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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

El juego del cero (47 page)

BOOK: El juego del cero
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—¿Sana'a?

—La capital del Yemen.

—¿El Yemen? ¿Me estás diciendo que Wendell Mining es una tapadera para las actividades del Yemen? —pregunto, y mi voz se quiebra.

—Allí es donde conducen los registros, ¿y tienes alguna idea de lo que sucederá si comienzan a fabricar plutonio y a venderlo a cualquiera que tenga el fajo de billetes más gordo? ¿Sabes cuántos lunáticos harían cola para conseguirlo?

—Todos ellos.

—Todos ellos —repite Lowell—. Y si tan sólo uno de ellos consigue acercarse lo suficiente… Hemos ido a la guerra por mucho menos que eso.

—Es… es imposible… ellos entregaron dinero… estaban en la lista de deseos… todos los nombres…

—Puedes creerme, he estado buscando un solo nombre árabe en esa lista. Habitualmente, estos tíos sólo contratan a los suyos, pero la forma en que están ocultos… supongo que trajeron a alguien para que apareciera en público y llenase los bolsillos apropiados… algún tío a nivel de director ejecutivo para que todo pareciera limpio. Estamos buscando a un sujeto llamado Andre Saulson, cuyo nombre aparece en una de las cuentas bancarias de Wendell. Probablemente se trate de un nombre falso, pero uno de nuestros muchachos descubrió que la dirección coincide con la que tenemos en una vieja lista y que corresponde a alguien llamado Sauls. Nos llevará algún tiempo confirmarlo, pero encaja en el molde. Escuela de Economía de Londres… Universidad Sofía de Tokio. Lo investigamos hace algunos años por un asunto de falsificación de obras de arte; aparentemente, estaba tratando de mover el Jarrón de Warka cuando esa valiosa pieza desapareció del Museo Nacional de Iraq, que es probablemente como dieron con él los yemenitas. Un chanchullo de alto nivel. El Yemen lo incorpora por su credibilidad, luego Sauls contrata a Janos para que se encargue de eliminar los obstáculos que puedan presentarse en el camino, y tal vez incluso a otro tío para que lo ayude a moverse a través del sistema…

—Pasternak… Así es como consiguieron entrar en el juego.

—Exactamente. Ellos incorporan a Pasternak, él tal vez ni siquiera sabe quiénes son esos tíos en realidad, y ahora cuentan entre sus filas con uno de los mejores jugadores de la ciudad. Lo único que deben hacer es conseguir su mina de oro. Tienes que concederles mérito por lo que hicieron. ¿Por qué arriesgarse a la ira de los inspectores en el medio este cuando puedes construir tu bomba justo en nuestro patio trasero sin que a nadie se le ocurra echar un segundo vistazo? Haz las cosas bien y el Congreso incluso te cederá las tierras sin que tengas que pagar un céntimo por ellas.

Mi estómago cae a plomo. Apenas si puedo mantenerme en pie.

—¿Q… qué hacemos ahora? —pregunta Viv, su rostro ya completamente brillante de sudor.

No sólo estamos fuera de nuestra liga, sino que ni siquiera sabemos qué deporte están practicando.

Lowell ya ha salido al pasillo.

—Cerrad la puerta con llave cuando me haya ido… los dos cerrojos —dice—. Es hora de llamar al rey.

He oído antes esa expresión. Una vez que haya hablado con el fiscal general, ambos se pondrán en contacto con la Casa Blanca.

Cuando Lowell desaparece de la habitación, Viv advierte que sus llaves han quedado sobre la mesilla de madera.

—¡Lowell, espere…! —grita, cogiendo el llavero y siguiéndolo fuera de la habitación.

—¡Viv, no lo hagas! —grito. Demasiado tarde. Ella ya ha salido al pasillo.

Cuando corro hacia la puerta, oigo el grito de Viv. Salgo al corredor en el preciso instante en que ella retrocede hacia mí.

Un poco más arriba, casi en la esquina, Janos tiene cogido a Lowell por el cuello y lo sujeta con fuerza contra la pared. Antes de que pueda reaccionar, Janos retira su pequeña caja negra del pecho de Lowell. Su cuerpo se convulsiona ligeramente y luego cae exánime al suelo, golpeando con dos ruidos secos —primero las rodillas, luego la frente— que resuenan a través del corredor desierto. Es un sonido que jamás me abandonará. Miro a mi amigo. Sus ojos permanecen abiertos, mirando hacia nosotros sin vernos.

Janos no dice una sola palabra. Simplemente se lanza hacia nosotros.

Capítulo 73

—¡Corre! —le grito a Viv, cogiéndola del hombro y empujándola hacia el otro extremo del corredor, lejos de Janos.

Cuando Janos embiste contra mí, dibuja una sonrisa de triunfo, tratando de intimidarme. Espera que yo también eche a correr. Por esa razón, me quedo donde estoy. Este lunático ha matado a tres de mis amigos. No conseguirá hacerlo con un cuarto.

—¡No te detengas! —le digo a Viv, asegurándome de que tiene una ventaja suficiente.

Desde el ángulo en que se acerca Janos, no puede ver lo que yo estoy mirando: justo al lado de la puerta del escondite del senador, la bolsa de cuero de palos de golf está apoyada contra la pared. Trato de coger uno de los palos, pero Janos se mueve demasiado de prisa.

En el momento en que mi mano aferra la varilla de un brillante hierro nueve, Janos se abalanza sobre mí y me empuja con violencia contra el umbral de la puerta. Mi espalda produce un ruido seco, pero sigo aferrando el palo de golf. Me sujeta contra la pared del mismo modo que hizo con Lowell y trata de acercar la caja negra a mi pecho, pero consigo apartar su brazo asestándole un duro golpe con la cabeza del palo. Antes de que pueda comprender lo que está sucediendo, echo la cabeza violentamente hacia adelante y lo golpeo con todas mis fuerzas en la nariz. En el mismo lugar donde golpeé al científico en el interior de la mina. «El punto dulce», lo llamaba mi tío. Un hilo de sangre brota del orificio izquierdo de la nariz de Janos y atraviesa su labio inferior. Sus ojos de sabueso se abren ligeramente. Está realmente sorprendido. Es hora de pasar a la ofensiva.

—¡Quítame las manos de encima! —grito, aprovechando el momento y empujándolo hacia atrás.

Antes de que pueda recuperar el equilibrio, alzo el palo de golf como si fuese un bate de béisbol y me lanzo sobre él. A veces, las mejores partidas de ajedrez se disputan a toda velocidad. Cuando muevo el palo, Janos protege la caja negra, acunándola contra el pecho. El piensa que voy a golpearle en la cabeza, y por eso dirijo el golpe hacia abajo y le atizo con todas mis fuerzas a un lado de la rodilla.

Es como pegarle a una roca. Se oye un crujido agudo y el hierro nueve vibra en mis manos. Pero no cejo en mi empeño. En el último segundo, se revuelve por el impacto, pero es suficiente para enviar la pierna doblada debajo del cuerpo. Como antes, Janos apenas si emite un quejido. No estoy impresionado. Sintiéndome bien, me acerco para asestarle un segundo golpe. Y ése es mi error. Mientras cae al suelo, Janos no aparta en ningún momento la vista del palo de golf. Antes incluso de que pueda volver a alzarlo, me lo arrebata de las manos. El movimiento es tan rápido que apenas si veo cómo sucede. Es un rápido recordatorio de que no puedo derrotarlo en un ataque frontal. Aun así, he conseguido lo que quería. Detrás de mí, Viv ya ha girado en la esquina del corredor. Ahora tenemos una ventaja inicial.

Janos cae pesadamente y golpea contra el suelo de cemento. Me vuelvo y echo a correr a toda velocidad detrás de ella. Cuando giro en la esquina, prácticamente me doy de bruces con Viv.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, pasando junto a ella. Viv me sigue—. Te dije que corrieras.

—Quería asegurarme de que estuviese bien.

Está tratando de parecer fuerte. No funciona.

Detrás de nosotros, el palo de golf rasca contra el suelo de cemento. Janos se está levantando. Cuando comienza a correr, el eco de sus pisadas es irregular. No hay duda de que cojea, pero el eco se vuelve más rápido. Se está recuperando.

Mientras pasamos frenéticamente junto a las pilas de muebles viejos a ambos lados del corredor, busco ayuda en alguna parte. Pero aquí la mayoría de las puertas están cerradas con llave y no llevan rótulo alguno.

—¿Qué hay de aquélla? —pregunta Viv, señalando una puerta con un rótulo que dice «Oficial de orden».

Me lanzo hacia el pomo. No gira. Mierda. Cerrada con llave.

—Ésta también —dice Viv, tratando de abrir una puerta a nuestra derecha. Por encima del hombro, puedo oír cómo jadea. Estamos casi saliendo del corredor y, a diferencia de la última vez, la policía del Capitolio está demasiado lejos. Disponemos de una corta ventaja, pero no es suficiente… no a menos que decidamos hacer algo de prisa.

Delante de nosotros, a la izquierda, se oye un estridente zumbido mecánico. Es la única puerta que está abierta. El rótulo dice:

PELIGRO

SALA DE EQUIPO MECÁNICO

SÓLO PERSONAL AUTORIZADO

Miro por encima del hombro para ver cómo está la situación. En el corredor, Janos aparece en la esquina como un tigre herido. Lleva el palo de golf en una mano y la pequeña caja negra en la otra. A pesar de la cojera, avanza con rapidez.

—Muévete… —digo, arrastrando a Viv hacia la puerta abierta. Cualquier cosa que nos aparte de su línea de visión.

En el interior, la habitación de cemento es estrecha pero profunda, ni siquiera puedo ver dónde acaba. Está llena con una fila tras otra de reguladores de aire, extractores de aire y compresores de aire industriales de tres metros de alto que producen un incesante zumbido, todos ellos interconectados por una jungla intrincada de conductos en espiral que se abren en todas direcciones, como los tubos de un robot de los años cincuenta. Encima de nuestras cabezas, tuberías de gas, cañerías de cobre y tendido eléctrico se combinan con el resto de tuberías y conductos que discurren a través del techo y bloquean la iluminación fluorescente de por sí escasa de la habitación.

Junto a la puerta hay una pared llena de indicadores de presión de vidrio circulares que no han sido utilizados durante años, además de dos contenedores de basura con ruedas, una caja vacía de filtros de aire y un cubo vacío y sucio con unas cuantas herramientas en su interior. Detrás de los contenedores de basura hay una manta verde del ejército arrugada en el suelo, que apenas cubre una fila de seis tanques metálicos de gas propano.

—De prisa… Ven aquí… —le susurro a Viv, cogiéndola del hombro y llevándola hacia los tanques.

—¿Qué está…?

—Chiiist. Sólo tienes que permanecer agachada.

La empujo hacia abajo y cubro su cabeza con la manta.

—Harris, esto no es…

—Escúchame.

—Pero yo…

—Maldita sea, Viv… por una vez, escúchame —le digo. No le gusta el tono que empleo. Pero en este momento lo necesita—. Espera hasta que Janos haya pasado —le digo—. Cuando se haya ido, corre en busca de ayuda.

—Pero entonces usted… —Se interrumpe—. No puede vencerlo, Harris.

—Ve a buscar ayuda. No me pasará nada.

—Lo matará.

—Por favor, Viv… consigue ayuda.

Nuestros ojos se encuentran y ella mira directamente a través de mí. Cuando Viv me vio por primera vez hablando a su clase de mensajeros, y luego se enteró de la historia de Lorax, pensó que yo era invencible. Yo también. Ahora ya no soy tan estúpido como para creer algo así. Y ella tampoco. Al tomar conciencia de lo que le estoy pidiendo, Viv comienza a desmoronarse. Después de todo lo que hemos pasado juntos, no quiere marcharse.

Me arrodillo junto a ella y le doy un minúsculo beso en la frente.

—Viv…

—Chiiist —me dice, negándose a escuchar—. Diga una plegaria por mí.

—¿Qué? ¿Ahora? Sabes que yo no creo en…

—Sólo una vez —me ruega—. Una pequeña plegaria. Es lo último que le pido.

Sin más alternativa, inclino la cabeza. Viv ya la tiene inclinada. Me coge las manos cuando cierro los ojos. No me ayuda en nada. Mi mente corre demasiado de prisa, y luego… cuando el silencio se instala entre nosotros… «Dios, por favor, cuida de Viv Parker. Es todo lo que te pido. Lamento todo lo demás…» Mi cerebro se vacía y mis ojos permanecen cerrados.

—¿Tan difícil era? —pregunta Viv, rompiendo el silencio.

Niego con la cabeza.

—Eres una persona asombrosa, Vivian. Y un día llegarás a ser una estupenda senadora.

—Sí, bueno… aun así, voy a necesitar un gran jefe de personal.

Es una broma agradable, pero no contribuye a que las cosas sean más fáciles. No me había sentido tan mal desde la muerte de mi padre. Siento un nudo en la garganta.

—Estaré bien —le prometo con una sonrisa forzada.

Antes de que Viv pueda discutir conmigo, le cubro la cabeza con la manta militar y ella desaparece de mi vista. Es sólo otro tanque de propano oculto. Después de convencerme a mí mismo de que Viv está a salvo, voy a por las herramientas y busco alguna que me sirva como arma. Alicates… cinta adhesiva… una cinta métrica… y una caja de hojas de cuchilla industriales. Cojo las hojas de cuchilla, pero cuando abro la caja descubro que está vacía. Serán los alicates, entonces.

Mientras me adentro en la habitación, golpeo los alicates contra el costado de todas las máquinas metálicas que encuentro a mi paso y hago todo el ruido que puedo. Cualquier cosa que mantenga a Janos alejado de Viv. Sigo diciéndome que ésta es la mejor manera de protegerla. Detenerme y permitir que ella escape. Cuando giro detrás de una enorme unidad de aire acondicionado, se oye un sonido de algo que raspa el suelo a la entrada de la sala de máquinas. Los zapatos italianos resbalan hasta detenerse.

Janos está aquí. Viv está escondida. Y yo estoy agachado detrás de una rejilla metálica que me llega hasta la barbilla. Golpeo la rejilla como si hubiese chocado con ella accidentalmente. Janos comienza a correr. «Vamos, Viv —me digo, pronunciando en silencio una plegaria final—. Ahora es tu oportunidad…»

Capítulo 74

La manta del ejército, manchada y urticante, despedía un olor a mezcla de serrín y queroseno, pero mientras Viv permanecía con la cabeza entre las rodillas y los ojos fuertemente cerrados, el olor era la última de sus preocupaciones. Agazapada debajo de la capa verde oliva, podía oír perfectamente cómo se arrastraban los pies de Janos al entrar en la habitación. Por el ruido que estaba haciendo Harris —dando golpes a lo que parecían planchas de metal en la distancia—, pensó que Janos echaría a correr. Y lo hizo durante varios pasos. Pero luego se detuvo. Justo frente a ella.

Viv contuvo la respiración, e hizo todo lo posible por permanecer inmóvil. Abrió los ojos instintivamente, pero lo único que alcanzaba a ver era la punta de su pie derecho que asomaba por debajo de la manta. ¿Estaba cubierto o era eso lo que Janos miraba? Mientras un lento gruñido atravesaba el aire, Janos giró lentamente, aplastando minúsculos trozos de cemento con las punteras de sus zapatos. Sabiendo que no debía moverse, Viv se aferró las rodillas, clavándose las uñas en sus propias espinillas.

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