchacho?
—Bien. ¿Qué tal ese salto por el agujero de gusano?
—Bien —respondió el conde Vorkosigan—. Aunque te diré que, en ciertos momentos, algunos de mis consejeros quisieron hacerte fusilar. Y también hubo momentos en que estuve de acuerdo con ellos.
El teniente Yegorov, interrumpido cuando comenzaba a anunciar su llegada (Miles no le escuchó hablar y dudaba de que su padre lo hubiese hecho), todavía tenía la boca abierta y parecía totalmente perplejo. Conteniendo una sonrisa, el teniente Jole se levantó de su sillón al otro lado de la consola y condujo a Yegorov fuera de la habitación con gran suavidad.
—Gracias, teniente. El almirante agradece sus servicios; eso será todo… —Jole volvió la cabeza con expresión pensativa y siguió a Yegorov. Antes de que se cerrara la puerta, Miles alcanzó a ver cómo el teniente rubio se acomodaba en un sillón de la antesala y echaba la cabeza hacia atrás en la postura de un hombre al que le aguardaba una larga espera. Algunas veces, la cortesía de Jole alcanzaba lo sobrenatural.
—Elena. —Con un esfuerzo, el conde Vorkosigan se separó de Miles para sujetar sus dos manos con fuerza—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, señor.
—Eso me complace… más de lo que puedo expresar. Cordelia te envía todo su amor. Si te veía debía recordarte que… ah, tengo que encontrar la frase exacta… fue una de sus máximas betanesas: «Tu casa es el sitio al que, si necesitas ir, tienen que permitirte entrar».
—Puedo escuchar su voz —sonrió Elena—. Dígale que se lo agradezco. Dígale que… lo recordaré.
—Bien. —El conde Vorkosigan no continuó presionándola—. Sentaos, sentaos. —Les señaló dos sillas cerca de la consola, y luego él también fue a sentarse. Por un instante, sus facciones se relajaron, pero entonces volvieron a concentrarse.
Dios, parece cansado
, notó Miles; por una fracción de segundo, lo vio casi espectral.
Gregor, tendrás que responder por muchas cosas
. Pero Gregor ya sabía eso.
—¿Cuáles son las últimas noticias sobre el cese del fuego? —preguntó Miles.
—Todo marcha bien, gracias. Las únicas naves cetagandanas que no han regresado por donde vinieron tienen averiados los sistemas de control o sus pilotos se encuentran heridos. Les estamos permitiendo efectuar reparaciones y regresar con su tripulación mínima. El resto no tiene salvación. Estimo que el trafico comercial controlado podrá reanudarse en seis semanas.
Miles sacudió la cabeza.
—Así termina la Guerra de los Cinco Días. En ningún momento vi a un cetagandano frente a frente. Todo ese esfuerzo y esa sangre derramada sólo para regresar al
status quo
.
—No para todos. Varios oficiales cetagandanos han sido llamados a su capital. Allí tendrán que explicar esta «aventura no autorizada» a su emperador, y serán castigados con la muerte.
Miles emitió un bufido.
—En realidad, tendrán que expiar la derrota. «Aventura no autorizada.» ¿Alguien cree en eso? ¿Por qué se toman la molestia, siquiera?
—Es un truco, muchacho. El enemigo en retirada debe pagar todos los platos rotos.
—Tengo entendido que vosotros habéis burlado a los polenses. Todo este tiempo pensé que sería Simon Illyan quien vendría en persona para llevarnos a casa.
—Él quería venir, pero no podíamos ausentarnos los dos al mismo tiempo. La pantalla que creamos para ocultar la ausencia de Gregor podía desmoronarse en cualquier momento.
—¿Y cómo lo hicisteis?
—Escogimos a un oficial joven que se parece mucho a Gregor. Le dijimos que se preparaba un complot para asesinar al emperador y que él sería la carnada. Bendito sea, de inmediato se ofreció a cooperar. Él y su guardaespaldas, a quien se había contado la misma historia, pasaron las siguientes semanas viviendo cómodamente en Vorkosigan Surleau, comiendo los mejores platos… pero sufriendo de indigestión. Al fin, cuando desde la capital comenzaron a presionar con sus preguntas, lo enviamos de viaje. La gente lo averiguará muy pronto, estoy seguro, si es que aún no lo han hecho. Pero ahora que Gregor ha regresado, podremos explicarlo como nos plazca. Como a
él
le plazca. —El conde Vorkosigan frunció el ceño unos momentos, aunque no con disgusto.
—Me sorprendí, y al mismo tiempo me alegré mucho —dijo Miles—, de que vuestras fuerzas hubiesen logrado pasar tan rápido a través de Pol. Temía que no os lo permitieran hasta que los cetagandanos estuviesen en el Centro, Y entonces, ya sería demasiado tarde.
—Sí, bueno, ése es otro motivo por el cual estoy yo en lugar de Simon. Como Primer Ministro y antiguo Regente, era perfectamente razonable que realizase una visita de estado a Pol. Nos presentamos con una lista de las cinco principales concesiones diplomáticas que nos han estado pidiendo durante años, y sugerimos sentarnos a conversar.
»Siendo todo tan formal, tan abierto y oficial, era perfectamente razonable combinar mi visita con el crucero de prueba del
Prince Serg
. Nos encontrábamos en órbita alrededor de Pol. subiendo y bajando en lanzadera para recepciones oficiales y fiestas. —De forma inconsciente se llevó una mano al vientre, como para aliviarse un dolor—. Yo seguía tratando desesperadamente de entrar en el Centro sin necesidad de disparar a nadie, cuando llegó la noticia del ataque cetagandano sobre Vervain. El permiso para proceder fue despachado de inmediato, y nos encontrábamos a días de donde se desarrollaba la acción, no a semanas. Lograr que los aslundeños se aliaran a los polenses fue un asunto mas delicado. Gregor me sorprendió por la forma en que manejo el asunto. Los vervaneses no presentaron problemas ya que, para ese entonces, estaban ansiosos por encontrar aliados.
—He oído que ahora Gregor es bastante popular en Vervain.
—En este mismo momento están brindando en su honor. —el conde Vorkosigan miró su cronómetro—. Han enloquecido por él. Dejarlo trabajar en el salón táctico del
Prince Serg
puede haber sido mejor idea de lo que pensé. Desde un punto de vista puramente diplomático. —El conde Vorkosigan parecía algo absorto.
—Me… me sorprendió que le permitierais saltar con vos en la zona de fuego. No lo esperaba.
—Bueno, si lo piensas, el salón táctico del
Prince Serg
debe de haber estado entre los metros cúbicos más defendidos de todo el espacio local vervanés. Era, era…
Miles observó con fascinación cómo su padre trataba de pronunciar las palabras
perfectamente seguro
y no lograba hacerlo. Entonces comprendió,
—¿No fue idea vuestra, verdad? ¡El mismo Gregor lo ordenó, estando a bordo!
—Tuvo varios buenos argumentos para sustentar su posición —dijo el conde Vorkosigan—. La propaganda parece estar dando sus frutos.
—Pensé que seríais demasiado… prudente como para permitirle correr el riesgo.
El conde Vorkosigan se estudió las manos.
—No puedo decirte que estaba enamorado de la idea. Pero una vez juré servir a un emperador. El momento más peligroso de un guardián es cuando la tentación de convertirse en titiritero se vuelve racional. Siempre supe que llegaría. No. Siempre supe que si el momento
no
llegaba, habría faltado a mi promesa. —Se detuvo—. De todos modos, desprenderse resulta difícil.