CAPÍTULO 67
Del reino de Suguy
Al salir de la ciudad de Tinguy se entra inmediatamente en el reino de Suguy, y sigue el camino al siroco durante seis jornadas por montes y valles, en el que se encuentran ciudades y castillos; hay allí plenitud de víveres, así como muchísima caza de animales y aves; hay gran número de leones. Crece el jengibre en abundancia infinita, pues por el valor de un grueso veneciano se dan LXXX libras de jengibre. Hay también una flor que se asemeja al azafrán; sin embargo, es de otra especie, pero de igual valor que el azafrán. Los habitantes de esta región comen muy gustosos carne humana, con tal que los hombres no hayan fallecido de muerte natural, y piensan que ésta es la mejor carne. Cuando marchan a la guerra, todos se marcan en la frente una señal con hierro al rojo. Ninguno de ellos va a caballo salvo el jefe del ejército. Se sirven de lanzas y espadas. Son hombres cruelísimos sobremanera. Cuando matan en combate a un enemigo, beben su sangre y comen su carne.
CAPÍTULO 68
De las ciudades de Quelinfu y Unquen
En el medio de las seis jornadas susodichas está la ciudad de Quelinfu, muy grande y noble; tiene sobre el río tres puentes de piedra adornados en el pretil con columnas de mármol. Miden los puentes ocho pasos de anchura y una milla de longitud. Hay allí seda, jengibre y galanga en grandísima abundancia. Los hombres y las mujeres son muy hermosos. Hay gallinas que carecen de alas, pero tienen pelo como los gatos y son todas de color negro; ponen huevos excelentes, parecidos a los de nuestras gallinas. Por la multitud de leones es peligroso en extremo pasar por allí. Transcurridas las seis jornadas susodichas está a XV millas la ciudad de Unquen. Hay en ella azúcar en cantidad infinita y se lleva de allí a la ciudad de Cambalú.
CAPÍTULO 69
De la ciudad de Fuguy
Avanzando por el camino se encuentra a XV millas la ciudad de Fuguy, que es la capital del reino de Conchay, uno de los nueve reinos de Mangi. En esta ciudad acampa el ejército del Gran Kan para custodia de la región, listo a acudir inmediatamente a la ciudad que se atreva a rebelarse. Por medio de la ciudad pasa un río que tiene una milla de anchura. En ella se construyen muchas naves que navegan por el río. Hay allí jengibre en abundancia extraordinaria. Se hacen también tratos grandísimos de perlas y de piedras preciosas, que se traen de la India, pues está cercana al mar Océano. Tiene asimismo abundancia de vituallas.
CAPÍTULO 70
De la ciudad de Zaizen y su famosísimo puerto y de la ciudad de Tinguy
Después de franquear el río susodicho se va durante cinco jornadas al siroco y se encuentran en el camino buenísimas ciudades y muchas aldeas y caseríos y bosques, en los que se hallan muchos árboles de los que se extrae el alcanfor. Al cabo de esas cinco jornadas se encuentra la ciudad de Zaizen, que es inmensa y tiene un puerto famosísimo al que acuden en cantidad infinita las naves de la India con sus mercancías, pues por una que vaya con pimienta a Alejandría para llevarla de allí a tierra de los cristianos, vienen cien navíos a este puerto. En efecto, es uno de los mayores y mejores del mundo por la cantidad y el volumen de las mercancías que entran en él. El Gran Kan obtiene enormes rentas de este puerto, pues cada nave le paga de todas sus mercancías el diez por ciento. La nave recibe de los mercaderes el XXX por ciento por el flete de las mercancías finas; por el de las demás mercancías bastas, lináloe y sándalo recibe el XL por ciento, de suerte que los mercaderes pagan en total, contando el tributo real y el flete, la mitad de todas las mercancías que llevan al puerto susodicho. En la ciudad hay gran abundancia de víveres. En esta región está la ciudad de Tinguy, donde se hacen bellísimas escudillas de una tierra que se llama porcelana, en una comarca que es una de las nueve regiones de Mangi; tienen éstos lengua propia. De este reino obtiene el Gran Kan tan grandes o mayores rentas que del reino de Quinsay. Dejo de escribir de los otros reinos de Mangi por mor de brevedad; en caso de describir cada uno, sería excesiva la prolijidad de este libro. Es preciso que pase a la India, donde yo, Marco, residí largo tiempo, y de la que hay que contar grandes e innumerables cosas.
Empieza el libro tercero de micer Marco de Venecia.
CAPÍTULO 1
El primer capítulo contiene la descripción de las naves
La parte tercera de nuestro libro contiene la descripción de la India; pero comencemos al principio por sus naves. Las naves con las que se surca el mar de la India son del siguiente porte: por lo general, son de pino, y tienen un sobrado, que entre nosotros se llama «cubierta», sobre el que se asientan camarotes o celdas en número de XL, cada una de las cuales aloja cómodamente a un mercader; tiene también la nave un amplustre o gobernalle único, que en lengua vulgar se llama «timón»; asimismo está provista de cuatro mástiles y cuatro velas, pero dos de los mástiles susodichos están dispuestos de manera que se puedan poner y quitar sin dificultad. Por otra parte, las tablas están clavadas y fijas dos a dos, y así, al ajustarse una tabla sobre otra, se dobla el forro del barco en todos sus costados. La nave se sujeta con clavos de hierro; también las tablas de la nave están clavadas por dentro y por fuera según la común usanza de nuestros marineros. Sin embargo, no están calafateadas con pez porque en aquellas regiones carecen de ella; en cambio pican y desmenuzan el cáñamo y lo mezclan con aceite de los árboles y con cal, y con este engrudo brean los navíos; es esta untura muy tenaz y excelente para este uso. Cualquier nao gruesa precisa de doscientos marineros poco más o menos, pero transporta por lo general seis mil sacos de pimienta. Tiene grandes remos y muchas veces va a boga; cualquiera de los remos necesita a su vez cuatro marineros. Tiene además la nave dos barcas grandes; unas son mayores que otras, pero cualquiera de ellas transporta mil sacos de pimienta y para su manejo y gobernación se requieren XL marineros, con lo que a menudo va la nave a remolque de las barcas, que avanzan a vela o a remo según la ocasión. Asimismo cuenta la nao con diez barcas pequeñas que llamamos bateles para la pesca, el anclaje y otros muchos menesteres náuticos. Todas estas barcas van atadas a los costados de la nave y se echan al agua cuando es preciso. A su vez, las barcas tienen igualmente bateles. Cuando la nao gruesa realiza un largo viaje por mar o navega durante un año completo necesita reparación, y sobre cada tabla de la nave primitiva se pone una tercera tabla por doquier, y se brea como se hizo al principio. Y esta operación se repite también otras veces hasta que, al final, cubren la nave seis hiladas de tablas.
CAPÍTULO 2
De la isla de Ciampagu
Pasemos ahora a describir las regiones de la India; empezaremos por la isla de Ciampagu, que es una isla al oriente en alta mar, que dista de la costa de Mangi mil cuatrocientas millas. Es grande en extremo y sus habitantes, blancos y de linda figura, son idólatras y tienen rey, pero no son tributarios de nadie más. Allí hay oro en grandísima abundancia, pero el monarca no permite fácilmente que se saque fuera de la isla, por lo que pocos mercaderes van allí y rara vez arriban a sus puertos naves de otras regiones. El rey de la isla tiene un gran palacio techado de oro muy fino, como entre nosotros se recubren de plomo las iglesias. Las ventanas de ese palacio están todas guarnecidas de oro, y el pavimento de las salas y de muchos aposentos está cubierto de planchas de oro, las cuales tienen dos dedos de grosor. Allí hay perlas en extrema abundancia, redondas y gruesas y de color rojo, que en precio y valor sobrepujan al aljófar blanco. También hay muchas piedras preciosas, por lo que la isla de Ciampagu es rica a maravilla.
CAPÍTULO 3
De cómo el Gran Kan envió su ejército a conquistar la isla de Ciampagu
El Gran Kan Cublay, prestando oídos a los mercaderes que le narraban las riquezas de Clampagu, envió allí a dos de sus barones con un imponente ejército para someter la isla a su dominio. Uno de ellos se llamaba Anatar, el otro Santhim. Zarpando del puerto de Quinsay con muchas naves y gran copia de jinetes y peones arribaron allí, y descendiendo en tierra infirieron grandes daos a las villas y aldeas que se encontraban en la llanura. Sin embargo, surgió entre ellos desavenencia, porque el uno se negaba a plegarse a la voluntad del otro. Por esta razón no los acompañó el éxito como esperaban, pues no conquistaron ninguna ciudad a excepción de una sola aldea en una refriega pequeña. Como los que se encontraban en la aldea no quisieron rendirse, fueron todos descabezados por orden de los barones, salvo ocho hombres que había entre ellos, cada uno de los cuales tenía cosido en el brazo, entre la carne y la piel, una piedra preciosa en la que nadie hubiese podido reparar; esta piedra está embrujada con diabólicos ensalmos a este efecto, a saber, que nadie que la lleve sobre sí pueda recibir herida o muerte por el hierro. Así, pues, cuando eran golpeados con la espada no podían sufrir ningún daño. Al conocerse la causa, ordenaron que se les diese muerte con un garrote de madera. Y así murieron de inmediato y los barones cogieron las piedras susodichas.
CAPÍTULO 4
De cómo naufragaron las naves del ejército de los tártaros y cómo muchos del ejército escaparon
Acaeció un día que se levantó en el mar una borrasca y las naves de los tártaros fueron batidas por la fuerza del viento sobre la costa. Al aconsejar los marinos que se alejasen los navíos de tierra, se embarcó todo el ejército. Sin embargo, como la tempestad arreció, naufragaron muchas naos, y los que iban en ellas llegaron a otra isla situada a unas cuatro millas de Ciampagu asiéndose a tablas de madera o nadando; a su vez, el grueso del ejército, que pudo escapar en las naves, retornó a su patria. Los que arribaron a la isla eran al pie de treinta mil; pero como habían perdido las naves y multitud de compañeros y estaban cerca de la isla de Ciampagu, se juzgaban próximos a la muerte por estar desprovistos de ayuda humana; en la isla a la que habían llegado no había poblado alguno.
CAPÍTULO 5
De cómo los tártaros regresaron astutamente y tomaron la ciudad principal
Al amainar la tempestad del mar, los hombres de la gran isla de Ciampagu marcharon contra ellos con muchas naves y un gran ejército con intención de matarlos, ya que los veían privados de armas y de ayuda. Cuando abandonando las naves descendieron en tierra, los tártaros, entonces, los alejaron hábilmente del litoral y desviándose por otro camino volvieron de repente a la costa y se embarcaron todos en las naos, dejando al adversario en tierra sin barcos. Así fueron a la isla de Ciampagu y, tomando las banderas enemigas que encontraron en las naves, se dirigieron a la ciudad que era más principal en la isla. Los que habían quedado en ella, cuando vieron las enseñas de su pueblo, salieron a su encuentro pensando que los suyos tornaban victoriosos. Ellos entraron inmediatamente en la plaza y, reteniendo a las mujeres, expulsaron a los demás que habían quedado en la ciudad.
CAPÍTULO 6
De cómo los tártaros fueron cercados y devolvieron la ciudad que habían tomado
Al oír esta nueva el rey de Ciampagu, aprestando naves de otros lugares de la isla, navegó * * * hacia Ciampagu con su ejército, y sitió la ciudad que habían conquistado los tártaros; y con tan gran diligencia hizo guardar todas sus entradas y salidas, que nadie podía entrar en ella desde el exterior ni salir del interior fuera del recinto. Así fueron asediados y cercados durante siete meses por un gran ejército, de suerte que no pudieron dar aviso al Gran Kan por algún mensajero viendo, en consecuencia, que no podían obtener ayuda de los suyos, entregaron sin condiciones la ciudad a aquel rey de Ciampagu a trueque de sus vidas, y después regresaron a su patria. Esto ocurrió en el año del Señor milésimo ducentésimo sexagésimo nono.
CAPÍTULO 7
De la idolatría y la crueldad de sus hombres
En esta isla de Ciampagu y en aquellas regiones hay muchos ídolos que tienen una cabeza de buey, otros de cerdo y otros de carnero, perro u otros diversos animales. También hay algunos ídolos que tienen cuatro caras en una sola cabeza; asimismo hay otros que tienen tres cabezas, una sobre el cuello y otras dos a cada lado de los hombros; algunos, en fin, tienen cuatro manos, otros diez, otros cien: el ídolo que más manos tiene se considera que posee más poder. Cuando se les pregunta a los habitantes de Ciampagu la razón de todo ello, por lo general no saben dar otra respuesta sino que así lo creyeron sus mayores y tal fe han recibido de ellos, y que quieren practicar y creer lo que siguieron sus antepasados. Cuando los habitantes de la isla de Ciampagu apresan a un extranjero, si el cautivo puede lograr su redención por dineros, lo dejan ir a cambio de un rescate; mas si carece de bienes para alcanzar su libertad, lo matan y se lo comen cocido e invitan a semejante banquete a sus parientes y amigos, ya que comen con gran gula aquella carne, afirmando que la carne humana es mejor que ninguna otra.
CAPÍTULO 8
De la multitud de las islas de aquella región y sus frutos
El mar donde está la isla de Ciampagu es Océano y se llama mar de Cim, es decir, «mar de Mangi», ya que la provincia de Mangi está en su costa. En el mar donde está Ciampagu hay otras muchísimas islas, que contadas con cuidado por los marineros y pilotos de aquella región se ha hallado que son siete mil CCCLXXVIII, la mayor parte de las cuales está poblada por hombres. En todas las islas susodichas los árboles son de especias, pues allí no crece ningún arbusto que no sea muy aromático y provechoso. Allí hay especias infinitas; hay pimienta blanquísima como la nieve; también hay suma abundancia de la negra. Con todo, los mercaderes de otras partes rara vez aportan por allí, pues pasan un año completo en el mar, ya que van en invierno y vuelven en verano. Sólo dos vientos reinan en aquel mar, uno en invierno y otro en verano. También está esta región muy distante de las costas de la India. Sobre esta comarca, como no estuve allí, concluyo mi narración. Volvamos, pues, al puerto de Zaizen, para seguir con las demás tierras.
CAPÍTULO 9
De la provincia de Ziamba
Después de partir del puerto de Zaizen y navegando al garbino mil quinientas millas se llega a la provincia de Ziamba, que es grande en extremo y de muchas riquezas. Esta región tiene su propia lengua y su propio rey y sigue la idolatría. En el año del Señor de MCCLXVIII el Gran Kan Cublay envió a uno de sus príncipes, llamado Sagata, con un gran ejército, para someter a su dominio aquella comarca; pero encontró ciudades tan fuertes y castillos tan guarnecidos que no pudo tomar ni ciudades ni castillos. No obstante, como talaba las mieses de la tierra, el rey de Ziamba prometió pagar un tributo anual al Gran Kan si se avenía a dejarlo en paz. Alcanzado un acuerdo, se retiró el ejército, y aquel monarca envía todos los años XX elefantes muy hermosos al Gran Kan. Yo, Marco, estuve en esta provincia, en la que encontré a un rey anciano con un sinfín de mujeres, de las que tenía CCCXXXVI hijos varones y hembras; de ellos l ya podían llevar armas. En esta región hay muchos elefantes y lináloe en grandísima abundancia; hay también bosques de madera de ébano.