El Libro de los Tres (21 page)

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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Novela, Fantástico, Juvenil

BOOK: El Libro de los Tres
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—¿Cuál era? —preguntó Taran anhelante.

—Conocía el nombre secreto del Rey con Cuernos.

—¿Su nombre? —exclamó Taran atónito—. Nunca pensé que un nombre pudiese ser tan poderoso.

—Sí —respondió Gwydion—. Una vez que tienes el valor de mirar al mal cara a cara, de verlo por lo que realmente es y de darle su verdadero nombre, carece de poder sobre ti y puedes destruirlo. Sin embargo, con todo lo que sabía —dijo, inclinándose y rascando la oreja de la cerda blanca—, no habría podido descubrir el nombre del Rey con Cuernos sin Hen Wen.

»Hen Wen me contó ese secreto en el bosque. No me hicieron falta varillas de alfabeto o volúmenes repletos de encantamientos, pues podíamos hablar el uno con el otro como si tuviésemos una sola mente y un solo corazón. El gwythaint, trazando círculos en lo alto, me condujo hasta el Rey con Cuernos. El resto ya lo conoces.

—¿Dónde está ahora el gwythaint? —preguntó Taran. Gwydion meneó la cabeza.

—No lo sé. Pero dudo de que regrese alguna vez a Annuvin, pues Arawn lo haría pedazos si se enterase de lo que había hecho. Sólo sé que ha pagado tu bondad más allá de toda medida.

—Ahora descansa —dijo Gwydion—. Luego, hablaremos de cosas más alegres.

—Señor Gwydion —le llamó Eilonwy, cuando él se puso en pie para irse—, ¿cuál era el nombre secreto del Rey con Cuernos?

Una sonrisa hendió el curtido rostro de Gwydion.

—Debe seguir siendo un secreto —dijo, y luego acarició amablemente la mejilla de la muchacha—. Pero te aseguro que no era ni la mitad de bonito que el tuyo.

Unos días después, cuando Taran hubo recobrado sus fuerzas lo suficiente como para caminar sin necesitar ayuda, Gwydion le mostró todo Caer Dathyl. Situada en lo alto de una montaña, la fortaleza era lo bastante grande como para contener varios Caer Dallben. Taran vio las tiendas de los armeros, los establos para las monturas de los guerreros, las destilerías de cerveza y las salas de los telares. Los valles que había más abajo estaban llenos de casitas y límpidos arroyos corrían dorados bajo la luz del sol. Luego, Gwydion mandó reunir a todos los que habían viajado juntos en el gran salón de Caer Dathyl y allí, entre estandartes y bosques de lanzas, recibieron el agradecimiento del rey Math, Hijo de Mathonwy, gobernante de la Casa de Don. El monarca de barba canosa, que parecía tan anciano como Dallben e igual de malhumorado, era aún más parlanchín que Eilonwy. Pero cuando, por último, puso fin a uno de los discursos más prolongados que Taran hubiese oído jamás, los compañeros hicieron una reverencia y una guardia de honor se llevó del salón al rey Math en una litera cubierta de cortinajes dorados. Cuando Taran y sus amigos iban a marcharse, Gwydion les llamó.

—Son regalos muy pequeños para un valor tan grande —dijo—. Pero está en mis manos el dároslos, lo cual hago con el corazón alegre y con la esperanza de que los guardaréis no tanto por su valor como por lo que significan como recuerdo.

»A Fflewddur Fflam le daré una cuerda de arpa. Aunque se rompan todas las demás, ésta resistirá siempre, sin importar las caballerescas extravagancias que pueda acumular sobre ella. Y su tono será el más certero y hermoso.

»A Doli del Pueblo Rubio le concederé el poder de la invisibilidad, por el tiempo que él desee conservarlo.

»Al fiel y valeroso Gurgi le daré una bolsa de comida que estará siempre llena. Guárdala bien, es uno de los tesoros de Prydain.

»A Eilonwy de la Casa de Llyr le daré un anillo de oro con una gema tallada por los antiguos artesanos del Pueblo Rubio. Es de gran valor pero su amistad es para mí todavía más preciada.

»Y a Taran de Caer Dallben… —Gwydion hizo una pausa—. Escoger su recompensa ha sido lo más difícil de todo.

—No pido recompensa alguna —dijo Taran—. No quiero que un amigo deba pagarme por lo que yo hice voluntariamente, por amistad y por mi propio honor.

Gwydion sonrió.

—Taran de Caer Dallben —dijo—, sigues teniendo el enfado rápido y eres tan tozudo como siempre. Puedes creer que sé lo que ansias en el fondo de tu corazón. Los sueños de heroísmo, de valía y de grandes hazañas son nobles; pero eres tú y no yo quien debe hacer que se conviertan en realidad. Pídeme cualquier otra cosa y te la concederé.

Taran inclinó la cabeza.

—Pese a todo lo que me ha sucedido, he llegado a querer los valles y las montañas de vuestras tierras del norte. Pero mis pensamientos se han vuelto cada vez con más frecuencia hacia Caer Dallben. Ansió volver a casa.

Gwydion asintió.

—Que así sea.

20. Bienvenidas

El viaje hacia Caer Dallben fue rápido y sin percance alguno, pues los señores de los cantrevs del sur, roto su poder, se habían retirado nuevamente a sus pequeños tronos tribales. Taran y sus compañeros, con el propio Gwydion como guía, cabalgaron hacia el sur a través del valle del Ystrad. Eilonwy, que tanto había oído hablar a Taran de Coll y Dallben, no pensaba renunciar a visitarlos y también ella les acompañó. Gwydion le había dado a cada uno de los compañeros un hermoso corcel, entregándole a Taran el mejor de todos; el corcel gris de crines plateadas, Melynlas, del linaje de Melyngar y tan veloz como ella. Hen Wen iba, triunfante, sobre una litera conducida por caballos, pareciendo intensamente complacida consigo misma.

Jamás había visto Caer Dallben un recibimiento tan alegre (aunque para entonces Taran no estaba muy seguro sobre lo que Dallben había visto o dejado de ver), con un banquete tal que, por una vez, hasta Gurgi quedó repleto. Coll abrazó a Taran, el cual se sorprendió mucho de que un héroe tal se dignase recordar a un Aprendiz de Porquerizo, al igual que a Eilonwy, Hen Wen y a todo aquel a quien pudo ponerle las manos encima; tenía el rostro encendido como una chimenea en invierno y su calva resplandecía de placer.

Dallben interrumpió sus meditaciones para estar presente en el banquete aunque, después de los festejos, no tardó en retirarse a su estancia y no fue visto durante algún tiempo. Más tarde él y Gwydion pasaron varias horas juntos y a solas, pues había asuntos importantes que Gwydion únicamente podía revelarle al viejo hechicero.

Gurgi, instalado como en su propia casa, roncaba bajo un montón de heno en el establo. Mientras Fflewddur y Doli salían a explorar, Taran le enseñó a Eilonwy el aprisco donde la cerda gruñía y resoplaba tan feliz como antes.

—Así que en este lugar empezó todo —dijo Eilonwy—. No quiero parecerte una criticona, pero creo que no deberías de haber tenido tantos problemas para mantenerla aquí dentro. Caer Dallben es tan bonito como habías dicho, y deberías estar contento por hallarte en tu hogar —prosiguió—. Es como recordar de pronto dónde pusiste algo que has estado buscando.

—Sí, supongo que es algo así —dijo Taran, apoyándose en el vallado y examinándolo con gran atención.

—¿Qué harás ahora? —le preguntó Eilonwy—. Supongo que volverás a ser Aprendiz de Porquerizo.

Taran asintió sin levantar la vista.

—Eilonwy —dijo, con tono vacilante—, yo esperaba… quiero decir, me preguntaba… Antes de que pudiese terminar, Coll llegó a la carrera y le dijo en un murmullo que Dallben quería verle en privado.

—Eilonwy… —empezó a decir nuevamente Taran, deteniéndose luego de repente y dirigiéndose hacia la casita.

Cuando entró en la habitación, Dallben estaba escribiendo con una gran pluma de ave en
El Libro de los Tres
. Tan pronto vio a Taran, cerró rápidamente el tomo y lo puso a un lado.

—Bien, veamos —dijo Dallben—, me gustaría que habláramos tranquilamente. En primer lugar, me interesa saber qué opinión tienes acerca de ser un héroe. Me atrevería a decir que debes de estar bastante orgulloso de ti mismo. Aunque —añadió—, no es esa la impresión que se desprende de tu cara.

—No tengo ningún motivo para sentir orgullo —dijo Taran, ocupando su puesto de costumbre en el banco que le era tan familiar—. Fue Gwydion quien destruyó al Rey con Cuernos, y Hen Wen le ayudó a conseguirlo. Pero fue Gurgi, no yo, quien la encontró. Doli y Fflewddur lucharon de modo glorioso en tanto que yo era herido por una espada que no tenía derecho a blandir. Y Eilonwy fue la que, en primer lugar, cogió la espada en el túmulo. En cuanto a mí, casi todo lo que hice fue cometer errores.

—Vaya, vaya —dijo Dallben—, son quejas suficientes como para aguar la más alegre de las fiestas. Aunque lo que dices puede ser cierto, sin embargo creo que tienes razones para sentir cierto orgullo. Fuiste tú quien los guió y los mantuvo juntos. Hiciste aquello que te habías propuesto hacer, y Hen Wen está de nuevo segura entre nosotros. Si cometiste errores, los has reconocido. Como ya te dije, a veces es más importante el buscar que el encontrar.

»¿Acaso importa realmente —prosiguió Dallben—, cuál de vosotros fue el que hizo tal cosa, ya que todos compartíais el mismo objetivo y el mismo peligro? Nada de lo que hacemos se hace por completo sin que nos ayuden. Hay una parte de nosotros en todos los demás… y, de todas las personas, tú deberías saberlo mejor. Por lo que he oído, has sido tan impetuoso como tu amigo Fflewddur; me han contado, entre otras cosas, acerca de una noche en que te lanzaste de cabeza a un arbusto espinoso. Y, ciertamente, te has compadecido de ti mismo tanto como Gurgi; y, al igual que Doli, has luchado por conseguir lo imposible.

—Sí —admitió Taran—, pero no es eso todo lo que me inquieta. He soñado con frecuencia con Caer Dallben y ahora quiero este lugar, y a ti y a Coll, más que nunca. No pedía nada mejor que estar en casa, y mi corazón se alegra. Pero tengo una extraña sensación. He regresado a la habitación en la que dormía y la he encontrado más pequeña de lo que yo recordaba. Los campos son hermosos, pero no son del todo como yo los veía en mi memoria. Y ahora me siento inquieto, pues me pregunto si voy a ser un extraño en mi propio hogar.

Dallben sacudió la cabeza.

—No, jamás lo serás. Pero no es Caer Dallben la que ha empequeñecido. Eres tú el que se ha hecho mayor. Así son las cosas.

—Y está Eilonwy —dijo Taran—. ¿Qué será de ella? ¿Sería… sería posible que la dejases permanecer aquí con nosotros?

Dallben frunció un poco los labios y jugueteó con las páginas de
El Libro de los Tres
.

—Bien, en cuanto a eso —dijo—, la princesa Eilonwy debe volver junto a sus parientes… sí, es una princesa. ¿Acaso no te lo dijo? Pero no hay prisa. Puede que consienta en quedarse. Quizá si hablas con ella…

Taran se puso en pie de un salto.

—¡Lo haré!

Salió corriendo de la habitación y se dirigió a toda velocidad hacia el aprisco de Hen

Wen. Eilonwy seguía allí, observando con interés a la cerda oráculo.

—¡Vas a quedarte! —gritó Taran—. ¡Se lo he preguntado a Dallben! Eilonwy sacudió la cabeza.

—Supongo —dijo— que jamás se te ocurrió preguntármelo a mí.

—Sí… quiero decir —empezó a tartamudear—. No pensé…

—Normalmente, no piensas —suspiró Eilonwy—. No importa. Coll me está preparando una habitación.

—¿Ya? —exclamó Taran—. ¿Cómo lo sabía el? ¿Cómo lo sabías tu?

—¡Humph! —dijo Eilonwy.

—¡Oink! —dijo Hen Wen.

Lloyd Alexander(1924), nació en Filadelfia y, después de servir en el Servicio de Inteligencia durante la segunda guerra mundial, completó sus estudios en Francia, en la Sorbona de París. Casado con una parisina, volvió a Filadelfia y desempeño diversos trabajos relacionados con el mundo editorial hasta establecer su carrera como escritor. Ha publicado diversas obras de ensayo y ficción entre las que figuran las
Crónicas de Prydain
, compuestas por
The Book of Three
(1964),
The Black Cauldron
(1965),
The Castle of Llyr
(1966),
Taran Wanderer
(1967) y
The High King
(1968).

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