El palacio de la medianoche (27 page)

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Authors: Carlos Ruiz Zafón

Tags: #Intriga

BOOK: El palacio de la medianoche
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Seth asintió gravemente, consciente de que cualquier otra alternativa en lugar de seguir las instrucciones de Ben pondría en peligro la vida de todos. Seth dirigió una mirada de despedida a sus amigos y se encaminó hacia la puerta. Una vez allí, se volvió y miró de nuevo a los miembros de la Chowbar Society.

—Vamos a salir de ésta, ¿de acuerdo?

Sus amigos asintieron con tanta voluntad como la ley de las probabilidades parecía recomendar.

—En cuanto a usted —dijo Seth señalando a Jawahal—, no es más que un montón de estiércol.

Jawahal se relamió los labios y asintió.

—¿Es fácil ser un héroe cuando sales por piernas y abandonas a tus amigos a una muerte segura, verdad, Seth? Puedes insultarme de nuevo si lo deseas, chico. No te voy a hacer nada. Seguramente te ayudará a dormir mejor cuando recuerdes esta noche y varios de los que están aquí sirvan de alimento a los gusanos. Siempre podrás explicarle a la gente que tú, el valiente Seth, insultaste al villano, ¿no es así? Pero, en el fondo, tú y yo sabremos la verdad, ¿eh, Seth?

El rostro de Seth se encendió de ira y una mirada de odio ciego asomó a sus ojos. El muchacho empezó a caminar en dirección a Jawahal, pero Ben se interpuso violentamente en su camino y le detuvo.

—Por favor, Seth —le murmuró al oído—. Vete ahora. Por favor.

Seth dirigió una última mirada a Ben y asintió, apretándole fuertemente el brazo. Ben esperó a que el muchacho hubiese descendido del vagón y se encaró de nuevo a Jawahal.

—Esto no estaba en el trato —recriminó Ben—. No pienso continuar si no promete dejar de martirizar a mis amigos.

—Lo harás te guste o no. No tienes otra alternativa. Pero, como muestra de buena voluntad, me guardaré mis comentarios sobre tus amigos. Y ahora, continúa.

Ben observó las cinco cajas restantes y situó la mirada sobre la que se encontraba en el extremo derecho. Sin más preámbulos, introdujo la mano en ella y palpó en su interior. Una nueva tablilla. Ben respiró profundamente y escuchó el suspiró de alivio de sus amigos.

—Un ángel vela por ti, Ben —dijo Jawahal.

Ben examinó el rectángulo de madera.

—Isobel.

—La dama tiene suerte —dijo Jawahal.

—Cállese —murmuró Ben, harto ya de los comentarios con que Jawahal se complacía en apostillar cada nuevo paso de aquel macabro juego.

—Isobel —dijo Ben—, hasta pronto.

Isobel se incorporó y cruzó frente a sus compañeros con la mirada baja y arrastrando cada paso como si sus pies estuviesen cosidos al suelo.

—¿No tienes una última palabra para Michael, Isobel? —preguntó Jawahal.

—Déjelo ya —afirmó Ben—. ¿Qué es lo que espera sacar de todo esto?

—Elige otra caja —replicó Jawahal—. Así verás lo que espero sacar.

Isobel descendió del vagón y Ben barajó mentalmente las cuatro cajas restantes.

—¿Lo tienes ya, Ben? —preguntó Jawahal. Ben asintió y se situó frente a la caja pintada de rojo.

—El rojo. El color de la pasión —comentó Jawahal—. Y del fuego. Adelante, Ben. Creo que hoy es tu noche.

Sheere entreabrió los ojos y observó que Ben se acercaba a la caja roja con el brazo extendido. Una punzada de pánico le recorrió el cuerpo. La muchacha se incorporó bruscamente y se lanzó hacia Ben con todas sus fuerzas. No podía permitir que su hermano introdujese la mano en aquella caja. Las vidas de aquellos muchachos no tenían ningún valor para Jawahal. No eran para él más que comodines con los que empujar a Ben a su autodestrucción. Jawahal necesitaba que fuese Ben quien le sirviera en bandeja su propia muerte, limpiándole el camino.

De ese modo, aquel espectro maldito entraría en ella y saldría de aquellos túneles encarnado en un ser de carne y hueso. Un ser joven que le devolviese al mundo de aquéllos a quienes deseaba destruir.

Antes de mover un solo músculo, Sheere comprendió que únicamente quedaba una alternativa, una única pieza capaz de desbaratar el complejo rompecabezas que Jawahal había tramado alrededor de ellos. Sólo ella podía alterar el rumbo de los acontecimientos haciendo la única cosa en el universo que Jawahal no había previsto.

Los instantes que transcurrieron a continuación se grabaron en su mente con la precisión de una colección de láminas cuidadosamente detalladas.

Sheere recorrió vertiginosamente los seis metros que la separaban de su hermano, sorteando a los tres miembros restantes de la Chowbar Society que yacían apresados. Ben se volvió lentamente y el primer gesto de perplejidad y sorpresa se tomó una mueca de horror al observar que Jawahal se incorporaba y cada uno de los dedos de su mano derecha se prendía en llamas y formaba una garra de fuego. Sheere escuchó el grito de Ben perderse en un eco lejano e impactó contra él, le derribó en el suelo y arrancó así su mano de la trampilla de la caja roja. Ben cayó sobre el vagón y Sheere contempló la silueta fantasmal de Jawahal alzarse frente a ella y alargar su garra incandescente hacia su rostro. Clavó sus ojos en los de aquel asesino y leyó la negativa desesperada que empezaba a dibujarse en sus labios. El tiempo pareció detenerse a su alrededor como un viejo carrusel.

Décimas de segundo más tarde, Sheere atravesaba la trampilla de la caja escarlata con el puño. Sintió las láminas de la escotilla cerrarse sobre su muñeca como una flor envenenada. Ben gritó a sus pies y el puño ígneo de Jawahal se cerró frente a su rostro. Pero Sheere sonrió triunfante y, en algún momento, sintió cómo el áspid le asestaba su beso mortal y el estallido ardiente de veneno encendía la sangre que corría por sus venas como una bengala lo haría con una estela de gasolina.

Ben rodeó a su hermana con sus brazos y arrancó su mano de la caja roja, pero ya era demasiado tarde. Dos punzadas sangrantes brillaban sobre la pálida piel del dorso de su muñeca. Sheere le sonrió, desvaneciéndose.

—Estoy bien —murmuró la muchacha, pero antes de que pudiera acabar de pronunciar la última sílaba, sus piernas sucumbieron a una sacudida invisible y se desplomó sobre él.

—¡Sheere! —gritó Ben.

Sintió que una náusea indescriptible se apoderaba de todo su ser y que las fuerzas parecían escaparse de su cuerpo como el tiempo en un reloj de arena. Sujetó a Sheere y la acomodó sobre su regazo, acariciando su rostro.

Sheere abrió sus ojos y le sonrió débilmente. Su rostro se adivinaba blanco como la cal.

—No me duele, Ben —gimió la muchacha. Ben encajó cada palabra como un puntapié en el estómago y alzó la mirada en busca de Jawahal. El espectro contemplaba la escena inmóvil y su rostro resultaba impenetrable. Los ojos de ambos se encontraron.

—Nunca lo planeé así, Ben —dijo Jawahal—. Esto va a hacer las cosas más difíciles.

Ben sintió el odio crecer en su interior; igual que una gran grieta, sesgaba su alma en dos.

—Es usted un asqueroso asesino —murmuró Ben entre dientes.

Jawahal dirigió una última mirada a Sheere, que temblaba en brazos de Ben, y negó lentamente. Sus pensamientos parecían muy lejos de allí.

—Ahora sólo quedamos tú y yo, Ben —dijo Jawahal—. Cara o cruz. Despídete de ella y ven en busca de tu venganza.

El rostro de Jawahal se enmascaró en un velo de llamas y su silueta encendida se volvió y atravesó la puerta del vagón, lo que dejó una brecha abierta en el metal que goteaba acero candente.

Ben escuchó el crujido de apertura de los cerrojos que mantenían presos a Ian, Michael y Roshan. Ian corrió hasta ellos y, asiendo el brazo de Sheere, llevó la herida a sus labios. Succionó con fuerza y escupió la sangre impregnada de veneno que le quemaba la lengua. Michael y Roshan se arrodillaron frente a Sheere y dirigieron una mirada desesperada a Ben, que se maldecía a sí mismo por haber dejado transcurrir aquellos segundos preciosos sin comprender que él debería haber hecho lo que su amigo se había apresurado a realizar.

Ben alzó la vista y observó el rastro de llamas que Jawahal dejaba a su paso fundiendo el metal al igual que la punta de un cigarro atravesaría unas láminas de papel. El tren sufrió una fuerte sacudida y, lentamente, empezó a desplazarse a través del túnel. El fragor de la locomotora inundó las galerías subterráneas del laberinto de Jheeter's Gate con su estruendo. Ben se volvió a sus compañeros y dirigió una intensa mirada a Ian.

—Cuida de ella —ordenó.

—No, Ben —suplicó Ian leyendo los pensamientos que anegaban su mente—. No vayas.

Ben abrazó a su hermana y la besó en la frente.

—¿Volverás a decirme adiós, Ben? —preguntó la muchacha con voz temblorosa.

Ben sintió que las lágrimas inundaban sus ojos.

—Te quiero, Ben —murmuró Sheere.

—Te quiero —replicó Ben, comprendiendo que nunca había dirigido esas palabras a nadie.

El tren aceleró con rabia, arrastrándolos por el túnel. Ben corrió hacia la puerta del vagón y sorteó la herida fresca en la plancha de metal en pos de Jawahal.

Al atravesar el siguiente vagón advirtió que Michael y Roshan corrían tras él. Rápidamente, se detuvo en la plataforma que separaba los vagones para arrancar la llave que unía los dos últimos coches, y la lanzó al vacío. Los dedos de Roshan rozaron sus manos durante una décima de segundo, pero cuando Ben alzó la vista de nuevo, las miradas desesperadas de sus amigos se quedaban atrás, mientras el tren los arrastraba a él y a Jawahal a toda velocidad hacia el corazón de las tinieblas de Jheeter's Gate. Ahora sólo quedaban ellos dos.

A cada paso que Ben daba en dirección a la locomotora, el tren adquiría mayor velocidad en su carrera infernal a través de los túneles. La vibración que sacudía el metal le hacía tambalearse en su camino entre los escombros tras el rastro luminoso de las huellas hundidas en el metal que Jawahal había dejado. Ben consiguió llegar hasta una nueva plataforma y se asió con fuerza a la barra que servía de agarradero mientras el tren enfilaba una curva afilada en forma de media luna y se sumergía en una pendiente que parecía conducir a las entrañas de la Tierra. Luego, en una nueva sacudida, el tren aceleró aún más y la bola de fuego desapareció en la oscuridad. Ben se incorporó y corrió de nuevo tras el rastro de Jawahal mientras las ruedas del tren arrancaban a los raíles estelas de metal encendido, del mismo modo que las cuchillas sobre el hielo.

Escuchó un estallido bajo sus pies y pronto advirtió que espesas lenguas de fuego envolvían todo el esqueleto del tren y hacían saltar en pedazos los restos de madera carbonizada que todavía permanecían adheridos a la estructura. Las llamas también hicieron estallar los dientes de cristal que rodeaban los huecos de las ventanillas como colmillos emergiendo de las fauces de una bestia mecánica. Ben tuvo que lanzarse al suelo para evitar la tormenta de astillas de vidrio que se estrellaron contra las paredes del túnel, igual que salpicaduras de sangre tras un disparo a bocajarro.

Cuando consiguió levantarse, pudo distinguir a lo lejos la silueta de Jawahal que avanzaba entre las llamas y comprendió que estaba muy próximo a la máquina. Jawahal se volvió y Ben apreció su sonrisa criminal incluso entre los estallidos de gas que formaban anillos de fuego azul y atravesaban el tren trazando un tornado de pólvora enloquecida.

—Ven por mí —escuchó en su mente.

El rostro de Sheere se encendió en su memoria y Ben emprendió lentamente el trayecto hacia el último vagón que le restaba por recorrer. Cuando cruzó la plataforma externa, notó una bocanada de aire fresco; el tren debía de estar a punto de dejar atrás los túneles y se dirigían a toda velocidad hacia la estación central de Jheeter's Gate.

Ian no cesó de hablar a Sheere durante todo el trayecto de vuelta. Sabía que si se abandonaba al sueño letal que la acosaba, apenas viviría para ver de nuevo la luz que existía más allá de aquellos túneles. Michael y Roshan le ayudaban a sostenerla, pero ninguno de los dos conseguía arrancarle una sílaba. Ian, enterrando en lo más profundo de su alma el sentimiento que le carcomía por dentro, explicaba anécdotas absurdas y toda suerte de ocurrencias, dispuesto si era preciso a desenterrar hasta la última palabra que quedase en su mente para mantenerla despierta. Sheere le escuchaba y asentía vagamente, entreabriendo sus ojos idos y adormecidos. Ian sostenía la mano de Sheere entre las suyas, sintiendo cómo su pulso se apagaba lenta pero inexorablemente.

—¿Dónde está Ben? —preguntó.

Michael miró a Ian y éste sonrió abiertamente.

—Ben está a salvo, Sheere —contestó con serenidad—. Ha ido a buscar un médico, lo cual, dadas las circunstancias, me parece una grosería. Se supone que yo soy el médico. O lo seré algún día. ¿Qué clase de amigo es ése? Menudos ánimos me da. A la primera de cambio, desaparece en busca de un doctor. Menos mal que médicos como yo hay pocos. Se nace con ello, eso es todo. Por eso sé, por instinto, que te vas a poner bien. Con una condición: no te duermas. ¿No te habrás dormido, verdad? ¡Ahora no te puedes dormir! Tu abuela nos espera a doscientos metros de aquí y yo soy incapaz de explicarle lo que ha pasado. Si lo intento, me lanzará al Hooghly y tengo que coger un barco dentro de unas horas. Así que mantente despierta y ayúdame con tu abuela. ¿De acuerdo? Di algo.

Sheere empezó a jadear pesadamente. El color se desvaneció del rostro de Ian y el muchacho la agitó. Los ojos de Sheere se abrieron de nuevo.

—¿Dónde está Jawahal? —preguntó.

—Ha muerto —mintió Ian.

—¿Cómo murió? —consiguió articular Sheere.

Ian dudó un segundo.

—Cayó bajo las ruedas del tren. No se pudo hacer nada.

Sheere pareció sonreír.

—No sabes mentir, Ian —susurró, luchando por pronunciar cada palabra.

Ian sintió que no podría continuar mucho más tiempo representando su papel.

—El mentiroso del grupo es Ben —dijo—. Yo siempre digo la verdad. Jawahal ha muerto.

Sheere cerró los ojos e Ian indicó a Michael y Roshan que se apresurasen. Medio minuto después, la luz al final del túnel iluminó sus rostros y la silueta del reloj de la estación se recortó a lo lejos. Cuando llegaron hasta allí, Siraj, Isobel y Seth los esperaban. Las primeras luces del alba asomaban en una línea escarlata en el horizonte, más allá de las grandes arcadas de metal de Jheeter's Gate.

Ben se detuvo frente a la entrada del último vagón y posó sus manos sobre la llave giratoria que aseguraba su cierre. La anilla estaba ardiendo. La hizo girar lentamente, sintiendo el metal que mordía cruelmente su piel. Una nube de vapor emergió del interior. Ben empujó la puerta de un puntapié. La silueta de Jawahal, inmóvil entre una densa masa de vapor de las calderas, le contemplaba silenciosamente. Ben observó la diabólica maquinaria que atronaba junto a él e identificó el símbolo de un ave ascendiendo entre las llamas que estaba grabado sobre el metal. La mano de Jawahal estaba apoyada sobre la lámina palpitante de la caldera y parecía absorber la fuerza que ardía en su interior. Ben examinó el complejo entramado de tuberías, válvulas y tanques de gas que se estremecía junto a ellos.

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