De nuevo se encontró delante del buzón. Primero abrió una carta que llevaba un matasellos de México. Era una postal de su padre en la que decía que tenía muchas ganas de ir a casa, y que había ganado al Piloto jefe al ajedrez por primera vez. Y también que casi había terminado los veinte kilos de libros que se había llevado a bordo después de las vacaciones de invierno.
Y había, además, un sobre amarillo con el nombre de Sofía escrito. Abrió la puerta de la casa y dejó dentro la cartera y el correo, antes de irse corriendo al Callejón. Sacó nuevas hojas escritas a máquina y comenzó a leer.
La visión mítica del mundo
¡Hola, Sofía! Tenemos mucho que hacer, de modo que empecemos ya.
Por filosofía entendemos una manera de pensar totalmente nueva que surgió en Grecia alrededor del año600 antes de Cristo.
Hasta entonces, habían sido las distintas religiones las que habían dado a la gente las respuestas a todas esas preguntas que se hacían. Estas explicaciones religiosas se transmitieron de generación en generación a través de los mitos.
Un mito es un relato sobre dioses, un relato que pretende explicar el principio de la vida.
Por todo el mundo ha surgido, en el transcurso de los milenios, una enorme flora de explicaciones míticas a las cuestiones filosóficas. Los filósofos griegos intentaron enseñar a los seres humanos que no debían fiarse de tales explicaciones.
Para poder entender la manera de pensar de los primeros filósofos, necesitamos comprender lo que quiere decir tener una visión mítica del mundo. Utilizaremos como ejemplos algunas ideas de la mitología nórdica; no hace falta cruzar el río para coger agua.
Seguramente habrás oído hablar de Tor y su martillo. Antes de que el cristianismo llegara a Noruega, la gente creía que Tor viajaba por el cielo en un carro tirado por dos machos cabríos. Cuando agitaba su martillo, había truenos y rayos. La palabra noruega «torden» (truenos) significa precisamente eso, «ruidos de Tor».
Cuando hay rayos y truenos, también suele llover. La lluvia tenía una importancia vital para los agricultores en la época vikinga; por eso Tor fue adorado como el dios de la fertilidad.
Es decir: la respuesta mítica a por que llueve, era que Tor agitaba su martillo; y, cuando llovía, todo crecía bien en el campo.
Resultaba en sí incomprensible cómo las plantas en el campo crecían y daban frutos, pero los agricultores intuían que tenía que ver con la lluvia. Y, además, todos creían que la lluvia tenía algo que ver con Tor, lo que le convirtió en uno de los dioses más importantes del Norte.
Tor también era importante en otro contexto, en un contexto que tenía que ver con todo el concepto del mundo.
Los vikingos se imaginaban que el mundo habitado era una isla constantemente amenazada por peligros externos. A esa parte del mundo la llamaban Midgard (el patio en el medio), es decir, el reino situado en el medio. En Midgard se encontraba además Åsgard (el patio de los dioses), que era el hogar de los dioses. Fuera de Midgard estaba Urgard (el patio de fuera), es decir, el reino que se encontraba fuera. Aquí vivían los peligrosos trolls (gigantes), que constantemente intentaban destruir el mundo mediante astutos trucos. A esos monstruos malvados se les suele llamar «fuerzas del caos». Tanto en la religión nórdica como en la mayor parte de otras culturas, los seres humanos tenían la sensación de que había un delicado equilibrio de poder entre las fuerzas del bien y del mal.
Los trolls podían destruir Midgard raptando a la diosa de la fertilidad, Freya. Si lo lograban, en los campos no crecería nada y las mujeres no darían a luz. Por eso era tan importante que los dioses buenos pudieran mantenerlos en jaque.
También en este sentido Tor jugaba un papel importante. Su martillo no sólo traía la lluvia, sino que también era un arma importante en la lucha contra las fuerzas peligrosas. El martillo le daba un poder casi ilimitado. Por ejemplo, podía echarlo tras los trolls y matarlos. Y además, no tenía que tener miedo de perderlo, porque funcionaba como un bumerán, y siempre volvía a él.
He aquí la explicación mítica de cómo se mantiene la naturaleza, y cómo se libra una constante lucha entre el bien y el mal. Y esas explicaciones míticas eran precisamente las que los filósofos rechazaban.
Pero no se trataba únicamente de explicaciones.
La gente no podía quedarse sentada de brazos cruzados esperando a que interviniesen los dioses cuando amenazaban las desgracias —tales como sequías o epidemias—. Las personas tenían que tomar parte activa en la lucha contra el mal. Esta participación se llevaba a cabo mediante distintos actos religiosos o ritos.
El acto religioso más importante en la época de la antigua Noruega era el sacrificio, que se hacía con el fin de aumentar el poder del dios. Los seres humanos tenían que hacer sacrificios a los dioses para que éstos reuniesen fuerzas suficientes para combatir a las fuerzas del caos. Esto se conseguía, por ejemplo, mediante el sacrificio de un animal al dios en cuestión. Era bastante corriente sacrificar machos cabríos a Tor. En lo que se refiere a Odín, también se sacrificaban seres humanos.
El mito más conocido en Noruega lo conocemos por el poema «Trymskvida» (La canción sobre Trym). En él se cuenta que Tor se quedó dormido y que, cuando se despertó, su martillo había desaparecido. Se enfureció tanto que las manos le temblaban y la barba le vibraba. Acompañado por su amigo Loke fue a preguntar a Freya si le dejaba sus alas para que éste pudiera volar hasta Jotunheimen (el hogar de los gigantes), con el fin de averiguar si eran los trolls los que le habían robado el martillo. Allí Loke se encuentra con Trym, el rey de los gigantes, que, en efecto, empieza a presumir de haber robado el martillo y de haberlo escondido a ocho millas bajo tierra. Y añade que no devolverá el martillo hasta que no logre casarse con Freya.
¿Me sigues, Sofía? Los dioses buenos se encuentran de repente ante un dramático secuestro: los trolls se han apoderado de su arma defensiva más importante, lo que da lugar a una situación insostenible. Mientras los trolls tengan en su poder el martillo de Tor, tienen el poder total sobre el mundo de los dioses y de los humanos. Y a cambio del martillo exigen a Freya. Pero tal intercambio resulta igual de imposible: si los dioses tienen que desprenderse de su diosa de la fertilidad, la que vela por todo lo que es vida, la hierba en el campo se marchitará y los dioses y los humanos morirán. Es decir, la situación no tiene salida. Si te imaginas un grupo de terroristas amenazando con hacer explotar una bomba atómica en el centro de París o de Londres, si no se cumplen sus peligrosísimas exigencias, entiendes muy bien esta historia.
El mito cuenta que Loke vuelve a Åsgard, donde pide a Freya que se vista de novia, porque hay que casarla con los trolls. Desgraciadamente, Freya se enfada y dice que la gente pensará que está loca por los hombres si accede a casarse con un troll.
Entonces al dios Heimdal se le ocurre una excelente idea. Sugiere que disfracen a Tor de novia. Podrán atarle el pelo y ponerle piedras en el pecho para que parezca una mujer. Evidentemente a Tor no le hace muy feliz esta propuesta, pero entiende finalmente que la única posibilidad que tienen los dioses de recuperar el martillo es seguir el consejo de Heimdal.
Al final, Tor se viste de novia. Loke le va a acompañar como dama de honor. «Vayamos las dos mujeres a Jotunheimen», dice Loke.
Si prefieres un idioma más moderno, diríamos que Tor y Loke son los «policías antiterroristas» de los dioses. Disfrazados de mujeres deben meterse en el baluarte de los trolls para recuperar el martillo de Tor.
En cuanto llegan a Jotunheimen, los trolls empiezan los preparativos de la boda. Pero, durante la fiesta nupcial, la novia —es decir Tor—, se come un buey entero y ocho salmones. También se bebe tres barriles de cerveza. A Trym le extraña, y los «soldados del comando» disfrazados están a punto de ser descubiertos. Pero Loke consigue escapar de la peligrosa situación. Dice que Freya no ha comido en ocho noches por la enorme ilusión que le hacía ir a Jotunheimen.
Trym levanta el velo para besar a la novia, pero da un salto del susto, al mirar dentro de los agudos ojos de Tor. También esta vez es Loke el que salva la situación. Dice que la novia no ha dormido en ocho noches por la enorme ilusión que le hacía la boda. Entonces Trym ordena que se traiga el martillo y que se ponga sobre las piernas de la novia, durante la ceremonia de la boda.
Se cuenta que Tor se echó a reír cuando le llevaron su martillo. Primero mató con él a Trym, y luego a toda la estirpe de los gigantes. Y así el siniestro secuestro tuvo un final feliz. Una vez más, Tor —el Batman o el James Bond de los dioses— había vencido a las fuerzas del mal.
Hasta ahí el propio mito, Sofía. ¿Pero qué significa en realidad? No creo que se haya inventado sólo por gusto. Con este mito se pretende dar una explicación a algo. Ese algo podría ser lo siguiente: cuando había sequías en el país, la gente necesitaba una explicación de por qué no llovía. ¿Sería acaso porque los dioses habían robado el martillo de Tor?
El mito puede querer dar también una explicación a los cambios de estación del año: en invierno, la naturaleza muere porque el martillo de Tor está en Jotunheimen. Pero, en primavera, consigue recuperarlo. Así pues, el mito intenta dar a los seres humanos respuestas a algo que no entienden.
Pero habría algo que explicar además del mito. A menudo, los seres humanos realizaron distintos actos religiosos relacionados con el mito. Podemos imaginarnos que la respuesta de los humanos a sequías o a malos años sería representar el drama que describía el mito. Quizá disfrazaban de novia a algún hombre del pueblo —con piedras en lugar de pechos- para recuperar el martillo que los trolls habían robado. De esta manera, los seres humanos podían contribuir a que lloviera y a que el grano creciera en el campo.
Conocemos muchos ejemplos de otras partes del mundo en los que los seres humanos dramatizaban un «mito de estaciones», con el fin de acelerar los procesos de la naturaleza.
Sólo hemos echado un brevísimo vistazo al mundo de la mitología nórdica. Existe un sinfín de mitos sobre Tor y Odín, Frey y Freya, Hoder y Balder, y muchísimos otros dioses. Ideas mitológicas de este tipo florecían por el mundo entero antes de que los filósofos comenzaran a hurgar en ellas. También los griegos tenían su visión mítica del mundo cuando surgió la primera filosofía. Durante siglos, habían hablado de los dioses de generación en generación. En Grecia los dioses se llamaban Zeus y Apolo, Hera y Atenea, Dionisio y Asclepio, Heracles y Hefesto, por nombrar algunos.
Alrededor del año 700 a. de C., gran parte de los mitos griegos fueron plasmados por escrito por Homero y Hesíodo.
Con esto se creó una nueva situación. Al tener escritos los mitos, se hizo posible discutirlos.
Los primeros filósofos griegos criticaron la mitología de Homero sólo porque los dioses se parecían mucho a los seres humanos y porque eran igual de egoístas y de poco fiar que nosotros. Por primera vez se dijo que quizás los mitos no fueran más que imaginaciones humanas.
Encontramos un ejemplo de esta crítica de los mitos en el filósofo Jenófanes, que nació en el 570 a. de C. «Los seres humanos se han creado dioses a su propia imagen», decía. «Creen que los dioses han nacido y que tienen cuerpo, vestidos e idioma como nosotros. Los negros piensan que los dioses son negros y chatos, los tracios los imaginan rubios y con ojos azules. ¡Incluso si los bueyes, caballos y leones hubiesen sabido pintar, habrían representado dioses con aspecto de bueyes, caballos y leones!»
Precisamente en esa época, los griegos fundaron una serie de ciudades-estado en Grecia y en las colonias griegas del sur de Italia y en Eurasia. En estos lugares los esclavos hacían todo el trabajo físico, y los ciudadanos libres podían dedicar su tiempo a la política y a la vida cultural.
En estos ambientes urbanos evolucionó la manera de pensar de la gente. Un solo individuo podía, por cuenta propia, plantear cuestiones sobre cómo debería organizarse la sociedad. De esta manera, el individuo también podía hacer preguntas filosóficas sin tener que recurrir a los mitos heredados. Decimos que tuvo lugar una evolución de una manera de pensar mítica a un razonamiento basado en la experiencia y la razón. El objetivo de los primeros filósofos era buscar explicaciones naturales a los procesos de la naturaleza.
Sofía dio vueltas por el amplio jardín. Intentó olvidarse de todo lo que había aprendido en el instituto. Especialmente importante era olvidarse de lo que había leído en los libros de ciencias naturales.
Si se hubiera criado en ese jardín, sin saber nada sobre la naturaleza, ¿cómo habría vivido ella entonces la primavera?
¿Habría intentado inventar una especie de explicación a por qué de pronto un día comenzaba a llover? ¿Habría imaginado una especie de razonamiento de cómo desaparecía la nieve y el sol iba subiendo en el horizonte?
Sí, de eso estaba totalmente segura, y empezó a inventar e imaginar.
El invierno había sido como una garra congelada sobre el país debido a que el malvado Muriat se había llevado presa a una fría cárcel a la hermosa princesa Sikita. Pero, una mañana, llegó el apuesto príncipe Bravato a rescatarla. Entonces Sikita se puso tan contenta que comenzó a bailar por los campos, cantando una canción que había compuesto mientras estaba en la fría cárcel. Entonces la tierra y los árboles se emocionaron tanto que la nieve se convirtió en lágrimas. Pero luego salió el sol y secó todas las lágrimas. Los pájaros imitaron la canción de Sikita y, cuando la hermosa princesa soltó su pelo dorado, algunos rizos cayeron al suelo, donde se convirtieron en lirios del campo.
A Sofía le pareció que acababa de inventarse una hermosa historia. Si no hubiera tenido conocimiento de otra explicación para el cambio de las estaciones, habría acabado por creerse la historia que se había inventado.
Comprendió que los seres humanos quizás hubieran necesitado siempre encontrar explicaciones a los procesos de la naturaleza. A lo mejor la gente no podía vivir sin tales explicaciones. Y entonces inventaron todos los mitos en aquellos tiempos en que no había ninguna ciencia.
... nada puede surgir de la nada...
Cuando su madre volvió del trabajo aquella tarde, Sofía estaba sentada en el balancín del jardín, meditando sobre la posible relación entre el curso de filosofía y esa Hilde Møller Knag que no recibiría ninguna felicitación de su padre en el día de su cumpleaños.