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Authors: Mario Spezi Douglas Preston

Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo

El monstruo de Florencia (42 page)

BOOK: El monstruo de Florencia
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E
l juicio a Francesco Calamandrei por ser uno de los instigado res de los asesinatos del Monstruo comenzó el 27 de septiembre de 2007.

Mario Spezi asistió al primer día del juicio y me envió un in forme por correo electrónico unos días después. He aquí lo que escribió:

El 27 de septiembre amaneció inesperadamente frío después de un mes de calor seco. La verdadera noticia esa mañana era la ausencia de espectadores en el juicio de un hombre acusado de ser uno de los cerebros que estaban detrás de los asesinatos del Monstruo. En la sala del tribunal, donde diez años atrás Pacciani había sido condenado y luego absuelto, no había nadie sentado en el espacio reservado al público. Solo en los bancos reservados a los periodistas había gente. Me costaba comprender la indiferencia de los florentinos hacia una persona que, según la acusación, era prácticamente la encarnación del Mal. El escepticismo o la incredulidad con respecto a la versión oficial fue, probablemente, lo que ahuyentó al público.

El acusado entró en la sala con pasos cortos y vacilantes. Ofrecía un aspecto sumiso, resignado. Tenía los ojos perdidos en pensamientos indescifrables, el porte de un caballero retirado, vestido con un elegante abrigo azul y sombrero de fieltro gris, el cuerpo obeso hinchado por la infelicidad y los psicofármacos. Su abogado, Gabriele Zanobini, y su hija Francesca lo sostenían. El farmacéutico de San Casciano, Francesco Calamandrei, se sentó en el primer banco, indiferente a los flashes de los fotógrafos y las cámaras de televisión.

Un periodista le preguntó cómo se sentía. «Como alguien que aterriza en una película sin conocer el argumento ni los personajes», respondió.

La fiscalía de Florencia había acusado a Calamandrei de planear y organizar cinco asesinatos del Monstruo. Sostienen que pagó a Pacciani, Lotti y Vanni para que cometieran los crímenes y se llevaran los órganos sexuales de las víctimas, para poder utilizarlos en horrendos ritos esotéricos no especificados. Se le acusa de participar personalmente en los asesinatos de los dos turistas franceses en el claro de Scopeti de 1985. También se le acusa de haber ordenado los asesinatos de Vicchio de 1984, los de septiembre de 1983 de los dos alemanes, y los de junio de 1982 en Mosterpertoli. La acusación no responde a la enojosa cuestión de quién pudo cometer los otros asesinatos del Monstruo.

La prueba contra Calamandrei es hilarante. Consiste en los desvaríos delirantes de su esposa esquizofrénica, tan enferma que sus médicos le han prohibido que declare en el juicio, y los «mentirosos compulsivos y burdos» conocidos como Alfa, Beta, Gamma y Delta, que testificaron contra Pacciani y sus compañeros de merienda diez años atrás. Cabe destacar que los cuatro testigos algebraicos han fallecido. Solo el testigo por entregas, Lorenzo Nesi, sigue vivo y dispuesto a recordar lo que haga falta.

También hay una montaña de papeles contra Calamandrei: veintiocho mil páginas del juicio contra Pacciani, diecinueve mil de la investigación de sus compañeros de merienda y nueve mil sobre el mismo Calamandrei; es decir: cincuenta y cinco mil páginas en total, más que la Biblia,
El capital
de Marx, la
Crítica de la razón pura
de Kant, la
Ilíada,
la
Odisea
y
Don Quijote
juntos.

Delante del acusado, por encima de él, estaba el juez De Luca, ocupando el lugar de los dos jueces y los nueve miembros del jurado popular que forman la Corte d'Assise, el tribunal reservado para juzgar los crímenes más graves. En una maniobra sorpresa, el abogado de Calamandrei había pedido el llamado juicio abreviado, solicitado generalmente por quienes se han declarado culpables con el objetivo de obtener una reducción de la pena. Zanobini y Calamandrei lo pidieron por una razón muy distinta: «Con el fin de que el juicio se lleve a cabo lo más rápidamente posible —dijo Zanobini—, dado que nada tenemos que temer del resultado».

A la izquierda del farmacéutico, en otro banco situado en primera fila, estaba el fiscal de Florencia, Paolo Canessa, con otro fiscal. Los dos sonreían y bromeaban en voz baja, quizá para dar una imagen de seguridad, o quizá para pinchar a la defensa.

Antes de que terminara el día, Zanobini les borraría la sonrisa de la cara.

Zanobini comenzó su defensa con fuerza: señaló un descuido legal de Canessa, técnico pero sumamente bochornoso. A renglón seguido, atacó la investigación del Monstruo centrada en Perugia, dirigida por el fiscal del ministerio público Mignini, que había relacionado a Calamandrei con la muerte de Narducci. «Casi todos los resultados de la investigación de Perugia son papel mojado —dijo—. Permítanme que les ponga un ejemplo.» Alzó un fajo de papeles, que dijo constituían una declaración tomada por el fiscal del ministerio público Mignini y mantenida en secreto hasta ahora. «¿Cómo es posible que un juez pueda tomar en serio y dé crédito a un documento como el que me dispongo a leerles ahora?»

Cuando Zanobini empezó a leer, las cámaras se alejaron de Calamandrei y se concentraron en… mí. No podía creerlo, Doug, ¡yo era la estrella del documento! Ese documento era la supuesta declaración espontánea de una mujer que había tenido relación con Gabriella Carlizzi. Repitió muchas de las teorías de Carlizzi al juez Mignini, asegurando que las había oído muchos años atrás de una tía sarda ya fallecida, que conocía a todos los implicados. Mignini lo tenía todo escrito, grabado, jurado y firmado. Pese a la absurdidad y a la falta de pruebas de las alegaciones de la mujer, el juez Mignini había estampado en el documento el sello de confidencial, «dada la gravedad y complejidad» de las acusaciones.

Mientras Zanobini leyó el documento en la lúgubre sala del tribunal, oí, como el resto de los presentes, que yo no era en realidad el hijo de mi padre. Mi verdadero padre —según aseguraba esa mujer en su declaración— era un célebre músico de hábitos morbosos y perversos que había cometido los dos primeros asesinatos de 1968; oí que mi madre me había concebido en una granja sarda de la Toscana; también oí que tras averiguar la verdad sobre mi auténtico padre, yo había continuado su diabólica obra como si se tratara de una tradición familiar, por lo que me había convertido en el «verdadero Monstruo de Florencia». Esa demente aseguraba que todos conspirábamos juntos: los hermanos Vinci, Pacciani y sus compañeros de merienda, Narducci, Calamandrei y yo. De nuestra diabólica asociación, dijo a Mignini, «cada uno obtiene un beneficio: los mirones disfrutaban de su particular actividad; los sectarios utilizaban las partes anatómicas extirpadas a las víctimas para sus ritos, los fetichistas se quedaban con los objetos arrebatados a las víctimas, y SPEZI, como me llamaba esa tía, mutilaba a las víctimas con una herramienta conocida como cuchillo de zapatero… No hace mucho, algunos ciudadanos de Villacidro me dijeron que el escritor Douglas Preston, amigo de Spezi, está relacionado con el Servicio de Inteligencia estadounidense».

Explicó a Mignini: «No he hablado de ello hasta ahora porque tengo miedo de Mario SPEZI y de sus amigos… Cuando usted arrestó a Spezi, me armé de valor y decidí hablar del asunto con Carlizzi, porque confiaba en ella y sabía que buscaba la verdad…».

Era una declaración absurda y no pude por menos que sonreír mientras Zanobini leía. Pero no sentí alborozo; no podía olvidar que había terminado en prisión en parte debido a las perversas acusaciones de Carlizzi.

El primer día del juicio de Calamandrei terminó con una clara victoria de la defensa. El juez De Luca fijó los siguientes tres días de juicio para el 27, 28 y 29 de noviembre. Estas largas interrupciones en los juicios son, desafortunadamente, la norma en Italia.

Ahí terminaba el correo electrónico.

Telefoneé a Mario.

—De modo que pertenezco al Servicio de Inteligencia de Estados Unidos. Caramba.

—Al día siguiente salió todo en la prensa.

—¿Qué piensas hacer sobre esas absurdas acusaciones?

—Ya he puesto una demanda contra esa mujer por difamación.

—Mario —dije—, el mundo está lleno de chiflados. ¿Cómo es posible que en Italia un fiscal del ministerio público pueda aceptar como prueba declaraciones de gente así?

—Porque Mignini y Giuttari nunca se darán por vencidos. Esa es una clara prueba de que todavía van a por mí, de una forma u otra.

Mientras escribo esto, el juicio de Calamandrei continúa, previsiblemente con una absolución casi segura que permitirá al viejo farmacéutico vivir lo que le queda de su destrozada vida. Una víctima más del Monstruo de Florencia.

La investigación del Monstruo prosigue sin un final a la vista. El tribunal rechazó la demanda de Spezi contra Giuttari por difamación. No ha tenido noticias de su pleito contra Giutarri y Mignini por daños y perjuicios relacionado con los destrozos de su coche. El fallo del Tribunal Supremo a favor de Spezi le permitía exigir una indemnización por su detención ilegal. Spezi pidió una compensación de trescientos cincuenta mil euros; los abogados del Estado propusieron cuarenta y cinco mil. Mignini se resiste a cerrar oficialmente la investigación contra este y sostiene que Spezi no puede pedir una compensación porque la investigación sigue abierta.

En noviembre de 2007, Mignini se vio envuelto en otro caso sensacionalista, el del asesinato brutal de una estudiante británica, Meredith Kercher, en Perugia. Mignini enseguida ordenó el arresto de la estudiante estadounidense Amanda Knox, de quien sospechaba que estaba implicada en el crimen. En el momento de escribir esto, Knox se halla en la cárcel Capanne esperando el resultado de la investigación de Mignini. Parece, por filtraciones de la prensa, que Mignini está hilando una improbable teoría sobre Knox y dos supuestos cómplices implicados en un oscuro plan de sexo extremo, violencia y violación.

También se informó de que los fiscales de Perugia estaban analizando la posibilidad de que se tratara de una secta satánica, pues el asesinato se había producido la víspera del tradicional día de Todos los Santos de Italia.

—Me apuesto diez a uno —dijo Niccoló— que al final sacarán a relucir al Monstruo de Florencia. Decliné la apuesta.

Menos de una semana después del asesinato, Gabriella Carlizzi colgó en su sitio web:

Meredith Kercher: un asesinato brutal… ¿Relacionado quizá con el caso de Narducci y el Monstruo de Florencia, para pedir protección a Satanás a cambio de un sacrificio humano? ¿Con qué objetivo? Al final, para salvar a aquellos que están siendo investigados por el caso de Narducci y que son los responsables de su homicidio.

Giuttari quedó absuelto del cargo de falsificación de pruebas en el caso del Monstruo, pero ahora está cumpliendo una condena condicional por declarar en falso en otro caso.

El 16 de enero de 2008 tuvo lugar la primera vista preliminar de Giuttari y Mignini, acusados de abuso de autoridad y, en el caso de Mignini, de conflicto de intereses a favor de Giuttari. El fiscal de Florencia, Luca Turco, escandalizó al tribunal con su lenguaje directo. Los dos acusados, dijo, eran «dos personas diametralmente opuestas». Mignini dirigía «una campaña que estaba al servicio de una suerte de delirio», era una persona «dispuesta a hacer lo que fuera para defenderse contra quienes criticaban su investigación». Giuttari explotaba esa forma de delirio, dijo Turco, «en favor de sus intereses personales y vengativos, sobrepasando los límites de sus responsabilidades profesionales».

Cuando Mignini salió de la sala del tribunal después de la vista, gritó a la prensa que aguardaba fuera: «¡Protesto!».

Yo sigo siendo una
persona indagata
en Italia por una serie de delitos que continúan, más o menos, bajo secreto de sumario. No hace mucho, llegó a la pequeña oficina de correos de Round Pond una carta certificada de Italia para mí. En ella se me informaba de que había sido denunciado ante el Tribunal de Lecco, una ciudad del norte de Italia, por el delito de
diffamazione a mezzo stampa,
difamación a través de la prensa. Curiosamente, la persona o personas que solicitaban al Estado que presentara cargos contra mí, y por qué artículo o entrevista, no aparecían en el documento. Solo para conocer el nombre de quien me acusa y el delito que supuestamente he cometido tendré que pagar varios miles de euros más a mi abogado italiano.

La pregunta que me hacen más a menudo es esta: ¿encontrarán algún día al Monstruo de Florencia? En otros tiempos estaba seguro de que Spezi y yo le desenmascararíamos. Ahora ya no lo estoy tanto. Puede que la verdad desaparezca por completo y para siempre de la faz de la tierra. La historia está repleta de interrogantes que nunca obtendrán respuesta, entre ellos, quizá, la identidad del Monstruo de Florencia.

Como escritor de novelas de misterio, sé que para que una novela tenga éxito debe contar con determinados elementos. Tiene que haber un asesino con un móvil comprensible. Debe haber pruebas. Tiene que haber una investigación que conduzca, de una forma u otra, a la verdad. Y todas las novelas, incluso
Crimen y castigo,
deben tener un final.

El gran error que Spezi y yo cometimos fue suponer que el caso del Monstruo de Florencia seguiría ese patrón. En lugar de eso, tenemos asesinatos sin móvil, teorías sin pruebas y una historia sin un final.

Las pesquisas han sumergido a los investigadores en un laberinto tal de teorías conspirativas que dudo mucho que puedan salir de él. Sin pruebas materiales sólidas y testigos fiables, toda hipótesis sobre el caso del Monstruo seguirá siendo como uno de los discursos de Hercule Poirot al final de una novela de Agatha Christie, una hermosa historia a la espera de una confesión. Pero esto no es una novela, y no habrá una confesión. Y sin una confesión, nunca se sabrá quién es el Monstruo.

Tal vez fuera inevitable que la investigación desembocara en una búsqueda extraña y fútil de una secta satánica cuyos orígenes se remontan a la Edad Media. Los crímenes del Monstruo eran tan espantosos que no era posible que los hubiera cometido un simple hombre. Finalmente, fue preciso recurrir a Satanás. Después de todo, esto es Italia.

Cronología

1951 Pietro Pacciani asesina al seductor de su prometida.

1961 14 de enero. Barbarina, esposa de Salvatore Vinci, es hallada muerta.

1968 21 de agosto. Barbara Locci y Antonio Lo Bianco son asesinados.

1974 14 de septiembre. Asesinatos de Borgo San Lorenzo.

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