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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (36 page)

BOOK: El origen del mal
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Lobo surgió de la oscuridad, lanzando rugidos de rabia, y quizá también de terror, dejando detrás de él las sombras del acantilado este. Se abalanzó sobre el lugarteniente de Shaithis atacándolo por aquel flanco; el hombre se volvió con un gesto indiferente hacia él y se lo sacudió de encima con la mano izquierda igual que Jazz podría haberse sacudido un perro faldero que lo estuviese importunando. Lobo retrocedió, lanzó un aullido y el hombre al que había atacado le mostró su guantelete.

—Acércate, lobito —dijo como burlándose del animal—. Ven y deja que Gustan acaricie el pelo sedoso y gris de tu cabecita.

—¡Apártate, Lobo! —le gritó Zek.

—¡Quietos! —ordenó Shaithis, señalando a Jazz y a Zek—. No perseguiré lo que es mío. Acercaos inmediatamente o seréis castigados. ¡Severamente castigados!

El tacón de Jazz tocó algo metálico, un objeto de acero. ¡Era su metralleta! También tenía allí sus macutos.

Se desplomó sobre una rodilla y agarró el arma. Los tres seres que tenía enfrente vieron el arma que empuñaba en su mano y se pararon. Permanecieron inmóviles un momento, con los ojos enrojecidos clavados en él.

—¿Qué es esto? —dijo Shaithis con un tono de voz peligrosamente grave—. ¿Amenazas a tu dueño?

Jazz miró a los tres personajes, arrodillado como estaba en el suelo, y, a tientas, buscó con la mano un macuto y después otro. Encontró lo que andaba buscando, introdujo el cargador en el arma… y en ese momento Shaithis se precipitó hacia adelante.

—Te he dicho…

—¿Amenazarte? —dijo Jazz preparando el arma—. Yo actúo, no amenazo.

Pero el hombre que se encontraba en el flanco derecho de Shaithis se acercó agazapado y su pie, calzado con una sandalia, aplastó la muñeca derecha de Jazz, inmovilizándola en el suelo. Jazz, deliberadamente, se arrojó al suelo y trató de sacudirse de encima al hombre dándole un puntapié, pero éste era muy hábil. Evitando los puntapiés de Jazz y manteniendo inmovilizados en el suelo su brazo y el arma que sujetaba, se puso de rodillas, cogió a Jazz por la cara con su maciza mano izquierda, inclinó su cabeza hacia atrás aparentemente sin hacer ningún esfuerzo y le mostró el guantelete que esgrimió en lo alto. Abriendo el puño, aparecieron los ganchos, los cuchillos, las fulgurantes hoces que reflejaban la luz de las estrellas. Después de esto el hombre sonrió y enarcó las cejas mirando a Jazz con aire inquisitivo y burlón, mientras éste seguía con la metralleta agarrada con la mano. La boca del arma había quedado hincada en el polvo y Jazz no se atrevía a apretar el gatillo.

Abrió la mano y soltó el arma, después el hombre que lo tenía agarrado por la cara lo levantó del suelo sin soltarlo. Jazz no podía hacer nada, se daba cuenta de que, si al lugarteniente de Shaithis se le hubiese antojado hacerlo, le habría rebanado la carne del cráneo como quien monda una naranja.

Zek de un salto se plantó junto al hombre que estaba a la izquierda de Shaithis, Gustan, que ahora avanzó hacia adelante.

—¡Bravucones! —le gritó, golpeándolo con los puños—. ¡Hijos de puta! ¡Vampiros!

Gustan la levantó en el aire sosteniéndola con un brazo y, con una sonrisa sarcástica, le recorrió todo el cuerpo con la mano izquierda, que tenía libre, pellizcándola en diferentes sitios.

—Tendrías que dejarme a ésta un ratito, lord Shaithis —rezongó—, así procuraría meterle un poco de juicio en la cabeza y le enseñaría qué significa ser obediente.

Shaithis se volvió hacia él.

—Ésta será mi esclava y no la esclava de nadie más, así que mantén la boca cerrada, Gustan. En el corral todavía queda sitio para otras bestias guerreras, si es que te apetece ir.

Gustan pareció impresionarse.

—Lo único que yo quería…

—¡Tranquilo! —le interrumpió Shaithis.

Después se adelantó, olfateó a Zek y asistió con un movimiento de cabeza.

—Sí, hay magia en ésta, pero recuerda una cosa: que se escapó de manos de la zorra de Karen. No la pierdas de vista, Gustan.

Y a continuación se puso a observar a Jazz.

—En cuanto a ti…

Nuevamente adelantó su hocico enrollado y pareció usarlo como un monstruoso perro sabueso. Sus ojos se habían convertido en unas finísimas rendijas de color escarlata.

—¡Es un mago extraordinario! —exclamó Zek, colgada como estaba de los brazos de Gustan.

—¿Ah, sí? —dijo Shaithis echándole una mirada—. ¿Y cuál es su talento, si tienes la bondad de decírmelo? Porque la verdad es que yo no detecto en él magia alguna.

—Yo…, yo sé leer el futuro —dijo Jazz abriendo su boca magullada y haciendo con ella un morrito.

Shaithis le dedicó una espantosa sonrisa.

—¡Fantástico!, porque yo acabo de leer el tuyo.

E hizo un ademán al hombre que sostenía a Jazz en lo alto.

—¡Espera! —exclamó Zek—. ¡Te aseguro que es verdad! Si lo matas, perderás un poderoso aliado.

—¿Un aliado? —Shaithis parecía divertido—. Querrás decir un criado, quizá.

Después, acariciándose la barbilla, añadió:

—Muy bien, vamos a poner a prueba su talento. Déjalo en el suelo.

Jazz fue depositado en el suelo, donde se quedó de puntillas.

Shaithis se puso a observarlo atentamente y después inclinó la cabeza a un lado como si pensara en una prueba apropiada.

—¡Venga, dime! —dijo por fin—, ¿qué ves en mi futuro, viajante de los infiernos?

Jazz sabía que estaba perdido, pero todavía tenía que considerar a Zek.

—Fíjate en lo que te digo —respondió—. Si haces daño a esta mujer en la forma que sea, aunque sólo le toques un pelo de la cabeza, vas a arder como una tea. ¡Seguro que el sol te abrasa, Shaithis de los wamphyri!

—Eso no es predecir el futuro, sino simplemente lanzar una maldición —le soltó Shaithis—. ¿Te has creído que lanzabas una maldición? ¿Qué has dicho? ¿Que no tocara un solo cabello de su cabeza? ¿Quieres decir de esa cabeza?

Acercándose a Zek, la agarró por su rubia cabellera, se la juntó en un puño y tiró de ella hasta que se puso a gritar.

Y el sol de pronto se levantó sobre el desfiladero a través de las montañas e iluminó aquel paraje con sus rayos abrasadores y penetrantes
.

Antes de que el hombre que sostenía a Jazz comenzara a chillar aterrorizado y la soltara como si fuera una muñeca de trapo, el inglés no pudo por menos de entretenerse en un pensamiento completamente frivolo:

«¡Es a esto a lo que yo llamo magia!», dijo para sí.

Capítulo 13

Lardis Lidesci

Una vez en el suelo, Jazz dio unos cuantos pasos en dirección al arma y nadie hizo el más mínimo esfuerzo para impedírselo. La razón era muy sencilla: Shaithis y sus dos secuaces estaban retrocediendo hacia sus montañas, trepando como cucarachas y buscando el camino entre rocas y piedras desprendidas para encontrar sombra y refugio frente a la luz del sol, abrasadora y fatal para ellos. Cada vez que la luz caía sobre ellos, chillaban como si los quemase y se cubrían la cabeza como protegiéndose en su huida a la desesperada.

Uno de ellos, Gustan, sin embargo, todavía tenía agarrada a Zek, que se retorcía como una serpiente y golpeaba la cabeza de Gustan con sus minúsculas manos. Gustan era la primera víctima de Jazz.

El británico cogió la metralleta del suelo, inclinó el cañón hacia abajo y la sacudió. Cayeron de él unas cuantas piedrecillas y bastante polvo. Jazz hizo votos para que no hubiera nada grande alojado en el interior. Inmediatamente hincó una rodilla en el suelo, apuntó hacia la huidiza y doble silueta de Gustan, apretó el gatillo y disparó. El arma respondió escupiendo una ráfaga graneada de plomo, dirigida contra las piernas de Gustan. El lugarteniente de Shaithis se desplomó como atravesado por un eje, levantó una nube de polvo y exhaló una serie de gritos, debatiéndose a la sombra de un montón de rocas, si bien Zek ya llegaba corriendo, liberada por fin.

Jazz no podía volver a disparar por miedo a herirla.

—¡Hazte a un lado! —le gritó con voz ronca—. ¡Despeja la línea de fuego!

Zek lo oyó y se hizo a un lado. Inmediatamente se le ofreció un blanco que se movía frenéticamente bajo un rayo de luz que parecía barrerlo. Jazz apuntó al vampiro con sus cinco sentidos, pese a que la luz ya iba ascendiendo, y volvió a disparar. Se oyeron ecos de gritos y maldiciones. Jazz esperaba haber alcanzado al propio Shaithis, pero lo dudaba, porque la silueta no tenía sus proporciones. Por otra parte, todavía notaba las magulladuras de su cara en los lugares donde el segundo de Shaithis lo había maltratado. Este ya tenía lo suyo. Así esta gente aprendería que no debía meterse con los magos del país de los infiernos.

Zek se acercó arrastrándose desde las sombras situadas en la base del acantilado.

—¡Soy yo! —gritó mientras él, a sacudidas, se movía en dirección hacia ella—. ¡No dispares!

Lobo había ido a su encuentro, ahora gimoteaba y hacía cabriolas a su alrededor igual que un cachorrillo.

—¡Poneos detrás de mí! —les advirtió Jazz, haciendo una señal a la chica y al lobo—. Pasadme otro cargador del macuto, ¡rápido!

Los rayos de los reflectores procedentes de las altas paredes de los acantilados de la parte sur (Jazz pensó que esto es lo que parecían: unos potentes focos que buscasen al enemigo) seguían explorando, moviéndose por la parte baja y emitiendo discos de luz reflejada en el suelo del cañón. Jazz pensó para sí que, efectivamente, aquella luz parecía reflejada por unos espejos. ¡Menos mal que había quien los buscaba! En este momento un par de rayos convergieron en Shaithis en el momento en que el señor de los wamphyri había alcanzado el flanco de la escalera más próxima.

Era la oportunidad que Jazz estaba esperando. Habría podido coger a Zek de la mano y huir hacia el sur con ella, pero tenía la esperanza de pegarle un tiro a Shaithis. Ahora el blanco se desplazó a un lado de su montura y un par de rayos de luz comenzaron a seguirlo. Dando manotazos a los brillantes rayos que caían sobre él, como si quisiera librarse de llamas que lo quemasen, aunque sin conseguir ningún resultado, Shaithis dio un salto para agarrar los arneses de su animal y montarse en la ornamentada silla. Allí fue donde Jazz lo atrapó. Tenía una docena de balas aproximadamente, el tercio del cargador tal vez, preparadas especialmente para la ocasión.

Abrió fuego apuntando cuidadosamente, lanzando disparos aislados y haciendo votos para que uno por lo menos diera en el blanco. Shaithis pareció experimentar una sacudida cuando iba a montarse en la silla y cayó, aunque siguió agarrado al arnés. Jazz lanzó un taco contra la escasa precisión del arma de corto alcance y volvió a apuntar procurando poner mas atención. El disparo siguiente seguramente no alcanzó a Shaithis, aunque debió de tocar al animal en algún lugar delicado, pues la bestia echó para atrás la cabeza y dio un alarido desesperado, después de lo cual se puso a mover furiosamente la cola. Todavía tardó un momento antes de que del vientre de aquella criatura surgiera una especie de asqueroso nido de gusanos que, desenrollándole, impulsaron su cuerpo hacia arriba. Shaithis seguía agarrado a un lado, tratando de encaramarse a la silla.

Para entonces las otras monturas también habían conseguido elevarse en el aire y Jazz quedó atónito al ver que las dos tenían sus jinetes. Gustan tenía que estar herido por fuerza. Jazz, sin embargo, no pudo por menos de acordarse del Encuentro Cinco. En aquel caso las balas no lo habían parado, sino que simplemente lo habían importunado un poco y nada más. Lo mismo había ocurrido, al parecer, con Shaithis y sus lugartenientes.

Zek se acercó por detrás y tendió a Jazz un cargador nuevo que éste ya estaba esperando con la mano tendida. Cargó el arma y buscó nuevamente a sus víctimas pero, al levantar la vista hacia el cielo y contemplar la amplia cinta de estrellas que recorría las paredes del fondo del desfiladero… descubrió que sus tres «blancos» se precipitaban sobre él.

—Jazz, ¡agáchate! ¡Oh, agáchate! —gritaba Zek.

Ella y Lobo iban reptando en dirección a una maraña de rocas, pero Jazz se dio cuenta de que las bestias voladoras estarían sobre él antes de que tuviera tiempo de hacer lo que ellos. No veía posibilidad de evitarlas, pero tal vez sí de desviarlas.

Volvió a hincar la rodilla en tierra y con las tres criaturas voladoras y sus jinetes abalanzándose sobre él, situados tan sólo a treinta metros de distancia, abrió fuego mediante un persistente y continuo abanico de fuego. Shaithis estaba en el centro, que era donde Jazz concentraba los disparos. Acribillaba a las monturas e intentaba acribillar también a sus jinetes, de izquierda a derecha y nuevamente contra Shaithis. No entendía cómo era posible que le fallase el tiro, si es que le fallaba, teniendo en cuenta la distancia, pero cuando vio a las bestias y a sus wamphyri situados prácticamente encima de él, comenzó a creer que, efectivamente, debía de haber fallado el tiro. Pero esto sólo fue en el último momento.

Hasta que el percutor no se cerró de golpe dejando muda el arma, y él aplastado contra el suelo detrás de la roca más próxima, no vio los efectos del tiroteo. De las tres bestias manaba sangre roja y oscura por unos agujeros negros que tenían en la parte delantera de su cuerpo, mientras sus jinetes parecían columpiarse, sentados en las sillas como estaban, consiguiendo aparentemente mantenerse en su sitio gracias a una gran fuerza de voluntad.

Pero después…

En el vientre de la montura que cabalgaba Shaithis se abrió un gran labio carnoso cuando ya se abalanzaba sobre Jazz, una abertura cuyo borde inferior rozó la parte superior de la piedra que lo amparaba y se arrastró por la tierra seca y pedregosa situada detrás de él. Por un momento quedó todo sumido en la oscuridad y Jazz pudo captar el intenso hedor que emanaba de aquella cosa, si bien en ese momento la criatura se elevó y se apartó de él. También entonces los desconocidos usuarios de las armas reflectoras habían vuelto a localizar a sus víctimas y las bestias voladoras estaban inmersas en penetrantes haces de luz abrasadora. La luz los abrasaba realmente, pues allí donde los rayos los alcanzaban, salían nubes de repugnante evaporación que emanaba de la carne retráctil de las bestias, como agua hirviendo sobre nieve carbónica en el aire enrarecido de las grandes alturas.

Aquello era el final. Vacilantes en sus sillas de montar, los wamphyri admitían su derrota y arrastraban a sus monturas, berreando agotadas en dirección al cielo, dando vueltas en grandes círculos y dirigiéndose hacia el norte a gran velocidad, en dirección a la oscuridad y a la sombra. Cuando el golpeteo pulsátil de sus alas de cuero se desvaneció en la distancia, únicamente quedó el silencio y el latido del corazón de Jazz en su pecho.

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