El libro del día del Juicio Final (41 page)

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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El libro del día del Juicio Final
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—Feliz Navidad —dijo—. Gracias por la bufanda. ¿Quieres que abra tu petardo?

—Sí, por favor —contestó Mary. Parecía cansada. Llevaba la misma bata que hacía dos días. Alguien le había prendido una ramita de acebo en la solapa.

Colin abrió el petardo sorpresa.

—Ponte el sombrero —dijo, desplegando una gran corona de papel azul.

—¿Has conseguido descansar algo? —preguntó Dunworthy.

—Un poco —asintió ella, mientras se ponía la corona sobre el pelo canoso y despeinado—. Hemos tenido treinta nuevos casos desde mediodía, y he pasado la mayor parte del día intentando que el WIC me dé las secuencias, pero las líneas están ocupadas.

—Lo sé. ¿Puedo ver a Badri?

—Sólo un par de minutos. —Ella frunció el ceño—. No responde a la sintamicina, ni tampoco las dos estudiantes del baile de Headington. Beverly Breen ha mejorado un poco. Eso me preocupa. ¿Has recibido tu potenciación de leucocitos-T?

—Todavía no. Colin sí.

—Y dolió un montón —protestó el niño, que estaba desplegando el papel del interior del petardo—. ¿Quieres que lea tu mensaje?

Ella asintió.

—Necesito que un técnico entre en la zona de cuarentena mañana para que lea el ajuste de Kivrin —dijo Dunworthy—. ¿Qué debo hacer para conseguirlo?

—Nada, que yo sepa. Intentan que la gente no salga, pero no impiden que entre.

La encargada de Admisiones llevó a Mary a un lado, y le habló en voz baja y urgente.

—Debo irme —dijo Mary—. No te marches hasta que recibas tu potenciación. Vuelve aquí cuando hayas visto a Badri. Colin, espera aquí al señor Dunworthy.

Dunworthy subió a Aislamiento. No había nadie en el mostrador, así que se puso un equipo de RPE, recordando dejar los guantes para lo último, y entró.

La enfermera guapa que estaba tan interesada en William tomaba el pulso a Badri, con los ojos fijos en las pantallas. Dunworthy se detuvo al pie de la cama.

Mary había dicho que Badri no respondía al tratamiento, pero de todos modos Dunworthy se sorprendió al verlo. Tenía la cara más oscura por efecto de la fiebre, y los ojos parecían hinchados, como si alguien le hubiera golpeado. Tenía el brazo derecho torcido. Estaba púrpura en la parte interior del codo. El otro brazo estaba peor, negro.

—¿Badri? —dijo, y la enfermera sacudió la cabeza.

—Sólo puede quedarse un momento.

Dunworthy asintió.

Ella colocó la mano de Badri a un lado, tecleó algo en la consola, y salió.

Dunworthy se sentó junto a la cama y observó las pantallas. Parecían igual, todavía indescifrables, las gráficas y puntas y números no le decían nada. Contempló a Badri, que yacía con aspecto derrotado. Le palmeó la mano suavemente y se levantó para marcharse.

—Fueron las ratas —murmuró Badri.

—¿Badri? Soy el señor Dunworthy.

—Señor Dunworthy… —dijo Badri, pero no abrió los ojos—. Me estoy muriendo, ¿verdad?

Dunworthy sintió un retortijón de miedo.

—No, claro que no —dijo roncamente—. ¿De dónde has sacado esta idea?

—Siempre es fatal.

—¿El qué?

Badri no contestó. Dunworthy se sentó con él hasta que llegó la enfermera, pero no dijo nada más.

—¿Señor Dunworthy? —dijo ella—. Necesita descansar.

—Lo sé.

Dunworthy se dirigió a la puerta y luego miró a Badri. Abrió la puerta.

—Los mató a todos —dijo Badri—. A media Europa.

Colin esperaba junto al mostrador de Admisiones cuando Dunworthy volvió abajo.

—Los regalos de mi madre no han llegado por culpa de la cuarentena. El cartero no los dejó pasar.

Dunworthy le habló a la enfermera de Admisiones de la potenciación de leucocitos-T y la mujer asintió.

—Sólo será un momento.

—No pude leerle su mensaje —le dijo Colin—. ¿Quiere oírlo? —No esperó una respuesta—. «¿Dónde estaba Papá Noel cuando se apagó la luz?»

Esperó, ansioso.

Dunworthy sacudió la cabeza.

—En la oscuridad.

Se sacó el chicle del bolsillo, le quitó el envoltorio
,
y se lo metió en la boca.

—Está preocupado por su chica, ¿eh?

—Sí.

Dobló el envoltorio del chicle en un paquete diminuto.

—Lo que no comprendo es por qué no va a buscarla.

—No está allí. Debemos esperar al encuentro.

—No, quiero decir por qué no va al mismo tiempo en que la envió y la encuentra mientras está allí. Antes de que suceda nada. Puede ir a cualquier tiempo que quiera, ¿no?

—No. Puedes enviar a un historiador a cualquier momento, pero una vez está allí, la red sólo puede operar en tiempo real. ¿Estudiaste las paradojas en el colegio?

—Sí —dijo Colin, pero parecía inseguro—. ¿Son como las reglas de los viajes en el tiempo?

—El continuum espacio-tiempo no permite paradojas. Sería una paradoja si Kivrin hiciera que sucediera algo que no pasó, o si provocara un anacronismo.

Colin seguía pareciendo inseguro.

—Una de las paradojas es que nadie puede estar en dos sitios al mismo tiempo. Ella lleva ya en el pasado cuatro días. No hay nada que podamos hacer para cambiar eso. Ya ha sucedido.

—¿Entonces, cómo vuelve?

—Cuando atravesó, el técnico hizo lo que llamamos un ajuste. Eso le dice exactamente dónde está, y actúa como… um… —Buscó una palabra comprensible—. Una cuerda. Ata los dos tiempos para que la red pueda volver a ser abierta en un momento determinado, y podamos recogerla.

—Como «¿Nos veremos en la iglesia a las seis y media?»

—Exactamente. Eso se llama encuentro. El de Kivrin ocurrirá dentro de dos semanas. El veintiocho de diciembre. Ese día, el técnico abrirá la red, y Kivrin volverá a atravesar.

—Creí que había dicho que allí era el mismo tiempo. ¿Cómo puede ser el veintiocho dentro de dos semanas?

—En la Edad Media se regían por un calendario distinto. Allí es diecisiete de diciembre. La fecha de nuestro encuentro es el seis de enero.

Si ella está allí. Si puedo encontrar un técnico que abra la red.

Colin se sacó el chicle de la boca y lo miró, pensativo. Tenía puntitos blancos y azules y parecía un mapa de la luna. Volvió a metérselo en la boca.

—Así que si yo fuera a 1320 el veintiséis de diciembre, podría pasar la Navidad dos veces.

—Sí, supongo que sí.

—Apocalíptico. —Desplegó el envoltorio del chicle y lo volvió a plegar en un paquete aún más diminuto—. Creo que se han olvidado de usted, ¿no?

—Eso parece —suspiró Dunworthy. Cuando pasó un enfermero, Dunworthy lo detuvo y le dijo que estaba esperando una potenciación de leucocitos-T.

—¿Sí? —se extrañó el hombre. Parecía sorprendido—. Intentaré averiguar qué pasa. —Desapareció en Admisiones.

Esperaron un poco más. «Fueron las ratas», había dicho Badri. Y la primera noche le preguntó a Badri por el año que era. Pero había dicho que se produjo un deslizamiento mínimo. Había dicho que los cálculos del estudiante eran correctos.

Colin se sacó el chicle y lo examinó varias veces para ver si cambiaba de color.

—Si sucediera algo terrible, ¿no podrían quebrantar las reglas? —preguntó, mirando el chicle—. ¿Si ella se cortara el brazo, o muriera, o una bomba la hiciera volar, o algo así?

—No son reglas, Colin. Son leyes científicas. No podríamos quebrantarlas aunque lo intentáramos. Si quisiéramos dar marcha atrás a hechos que hayan sucedido, la red simplemente no se abriría.

Colin escupió el chicle en el envoltorio y dobló cuidadosamente el papelito arrugado a su alrededor.

Se guardó el chicle envuelto en el bolsillo de su chaqueta y sacó un grueso paquete.

—Me olvidé de darle a tía Mary su regalo de Navidad.

Se levantó de un salto y se asomó a Admisiones antes de que Dunworthy le pidiera que esperase, se dirigió a la puerta opuesta y volvió rápidamente.

—¡Mierda! ¡La gorda está aquí! ¡Viene para acá!

Dunworthy se levantó.

—Lo que nos faltaba.

—Por aquí —dijo Dunworthy—. Entré por la puerta trasera la noche que llegué. —Salió corriendo en dirección contraria—. ¡Vamos!

Dunworthy no pudo echar a correr, pero recorrió velozmente el laberinto de pasillos que Colin indicaba y salió por una entrada de servicio a una calle lateral. Un hombre con un tablón de anuncios esperaba bajo la lluvia. El tablón decía: «La condena que temíamos ha llegado», lo cual parecía extrañamente adecuado.

—Me aseguraré de que no nos ve —murmuró Colin, y corrió hacia la parte delantera del edificio.

El hombre le tendió a Dunworthy un folleto. «¡EL FINAL DE LOS TIEMPOS ESTÁ CERCA!», decía en feroces letras mayúsculas. «“Temed a Dios, pues la hora del Juicio ha llegado.” Apocalipsis, 14.7.»

Colín le hizo señas desde la esquina.

—Todo va bien —jadeó Colin, casi sin aliento—. Está dentro gritándole a la enfermera.

Dunworthy le devolvió el folleto al hombre y siguió a Colin, quien le guió hasta Woodstock Road. Dunworthy miró ansiosamente hacia la puerta de Admisiones, pero no vio a nadie, ni siquiera a los piquetes contra la CE.

Colin recorrió otra manzana, y luego redujo la marcha. Sacó el paquete de pastillas de jabón de su bolsillo y ofreció una a Dunworthy, quien declinó la oferta.

Colin se metió una pastilla rosa en la boca y dijo, no demasiado claramente:

—Es la mejor Navidad que he pasado en mi vida.

Dunworthy reflexionó sobre aquel comentario durante varias manzanas.

El carillón estaba masacrando
In the Bleak Mid-winter
, cosa que también parecía adecuada, y las calles seguían desiertas, pero cuando salieron a Broad, una figura conocida corrió hacia ellos, encogida contra la lluvia.

—Ahí viene el señor Finch —anunció Colin.

—Vaya por Dios. ¿Qué se nos habrá acabado ahora?

—Espero que sean las coles de Bruselas.

Finch alzó la cabeza al oír sus voces.

—Por fin le encuentro, señor Dunworthy. Gracias a Dios. Le he estado buscando por todas partes.

—¿Qué pasa? Le dije a la señora Taylor que me encargaría de su sala de ensayos.

—No es eso, señor. Son los retenidos. Dos de ellos han contraído el virus.

T
RANSCRIPCIÓN
DEL
L
IBRO
DEL
D
ÍA
DEL
J
UICIO
F
INAL

(032631-034122)

21 de diciembre de 1320 (Calendario Antiguo). El padre Roche no sabe dónde está el lugar de recogida. Le pedí que me llevara a donde lo encontró Gawyn, pero aunque estuve en el claro no recuperé la memoria. Está claro que Gawyn no se topó con él hasta que estuvo bastante lejos del lugar, y para entonces yo deliraba por completo.

Y hoy me he dado cuenta de que nunca daré con el sitio yo sola. El bosque es demasiado grande, y está lleno de claros y robles y grupitos de sauces que parecen iguales ahora que ha nevado. Tendría que haber marcado el lugar con algo más que el cofre.

Gawyn tendrá que mostrarme dónde está el lugar, y todavía no ha vuelto. Rosemund me dijo que sólo hay medio día de viaje hasta Courcy, pero que probablemente pasará allí la noche debido a la lluvia.

Ha estado lloviendo mucho desde que regresamos, y supongo que debería alegrarme, porque eso tal vez derrita la nieve, pero me imposibilita salir y buscar el lugar, y hace mucho frío en la casa. Todo el mundo lleva la capa puesta y se acurruca junto al fuego.

¿Qué hacen los aldeanos? Sus chozas ni siquiera pueden protegerlos del viento, y en la que yo estuve no había ni mantas. Deben de estar congelándose literalmente, y según me contó Rosemund, el senescal dijo que iba a llover hasta Nochebuena.

Rosemund pidió disculpas por su mala conducta en el bosque y me dijo que estaba enfadada con su hermana.

Agnes no tenía nada que ver: sin duda lo que la irritaba era la noticia de que su prometido había sido invitado para Navidad, y cuando tuve la oportunidad de estar con ella a solas, le pregunté si le preocupaba el matrimonio.

—Mi padre lo ha dispuesto así —dijo, ensartando su aguja—. Nos prometimos en san Martín. Vamos a casarnos en Pascua.

—¿Y tú consientes? —pregunté.

—Es una buena boda. Sir Bloet goza de muy buena situación, y tiene posesiones que se unirán a las de mi padre.

—¿Te gusta?

Ella clavó la aguja en el lino enmarcado en madera.

—Mi padre nunca dejaría que me ocurriera nada malo —afirmó, y sacó el largo hilo.

No añadió nada más, y todo lo que pude sacarle a Agnes fue que sir Bloet es simpático y que le había regalado un penique de plata, sin duda como parte de los regalos del compromiso.

Agnes estaba demasiado preocupada por su rodilla para decirme nada más. Dejó de quejarse a medio camino de regreso a casa, y luego cojeó exageradamente cuando se bajó del caballo. Pensé que sólo intentaba llamar la atención, pero cuando le miré la rodilla, la costra había desaparecido casi por completo. La zona alrededor estaba roja e hinchada.

La lavé, la envolví en la tela más limpia que encontré (me temo que fue una de las cofias de Imeyne, la encontré en el cofre al pie de la cama), e hice que permaneciera sentada junto al fuego y jugara con su caballero, pero estoy preocupada. Si se infecta, podría ser grave. No había antimicrobiales en el siglo
XIV
.

Eliwys está muy preocupada también. A todas luces, esperaba que Gawyn regresara esta noche, y ha ido a asomarse a la puerta continuamente. A veces, como hoy, creo que le ama, y tiene miedo de lo que eso significa para ambos. El adulterio era un pecado mortal a los ojos de la Iglesia, y a menudo resultaba peligroso. Pero casi todo el tiempo pienso que el
amour
de él no es correspondido en lo más mínimo, que ella está tan preocupada por su marido que ni siquiera se da cuenta de su existencia.

La dama pura e inconquistable era el ideal de los amores corteses, pero está claro que él no sabe si ella le corresponde. Su rescate y su historia de los renegados en el bosque era sólo un intento de impresionarla (hubiera sido mucho más impresionante si hubiera habido veinte renegados, todos armados con espadas y mazas y hachas de batalla). Es evidente que haría cualquier cosa por conseguirla, y lady Imeyne lo sabe. Y por eso creo que lo ha enviado a Courcy.

18

Cuando volvieron a Balliol, otros dos retenidos habían contraído el virus. Dunworthy envió a Colin a la cama y ayudó a Finch a acostar a los retenidos y telefoneó al hospital.

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