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Authors: Antonio Salas

El Palestino (18 page)

BOOK: El Palestino
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—Porque no voy a pasar como periodista, Chiky. No quiero tener a un espía del MOSSAD pegado a mi nuca todo el tiempo. Los palestinos tampoco son estúpidos. Si los israelíes son buenos y no consiguen acabar con la resistencia, es porque los terroristas tampoco son unos incompetentes. No quiero estropear las pocas pistas que tengo porque los palestinos sospechen que llevo a los israelíes pegados a mi espalda.

—Y, entonces, ¿cómo piensas entrar?

—Como un turista normal que va a visitar Tierra Santa. Si es necesario, me pondré un alzacuellos y me haré pasar por sacerdote católico. Necesito tener libertad de movimientos en el interior para reunirme con quien yo quiera. Y no podré hacer eso si la policía israelí me está siguiendo para ver a quién quiero entrevistar. Un cura o un peregrino viajando a los santos lugares no creo que despierte sospechas, ¿no?

No tuve que darle más explicaciones. Chiky se puso inmediatamente a trabajar y durante toda esa semana experimentó con distintas posibilidades. Estaba claro que podíamos sustituir la videocámara de mini-DV que había utilizado en mis infiltraciones anteriores por un grabador en disco duro, más discreto y sofisticado. Existen diferentes modelos en el mercado. Grabadores digitales de vídeo y audio, que normalmente se utilizan para grabar películas o música, que luego pueden ser visionadas y escuchadas en cualquier lugar. Sin embargo, varios de esos modelos permiten la conexión a una microcámara, convirtiéndolos en un perfecto equipo de cámara oculta. No hay ningún problema en que una autoridad fronteriza descubra el grabador digital. Sobre todo si introduces en su memoria algunas películas o canciones, como en cualquier reproductor. Lo complicado sería explicar por qué ese grabador digital va conectado a una microcámara de vídeo, a un micrófono externo y a una fuente de alimentación para ambos... Así que teníamos que encontrar una forma de colarlos clandestinamente en Israel.

Chiky le echó imaginación. Utilizaba el sistema de rayos X que controla todos los bolsos y maletines que entran en el canal de televisión donde ahora trabaja. Su amistad con los agentes de seguridad de la cadena nos permitía ciertas licencias. De esa forma, de madrugada, cuando las emisiones en directo habían terminado, conectábamos el sistema de rayos X de los controles de acceso y Chiky podía ensayar todo tipo de estrategias para burlar los controles israelíes.

Probó escondiendo la microcámara espía, el micrófono y el alimentador en un secador de pelo... Negativo. En cuanto el aparato pasaba por los rayos X, la cámara resaltaba en el interior del mecanismo del secador, como un pingüino en el desierto. Lo intentó entonces con un reproductor de CD... Negativo. La cámara y el micrófono ocultos en el interior resaltaban en los rayos X de forma evidente... Y así una y otra vez, hasta que encontró una solución genial.

Chiky dedujo que necesitaba un aparato en el que no desentonasen una microcámara de vídeo y un micrófono al pasar por los rayos X, y decidió experimentar con una cámara fotográfica digital. Necesitaba una cámara lo suficientemente grande como para poder esconder en su interior los componentes del sistema de cámara oculta, y al mismo tiempo de aspecto rústico, poco sofisticado. Que no levantase sospechas. Encontró un modelo perfecto en una tienda de fotografía, y procedió a abrirlo y extraer, con la precisión de un cirujano, el condensador que carga el flash. Al extraerlo, sin dañar el resto del mecanismo de la cámara, conseguía el espacio justo para introducir la microcámara de vídeo y el micrófono, y lo mejor es que la cámara fotográfica continuaba funcionando, aunque no así el flash. De esta forma, yo podía tomar algunas fotografías previamente, que sin duda serían revisadas por los servicios de seguridad israelíes en la frontera, y nadie sospecharía el secreto que aquella sobria cámara guardaba en su interior.

Chiky comprobó la teoría en el control de rayos X y,
voilà
!, daba el pego. Fijándose mucho, es cierto que se podría llegar a adivinar que el elemento que aparecía al lado de la óptica de la cámara era una microcámara de vídeo, pero teniendo en cuenta que casi todas las cámaras fotográficas digitales tienen la opción de grabación en vídeo, aquello no resultaba tan sospechoso como encontrar esa misma microcámara en un secador de pelo. Chiky consideró que aquella era la mejor opción para intentar burlar los controles israelíes, y acepté su criterio. Si todo salía bien, yo podría introducir las piezas del equipo, ocultas en el interior de la cámara digital. Y una vez en Ramallah, Nablus, Jerusalén o Yinín, solo tenía que desmontar la cámara fotográfica, extraer la microcámara y el micrófono, y conectarlos al grabador digital para tener mi equipo de cámara oculta operativo. Allí mismo podría comprar también un micro «de corbata» convencional para las entrevistas en abierto. Pero esa era la teoría. Ahora había que probar sobre el terreno si estaba o no en lo cierto. Si Chiky se equivocaba y los israelíes descubrían que estaba intentando introducir clandestinamente en el país un equipo de cámara oculta, iba a tener que responder a muchas preguntas.

Esta vez había aprendido la lección. En lugar de esperar el autobús que cubre la distancia entre el puesto fronterizo jordano y el israelí, atravesando unos kilómetros de «tierra de nadie», contraté un servicio preferente: Qumram VIP, que por 70 dólares te ofrece un transporte privado que agiliza muchísimo los trámites. Así que tardé mucho menos tiempo que la última vez en llegar al puesto fronterizo israelí. Pero en esta ocasión mi aspecto resultaba más sospechoso, y en cuanto me bajé del coche para incorporarme a la fila de viajeros que pasaba los controles, no pasaron ni diez segundos antes de que un oficial me señalase con el dedo, y uno de los policías, fuertemente armado, se me acercase.

—Good morning. Passport, please.

—Ok.

—Where are you from?

—I’m Spanish.

—Do you speak Arabic?

Era la primera vez que me preguntaban, directamente, si hablaba árabe. Parecía obvio que mi aspecto sugería esa posibilidad. Y lo que en otras circunstancias sería un halago, indicativo de que estaba consiguiendo el aspecto de un yihadista, en ese viaje por Palestina se convertiría en una auténtica pesadilla. Una y otra vez, en cada
checkpoint
, en cada control israelí, me preguntarían lo mismo que en la entrada a aquel puesto fronterizo: «Do you speak Arabic?». Y una y otra vez tendría que hacer un esfuerzo para no responder en árabe:
, y hacerlo en inglés: «No, I don’t».

Como era previsible, me cachearon meticulosamente y los policías israelíes abrieron mi mochila y mi maleta. Y yo contuve la respiración cuando una atractiva policía, rubia y de ojos claros, empezó a hurgar entre mi ropa interior, mis zapatos y mis útiles de aseo. Incluso examinó la pasta dental. Al final, inevitablemente, llegó a la cámara fotográfica preparada por Chiky en Madrid y comenzó a analizarla. Yo seguía conteniendo la respiración. La encendió. Echó un vistazo a las fotos que me había hecho en las pirámides de Giza, en el barrio copto de El Cairo y en la piscina del hotel de Ammán días antes. Todas muy turísticas e inocentes. Después abrió el depósito de las baterías, las extrajo, las examinó y volvió a colocarlas dentro de la cámara. Yo, que empezaba a acusar los efectos de la asfixia, continuaba aguantando la respiración.

Por fin, la atractiva policía israelí guardó de nuevo la cámara en el interior de la maleta, protegida por mi ropa interior, y me dijo que podía pasar. Y solo entonces respiré. Al otro lado de la frontera, ya en territorio israelí, me aguardaba Michael, un buen amigo de Wassin que tenía la misión de conducirme hasta Ramallah. Mi hotel estaba relativamente cerca de la Mukata de Arafat. Desde allí prepararía mis movimientos en Palestina. Tenía una agenda muy apretada.

Durante ese segundo viaje a Palestina tuve la oportunidad de conocer y entrevistar a muchos miembros de la resistencia. Tanto partícipes de la lucha armada, como héroes de la lucha pacífica. Miembros de Al Fatah, de Hamas o del Yihad Islámico. Políticos, militares, sanitarios, funcionarios, policías, diplomáticos... Creo que tuve la suerte de conocer un abanico muy diferente y muy plural de palestinos implicados con la resistencia a la ocupación. Distintos puntos de vista, a veces enfrentados, sobre el principal problema de Palestina: los israelíes.

Ante mis interlocutores me presentaba como un musulmán nacido en Venezuela, pero descendiente de palestinos exiliados tras la ocupación israelí. Y funcionó. Aunque hoy habría funcionado mil veces mejor. Chávez todavía no era el ídolo amado por casi todos los árabes en que se convirtió unos meses después. Sin embargo, por aquel entonces, Hugo Chávez al menos había aceptado plenamente el gobierno legítimo de Palestina, que había salido victorioso de las últimas elecciones. Unas elecciones democráticas, algo insólito en el mundo árabe monopolizado por dictaduras y monarquías, que nos habían sorprendido a todos unos meses antes. Tanto en las elecciones regionales de 2005, como en las nacionales de 2006, la lista Cambio y Recuperación salió victoriosa. Pero Occidente, lejos de regocijarse porque el traspaso de poderes en unas elecciones democráticas insólitas en un país árabe se hubiese hecho pacíficamente, castigó a los palestinos por sus votos.

Después de décadas de tener a Al Fatah en el poder, los palestinos habían decidido escarmentar ante la desproporcionada corrupción de sus políticos. Se sobrentiende que política y corrupción son conceptos compatibles, y con frecuencia interrelacionados, pero en el caso de Palestina se habían pasado de la raya. Las ayudas internacionales, destinadas al agonizante pueblo palestino, se perdían por los agujeros de las cuentas bancarias internacionales de sus gobernantes. Y Palestina dijo basta.

Además, Hamas no solo se había mantenido firme en su enfrentamiento armado contra la ocupación israelí, con la misma energía que Hizbullah en Líbano, sino que, igual que los chiitas de Nasrallah, Hamas también había desarrollado una enérgica política social, construyendo hospitales, escuelas, orfanatos, etcétera, por toda Gaza y Cisjordania. Y en las elecciones recogieron el fruto de su solidaridad. Pero el pueblo palestino pagaría el precio de ese premio. Con Hamas en el listado de organizaciones terroristas, su victoria en unas elecciones democráticas constituía un conflicto de difícil solución. La primera medida fue suspender relaciones diplomáticas con el nuevo gobierno palestino y congelar las ayudas internacionales de las que malvivían miles de palestinos. Así que en mi nuevo viaje a Palestina me encontré con un país cuya situación había empeorado a causa de las restricciones económicas, el bloqueo y la tensión que crecía conforme se terminaban los ahorros, y los padres de familia empezaban a encontrar dificultades para atender las necesidades básicas de los suyos... Y todo iría a peor en los años venideros.

«Nosotros, Hamas, queremos una solución política. Nadie quiere una solución por las armas, pero los israelíes no quieren una solución política. El problema principal es la ocupación. Si alguien tiene alguna sugerencia o alguna solución para este problema, estamos dispuestos a cooperar.» Así de claro me lo ponía Anwer M. Zboun, miembro del parlamento palestino de Hamas, después de las elecciones nacionales. Anwer era un tipo muy amable y cordial. De hecho me sorprendió tanto su aspecto —vestía como cualquier flemático diputado británico—, como la serenidad que transmitía. Tenía una idea muy diferente de lo que debería ser un terrorista de Hamas. Pero no es extraño, Anwer se había marchado de Palestina huyendo de la ocupación israelí y buscando un lugar más seguro para su esposa y sus cuatro hijos. Su activismo político, según él, era el culpable de que los servicios de información israelíes ya le hubiesen detenido en tres ocasiones. Y denunciaba haber sufrido torturas en los interrogatorios. Para las autoridades israelíes, sin embargo, Anwer pertenecía a una organización terrorista: Hamas.

Al final, Anwer se estableció en Inglaterra, donde trabajaba como profesor universitario, hasta que Hamas ganó las elecciones. Entonces sus compañeros le pidieron que regresase para ayudar a construir el nuevo gobierno. Y prometió solemnemente que no volvería a marcharse de Palestina, ocurriese lo que ocurriese. Terminaría pagando un alto precio por esa promesa.
8

No fue fácil conseguir la cita. A pesar de que ambos nos hallábamos en Ramallah, me sugirieron buscar otro lugar para ese encuentro. Y gracias a los amigos de mi amigo Wassin, conseguimos un local en la periferia de Belén donde reunirnos, aunque tuvimos que esperarle más de lo previsto. Moverse por Palestina es algo realmente complicado y resulta muy difícil prever cuánto se va a tardar en recorrer una distancia determinada. Los
checkpoints
israelíes pueden lograr que cubrir una distancia de pocos kilómetros requiera horas. Pero Anwer consiguió llegar.

Lo que más me sorprendió de Anwer fue su sonrisa. Siempre me había imaginado a los terroristas islámicos compungidos, circunspectos, con el entrecejo fruncido y las mandíbulas apretadas. Concentrados en una religión fanática y cargados de odio por todo el que no fuese como ellos. Pero aquel tipo sonreía casi todo el tiempo. «¡Vaya mierda de terrorista islamista!», pensé.

Sereno y conciliador, parecía dispuesto a demostrar, a quien quisiese escucharlo, que Hamas y por supuesto el Islam son la única esperanza que tiene Palestina para recuperar los territorios ocupados.

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