Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
«¡No puedo responderte, madre!», deseaba decir Harry, pero sólo podía permanecer en silencio.
¡Pero me has contestado, hijo!
—replicó ella, y Harry supo que era verdad. Porque los muertos no necesitan que se pronuncien las palabras, les basta con que se piense en ellas, si uno posee el don.
Harry se encogió en una posición fetal, se cubrió la cabeza con las manos y esperó el dolor, pero no lo hubo.
¡Harry, Harry!
—dijo ella de inmediato—.
¿Acaso pensabas que después del sufrimiento de aquella vez yo te causaría deliberadamente dolor, o haría que te lo infligieras tú mismo?
—Mamá, yo… —Harry se puso en pie, todavía encogido y esperando la arremetida del dolor—. No…, no comprendo.
Sí, hijo, sí que lo entiendes
—se mofó ella cariñosamente—.
Sólo que lo has olvidado. Lo olvidas siempre, Harry
.
—¿Qué es lo que he olvidado, madre? ¿Qué es lo que olvido en cada ocasión?
Olvidas que has estado antes aquí, en sueños, y que lo que te hizo mi nieto en este lugar no cuenta. Eso es lo que has olvidado, y olvidas siempre. Y ahora, llámame como es debido, Harry, y podré hablar contigo y pasearemos un rato juntos
.
¿Era cierto que podía hablar con ella en sueños? Lo había hecho hacía muchos años —despierto y dormido, era lo mismo—, pero ahora era diferente.
¡No, hijo, es lo mismo, sólo que ahora necesitas que te lo recuerden en cada ocasión!
Y entonces resonó una voz que no era la de su madre, un eco venido de las cavernas de la memoria y no del sueño.
…
No debes hablar conscientemente con los muertos. Y si ellos te hablan, debes borrar inmediatamente sus palabras de tu memoria… o sufrirás las consecuencias
.
—La voz de mi hijo —suspiró Harry, y comprendió al fin—. Entonces… ¿cuántas veces hemos hablado, mamá? Quiero decir, desde que eso comenzó a hacerme daño. ¿Cuántas veces hemos hablado en los últimos cuatro años?
Y cuando ella empezó a responder, él la llamó, y ella surgió de las aguas y cogió la mano de su hijo, que la ayudó a subir a la orilla, otra vez una mujer joven, tal como era el día que murió.
Es difícil decirlo, Harry. Diez, veinte, cincuenta quizá. Es cada vez más difícil llegar hasta ti, Harry. ¡Y te echamos tanto de menos!
—¿Tú y quién más? —Harry la cogió de la mano y juntos caminaron por el sendero paralelo al río, mientras la luna llena brillaba muy alta en el cielo.
Yo… y tus amigos, los millones de muertos. Un centenar está ansioso por escuchar otra vez tu amable voz, hijo mío: un millón más pregunta qué has dicho, y todos los otros, que quieren saber cómo estás, y qué ha sido de ti. En cuanto a mí, ¡soy como un oráculo! Porque ellos saben que hablas conmigo más que con nadie. O solías hacerlo…
—Haces que me sienta como si hubiera traicionado una antigua promesa —respondió Harry—, pero nunca prometí nada. ¡Y de todos modos, no es eso, no he traicionado a nadie! No depende de mí el que no pueda hablar más contigo, o que no pueda recordar las veces en que lo hago. ¡No puedo evitarlo! ¿Y por qué se ha vuelto tan difícil dar conmigo? Me has llamado, y yo he venido. ¿Dónde está la dificultad?
Pero no siempre acudes, Harry. A veces te siento aquí, y te llamo, pero me huyes. Y en cada ocasión es mayor el intervalo entre una visita y la siguiente, como si ya no te importara, o nos hubieras olvidado. O tal vez como si nos hubiéramos vuelto una costumbre…, un hábito que quieres dejar
.
—¡Nada de eso es verdad! —saltó Harry, pero sabía que ella estaba en lo cierto. No era un hábito que él deseara dejar, sino que lo obligaban, le obligaba su miedo, el terror a la tortura mental que le deparaba hablar con los muertos— Pero si es verdad —dijo ahora con voz más suave—, no es mi culpa. Si mi mente se volviera inútil, no te serviría de nada, madre. Y eso es lo que sucederá si me arriesgo a hablar con vosotros.
En ese caso
—y Harry advirtió un tono decidido en la voz de ella—,
¡habrá que hacer algo! Quiero decir, para remediar tu situación, porque se avecinan tiempos difíciles, hijo mío, y los muertos se revuelven inquietos en sus tumbas. ¿Recuerdas lo que te dije, Harry, que alguien quería hablar contigo, y tenía algo importante que decirte?
—Sí, lo recuerdo, madre. ¿Quién es, y qué es eso tan importante?
No quiero decirlo, y su voz viene de muy, muy lejos. Pero es muy extraño cuando los muertos sufren, Harry, porque la muerte generalmente los pone más allá de todo sufrimiento
.
Harry sintió que se le helaba la sangre. Recordaba muy bien cómo los muertos, en determinadas circunstancias, sufren. Sir Keenan Gormley, asesinado por los espías mentales soviéticos, había sido «examinado» por Boris Dragosani, un nigromante. Y a pesar de estar muerto, su dolor había sido terrible.
—¿Es…, es como el sufrimiento de sir Keenan? —le preguntó a su madre, y contuvo el aliento hasta que ella le respondió.
No sé cómo es
—dijo ella volviéndose y mirándole a los ojos—,
porque no había visto nunca nada igual. ¡Pero tengo miedo por ti, Harry!
—y continuó sin darle tiempo a que dijera nada para tranquilizarla—:
¡Ah, hijo mío, mi pequeño Harry! ¡Tengo tanto, tanto miedo por ti! ¿Me preguntas si es como en aquella ocasión? Y te respondo: ¿sucederá otra vez algo como aquello? ¿Cómo podría ser, si tú ya no eres un necroscopio? Y ruego para que nunca más vuelva a repetirse. De modo que ya ves, hijo mío, estoy desgarrada por dos cosas contradictorias. Te echo de menos, y también los muertos, pero si te ponemos en peligro, seguiremos sin ti
.
Harry tuvo la impresión de que ella estaba evitando algo.
—Madre, ¿estás segura de que no sabes quién ha intentado comunicarse conmigo? ¿Estás segura de que no sabes dónde se encuentra en este instante?
Ella le soltó la mano y esquivó su mirada.
No, no sé quién es, ¡pero si oyeras su voz, su voz mental, lamentándose y llamándote! Y sé dónde está. Lo sabemos todos los muertos, se encuentra en el infierno
.
Harry, frunciendo el entrecejo, la cogió suavemente por los hombros e hizo que se diera la vuelta.
—¿En el infierno? —dijo.
Ella le miró, abrió la boca… y sólo salió de ella un gorgoteo. Tosió, ahogándose, escupió sangre, y luego se irguió, pareció hincharse y se desprendió del débil abrazo de su hijo. Harry vio algo en la boca de su madre, ¡una lengua hendida que no era humana! La piel de ella envejeció en un instante y adquirió la apariencia de un pergamino centenario. La carne se desprendió de los huesos, como una mortaja podrida, dejando al descubierto la calavera. Ella gritó horrorizada y se alejó de Harry, huyendo por el camino de la orilla del río. Después se detuvo un instante en el recodo y se dio la vuelta para mirarle. El deteriorado y rancio esqueleto se rió de Harry mientras penetraba en el agua, y él vio que sus ojos tenían un resplandor púrpura a la luz de la luna, y que la calavera mostraba largos y afilados colmillos.
Harry, paralizado por el miedo, sólo atinó a gritar «¡Madre!». Pero no fue su madre quien le respondió.
¡Haaarry!
—La voz llegó de muy lejos, pero aun así Harry miró hacia uno y otro lado, escudriñando la oscuridad de la noche. Allí no había nadie—.
¡Haaarry Keeeooogh! —
Era tal como su madre la había descrito: una voz en la que resonaban los tormentos del infierno.
Todavía aturdido por la metamorfosis de su madre —que él sabía que sólo podía ser una horrible advertencia, porque ella nunca haría deliberadamente algo así—, Harry no fue en un primer momento capaz de responder. Pero reconoció la desesperación de la voz, que continuaba llamándolo, su angustia y su desesperanza.
¡Harry, por el amor de Dios! Si estás allí, contéstame. Sé que no deberías hacerlo, que no te atreves, pero es necesario. ¡Está sucediendo otra vez, Harry, está sucediendo otra vez!
La voz se estaba desvaneciendo, la señal se debilitaba, se diluía su potencia telepática. Si Harry quería llegar al fondo de este asunto, debía proceder de inmediato.
—¿Quién eres? —preguntó—. ¿Qué pretendes de mí?
¡Haaarry! ¡Harry Keogh, ayúdanos!
El dueño de la voz no había oído a Harry; su voz se desvanecía, se confundía con el viento que soplaba en la orilla del río.
—¿Pero cómo? —gritó Harry—. ¿Cómo puedo ayudaros? ¡Ni siquiera te conozco! —pero Harry sospechaba que sí lo conocía. Era raro que los muertos le hablaran sin haber sido presentados.
Habitualmente, era él quien les hablaba primero, después de lo cual ellos sabían dónde encontrarle. Por esta razón, Harry sospechaba que ya había hablado en otra ocasión con este difunto (o con éstos, si se trataba de un grupo); puede que incluso lo hubiese conocido en vida.
¡Haaarry, por el amor de Dios, búscanos, y acaba con eso!
—¿Cómo puedo encontraros? —gritó Harry en medio de la noche, casi llorando de frustración—. ¿Y para qué? ¡Cuando despierte, no recordaré nada!
Y entonces llegó la exhortación final, que heló la sangre del necroscopio, hizo que se le pusiera la piel de gallina, y le lanzó de regreso al mundo de la vigilia.
¡Encuéntranos y acaba con nosotros!
, —imploró la voz desconocida—.
Termina ahora mismo con las hebras escarlata, antes de que crezcan. Tú sabes cómo hacerlo, Harry: el filo del acero, la estaca de madera, el fuego purificador. ¡Hazlo, Harry! ¡Por favor, hazlo!
Harry despertó. Sandra le abrazaba, intentando tranquilizarlo. Estaba empapado en un sudor frío, y temblaba como una hoja. Ella también estaba asustada, los ojos muy abiertos y los labios fijos en una «O» silenciosa.
—¡Harry, Harry! —La joven estaba medio atravesada en la cama sobre él. Le soltó los hombros y le pasó los brazos alrededor del cuello; sintió el corazón de Harry que golpeaba contra el pecho—. Está bien, no pasa nada. Sólo era un mal sueño, una pesadilla.
Harry, los ojos muy abiertos, sacudido por estremecimientos y respirando con esfuerzo, miró a su alrededor, y poco a poco la familiaridad del lugar lo tranquilizó. Sandra había encendido la luz cuando el grito de Harry la despertó.
—¿Qué? —dijo él, y se aferró a ella con manos temblorosas—. ¿Qué?
—No pasa nada —insistió Sandra—. No era más que un sueño.
—¿Un sueño? —las palabras de ella penetraron en su mente y disiparon en parte la mirada ausente de los ojos de Harry; apartó amablemente a Sandra e intentó sentarse en la cama. Después aspiró una gran bocanada de aire y se irguió con un movimiento brusco—. ¡No! —exclamó—. Era más que eso. Mucho más. ¡Por Dios, tengo que recordar!
Pero era demasiado tarde. El sueño ya se desvanecía, retrocedía a las raíces de su subconsciente.
—Se trataba…, se trataba de… —Harry sacudió desesperado la cabeza—, ¡de mi madre! No, el sueño no era sobre ella, pero mi madre estaba en él. Era…, ¿era una advertencia? Sí, una advertencia, y algo más…
Y eso fue todo. Lo demás se había desvanecido, borrado en contra de su voluntad por la voluntad de otro —la voluntad, o el legado, de su hijo—, por las órdenes poshipnóticas que él había sembrado en la mente de Harry.
—¡Mierda! —maldijo Harry, sentado en el borde de la cama, sudado y tembloroso.
Todo esto había acontecido a las cuatro y cinco de la mañana. Harry había dormido unas tres horas y media; Sandra una hora menos. Cuando él finalmente se tranquilizó y se puso la bata, ella hizo café. Y mientras Harry bebía, Sandra intentó que Harry volviera a pensar en el sueño, le apremió para que recordara… ¡mientras para sus adentros se maldecía por haber dormido todo el tiempo sin darse cuenta de nada! Porque si hubiera permanecido despierta, quizás habría entrevisto fugazmente aquello tan terrible que Harry había experimentado. Ese era su trabajo: ayudar a Harry a aclarar su mente, y a recuperar los dones perdidos. Lo deseara él o no, y fuera o no conveniente para él.
—Es inútil —murmuró él tras unos minutos de paciente interrogatorio—, se ha borrado. Y probablemente es mejor que sea así. Tengo que…, tengo que tener cuidado.
Sandra estaba cansada. No le había preguntado por qué tenía que ser cuidadoso, porque ella ya lo sabía. Claro que se suponía que no era así, de modo que quizá debería habérselo preguntado. Y cuando le miró, se encontró con los pensativos ojos de Harry que la contemplaban, su cabeza levemente inclinada hacia un lado, quizás en un gesto de interrogación.
—¿Pero por qué te interesa tanto? —quiso saber Harry.
—Creo que si hablas te sentirás mejor —al menos la mentira de Sandra sonaba verosímil—. Una pesadilla es mucho menos terrorífica si la contamos.
—¿Ah, sí? ¿Eso es lo que sabes de las pesadillas?
—Sólo trataba de ayudarte.
—Pero yo te digo que no puedo recordar, y tú insistes. Sólo era un sueño, ¡y nadie se esfuerza tanto para que otro le cuente sus sueños! No, a menos que tenga una muy buena razón. Entre nosotros hay algo que no está bien, Sandra; hace tiempo que me he dado cuenta de ello. Bettley dice que es culpa mía que nuestra relación no sea buena para mí, pero yo no estoy seguro de que tenga razón…
No había manera de responder a aquello, y Sandra se quedó callada y actuó como si se sintiera herida. De hecho, ella sabía que era Harry quien se sentía dolorido, y no era eso lo que Sandra deseaba. Y cuando él por fin volvió a la cama, y ella se acostó a su lado, Harry le dio la espalda, frío, rígido, silencioso y pensativo…
Alrededor de una hora más tarde, Sandra volvió a despertarse. Tenía que ir al lavabo. Harry estaba profundamente dormido, muerto para el mundo. Este pensamiento la hizo estremecer cuando regresó a acostarse junto a él. Pero él no estaba muerto, claro está, simplemente agotado; si no físicamente, al menos mentalmente. Sus extremidades parecían de plomo; sus párpados, inmóviles; la respiración, profunda, lenta, acompasada. No más sueños. Faltaban unos tres cuartos de hora para que amaneciera.
Sandra, acostada junto a Harry, se sintió distante de él. Tenía la sensación de que la relación que había entre ambos era como una labor de punto muy complicada, y ella nunca había sido buena para esa clase de tareas. Un resbalón de la aguja y todo se deshace. Y era una pena. La última noche habían hecho el amor de manera muy, muy satisfactoria. Para ambos, ella lo sabía.
Para reforzar las deliciosas, líquidas memorias de él dentro de sí, extendió la mano y lo cogió. Y un instante más tarde fue recompensada cuando sintió la erección de Harry entre sus dedos. Una reacción animal, Sandra lo sabía, pero de todos modos se sentía agradecida.