Read El lenguaje de los muertos Online
Authors: Brian Lumley
¿Qué recursos le quedan?
—respondió Faethor—.
Él piensa que eres su igual en cuanto a poderes mentales, esos poderes que desea robarte. De modo que primero debe conquistarte físicamente. ¿Qué haría yo si fuera él? Asesinarte, y luego, por medio de la nigromancia, arrancarte todos tus conocimientos de las entrañas
.
La nigromancia era tu arte
—respondió Harry—.
Y el de Thibor y Dragosani. Pero Janos no la domina
.
Pero domina otras artes de magia, antiguas y extrañas. Puede reducirte a cenizas, y luego reanimarte, convocándote mediante tu esencia química; y puede torturarte hasta que no seas más que una ruina, incapaz de defenderte… y penetrar entonces en tu mente. ¡Y apoderarse allí de lo que desee!
Cuando Harry escuchó esto, ya no se sintió tan poderoso. Además, el slivovitz era más fuerte de lo que él pensaba, y había bebido bastante. De repente sintió que estaba mareado, y era a la vez presa de una alcohólica alegría, y al mismo tiempo percibió el peso de una manta con la que le cubrieron las piernas. Estaba fresco bajo los árboles, y alguien, por el momento, al menos, se preocupaba por su bienestar. Entreabrió apenas los ojos y vio a su «amigo» gitano de pie junto a él, mirándolo. El hombre hizo un leve saludo con la cabeza, sonrió y se marchó.
Estos perros son traicioneros y muy listos
—comentó Faethor.
Claro
—respondió Harry—.
Han sido muy bien enseñados…
A pesar de que Harry pensaba que no estaba falto de horas de sueño, se adormeció. Desde hacía dos o tres días se sentía fatigado, como si estuviera convaleciente de alguna pequeña infección vírica, quizás algo que se le había contagiado en las islas griegas. Pero era una enfermedad rara, que por un lado le hacía sentirse muy vigoroso, y fatigado por el otro. Quizás era el agua, o el cambio de aires, o la intensa actividad mental que había desplegado, incluyendo el uso del lenguaje de los muertos, que le había sido devuelto hacía muy poco tiempo. Podía deberse a cualquiera de estas cosas… o tal vez a otra.
Harry comenzaba a soñar cosas muy extrañas —acerca de un mundo de ciénagas y montañas y madrigueras construidas de piedras, huesos y cartílagos— cuando recibió la visita de Möbius.
¿Harry? ¿Se encuentra bien, muchacho?
Claro que sí
—respondió—,
sólo estaba descansando. Necesitaré estar en plena posesión de mis fuerzas. La batalla se acerca, viejo amigo
.
Usa expresiones muy extrañas, Harry
—dijo perplejo Möbius—.
Y no parece el mismo
.
El sueño de Starside de Harry se desvaneció, y percibió mejor las palabras de Möbius.
¿Qué ha dicho? ¿Uso expresiones extrañas? ¿Y no parezco el mismo?
¡Eso está mejor!
—dijo Möbius con un suspiro de alivio—.
Por un instante pensé que estaba hablando con otra persona
.
Y quizá lo estaba
—contestó Harry entrecerrando los ojos. Buscó a Faethor en su mente y le envolvió en un manto de soledad.
Ya está
—le dijo a Möbius—.
Puedo mantenerle allí mientras hablamos
.
¿Un extraño inquilino?
—preguntó Möbius.
Sí, un indeseable. Pero ahora he tapado la entrada de su ratonera. Prefiero estar solo. ¿Y qué es lo que ha venido a decirme, August?
¡Que ya estamos a punto de conseguirlo!
—respondió el otro de inmediato—.
Estamos descifrando el código, Harry, y muy pronto tendremos la respuesta. He venido a traerle esperanza. Y a pedirle que demore un poco el combate, para que nosotros…
Ya es demasiado tarde para eso
—respondió Harry—.
Es ahora o nunca. Esta noche iré a enfrentarle
.
Möbius pareció otra vez perplejo.
¡Pero si parece usted impaciente!
Él se apoderó de lo que era mío, me desafió, me ofendió gravemente
—respondió Harry—.
Y si pudiera, me reduciría a cenizas, me volvería luego a la vida, me torturaría para conocer mis secretos, e incluso invadiría el continuo de Möbius. Y ése no es su territorio
.
¡Ya lo creo que no! No pertenece a nadie. Simplemente es…
—la voz de Möbius, hablando la lengua de los muertos, sonaba de nuevo distraída, y eso hizo que Harry se concentrara y se consolidara dentro de su propia personalidad.
¿Simplemente es?
—repitió las últimas palabras de Möbius—.
¡Pues claro que es! ¿Qué quiere decir con eso?
Lo piensa todo
—respondió Möbius—.
Por consiguiente, lo es… ¡todo!
Pero algún extraño proceso había comenzado en él. Se desvanecía, se alejaba, regresaba a la dimensión de los números puros.
Y Harry no intentó retenerlo y le dejó marchar.
Hombre a hombre, cara a cara
—Harry —alguien lo cogió del hombro y lo sacudió—. ¡Harry, despierte!
El necroscopio se despertó de inmediato; fue casi como si pasara por una puerta de Möbius de una existencia a otra, del sueño a la vigilia. Vio al gitano con el que había hablado y compartido la comida, y cuya manta le cubría las piernas. Y su primer pensamiento fue: «¿Cómo conoce mi nombre?». Pero un instante después se tranquilizó. Claro que conocía su nombre. Janos se lo había dicho. Seguramente había dicho ya a todos sus vasallos y a sus servidores humanos el nombre de su mayor enemigo.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry incorporándose.
—Ya ha dormido una hora —respondió el otro—. Muy pronto partiremos. Voy a coger mi manta. Además, hay algo que usted debería ver.
—¿Sí?
El gitano asintió con un gesto. Sus ojos tenían una mirada alerta, y eran agudos y oscuros.
—¿Tiene usted un amigo que le está buscando?
—¿Qué dice? ¿Un amigo en este lugar?
¿Era posible que Darcy Clarke o alguno de los del grupo de Rodas le hubiera seguido hasta aquí? Harry hizo un gesto negativo.
—No, no creo.
—¿Un enemigo que le esté siguiendo, entonces? ¿En un coche?
Harry se puso en pie.
—¿Ha visto un coche? Muéstremelo.
—Sígame —dijo el gitano—, pero con disimulo.
El gitano marchó a paso rápido por entre los árboles hasta llegar a un seto. Harry le siguió, y vio a los otros gitanos, dispersos aquí y allí en el campamento. Los hombres estaban silenciosos y tensos bajo la verde sombra de los árboles. Habían empacado todas sus pertenencias, y estaban preparados para emprender la marcha.
—Allí —dijo el guía de Harry, y se hizo a un lado para que el necroscopio pudiera mirar por entre los arbustos.
Al otro lado del camino un hombre estaba sentado al volante de un viejo escarabajo Volkswagen y miraba la entrada del campamento. Harry al principio creyó que no lo conocía…, pero pensó que sí. Ahora que su atención se concentraba en él, recordó dónde lo había visto. El hombre estaba en el avión. Y posiblemente también en Mezobereny. Aquella boquilla era inconfundible. Y también su estilo amanerado, casi femenino. Y ahora Harry también recordó su primera escaramuza con la Securitatea en Rumania. ¿Era posible que este hombre fuera el contacto de los servicios secretos rumanos en Rodas? ¿Quizás era un agente de la Organización E soviética?
Harry miró al gitano que estaba a su lado y le dijo:
—Sí, es posible que sea un enemigo —y en ese instante vio que su compañero empuñaba un cuchillo—. ¿Y eso? —le preguntó, alzando una ceja.
El otro sonrió sin alegría.
—A los cíngaros no nos gustan los vigilantes silenciosos.
Harry, sin embargo, se preguntó si el cuchillo no sería para evitar que intentara huir.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó.
—Mirar —dijo el otro.
Una joven gitana, con un vestido de brillantes colores y un mantón, cruzó la carretera y fue hasta el coche; Nikolai Zharov se irguió tras el volante. Ella le mostró una cesta llena de fruslerías y le dijo algo. Pero él rechazó con la cabeza. Después le mostró unos billetes y se dirigió a ella con expresión inquisitiva. Ella cogió el dinero, asintió vigorosamente con la cabeza, y señaló hacia el bosque. Zharov frunció el entrecejo y volvió a interrogarla. Ella le respondió con más firmeza aún, dio una patada en el suelo y señaló nuevamente en dirección a Gyula, siguiendo el camino del bosque.
Zharov finalmente asintió y arrancó el coche. El ruso se alejó en medio de una nube de polvo. Harry se volvió hacia el gitano y le dijo:
—Entonces, era un enemigo y la chica lo ha enviado en una dirección falsa.
—Sí. Y ahora tenemos que irnos de aquí.
—¿Tenemos? —preguntó Harry sin dejar de mirarlo.
El hombre enfundó el cuchillo.
—Nosotros, los Viajeros. ¿Quién, si no? —respondió el gitano—. Si usted hubiera estado despierto, podría haber comido con nosotros. Pero no se preocupe, le hemos guardado un poco de sopa.
Y otro hombre se acercó con un cuenco y una cuchara de madera, que ofreció a Harry. Harry miró la sopa.
¡No la beba!
—le dijo una voz en la lengua de los muertos, y Harry reconoció la voz del rey gitano.
¿Veneno?
—preguntó mentalmente Harry—.
¿Su gente intenta envenenarme?
No, sólo quieren que se esté quieto por una hora o dos. Y si bebe eso, lo estará
.
¿Quieto y enfermo?
No. Tal vez un leve dolor de cabeza, que desaparecerá con un sorbo de agua. Pero si bebe la sopa… todo está perdido. Cruzará la frontera, y le llevarán a las antiguas colinas y a las escarpadas montañas, que, como usted sabe, pertenecen a Ferenczy
.
Que así sea, entonces
—respondió Harry con un gruñido de satisfacción, y bebió la sopa…
Nikolai Zharov fue hasta Gyula, y ya se hallaba en el centro de la ciudad cuando prestó atención a una vocecilla que resonaba en su cabeza y le repetía, a cada instante con mayor insistencia, que era un tonto. Finalmente dio la vuelta con el coche y regresó al lugar de donde venía. Ya comprobaría más tarde si Keogh había ido a Gyula, pero entretanto, si la joven gitana le había mentido…
Los Viajeros habían levantado el campamento, y parecía que nunca hubieran pasado por allí los gitanos. Zharov soltó una maldición, giró a la izquierda, en dirección a la ruta principal, y apretó el acelerador. Y vio a lo lejos que el primer carromato pasaba por el puesto fronterizo.
Llegó al puesto con un rechinar de ruedas, saltó del coche y corrió hacia el interior de la caseta construida en el estilo de los chalets. El guardia que estaba sentado tras la mesa cogió su gorra y se la encasquetó de inmediato. Miró con furia a Zharov y el ruso le devolvió la mirada. Por los sucios cristales de las ventanas se veía al último carromato de los gitanos pasar bajo la barrera, que estaba levantada.
—¿Cómo permite eso? —chilló el ruso—. ¿Está loco? ¿Qué es usted, húngaro o rumano?
El guardia era joven, gordo y rubicundo. Era un campesino de Transilvania, que había ingresado en la Securitatea porque le había parecido que así tendría una vida más fácil. No se ganaba mucho dinero, pero al menos podía hacerse el matón de vez en cuando. Y, claro está, no le gustaba que nadie hiciera el matón con él.
—¿Y usted quién es? —dijo con voz amenazante.
—¡Payaso! —volvió a chillar Zharov—. ¿Así que esos gitanos van y vienen cuando quieren? ¿No es esto un puesto fronterizo? ¿Sabe el presidente Ceausescu que esa escoria pasa sus fronteras sin siquiera pedirle permiso a usted? ¡Mueva su gordo trasero y sígame! ¡En esos carromatos se esconde un espía!
La expresión del guardia había cambiado. Zharov, a pesar de su acento extranjero, podía ser un oficial de alto rango de la Securitatea. En verdad, actuaba como si lo fuera. ¿Pero qué era esa historia de espías? El guardia, medio sofocado y con la tez aún más rubicunda, salió deprisa de atrás de su mesa, se abrochó un botón de la camisa azul manchada de sudor, y se acarició nervioso la barba de dos días que le cubría las mejillas. Zharov le condujo fuera de la caseta, subió al coche y abrió la puerta del otro lado para que el guardia se sentara junto a él.
—¡Suba! —le ordenó.
El desconcertado guardia se acomodó como pudo en el pequeño asiento y protestó:
—¡Pero los Viajeros no son un problema! ¡Nadie se preocupa por ellos! ¡Si han hecho este camino desde hace años! Y ahora llevan a uno de los suyos para enterrarlo. Y no creo que esté bien impedir un funeral.
—¡Idiota! —Zharov apretó el acelerador a fondo, se acercó peligrosamente a la parte trasera de la caravana, y luego se puso a la par—. ¿Ni siquiera se molestó en mirar por si estaban tramando algo? ¡No, claro que no! Le digo que llevan a un espía británico llamado Harry Keogh. Le buscan en Rumania y en la URSS. Y ahora está en el país de usted, y por consiguiente bajo su jurisdicción. Usted podría apuntarse un tanto… si sigue mis instrucciones al pie de la letra.
—Sí, ya lo veo —murmuró el guardia, aunque en verdad no veía nada.
—¿Está armado?
—¿Yo? ¿Aquí? ¿Para matar ardillas?
Zharov gruñó y apretó el freno, atravesando el coche frente al primer carromato. La columna perdió velocidad de inmediato y luego los carricoches chocaron en acordeón, mientras Zharov y el guardia fronterizo bajaban del coche.
El agente de la KGB señaló hacia los carromatos, de los que estaban bajando los enfadados gitanos.
—¡Regístrelos! —ordenó.
—¿Pero qué tengo que buscar? —preguntó el guardia, todavía perplejo—. Se trata de carromatos; tienen un asiento delante, una puerta atrás, y una habitación en el medio. Con una mirada será suficiente.
—Tiene que buscar un espacio en el que puedan esconder un hombre. ¡Eso es lo que tiene que buscar! —dijo Zharov con voz cortante.
—¿Y qué aspecto tiene ese hombre? —insistió el guardia.
—¡Estúpido! —gritó Zharov—. ¡Pregunte más bien qué aspecto no tiene! ¡No tiene la pinta de un gitano!
Los Viajeros estaban furiosos, y su furia se iba haciendo más intensa a medida que el ruso y su ayudante de la Securitatea marchaban junto a la columna de carromatos, abriendo las puertas y mirando en el interior de los vehículos. Cuando se acercaron al último, que era el coche fúnebre, un grupo de cíngaros les cortó el paso.
Zharov sacó la automática y la agitó ante los hombres.
—Fuera del camino. Si se entrometen, la usaré. Esto es un problema de seguridad, y puede traer graves consecuencias. Ahora, abran esa puerta.