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Authors: Giovanni Papini

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El libro negro (7 page)

BOOK: El libro negro
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Tenía un exterior tan extático, recluido, de rapto, que ninguno se atrevía a aproximarse y hablarle. Ya eran las dos de la madrugada y casi todos los oyentes, saciados y llenos de sueño, habían desaparecido. Tan sólo permanecían en el fondo de la sala dos fanáticos melómanos: un joven y una muchacha que parecían ligados a las sillas por aquellos sortilegios sonoros. Pero pasadas ya las tres de la madrugada también ellos hallaron fuerzas para levantarse e irse.

Tan sólo quedaba yo, entontecido por aquellas cataratas sonoras, escuchando al célebre pianista. A pesar de todo lo que Ebers nos dijera al comienzo del concierto, no daba ninguna señal de fatiga. Sus hermosas y delgadas manos continuaban acariciando y golpeando el teclado, como si hubiera comenzado a hacerlo pocos minutos antes, y lograba de aquel perfecto instrumento melodías angélicas, cabalgatas infernales, clamores alegres y lamentos ocultos de ternura implorante. Su rostro se había transformado otra vez: ahora parecía el de un joven alucinado y pálido, que sufre y se consume en un amor inútil.

Yo no podía más, me adormecí en mi poltrona, ¿durante un minuto o durante una hora? Cuando me desperté ya se filtraban por los ventanales las luces del alba. Ebers continuaba tocando siempre, inspirado y alucinado. Con mano suave le toqué el hombro, y entonces se conmovió, se distendió, apoyó la frente en el teclado tocando un último acorde y repentinamente se quedó dormido.

Me hizo la impresión de un hombre asesinado, caído en los escalones de un catafalco negro.

Conversación 14
LA IGNORÁTICA

Nueva York, Waldorf Astoria, 1 de junio.

En la primera audiencia de la tarde de hoy me han presentado al doctor Horeb Naim, quien deseaba pedirme trescientos mil dólares para crear una nueva cátedra en la Universidad de Nuevo Méjico. Ya me había escrito repetidas veces, pero sin querer decirme de qué doctrina o disciplina se trataba. Esta vez le he obligado a hablar con franqueza. Comenzó a decir:

—Usted sabe que existen en nuestro país cátedras para todas las ciencias conocidas y posibles, e incluso para muchas especialidades, subdivisiones y hasta para enseñanzas pragmatistas de actividades prácticas, como la cocina y la vida conyugal. Pero también sabe usted que los conocimientos conquistados y poseídos por el hombre no son más que una fracción minúscula comparados con todo lo que ignoran hasta los más doctos. A pesar de las innumerables cátedras que sustentan el honor de nuestros
colleges
y de nuestras universidades, aún falta una, tal vez la más importante, la que debería ocuparse de lo que todavía no sabemos y que jamás llegaremos a saber.

»A esta ciencia de la ignorancia he dado el nombre de Ignorática, y pido su protección a fin de que sea creada por lo menos una cátedra para enseñarla. Y me permito añadir que ningún otro podría ocupar esa cátedra con mejor preparación que la mía».

—¡Idea maravillosa! —exclamé—, y le agradezco que me haya elegido precisamente a mí, que estoy mucho más provisto de dinero que de conocimientos, para que sea el mecenas de su Ignorática. Pero me agradaría que me dilucidara una pequeña y muy legítima curiosidad: si la Ignorática se ocupa de lo que no sabemos, ¿cómo hará para enseñar exactamente aquello que todos ignoran, sin excepción?

El doctor Horeb Naim se acarició la barbilla color sal y pimienta, sacó del bolsillo un espejo redondo en el que contempló su rostro color oliva arabescado por graciosas arrugas y esbozó en sus labios una elegante sonrisa. Luego, jugando con el espejo, me habló así:

—Querido míster Gog, su curiosidad confirma la utilidad de mi proposición. Reconozco que hasta ahora he dicho muy poco, pero aún quedan muchas flechas en mi carcaj. La Ignorática, como lo expongo en un manual que todavía está inédito, tiene ante sí un vastísimo campo, de modo que nunca faltará materia para mis futuros cursos.

»Ante todo deberá proceder a compilar un diligente inventario de lo que no sabemos. Esta empresa puede parecer desesperada, pero nos atrevemos a realizarla. Hasta las ciencias más adelantadas están saturadas de misterios y de preguntas sin respuesta. Las hipótesis más afortunadas son tentáculos que palpan en el vacío. La astronomía ha realizado progresos maravillosos, pero aún carecemos de una idea precisa y segura sobre el origen y la estructura del universo.

Durante este medio siglo la medicina ha hecho milagros, pero todavía no sabemos cuáles son las verdaderas funciones de ciertos órganos y humores de nuestro cuerpo. La biología ha logrado la dignidad de verdadera ciencia, pero a pesar de todo aún estamos a oscuras respecto de las causas que han determinado las innumerables formas de la vida vegetal y animal.

»Después de este inventario, la Ignorática se propone otro problema: dividir las cosas no conocidas en dos grandes clases: las que presenten una fuerte posibilidad de ser descubiertas en un futuro más o menos lejano y las que probablemente jamás serán conocidas, ya porque se refieren a cuestiones absurdas o mal planteadas, o porque faltan a la inteligencia humana los medios necesarios para descubrirlas.

»Queda una tercera misión para la Ignorática: investigar mediante la historia de las ciencias, de qué modos y con qué métodos se han descubierto las verdades que en el pasado eran ignoradas hasta por los hombres de ingenio poderoso. Esta investigación, de carácter histórico y analítico, no será menos fundamental que las dos anteriores.

»Añadiré para edificación de usted, que la enseñanza oficial de la Ignorática tendrá grandísima repercusión incluso en la esfera de la moralidad, aun cuando ello parezca contradictorio. Demostrando que las cosas ignoradas son mucho más numerosas que las sabidas, se suscitará en los hombres, y especialmente en los jóvenes, un saludable sentido de humildad. Y por otra parte, enseñando cómo la mente humana ha sabido convertir lo ignoto en conocido, y de qué manera podrá hacerlo aún mejor en el porvenir, la Ignorática robustecerá el justo orgullo del hombre pensante.

»Creo haber dicho ya bastante como para responder a su cuestión y para lograr su consentimiento».

He de confesar que el doctor Horeb Naim logró convencerme. Quizá me dejé ir demasiado lejos, pero le entregué una orden de trescientos mil dólares, avalada por mi firma.

Conversación 15
DEL MÚSCULO AL ESPÍRITU

New Parthenon, 30 de marzo.

Se me ha ocurrido repentinamente una pequeña observación que quiero registrar en este diario, a fin de no olvidarla.

Los hombres, para conservar su vida y defenderse de las amenazas o resistencias hostiles del ambiente en que viven, siempre han debido recurrir a la fuerza, a una forma más o menos dócil de la energía física. Comenzaron utilizando el esfuerzo muscular propio; más adelante, una vez lograda la domesticación de los animales, recurrieron a la potencia muscular de éstos. Por espacio de muchos siglos la fuerza del viento fue tan sólo un auxiliar limitado y poco digno de confianza.

La revolución industrial del siglo
XIX
pudo tener a sus órdenes la fuerza del vapor obtenido del agua, cosa que pareció, y fue, una conquista maravillosa.

Pero el vapor fue superado muy pronto, desde los últimos años del siglo, por las esencias minerales y por esa energía multiforme, invisible, misteriosa y obediente que es la electricidad. Hoy en día podemos prever que dentro de pocos años todas las fuentes de energía usufructuadas hasta ahora por el hombre serán sustituidas por otra energía aún más misteriosa y potente, accesible para todos los pueblos, la energía atómica.

En sus líneas esenciales ya está claro ese paso de las fuerzas individuales, bastas y débiles, hacia las fuerzas cada vez más universales, inmateriales y poderosísimas. ¿Nos detendremos en la utilización de la energía que se libera en la disgregación del átomo? ¿No hay tal vez en el hombre una energía mal conocida pero prodigiosa, que comúnmente se llama espíritu" y que, en ciertos individuos y en determinados momentos, ha demostrado ser capaz de lograr efectos sorprendentes que hasta hoy ninguna maquina es capaz de producir? ¿Acaso no será posible que algún día tal vez lejano, esa energía espiritual, utilizada hasta ahora solamente para el trabajo del pensamiento, cuando esté educada, desarrollada y debidamente guiada, logre hacer todo lo que es necesario para la vida del hombre con la simple emanación y radiación de su voluntad? ¿No sucederá que en el próximo milenio, la veleidosa ilusión mágica de los primitivos llegue a convertirse en una realidad?

Conversación 16
UNA VISITA A LIN-YUTANG

(O DEL PELIGRO AMARILLO)

Cambridge (Mass.), 29 de octubre.

Finalmente he logrado conocer personalmente a Lin-Yutang, el chino más inteligente entre todos los conocidos por mí. Había leído con grandísimo gusto algunos de sus libros, y me urgía saber cuáles eran sus últimas opiniones acerca de su patria. Lin-Yutang es un hombre franco y cordial, no tiene nada de profesoral, pedantesco ni diplomático; sonríe frecuentemente, incluso cuando habla de cosas serias. Hasta respondió a mi pregunta sin anticipar los habituales preámbulos de precaución. Me dijo así:

—El pueblo chino es el pueblo más peligroso que hay en el mundo, y por eso está destinado a dominar la tierra. Por espacio de siglos permaneció encerrado en los confines del inmenso imperio porque creía que el resto del planeta carecía de toda importancia. Pero los europeos, y después los japoneses, le han abierto los ojos, los oídos y la mente. Han querido desanidarnos a la fuerza, y ahora han de pagar caras su ambición y su curiosidad. Desde hace un siglo los chinos aguardan la hora de vengarse, y se vengarán.

»La sublevación de los Boxers, del año 1900, no fue más que la primera tentativa, mal conducida y mal lograda. Pero el pueblo chino, que es astuto y paciente, ha elegido otros caminos. En el año 1910 se convirtió a la democracia republicana, en 1948 al comunismo. En realidad, de verdad, los chinos no son ni conservadores, ni democráticos ni comunistas. Son simplemente chinos, o sea: una especie humana aparte, que quiere vivir y sobrevivir, que se multiplica y debe expandirse por necesidad biológica más que por ideologías políticas.

»El pueblo chino es inmortal, siempre igual a sí mismo bajo todas las dominaciones. Ni los tártaros, ni los japoneses, ni los norteamericanos, ni los rusos han logrado o lograrán transformarlo. Pulula y se expande como un gigantesco pólipo tenaz y compacto, que ningún extranjero logrará desarraigar.

»Las invasiones no lo han domeñado; las guerras perdidas no lo han vencido; las carestías no lo han diezmado; el opio no lo ha embrutecido, las revoluciones no lo han sacudido. Ningún otro pueblo puede tener esperanzas de superarlo y rechazarlo. Es un pueblo astuto y cruel, un pueblo de gente mercante y embrollona, de bandoleros y verdugos, que sabe utilizar para sus fines ya el engaño, ya la ferocidad. Por esto está destinado a convertirse en amo del mundo, porque los demás pueblos son más ingenuos y más buenos que él. Transcurrirá el tiempo que sea necesario, pero el futuro le pertenece.

»Cuando el emperador Guillermo II denunció hace ya cincuenta años el «peligro amarillo», demostró el mayor rasgo de genio de toda su vida. Se burlaron entonces de la imperial ave de mal agüero, pero la Historia se prepara a darle la razón.

»Los chinos han comenzado por enviar vanguardias a todos los países del mundo: a la Malasia, a la Indonesia, a casi todas las tierras del Asia; hay barrios chinos en San Francisco y en Nueva York, en Londres y en París. En el primer período postbélico aparecieron vagos chinos por las calles de Berlín, de Roma, de Madrid y de El Cairo; iban con la excusa de vender perlas falsas, pero en realidad eran los primeros mensajeros del gran desborde.

»Los chinos se han servido de la república de Sun-Yat-Sen para librarse de los parásitos del antiguo imperio manchó; utilizaron al bolcheviquismo para liberarse de los parásitos de la república burguesa; un día u otro, bajo una bandera de conveniencia, se liberarán de los parásitos del comunismo. Son un pueblo sin escrúpulos, que se sirve de las ideas pero se niega a ser esclavo de las mismas; con el tiempo les pertenecerá la tierra.

»Para la interminable masa de chinos, lo esencial es engendrar hijos y tener arroz suficiente para mantenerlos; el resto es ficción, máscara, pretexto. Su país es grande pero pobre, por lo cual y poco a poco serán impulsados a ocupar otros países: el Tíbet, Corea, la Indochina, la península de Malaca, tales serían los primeros bocados. Pero el apetito viene a medida que se come. Cuando tengan cantidad suficiente de las armas más modernas, nadie será capaz de atajar a esos quinientos millones de ladrones hambrientos y crueles, ni siquiera los doscientos millones de eslavos. Ya en la Edad Media los mongoles invadieron a Rusia y llegaron hasta los confines de Italia; en la nueva Edad Media que se prepara se difundirán como un diluvio por toda la Europa; América logrará salvarse, pero no para siempre. Después de algunas generaciones, el "peligro amarillo" se convertirá en el "dominio amarillo". El color amarillo, según vosotros, los occidentales, es el color de la envidia y del odio; los amarillos no pueden tolerar la idea de que haya razas superiores a la propia y las someterán. Su dominio no será dulce ni fácil, pero a pesar de todo, el Imperio del Sol Naciente llegará a ser un día, aunque lejano, el Imperio donde el Sol no se levantará ni se pondrá jamás.

—¿Habla seriamente? —pregunté a Lin-Yutang.

—Nada hay más serio, míster Gog —me contestó el genial chino, y estalló en una sonora carcajada, tan alegre y prolongada que me espantó. Yo no lograba decir una palabra más, y cuando lo dejé aún estaba riendo.

Conversación 17
VERDUGOS VOLUNTARIOS

Tung-Kwang, 6 de octubre.

Supe que en esta ciudad rige una costumbre que no se conoce en ningún otro lugar de la tierra, costumbre que vale la pena consignar aquí.

Todos los condenados a muerte de las provincias cercanas son enviados y reunidos en Tung-Kwang, donde hay una prisión bastante grande, una de las más modernas de China. Mas las ejecuciones capitales no son hechas por verdugos profesionales, sino por ciudadanos privados que no sólo se ofrecen voluntariamente para ese trabajo de alta justicia, sino que además pagan una suma bastante elevada para obtener el placer y el honor de ejecutar las sentencias con sus propias manos.

Estas ejecuciones se realizan en días fijos, tres veces a la semana, pero con sistemas diversos. Los lunes están reservados a la muerte por la horca; los miércoles a los fusilamientos y los viernes a la silla eléctrica. Hay personas que prefieren uno u otro de esos sistemas, pero tampoco faltan los que quieren probar ya uno, ya otro método de quitar la vida a los delincuentes. En estos tiempos de perturbaciones y guerras civiles las condenas a muerte son numerosas, y cada semana afluyen a Tung-Kwang verdaderas caravanas de rebeldes, ladrones, traidores, desertores y prevaricadores públicos. Me han asegurado que llegan a la ciudad por lo menos treinta condenados por día. El verdugo jefe, a quien corresponde asignar las clases de ajusticiamiento, los divide en tres grupos: los condenados políticos son reservados al fusilamiento; los ladrones y bandoleros a la horca, y el resto de los delincuentes menores a la silla eléctrica, considerada el método menos doloroso.

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