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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El nombre del Único (2 page)

BOOK: El nombre del Único
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—No... no lo entiendo, pequeña —balbució la mujer—. Llevas el símbolo del Mal, de la oscuridad... ¿Adonde fuiste? ¿Dónde has estado? ¿Qué te ha ocurrido?

Mina soltó una risa.

—¿Te acuerdas, madre, de las historias que solías contarme? ¿Aquella sobre cómo entraste en la oscuridad para buscar a los dioses? ¿Y que los encontraste y devolviste la fe en los dioses a la humanidad?

—Sí —contestó Goldmoon.

Se había puesto tan pálida que Palin decidió ir con ella a costa de lo que fuera, y empezó a entonar palabras de magia. Salieron de su boca, pero no las que habían cobrado forma en su cerebro, que eran equilibradas, suaves, fluidas. Las palabras que pronunció sonaron duras, contundentes, como bloques de piedra cayendo al suelo.

Furioso consigo mismo, se calló y se obligó a calmarse y a intentarlo de nuevo. Sabía el hechizo, habría podido pronunciarlo al revés. Y eso era lo que parecía que había hecho, ya que no tenía ningún sentido.

—¡Eres tú el que me hace esto! —instó Palin en tono acusador.

—¿Yo? —Dalamar parecía divertido. Agitó la mano—. Ve con Goldmoon si quieres. Muere con ella, si así lo deseas. Yo no pienso impedírtelo.

—Entonces, ¿quién es? ¿Ese dios Único?

El elfo lo observó en silencio un momento y después se volvió para mirar el estanque, metiendo las manos en las mangas de la túnica.

—No existía el pasado, Majere. Retrocediste en el tiempo pero no existía el pasado.

—Me dijiste que los dioses se habían ido, madre —siguió Mina—. Me dijiste que como los dioses se habían marchado teníamos que depender de nosotros mismos para hallar nuestro camino en el mundo. Pero no creí esa historia, madre.

»
Oh, no digo que me mintieses —se apresuró a añadir mientras ponía los dedos sobre los labios de Goldmoon para acallar su protesta—. No creo que me mintieses. Estabas equivocada, eso es todo. Yo sabía que no era así, ¿comprendes? Sabía que existía un dios, porque oí su voz cuando era pequeña y nuestro barco se hundió y me encontré sola en el mar. Me encontraste en la orilla, ¿te acuerdas, madre? Pero nunca supiste por qué aparecí allí, ya que prometí que nunca lo contaría. Los demás se ahogaron, pero yo me salvé. El dios me sostuvo a flote y me cantó cuando tuve miedo de la soledad y la oscuridad.

»
Dijiste que no había dioses, madre, pero yo sabía que estabas equivocada. Y por ello hice lo que hice. Salí a buscar al dios para traértelo a ti. Y lo he conseguido, madre. El milagro de la tormenta es obra del Único. Y el milagro de tu juventud y tu belleza es obra del Único, madre.

—¿Lo entiendes ahora, Majere? —preguntó quedamente Dalamar.

—Creo que empiezo a entenderlo —repuso Palin. Tenía fuertemente apretadas sus manos tullidas. Hacía frío en la Cámara, y los huesos le dolían con el frío y la humedad—. Añadiría «que los dioses nos valgan», pero estaría fuera de lugar.

—¡Chist! —instó el elfo—. No puedo oír lo qué dice.

—¿Pediste esto? —demandó Goldmoon al tiempo que señalaba su cuerpo cambiado—. Ésta no soy yo. Es la visión que tú tienes de mí...

—¿No estás contenta? —siguió Mina sin prestar atención a sus palabras, o sin querer oírlas—. ¡Tengo tanto que contarte que te complacerá! He traído de nuevo al mundo el milagro de la curación gracias al poder del Único. Con su intervención derribé el escudo que los elfos habían levantado sobre Silvanesti y maté al traicionero dragón, Cyan Bloodbane. Otro reptil monstruoso, la hembra Verde Beryl, ha muerto gracias al poder del Único. Las dos naciones elfas, que eran corruptas e infieles, han sido destruidas y sus gentes han muerto.

—¡Las naciones elfas destruidas! —exclamó con voz ahogada Dalamar, en cuyos ojos asomó una ardiente mirada—. ¡Miente! ¡No lo dice en serio!

—Quizá suene extraño, pero dudo que Mina sepa mentir —comentó Palin.

—Los elfos encontrarán la redención en la muerte —proclamó la joven—. La muerte los conducirá al Único.

—Veo sangre en estas manos —musitó Goldmoon con voz temblorosa—. ¡La sangre de millares de seres! Ese dios que has encontrado es un dios terrible. ¡Un dios de oscuridad y de maldad!

—El Único me advirtió que reaccionarías así, madre. Cuando los otros dioses se marcharon y pensaste que la humanidad se había quedado sola, te enfadaste y te asustaste. Te sentiste traicionada, algo totalmente lógico porque habías sido traicionada. Los dioses en los que habías puesto tu fe tan equivocadamente huyeron asustados...

—¡No! —gritó Goldmoon. Tambaleante, se puso de pie y se apartó de la joven, con la mano levantada en un gesto de rechazo—. No, pequeña, no lo creo. No quiero escuchar nada más.

Mina la agarró de la mano.

—Tienes que escucharme, madre. Debes hacerlo para que puedas entenderlo. Los dioses huyeron por miedo a Caos. Todos excepto uno. Uno se quedó, leal a las criaturas que había ayudado a crear. Sólo uno tuvo el valor de afrontar el horror del Padre de Todo y de Nada. La batalla lo dejó debilitado. Demasiado para manifestar su presencia en el mundo. Demasiado para luchar contra los extraños dragones que aparecieron para ocupar su lugar. Pero aunque no podía estar con sus criaturas, les otorgó dones para ayudarlas. La magia que llaman magia primigenia. El poder de curación que conocéis como el poder del corazón... Todos esos dones son regalos suyos. Regalos para ti.

—Si los otorgó, ¿por qué tienen que robarlos los muertos para ella? —se preguntó quedamente Dalamar—. ¡Mira! ¡Mira eso! —El elfo señalaba el estanque.

—Ya lo veo —repuso Palin.

Las cabezas de los cinco dragones que guardaban lo que fuera antaño el Portal al Abismo empezaban a brillar con un resplandor espeluznante, una roja, una azul, una verde, una blanca, una negra.

—Qué necios hemos sido —rezongó Palin.

—Arrodíllate y ofrece tus plegarias de fe y de gracias al dios Único —ordenó Mina a Goldmoon—. A la única deidad que permaneció leal a su creación.

—¡No! ¡No creo lo que me dices! —gritó Goldmoon, incorporándose rápidamente—. Has sido víctima de un engaño, pequeña. Conozco a esa deidad única. La conozco desde hace mucho tiempo. Conozco sus trucos, sus mentiras y sus argucias. —Volvió la vista hacia las cinco cabezas de dragón—. ¡No creo tus mentiras, Takhisis! —gritó, desafiante—. Jamás creeré que el bendito Paladine y la bendita Mishakal nos dejaran a tu merced!

—No se marcharon, ¿verdad? —dijo Palin.

—No, no lo hicieron —contestó Dalamar.

—Eres lo que siempre has sido —siguió Goldmoon—. ¡Una diosa del Mal que no quiere fieles, sino esclavos! ¡Jamás me inclinaré ante ti! ¡Jamás te serviré!

De los ojos de las cinco cabezas de dragón irradió fuego, un fuego al rojo vivo, y Palin contempló con horror cómo el cuerpo de Goldmoon empezaba a retorcerse y a arrugarse bajo el abrasador calor.

—Demasiado tarde —dijo Dalamar con una espantosa calma—. Demasiado tarde. Para ella y para nosotros. No tardarán en venir a buscarnos.

—Esta Cámara está oculta... —empezó Palin.

—¿Para Takhisis? —Dalamar soltó una risa desganada—. Conocía la existencia de la Cámara mucho antes de que tu tío me la enseñara. ¿Cómo puede haber nada oculto para «el Único»? ¡El Único que escamoteó Krynn!

—Como dije antes, qué necios hemos sido —masculló Palin.

—Tú mismo descubriste la verdad, Majere. Utilizaste el ingenio para viajar en el tiempo y regresaste al pasado de Krynn, aunque sólo pudiste retroceder al momento en que Caos fue derrotado. Anterior a eso no existía nada. ¿Por qué? Porque en ese punto, Takhisis robó el pasado, el presente y el futuro. Robó el mundo. Ahí estaban las claves si hubiésemos tenido el sentido común suficiente de verlas e interpretarlas.

—De modo que el futuro que Tasslehoff vio...

—Nunca pasará. Saltó hacia el futuro que se suponía habría de devenir, y apareció en el que está sucediendo ahora. Examina los hechos: un sol de aspecto extraño en el cielo; una luna en lugar de tres; la agrupación de las constelaciones difiere enormemente; una estrella roja, antes inexistente, brilla en el firmamento; dragones extraños aparecen de la nada. Takhisis trajo el mundo aquí, a esta parte del universo, sea donde sea. De ahí el sol extraño, una sola luna, los dragones desconocidos, la única y todopoderosa deidad sin nadie que la detenga.

—Excepto Tasslehoff —dijo Palin, pensando en el kender escondido en la estancia superior.

—¡Bah! —El elfo resopló—. Seguramente ya lo han descubierto, a estas alturas. A él y al gnomo. Cuando los encuentren, Takhisis hará lo que nosotros planeábamos hacer con él: lo enviará de regreso al pasado para que muera.

Palin echó una ojeada a la puerta. De arriba, en algún lugar de la Torre, se oyeron órdenes y el ruido de pisadas que corrían para cumplirlas.

—El hecho de que Tasslehoff esté aquí es prueba suficiente para mí de que la Reina Oscura no es infalible —adujo—. No pudo prever su llegada.

—Aférrate a eso si te hace feliz —replicó Dalamar—. Yo no veo esperanza en nada de esto. Contempla la evidencia del poder de la Reina Oscura.

Siguieron observando los reflejos del tiempo en el oscuro estanque. La mujer de más edad yacía en el suelo del laboratorio, el blanco cabello desparramado alrededor de los hombros. La juventud, la belleza, la energía, la vida, le habían sido arrebatadas por la vengativa diosa, en su ira por ver desdeñados sus generosos dones.

Mina estaba arrodillada al lado de la moribunda Goldmoon. Le asió las manos y las apretó contra sus labios.

—Por favor, madre, puedo devolverte la juventud, puedo devolverte tu belleza. Puedes empezar una nueva vida. Caminarás a mi lado, y juntas gobernaremos el mundo en nombre del Único. Lo único que tienes que hacer es acercarte al Único con humildad y pedir su favor, y se te concederá.

Goldmoon cerró los ojos. Sus labios no se movieron. Mina se acercó más a ella.

—Madre —suplicó—. Madre, hazlo por mí, si no quieres hacerlo por ti misma. ¡Hazlo por amor a mí!

—Pido... —empezó la mujer en voz tan baja que Palin Majere contuvo la respiración para oírla—. Pido perdón a Paladine y a Mishakal por mi falta de fe. Debí darme cuenta de la verdad —musitó Goldmoon, la voz más débil por momentos, pronunciando las palabras con el último aliento que le quedaba—. Ruego... Ruego porque Paladine oiga mi súplica, y acudirá... por amor a Mina... Por amor a todos...

Goldmoon quedó inerte en el suelo, muerta.

—Madre —gimió Mina, tan angustiada como un niño perdido—. Lo hice por ti...

Palin sintió el ardor de las lágrimas en los ojos, pero no sabía bien si lloraba por Goldmoon, que había llevado la luz al mundo, o por la muchacha huérfana, cuyo amante corazón había caído en la trampa del engaño tendida por la oscuridad.

—Que Paladine oiga su última plegaria —musitó quedamente el mago.

—Que me sean dadas alas de murciélago para revolotear por esta Cámara —replicó Dalamar—. Su alma ha ido a unirse al río de los muertos, y presumo que las nuestras no tardarán en seguirla.

El ruido de pisadas resonó escaleras abajo, acompañado por el golpeteo de las espadas contra las paredes de piedra. Las pisadas se detuvieron delante de la puerta.

—Supongo que nadie ha encontrado una llave, ¿verdad? —inquirió una voz profunda y retumbante.

—Esto no me gusta, Galdar —dijo otra—. Este sitio apesta a muerte y a magia. Salgamos de aquí.

Hubo un momento de silencio, y a continuación la primera voz volvió a hablar con firmeza.

—Mina nos dio órdenes. Echaremos la puerta abajo.

Empezaron a llover golpes sobre la hoja de madera. Los caballeros arremetían con los puños y las empuñaduras de las espadas, pero se advertía su falta de entusiasmo.

—¿Cuánto tiempo aguantará el conjuro de protección? —preguntó Palin.

—Indefinidamente contra esa pandilla —aseguró Dalamar en tono desdeñoso—. Contra su Oscura Majestad, nada.

—Te tomas esto con mucha calma —comentó el otro mago—. Tal vez la noticia del regreso de Takhisis no te entristece demasiado.

—En todo caso sería la noticia de que nunca se marchó —lo corrigió el elfo con fina ironía.

—Llevas la Túnica Negra. —Palin hizo un gesto impaciente—. La servías...

—No, no es cierto —dijo Dalamar en voz tan baja que el otro mago apenas lo oyó a causa del golpeteo y los gritos y el jaleo en la puerta—. Servía al hijo, Nuitari, no a la madre. Ella nunca me lo perdonará.

—Aun así, si lo que dice Mina es cierto, Takhisis nos dio a ambos la magia, a mí la magia primigenia, y a ti la de los muertos. ¿Por qué iba a hacer tal cosa?

—Para mofarse de nosotros. Para reírse, como sin duda se estará riendo ahora.

De repente cesaron los golpes contra la puerta, y fuera se hizo el silencio. Por un instante lleno de esperanza, Palin pensó que quizá se habían marchado tras darse por vencidos. Entonces se escuchó un sonido apagado, como de pies apartándose rápidamente para abrir paso a alguien.

Se oyeron pasos, más livianos que los de antes, y una voz llamó. Sonaba entrecortada, como ahogada en lágrimas.

—Me dirijo al hechicero Dalamar —instó Mina—. Sé que estás ahí dentro. Retira la salvaguardia mágica que has puesto en la puerta para que nos reunamos y hablemos de asuntos de interés mutuo.

Los labios de Dalamar se curvaron ligeramente. No contestó, y se mantuvo en silencio, impasible.

—El Único te ha otorgado muchos dones, Dalamar, te hizo poderoso, más que nunca —continuó Mina tras una pausa para escuchar una respuesta que no llegó—. Ella no pide agradecimiento, sólo que la sirvas con todo tu corazón y toda tu alma. La magia de los muertos será tuya. Millones de almas vendrán ante ti a diario para hacer lo que les mandes. Quedarás libre de esta Torre, libre para recorrer el mundo. Puedes volver a tu patria, a los bosques que amas y que tanto añoras. Los elfos están perdidos, buscando. Te tomarán como su líder, se inclinarán ante ti y te venerarán en mi nombre.

Dalamar cerró los ojos como si lo atenazara un dolor.

Palin comprendió que le acababan de ofrecer su más caro deseo. ¿Cómo rechazar tal cosa?

Sin embargo, Dalamar siguió sin contestar.

—Ahora me dirijo a ti, Palin Majere —dijo Mina, y al mago le pareció que podía ver los ojos color ámbar brillando a través de la puerta protegida con magia—. Tu tío, Raistlin Majere, tuvo la fuerza y el coraje de desafiar al Único en batalla. Y tú, su sobrino, ¿qué haces escondiéndote del Único como un niño que tiene miedo al castigo? ¡Qué gran decepción has sido! Para tu tío, para tu familia, para ti mismo. Ella ve tu corazón, el hambre que anida en él. Sírvela, Majere, y serás más grande que tu tío, más venerado, más reverenciado. ¿Aceptas, Majere?

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