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Authors: Marco Polo

Tags: #Aventuras, Histórico

El libro de Marco Polo (11 page)

BOOK: El libro de Marco Polo
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CAPÍTULO 29
Del reino de Canfu

A diez jornadas de camino de la ciudad de Gin se encuentra el reino de Canfu, grande y hermoso, en el que hay muchas viñas. En toda la provincia de Cathay no se da el vino, sino que se lleva de esta región. Crecen allí muchas moreras a causa de la seda, de la que hay grandísima abundancia. Se hacen múltiples tratos de mercaderías. Hay numerosos artesanos, y se fabrican muchas armas para los ejércitos del Gran Kan. Al avanzar desde allí al occidente, se atraviesa de forma ininterrumpida durante siete jornadas una hermosa región, muchas aldeas y muy bellas ciudades. Se hacen en ellas muchos tratos de mercaderías. Pasadas las siete jornadas susodichas se avista la ciudad de Pianfu, inmensa y colmada de riquezas, donde hay gran abundancia de seda.

CAPÍTULO 30
Del castillo de Caicuy y de cómo su rey fue hecho prisionero traicioneramente y entregado a un enemigo suyo que se llamaba Preste Juan

A dos jornadas de la ciudad de Pianfu se alza el hermosísimo castillo de Caicuy, que edificó un tal Darío, que fue enemigo de un gran rey que se llamaba Preste Juan. Por la fortaleza del lugar aquel rey Darío no podía recibir gran daño de este monarca, así que el Preste Juan sentía muy amarga tristeza de no poder vencerlo por la fuerza. Sin embargo, hubo en su corte siete jóvenes que de mancomún se obligaron a traerle prisionero al rey Darío susodicho; él les prometió una gran recompensa si llevaban a efecto su palabra. Los jóvenes, saliendo de su reino con una excusa fingida, se presentaron en la corte de Darío para ofrecerse a su servicio. Darío, sin recelar su perfidia, los recibió en su corte. Durante dos años no pudieron realizar su maldad. Cuando el rey ya se fiaba de ellos, un día, tomándolos a ellos con otros pocos, cabalgó fuera del castillo una milla para distraerse. Los traidores, viendo que había llegado la hora de perpetrar la felonía que habían urdido, desenvainando la espada lo prendieron y lo llevaron cautivo al Preste Juan, como le habían prometido con palabra aleve. Este se alegró sobremanera y en prueba de su magnanimidad hizo que se le encomendara la guardia del ganado y que se le sometiera a estrecha vigilancia. Después de dos años de andar entre pastores, el rey mandó que fuera conducido a su presencia con todo el boato regio y le dijo: «Ahora has podido aprender en propia carne que tu poder no es nada, ya que te hice prender en tu reino y durante dos años te he relegado a los rebaños; y podría matarte, si quisiera, y ningún mortal podría librarte de mis manos». El confesó que era verdad todo aquello. Entonces prosiguió el rey Juan: «Dado que confiesas que, en comparación conmigo, no eres nada, quiero ahora tenerte como amigo, y me basta como victoria el hecho de haber podido matarte». Y le entregó caballos y escolta que lo condujo con honor a su castillo. Aquél, mientras tuvo vida, rindió pleito homenaje al Preste Juan y le obedeció en todo cuanto quiso.

CAPÍTULO 31
Del gran río de Caromoram

Caminando más allá del castillo de Caicuy se encuentra a XX millas el río de Caromoram, sobre el cual no se tiende ningún puente a causa de su gran anchura; es también muy profundo y llega hasta el mar Océano. A orilla de este río se levantan numerosas ciudades y aldeas, en las que se hace mucho trato de mercaderías. En la región limítrofe al río crece por doquier jengibre en gran cantidad. Se encuentra allí seda en suma abundancia. Hay también tal multitud de aves, que es cosa muy de maravillar: en efecto, se venden tres faisanes por una moneda de plata, que vale un veneciano. A dos jornadas del río se encuentra la ciudad noble de Cianfu, donde hay seda en grandísima abundancia. Allí se hacen paños de oro y seda. Todos los habitantes del lugar y de la provincia de Cathay son idólatras.

CAPÍTULO 32
De la ciudad de Quingianfu

De allí en ocho jornadas se pasa por ciudades, villas, campos muy hermosos, multitud de jardines y, a causa de la seda, moreras infinitas. Los hombres son idólatras. Hay allí mucha caza de bestias y de aves. Después de las ocho jornadas se llega a la gran ciudad de Quingianfu, que es la capital del reino de Quingianfu, en otro tiempo opulento y famoso. Su monarca es un hijo del Gran Kan llamado Mangla. Hay en ella grandísima abundancia de seda y de cuanto es menester para la vida del hombre y se hacen muchos tratos de mercaderías. El pueblo de la tierra es idólatra. Fuera de la ciudad, en la llanura, está el palacio real de Mangla, que tiene en cerco largas murallas: su circunferencia alcanza las cinco millas. Dentro de la muralla aquella corren ríos, estanques y fuentes. En la plaza del centro de la ciudad se alza un palacio muy hermoso, todo dorado por dentro. En torno de la muralla acampa el ejército del rey, que se distrae en aquella región con monterías y cacerías de aves.

CAPÍTULO 33
De la provincia de Chim

Saliendo de allí, es decir, del palacio, se marcha durante tres días por una llanura muy hermosa, donde hay numerosas ciudades, aldeas y muchos tratos. Tienen seda en muchísima abundancia. Al cabo de los tres días susodichos se entra en una región montuosa; entre las cordilleras se abren grandes valles, en los que se alzan muchas ciudades y aldeas, así como también en la sierra hay ciudades y aldeas, que pertenecen a la provincia llamada Chim. Los hombres de aquella tierra son idólatras y, agricultores; son también diestros cazadores, porque en la región menudean los animales salvajes, a saber, leones, osos, ciervos, gamos, cabras y otras diversas clases de alimañas. Se extiende la comarca susodicha unas XX jornadas, y los viandantes cruzan montes, valles y bosques; se encuentran muchas ciudades y poblaciones y muy buenas hospederías.

CAPÍTULO 34
De la provincia de Achalech Mangii

Después de las XX jornadas susodichas se avista la ciudad de Achalech Mangii * * *, que es limítrofe de la provincia de Mangii. En las tres primeras jornadas el terreno se presenta llano; al término de las mismas se atraviesan grandes montañas y valles inmensos y muchos bosques. Se extiende la región unas XX jornadas, y tiene multitud de ciudades y villas. Sus habitantes son idólatras y comerciantes, artesanos, labradores y muy avezados cazadores; en efecto, hay allí leones, osos, ciervos, gamos, cabras, onzas y las alimañas de las que se obtiene el almizcle, como se ha dicho arriba * * *. En esta provincia se da en suma abundancia el trigo. También hay arroz en grandísima cantidad.

CAPÍTULO 35
De la provincia de Sindifu

Al cabo de las XX jornadas susodichas de camino se extiende en una llanura la provincia de Sindifu, que está también en la frontera de Mangii; su capital se llama Sindifu. Esta ciudad fue antaño grande y opulentísima; su circunferencia abarcaba XX millas; gobernó en ella un monarca poderoso y riquísimo, que tenía tres hijos, los cuales, al suceder a su padre, partieron el reino en tres, y tras dividir asimismo la ciudad en tres partes cercaron cada una de ellas con una muralla, que corría por dentro de la anterior. No obstante, el Gran Kan conquistó la ciudad y el reino. Por medio de esta ciudad pasa el río Quinanfu, que tiene de ancho como media milla; es también muy profundo y se pescan en él muchos peces. A sus márgenes se elevan muchas ciudades y villas, pues fluye hasta el mar Océano a lo largo de XXX jornadas. Discurre por él cantidad innumerable de naves y mercaderías, de suerte que apenas se puede dar crédito a quien lo narra a no ser que se haya visto con los propios ojos. En la ciudad de Sindifu cruza el río un puente de piedra, cuya longitud es de media milla y su anchura de ocho pasos. Está todo él cubierto de una techumbre de madera muy primorosamente pintada, que se sostiene sobre columnas de mármol. Sobre el puente hay muchas casetas o tiendas de madera para los maestros de las diferentes artes, que se montan por la mañana y a la tarde se quitan o se desarman; hay también otra casa mayor donde se instalan los oficiales del rey que cobran el peaje y los tributos impuestos por el monarca, que ascienden todos los días, según se dice, a la suma de mil besantes de oro. Los hombres de esta región son idólatras. Prosiguiendo el camino durante cinco jornadas a través de una llanura se encuentran fortalezas y muchos caseríos, donde hay lienzos en grandísima abundancia. Hay también allí multitud de animales salvajes.

CAPÍTULO 36
De la provincia de Thebeth

Pasadas las cinco jornadas susodichas se entra en la provincia de Thebeth, que devastó el Gran Kan al combatirla y conquistarla. En efecto, muchas ciudades fueron allí destruidas y aldeas asoladas. La provincia se extiende en longitud durante XX jornadas, y como está convertida en un desierto, es preciso que durante las XX jornadas los viajeros lleven consigo todas las vituallas. Además, al carecer de habitantes, se han multiplicado en ella sobremanera las fieras salvajes, por lo que es muy peligroso pasar por allí y sobre todo de noche. Sin embargo, los mercaderes y los viandantes recurren a esta argucia. Aquella región tiene muchas cañas, cuya longitud suele ser de cinco pasos y su grosor de tres palmos de circunferencia; entre cada nudo de la caña hay una distancia de tres palmos. Por lo tanto, cuando los viandantes quieren acampar al caer el sol, hacen grandes manojos de cañas verdes, a las que prenden fuego para que ardan durante toda la noche; cuando se han calentado un poco, saltan con gran fuerza acá y acullá y se hienden y crepitan con tanto estruendo, que se escucha su fragor y estrépito a muchas millas a la redonda. Cuando las fieras salvajes oyen aquel ruido terrible, se espantan con tal sobresalto y pavor, que sin más se dan a la fuga hasta llegar a un lugar donde deje de escucharse aquel estruendo horrísono. De esta manera, pues, se libran de noche los mercaderes de las alimañas, ya que, de no precaverse con tal añagaza, no podría escapar ninguno con vida por la multitud de fieras salvajes. También los hombres, cuando oyen este estrépito, experimentan gran susto; a su vez, antes de que los caballos y los animales de los viajeros se acostumbren a él, sienten tal pánico, que al punto emprenden la huida, y de esta manera muchos mercaderes poco avisados han perdido ya muchos animales. Por tanto, es preciso que antes se aten con lazos las patas de los caballos una por una con suma diligencia, y a veces rompen las ligaduras y escapan al escuchar el crujir de las cañas si previamente no están trabados con gran cuidado.

CAPÍTULO 37
De otra región de la provincia de Thebeth y de una costumbre vergonzosa

Al cabo de las XX jornadas de la provincia de Thebeth se encuentran muchas aldeas y caseríos, en los que se observa una absurda y muy detestable perversión causada por la ceguera de la idolatría. En efecto, en aquella región no quiere ningún hombre recibir una muchacha virgen en matrimonio, sino que todos exigen de la que pretenden por esposa que haya sido conocida antes por muchos hombres, de otra suerte dicen que la mujer no está madura para el matrimonio. Por tanto, cuando los mercaderes u otros cualesquier viandantes, al pasar por aquella región, arman su tienda al lado de las villas o caseríos susodichos, las mujeres que tienen hijas casaderas las conducen en grupos de XX o XXX o XL, según que el número de comerciantes sea mayor o menor, rogándoles que cada uno de ellos escoja a una de sus hijas y la tenga como compañera mientras vaya a permanecer en su tierra. Ellos eligen para sí las que quieren y las retienen consigo el tiempo que residen allí. Cuando se marchan, no dejan a ninguna partir en su compañía, sino que es forzoso que las devuelvan a sus padres. Cada uno de ellos está obligado a dar a la muchacha que tuvo una joya, para que la joven, gracias a estas alhajas, posea una prueba evidente de haber complacido a muchos hombres, y así pueda casarse con mayor facilidad y tener mejor partido. Cuando las zagalas antedichas quieren presentarse con todas sus galas y arreos, se ponen al cuello todos los aderezos que les han dado los viandantes y muestran que les han servido con aceptación; y las que llevan más preseas semejantes al cuello son las más preciadas y se casan con mayor facilidad. Una vez que han contraído matrimonio son muy amadas por sus esposos, y no les está permitido volver a cohabitar con extranjeros o lugareños, y se cuidan muy mucho los hombres de esta región de no ofenderse unos a otros por este motivo. Los habitantes de la comarca son idólatras y no consideran pecaminoso ni saquear ni dedicarse a la rapiña. Viven de los frutos del campo y de las mercaderías. En esta tierra menudean los animales que producen almizcle, llamados gudderi. Los moradores de la región tienen muchos perros de caza que los capturan, por lo que abundan en almizcle. Se visten de cuero y de pieles de animales o de bocarán o cañamazo basto. Tienen tanto lengua como moneda propia. Pertenecen a la provincia de Thebeth y lindan con la gran región de Mangi, pues la provincia de Thebeth es anchurosísima y se divide en ocho reinos. Cuenta con muchas ciudades y villas; es muy montuosa y tiene lagos y ríos en los que se encuentra el oro que se llama «de payollo». Hay allí coral, que usan como moneda, que se compra a subidos precios, porque todas las mujeres de aquella región llevan coral al cuello y cuelgan igualmente coral al cuello de sus ídolos, pues esto lo tienen a mucha gloria. En la región de Thebeth hay perros grandes como asnos, que cazan las fieras salvajes; poseen también otros perros de caza de diversas clases. Hay allí muchos y excelentes halcones laneros o herodii. Hay asimismo en esta provincia canela, áloe y otras especias aromáticas en abundancia, que no se traen a nosotros ni se han visto en nuestra tierra. Se hacen muchos chamelotes y otros paños de oro y seda. Toda esta provincia está sometida al Gran Kan.

CAPÍTULO 38
De la provincia de Caindu

Después de atravesar la provincia de Thebeth se encuentra al occidente la provincia de Caindu, que tiene rey y está sometida al Gran Kan. Hay allí muchas ciudades y aldeas. Hay una laguna en la que se encuentran perlas en tanta cantidad que, si el Gran Kan permitiese su libre pesca y exportación, su precio bajaría muchísimo por su gran abundancia; pero el Gran Kan no tolera que sean cogidas a placer, y si alguien se atreviese a hacer pesquería de perlas sin licencia del rey, sería ajusticiado. En esta provincia hay gran número de gudderi, de los que se obtiene el almizcle. Hay también peces sin cuento en el lago donde se encuentran las perlas. Hay asimismo muchos leones, osos, ciervos, gamos, onzas y cabras en infinita abundancia, así como un sinfín de aves de muchas especies. Allí no se da el vino ni crecen las viñas, pero hacen un vino excelente de trigo, arroz y diversas especias. Hay clavo en abundancia extraordinaria, que cogen de unos pequeños arbustos que tienen ramitas chicas; dan una flor blanca y menuda, como es el grano de clavo. Hay también jengibre en gran cantidad, y abunda mucho asimismo la canela y otras muchas especias aromáticas que se importan a nuestras tierras. En los montes de esta región se encuentran en grandísima abundancia piedras muy hermosas llamadas turquesas, que no está permitido excavar a nadie sin licencia del Gran Kan. Los habitantes de esta comarca son idólatras. Los hombres tienen el seso tan completamente trastornado por sus ídolos, que creen que se propician su favor si entregan sus propias mujeres e hijas a los viandantes. En efecto, cuando un viajero pasa por sus tierras y se hospeda en la morada de uno de ellos, al punto el dueño de la casa convoca a su esposa, sus hijas y a las demás mujeres que tiene en el hogar y les manda que obedezcan en todo al huésped y a sus acompañantes: tras dar esta orden se va y deja al extranjero con su séquito en su casa como señor de la misma y no se atreve a regresar mientras quiera aquél permanecer en ella. A su vez, el extranjero cuelga su sombrero u otra señal en la puerta de la mansión; cuando el dueño de la casa decide retornar, pensando que quizá aquél haya partido, si ve la señal en la puerta retrocede de inmediato, por lo que el forastero puede quedarse allí dos o tres días. Esta ciega y detestable perversión la guardan todos en la provincia de Caindu y nadie la considera un vituperio, ya que obran así en honor de sus dioses, y creen que por el buen trato que dispensan a los viandantes merecen que sus dioses les otorguen abundancia de frutos terrenales. Tienen moneda de esta suerte. Hacen barritas de oro de un determinado peso que emplean como dinero, y según el peso de la barrita varía su valor; ésta es la moneda mayor. La menor es la siguiente: cuecen sal en un caldero que después vierten en moldes, donde se cuaja, y se sirven de esa moneda; en efecto, ochenta de estos dineros tienen el valor de una barrita de oro. Después se avanza diez jornadas y se encuentran en el camino muchas aldeas y caseríos, que siguen las mismas costumbres que la provincia de Caindu * * *. En este río se halla gran abundancia de oro que se dice «de payolo». A su orilla crece canela en cantidad infinita; desemboca en el mar Océano.

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