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Authors: Antonio Salas

El Palestino (27 page)

BOOK: El Palestino
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—¿Qué es lo primero que piensas cuando escuchas hablar de Palestina?

—Toda mi vida está allí. Mi familia, mis amigos, mis recuerdos. Todo lo que es Ibrahim está relacionado con Palestina. No puedo separar mi personalidad de Palestina. Yo llevo años en una situación excepcional, nunca había pensado salir de Palestina. Por lo tanto, para mí Palestina es todo. Mi vida, mis recuerdos, mi presencia.

—¿Tienes un primer recuerdo de los israelíes?

—Nosotros desde que nacimos, ya estaba la ocupación. No conocimos la Palestina libre. Íbamos creciendo con la sombra de la ocupación. Veíamos a los israelíes en nuestras ciudades, en nuestras calles. Pero de pequeños lo veíamos de otra forma. Cuando eres mayor sientes el deber de hacer algo. Entonces, a los catorce o quince años empezó la primera intifada y para mí y mis amigos era, digamos, la primera oportunidad para demostrar esos sentimientos que teníamos de rechazo hacia la ocupación israelí. Y casi todos los jóvenes palestinos de mi edad, cuando empezó la primera intifada, empezábamos a tirar piedras, a manifestarnos, a hacer huelgas, protestas... Era la única forma para demostrar el rechazo a la ocupación israelí.

—¿Cómo fue tu primera visita a las cárceles israelíes?

—En el año 1990 vienen a buscarme a mi casa, pero yo estaba fuera y no me cogieron. Pero a partir de ese momento tenía que estar atento porque ya sabía que me buscaban. Yo entré en la cárcel por primera vez con casi dieciséis años. Me pillaron un día. Habían venido tres veces a casa y al final me cogieron. Las acusaciones allí son preparadas, para meterte en la cárcel. A mí al final me condenaron a tres años por tirar piedras y por darle una paliza a un traidor que colaboraba con los israelíes. Pero teníamos catorce, quince y dieciséis años. ¿Qué piensan de un país democrático donde se mete en la cárcel tres años a niños por pelearse y por tirar piedras?

Para ilustrar sus palabras Ibrahim me muestra algunas fotos de su familia, en las que aparece siendo todavía un adolescente, con sus hermanos, sus sobrinos y su madre, a la que adora.

—¿Hay torturas en las cárceles israelíes?

—Los israelitas son los mejores en las torturas. Son los que tienen más experiencia. Utilizan lo que sea para sacarte la información, para que colabores con ellos. Usan el miedo, cosas psicológicas, físicas... No dejan nada. Utilizan cualquier cosa para llegar a su objetivo. Para que no guardes nada. Amenazas hacia ti o tu familia. Usan música para volverte loco, perros, serpientes... Cosas raras y todo para conseguir sus objetivos.

—Hace poco entrevisté a Mohamed Bakri. Para comprender lo que estaba ocurriendo en Palestina cuando se produjo vuestro encierro en la iglesia de la Natividad es importante quizás recordar que en esos mismos momentos se producían masacres como la de Yinín, etcétera, que hacían que la tensión fuese muy grande, ¿no?

—Sí, fue en el mismo mes incluso. Había mucha tensión, mucho miedo. Lo de la basílica de la Natividad no fue nada planeado. Surgió en el momento. Había muchos heridos y la gente buscaba un refugio donde llevarlos. La aviación israelí impedía la llegada de las ambulancias, y entonces buscamos un sitio seguro donde meter a los heridos y llevar a los cadáveres, y no había ningún sitio donde sentirte un poco más seguro que dentro de la iglesia. Y entonces empezaron a llevar a los heridos, gente anciana... y poco a poco la noticia empezó a rodar por Bethlehem, de que la gente se estaba resguardando en la basílica y por eso empezaron a entrar. Pero no fue nada planeado.

—Pero hay que explicar que todo eso no ocurrió porque sí...

—Sí, invadieron Bethlehem, porque al mismo tiempo había más ciudades invadidas. Invadieron primero Ramallah, la Mukata, donde estaba Arafat, y después de Ramallah invadieron Yinín, Nablus, Bethlehem... así, una ciudad detrás de otra. Lo llamaban la Operación Muro Protector o algo así.

—Y a partir de ese momento, ¿qué pasa?

Mientras charlamos, Ibrahim saca de un cajón unas cintas de vídeo VHS (no tiene DVD) y me muestra algunas grabaciones de aquellos conflictos, en los que la resistencia palestina luchaba por las calles de Belén contra las patrullas israelíes que estaban tomando la ciudad. Siento que se le quiebra la voz cuando señala, en aquellos vídeos, a alguno de sus compañeros de las Brigadas de Al Aqsa que murieron en aquellos combates poco después de ser grabadas las imágenes.

—Pues a partir de ese momento el ejército israelí rodea la basílica y no permite la llegada de la gente de fuera y empieza el asedio a la iglesia, con tanques, francotiradores, y empieza el sufrimiento de los palestinos que estaban dentro. Casi doscientas cincuenta personas.

—Supongo que cuando entráis en la iglesia doscientas cincuenta personas, los religiosos no estarían preparados para dar cobijo y comida a tanta gente.

—Ni para los curas. Nadie pensaba que en la iglesia podía pasar una situación semejante. Por eso no tenían comida almacenada ni nada. Entonces empiezan treinta y nueve días de sufrimiento, de miedo. Al día siguiente ya nos cortan la luz y nos dejan sin agua. Y, a pesar de la situación, nadie, ni el ejército israelí ni nosotros, pensó que podríamos aguantar en esas condiciones tanto tiempo.

—¿Es cierto que cuando os cortaron el agua teníais que beber de un pozo subterráneo de la iglesia un agua negra, que produjo algunas intoxicaciones?

—Sí, además lo usaban para cazarnos. Podemos decir que cuatro o cinco de los que murieron dentro de la basílica murieron cerca del pozo, porque cuando salían a buscar agua los francotiradores apuntaban hacia el pozo, y a quien quería llegar hasta el pozo le disparaban. En todo el asedio casi treinta heridos y ocho muertos.

—He leído que cuando os cortaron la luz y el agua, un compañero, Hassan Nisman, arriesgó su vida para salir fuera y conectar un cable eléctrico para poder cargar los teléfonos móviles y averiguar qué ocurría fuera...

—Sí. Era un amigo, Hassan. Como no teníamos electricidad, el chico se ofreció voluntariamente para conectar un cable desde una farola que había fuera, con luz. Él pensó que si tuviésemos un cable podíamos hacer un desvío para tener luz, y lo hizo perfectamente, o sea, lo hizo. Pero como el primer cable no llegaba bien adentro, él volvió a por otro trozo de cable, y cuando volvía el francotirador le dio, pero tardó en morir como tres horas, sangrando... La herida no era muy grave, era en el hombro, y si hubiésemos tenido medicinas podía haberse salvado fácilmente... Es la historia más... para mí. A mí me impactó mucho. Este chico era de Gaza, no era de Bethlehem, y tenía dos hijas, y en estas horas que estaba herido y sangrando, solo decía: «Mis hijas, mis hijas...».

En este punto del relato, aquellos ojos negros de fiera mirada se humedecen de forma evidente. Y me conmueve presenciar el modo en que el calificado como «terrorista palestino más peligroso», según el MOSSAD, se emociona al recordar a sus compañeros de asedio fallecidos.

—¿Qué comíais?

—No había nada. Solo había espaguetis y hacíamos eso, agua y espaguetis. Y un vaso de sopa para todo el día, si había... Es que era una cantidad de gente muy grande, y para darles de comer a todos se necesitarían muchos restaurantes enteros.

—Yo he estado en la basílica de la Natividad varias veces, y no me imagino cómo podíais organizaros allí doscientas cincuenta personas, porque es que no hay sitio.

—Era muy complicado. Yo aún no me explico cómo llegamos a lograrlo. Fue un milagro. Primero soportar esas condiciones de vida durante treinta y nueve días, porque no nos dejaban ni dormir. Ponían unos altavoces enormes, alrededor de la basílica, y nos ponían ruido para volvernos locos. Imagínate la ciudad sin luz, el silencio que había, y aquello... era un ambiente de terror, de pánico.

—¿Y los muertos? Supongo que los cadáveres los sacaríais fuera.

—No. Para castigarnos más, el ejército israelí no permitió la salida de los cadáveres, para ponernos más nerviosos y darnos más miedo. Cuando estás allí, con esas condiciones, sin luz, sin agua, con miedo, y encima con cadáveres de amigos y gente conocida delante de tus ojos, es también para hacerte sufrir más, para rendirte. Tuvimos dos cadáveres dentro, con nosotros, veintidós días. Hasta que empezaron las negociaciones y los israelíes ya sabían que con la fuerza no lo iban a solucionar. Al quinto día intentaron entrar, y les salió muy caro, porque perdieron a tres o cuatro soldados, y desde entonces no volvieron a intentar entrar, porque sabían que no teníamos nada que perder, que se iban a encontrar con gente que luchaba por su vida.

—Os vigilaban todo el tiempo, con cámaras de vídeo colocadas en globos que volaban sobre la iglesia, francotiradores, etcétera.

—Sí, con globos que tenían cámaras colgadas, sujetos al suelo con unos cables muy largos, y con unas torres muy altas, colocadas alrededor de la basílica.

—Después de semanas de asedio, creo que algunos compañeros perdieron hasta dieciséis kilos de peso.

—Eso es lo mínimo. Yo perdí dieciocho kilos en esos treinta y nueve días. Pero hacíamos régimen obligados...

—Creo que los israelíes incluso presionaron mucho a tu madre para intentar obligarla a que os convenciese para entregaros a los judíos.

—La detuvieron seis veces para hacer que me entregara, para que saliera de la basílica. Una forma sucia del ejército israelí, de las que utilizan habitualmente.

—¿Cómo terminó el asedio?

—Hubo un proceso de negociación que empezó en la primera o segunda semana y duró hasta el final. Los palestinos pedíamos que entrara comida y medicinas en la basílica, pero los israelíes no querían porque sabían que si entraba comida y medicinas podíamos aguantar allí toda la vida. Entonces, para presionar más, no han permitido hasta el último minuto la salida de los heridos. O sea, cuando un soldado israelí disparaba a un palestino, los curas llamaban diciendo que había un nuevo herido, ellos hacían un proceso que duraba dos o tres horas, que es mucho para un herido. Algunos tuvieron suerte y pudieron salir y recibir atención médica.

—Y, cuando se termina la negociación, alguien os dice que para que el sufrimiento de esas doscientas personas termine, varios de vosotros tenéis que aceptar ser expulsados de vuestra tierra.

—Fue muy duro. Pero los israelíes no querían otra solución; entregarse o morir dentro de la basílica. Para nosotros no fue un logro, pero todas las opciones que teníamos entonces eran malas y aceptamos la que era menos mala, el exilio. Solo para no cumplir el deseo de los israelíes, que era vernos muertos o encarcelados.

—Al final os exilian a trece...

—Trece a Europa y veintiséis a la Franja de Gaza. Al principio pedían solo a tres de los que estábamos dentro. O sea, castigaban a todas aquellas personas, casi trescientos contando a los religiosos, solo por tres personas. Yo y otros dos compañeros. Así que lo hablamos entre nosotros y decidimos sacrificarnos nosotros y aceptar el exilio para que dejasen salir a los demás y dejasen tranquila la ciudad. Pero, cuando aceptamos, los israelitas aumentan el número y dicen que ahora son más terroristas, y dicen que hay que exiliar a seis. Y cuando aceptamos los seis dicen que trece, y cuando aceptamos los trece dicen treinta y nueve. No sé por qué dijeron ese número, quizás por los treinta y nueve días que pasamos en la basílica, pero al final nos enviaron a trece a Europa y a veintiséis a la Franja de Gaza.

Mientras charlábamos, Ibrahim me puso unos vídeos de los que se sentía evidentemente orgulloso. Se trataba de varios reportajes de Al Jazeera y otras cadenas de televisión que habían grabado a mi amigo y a sus compañeros, antes y después del asedio. En aquellas imágenes reconocí a Abayat, armado con su fusil de asalto, al mando de la resistencia palestina. Y para mi sorpresa, en uno de los vídeos que me facilitó Ibrahim aparecía entrevistado por mi compañero Jon Sistiaga, que se había desplazado hasta Belén durante el asedio a la basílica de la Natividad, para los informativos de Telecinco. En aquella entrevista de Sistiaga, Ibrahim no hablaba todavía ni una palabra de español. No podía ni imaginar que su destino se hallaba ligado al país de aquel reportero que lo estaba grabando en su amada Belén.

Carol, Beatriz y Source: mis fuentes venezolanas

El contacto con los «peligrosos terroristas» palestinos en Zaragoza me había entusiasmado. Suponía un paso importante en la investigación, pero no ha bía olvidado que el lugar al que todas las fuentes de inteligencia señalaban como meca del terrorismo internacional y base de Al Qaida en Occidente era Venezuela. Así que estaba claro que ese iba a ser mi siguiente objetivo.

El problema es que no sabía absolutamente nada de Venezuela. Nada, salvo lo que contaban los medios de comunicación. Nunca me había interesado especialmente la política de Hugo Chávez, ni había visitado el país. Así que eché mano de mi agenda y empecé a buscar puertas a las que llamar, en busca de algún contacto en Caracas. Y una vez más mis amigas prostitutas volvieron a echarme un capote. Además de Fátima, mi supuesta esposa muerta, otra joven
escort
, esta vez venezolana, jugaría un papel importante en esta fase de la infiltración. Un contacto que me llegó tras otra sucesión sorprendente de coincidencias.

Cuando en marzo de 2004 se publicó
El año que trafiqué con mujeres
comencé a recibir e-mails y cartas de jóvenes
escorts
españolas, que habían decidido dejar de ejercer la prostitución después de leer mi libro. Las extranjeras, el 96 por ciento de las mujeres prostituidas en España, no pueden permitirse esa elección. El primer caso me llegó un día antes de la presentación oficial, y de hecho reproduje fragmentos de ese mail en mi
Diario de un traficante de mujeres
.
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El mismo que terminé de escribir en Palestina, mientras mis críticos en España se preguntaban por qué no tenía valor para infiltrarme en Oriente Medio...

El 8 de marzo de 2004, por razones obvias, yo no pude asistir a la presentación de
El año que trafiqué con mujeres
. El trabajo de un infiltrado es incompatible con la popularidad o el reconocimiento. Pero contaba con el apoyo de tres buenos amigos para confiarles la presentación de mi infiltración en las mafias de la trata de blancas: Carlos Botrán, comisario jefe de la Brigada Central de Redes de Inmigración; Ana Míguez, presidenta de la Asociación Feminista Alecrín, y Valérie Tasso, escritora y autora del bestseller
Diario de una ninfómana
. Fue precisamente Valérie la que, durante la presentación, leyó parte de aquel primer e-mail que acababa de recibir de una joven
escort
, Ana, que decidía dejar la prostitución tras leer mi libro, publicado solo unos días antes.

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