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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

El Mago De La Serpiente (29 page)

BOOK: El Mago De La Serpiente
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Las demás serpientes dragón movieron el cuerpo en una danza sinuosa mientras el eco de la cueva repetía en un siseo las palabras «seguro... y tranquilo».

Los mensch, que esperaban encontrar allí la muerte y la tortura, se quedaron completamente desarmados y desconcertados ante aquellos lujosos presentes. Se limitaron a permanecer inmóviles, con una expresión de asombro y desconcierto y más espantados todavía, si cabe.

Grundle fue la primera en recuperar el habla. Una corona de plata había caído del aire sobre su cabeza, casi tapándole un ojo. Después de pasar a duras penas entre un montón de ropa y unas pilas de comida, se dirigió hacia Haplo con paso enérgico.

Brazos en jarras, pasó por alto ostentosamente la presencia de las serpientes dragón y habló al patryn como si los dos estuvieran solos en la playa.

—¿Qué significa todo esto? ¿Qué está pasando? ¿De qué estáis hablando en esa abstracta lengua vuestra?

—La serpiente dragón dice que se ha cometido un error e intenta ofreceros una compensación. A mi entender... —intentó continuar Haplo, pero no logró pasar de allí.

—¡Una compensación! —Grundle alzó el puño y se volvió en redondo hasta quedar frente a frente con la enorme criatura—. ¿Una compensación por destruir los cazadores de sol, por asesinar al pueblo de Alake, por torturar al pobre elfo? ¡Yo te daré compensaciones! ¡Te...!

Haplo la sujetó y la retuvo, mientras la enana se debatía y lanzaba puntapiés.

—¡Basta, pequeña estúpida! ¿Quieres que nos maten a todos?

Grundle, jadeante, le lanzó una mirada furiosa. El patryn la mantuvo inmovilizada hasta notar que el recio cuerpo de la enana empezaba a relajarse.

—Ya estoy bien —murmuró ella con voz hosca.

Haplo la soltó. La enana se encogió a su lado, frotándose las muñecas doloridas. Haplo hizo un gesto a los otros mensch para que se acercaran.

—¡Escuchadme bien! —dijo a continuación—. Voy a intentar descubrir qué sucede pero, mientras tanto, las tres vais a aceptar de buen talante la hospitalidad del dragón. Tal vez aún consigamos salir bien librados de ésta..., nosotros y vuestros pueblos. Ésa fue la razón que os ha traído aquí, ¿verdad?

—Claro que sí, Haplo —respondió Alake—. Haremos lo que dices.

—No creo que tengamos muchas alternativas, ¿verdad? —intervino Devon, con la voz apagada tras el velo mojado que le cubría la cara.

Grundle asintió a regañadientes.

—¡Pero sigo sin confiar en esas criaturas! —añadió, moviendo las patillas en dirección a las serpientes con gesto de desafío.

—Bien. —Haplo sonrió—. Yo, tampoco. Mantened los ojos y los oídos abiertos. Y la boca, cerrada. Ahora, haced lo que dice la serpiente dragón. Id a esa cueva. Id allí enseguida, tú y Alake y..., y...

—Sadia.

—Eso es. Sadia. Las tres, meteos en esa cueva e intentad dormir un poco. Llevaos ropa seca, un poco de vino y todo lo que queráis. Comida, quizá.

Grundle soltó un bufido.

—Probablemente estará envenenada. Haplo lanzó un suspiro de exasperación.

—Si los dragones quisieran matarte, habrían podido descargar un hacha sobre tu cabeza, en lugar de dejar caer eso —dijo, y señaló la corona de plata, que de nuevo se le había deslizado hacia adelante hasta taparle un ojo.

La enana se quitó la corona, la contempló con una mueca de suspicacia y, por último, se encogió de hombros.

—Tienes razón —admitió, con un deje de sorpresa.

Arrojó el rodete de plata a la arena y, tras agarrar una cesta de pan con una mano y un barrilete de cerveza con la otra, se encaminó hacia la cueva.

—Id con ella —dijo Haplo a Alake, que no se movía de su lado—. No os pasará nada, puedes estar tranquila.

—Sí, ya lo sé. Me..., me llevaré tus ropas para secarlas junto al fuego —se ofreció Alake, y dirigió una mirada de reojo a Haplo. Apartó rápidamente la vista y se inclinó para recoger sus pantalones mojados.

—No es preciso —respondió el patryn, posando suavemente una mano en el brazo de la humana—. Te lo agradezco, pero las serpientes dragón también me han proporcionado las ropas que preciso. De todos modos, quizá sea mejor que cojas algo para..., para Sadia. Algo que le vaya mas holgado que esa ropa que lleva.

—Sí, tienes razón —dijo Alake. La muchacha pareció aliviada al tener una tarea concreta que cumplir y empezó a revolver entre la enorme cantidad de vestimentas esparcidas por la arena. Cuando encontró lo que buscaba, se volvió hacia Haplo con una sonrisa, dirigió una fría mirada de desafío a las serpientes dragón y, por último, se alejó a toda prisa detrás de Grundle.

Devon, que aún seguía bajo el amparo de las sombras, estaba recogiendo comida y vino. Se disponía a seguir a sus dos compañeras hacia la cueva, cuando Haplo lo llamó.

—Dos de las tres podéis dormir. La otra debe permanecer despierta, ¿entendido? —dijo el patryn en voz baja, hablando en élfico.

Devon no respondió. Se limitó a asentir y se alejó.

Haplo se volvió de nuevo hacia la serpiente dragón, que había permanecido todo el rato muy tranquila, con la cabeza apoyada en los anillos de su cuerpo y los ojos parpadeando con indolencia a la luz de la hoguera.

Cuando los tres jóvenes hubieron desaparecido en el interior de la oquedad, la enorme criatura comentó:

—Realmente, vosotros los patryn tenéis un gran poder de persuasión sobre los mensch. Si tu pueblo hubiera estado libre para ayudarlos durante todos estos siglos, cuántas maravillas habrían conseguido realizar. Pero, ¡ay!, no ha podido ser.

La serpiente dragón permaneció unos largos minutos meditando con aire apenado y luego movió su gigantesca mole.

—Pero, ahora que habéis escapado a vuestro injusto encarcelamiento, sin duda sabréis encontrar compensación por el tiempo y la oportunidad perdidos. Háblame de tu gente y de vuestros planes.

—Nuestra historia es larga, Regio —respondió Haplo con un encogimiento de hombros— y, aunque amarga para nosotros, seguramente resultaría aburrida para los demás. —El patryn no estaba dispuesto a revelar a aquellas criaturas detalle alguno sobre su pueblo. Su cuerpo ya estaba seco y advirtió cómo los débiles trazos de las runas comenzaban a volver a su piel—. ¿Te importa si me visto?

De pronto, había advertido entre los montones de joyas y de ropa un puñado de armas y se propuso echarle un vistazo más detenido.

—Por favor, faltaría más. Ha sido una desconsideración por mi parte no proponértelo. Pero, claro —la serpiente dirigió una mirada complacida a su propia piel escamosa—, nuestra especie no suele pensar en tales detalles.

Haplo hurgó entre la masa de ropa, encontró lo que necesitaba y se vistió. Mientras lo hacía, sus ojos no se apartaron un instante de la espada y su mente no dejó de buscar el modo de hacerse con ella sin despertar la ira de la serpiente.

—Pero si la espada es tuya, amo —dijo la serpiente dragón con toda calma.

Haplo miró a la criatura con asombro y cautela.

—No es aconsejable acudir desarmado a presencia de tu enemigo —añadió la criatura.

Haplo empuñó la espada, la levantó a modo de prueba y le satisfizo la sensación que le producía. Era casi como si el arma hubiera sido fabricada para su mano. Encontró un cinto con la vaina, se lo ajustó y guardó el arma en la funda.

—Supongo que cuando hablas del «enemigo» te refieres a los sartán, ¿verdad, Regio?

—¿A quién, si no? —La serpiente dragón pareció confundida por unos instantes. Entonces entendió a qué venía el comentario—. ¡Ah!, te refieres a nosotros, ¿no? Debería haberlo pensado. Te has formado tu opinión de nosotros después de hablar con ellos... —Dirigió la vista a la cueva.

—Si lo que han contado es verdad... —apuntó Haplo.

—Estoy seguro de que lo es. —La serpiente dragón suspiró de nuevo, y su suspiro fue acompañado por el de todos sus congéneres—. Hemos actuado con precipitación y quizás hemos caído, digámoslo así, en un exceso de celo en nuestros esfuerzos por intimidar a los mensch. No obstante, todas las criaturas tienen derecho a defenderse. ¿Acaso el lobo es tachado de cruel cuando se lanza a la garganta del león?

Haplo soltó un gruñido y contempló la exhibición de poder mágico que podía observar en el suelo a su alrededor.

—¿Pretendes hacerme creer que os asustaba un puñado de elfos, humanos y enanos?

—No eran los mensch quienes nos preocupaban —replicó la voz siseante de la serpiente dragón—, sino quienes estaban detrás de ellos. Quienes los habían traído aquí.

—Los sartán.

—¡Sí! Vuestro antiguo enemigo, que también es el nuestro.

—¿Me estás diciendo que los sartán están aquí, en Chelestra?

—Sí, hay toda una ciudad de ellos. Y los dirige uno cuyo nombre no te resultará desconocido.

—¿Samah? —Haplo frunció el entrecejo—. Eso fue lo que me dijiste a bordo de la nave, Regio. Pero no puede ser el mismo Samah, el miembro del Consejo de los Siete responsable de nuestro encarcelamiento...

—¡Sí! ¡El mismo! —La serpiente dragón alzó la cabeza de los anillos de su cuerpo con un destello de cólera en sus ojos verderrojizos. Luego, murmurando por lo bajo en tono tranquilizador, fue calmándose poco a poco hasta recobrar la postura que tenía un rato antes—. Por cierto, patryn, ¿cómo te llamas?

—Haplo.

—Haplo. —La serpiente pareció saborear la palabra y encontrarla de su agrado—. Pues bien, Haplo, voy a contarte cómo es que este Samah ha regresado a un universo que él y los de su raza maldita estuvieron a punto de destruir.

»Después de la Separación, Samah y su Consejo de los Siete estudiaron los cuatro nuevos mundos que habían creado y escogieron el más hermoso entre ellos para convertirlo en su hogar. Consigo trajeron a sus favoritos entre los mensch para que les sirvieran de esclavos, y fundaron esa ciudad de Surunan sobre una tierra creada también por su magia, a la que pusieron por nombre el Cáliz.

»Imagina su sorpresa cuando descubrieron que su hermoso mundo ya estaba habitado.

—¿Por tu pueblo, Regio?

La serpiente dragón inclinó la cabeza en un gesto humilde de asentimiento.

—Pero ¿de dónde procedéis vosotros? ¿Quién os creó?

—Somos obra vuestra, patryn —respondió la criatura en voz baja.

Haplo frunció el entrecejo, desconcertado. Pero, antes de que pudiera hacer más preguntas, la serpiente dragón continuó su narración.

—Al principio, acogimos con la mejor intención a esos recién llegados a nuestro mundo, esperando establecer unas relaciones pacíficas y prósperas con ellos. Sin embargo, Samah pronto nos odió porque no podía esclavizarnos como había hecho con los desdichados mensch. Él y los demás miembros del Consejo nos atacaron sin mediar la menor provocación. Como es lógico, nos defendimos. Pero no los matamos, sino que los obligamos a regresar de nuevo a su ciudad, batiéndose en retirada.

—¿Derrotasteis a Samah? —inquirió Haplo, incrédulo—. ¿Al más poderoso de todos los sartán que han existido?

—Tal vez habrás advertido cierta extraña propiedad del agua de este mar... —apuntó la serpiente dragón.

—No me he ahogado en ella, si es a eso a lo que te refieres, Regio. La he respirado como si fuera aire.

—No era a eso a lo que me refería.

—Pues no se me ocurre nada más —dijo Haplo con un expresivo gesto de cabeza.

—¿De veras? —Un ligero temblor recorrió el cuerpo de la serpiente, casi como si se estuviera riendo—. Pues yo habría asegurado que el agua del mar ejercía el mismo efecto sobre la magia de las dos razas, los sartán y los patryn.

Haplo casi no podía respirar. La terrible alegría que llenaba su ser le provocó un dolor auténtico, físico, en el pecho. Necesitaba un escape para descargar su emoción y alargó la mano para coger algo que comer, aunque no estaba hambriento.

¡El agua del mar de aquel mundo destruía la magia de los sartán! Y era en aquel mundo, rodeado de agua marina, donde se hallaba el enemigo más odiado por los patryn. Haplo alzó un odre de vino que casi se le cayó de las manos, temblorosas de júbilo. Con cuidado, volvió a dejar el odre donde estaba. «Tranquilo —se dijo—. Sé cauto. No te fíes de estas criaturas.»

Intentando aparentar tranquilidad, dio un bocado a un alimento que tomó del montón. No sabía qué era, ni le importaba.

—Pero todo eso que me cuentas debió de suceder hace muchas generaciones. ¿Cómo es posible que Samah siga vivo, Regio? Tal vez has cometido un error.

—No, ningún error —aseguró la serpiente dragón—. Pero... la comida, ¿es de tu agrado? ¿Te apetece más de algo?

Haplo ni se había fijado en el sabor de lo que acababa de morder.

—No, gracias. Continúa, por favor. La serpiente lo complació.

—Esperábamos que, después de haberlos derrotado y castigado, los sartán nos dejarían tranquilos y nos permitirían continuar nuestras vidas en paz. Pero Samah estaba furioso con nosotros. Lo habíamos dejado en ridículo ante los ojos de los mensch y éstos, al ver tan humillados a esos seres que habían considerado dioses, empezaron a hablar abiertamente de rebelión. Samah prometió entonces vengarse de nosotros, fuera cual fuese el precio a pagar por su propio pueblo y por los inocentes mensch.

«Gracias a sus poderes mágicos (ya supondrás, por cierto, que los sartán tenían, a esas alturas, una aversión extrema al agua marina), Samah y el Consejo desplazaron el sol marino de su posición estacionaria en el centro del mundo. El astro marino empezó a alejarse a la deriva, el agua se hizo más fría y la temperatura comenzó a descender tanto en el Cáliz de los sartán como en nuestra propia luna marina. De esta manera, los sartán esperaban matarnos por congelación aunque eso significara que ellos mismos se verían obligados a abandonar Chelestra a través de la Puerta de la Muerte.

«Naturalmente, su plan habría incluido la muerte por congelación de todos los mensch pero, ¿qué eran unos pocos miles de humanos, enanos y elfos, en comparación con las enormes cantidades de ellos ya sacrificadas a la ambición sartán durante la Separación? Los mensch, sin embargo, descubrieron el artero plan de sus amos y se rebelaron contra ellos. Construyeron naves y huyeron al Mar de la Bondad, persiguiendo el sol marino.

»El éxodo de los mensch causó consternación y alarma entre los sartán, quienes ya no querían este mundo para ellos pero tampoco tenían intención de dejárselo a los mensch. Juraron que ningún mensch sobreviviría y, llegados a este punto, tuvimos que tomar una decisión.

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