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Authors: Antonio Salas

El Palestino (30 page)

BOOK: El Palestino
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Sus subcontratados eran «agentes» al servicio de España que malvivían en condiciones muy duras y arriesgaban su vida y su integridad en caso de ser descubiertos por las mafias, por un ridículo sueldo que oscilaba entre los 200 y los 400 euros mensuales. Pero motivados por la promesa del gobierno español de que, tras dos o tres años al servicio de España, podrían entrar legalmente en Europa y se convertirían en residentes legales. Y esa promesa era el principal estímulo para aquellos africanos, dispuestos a viajar de un país a otro, a malvivir en los suburbios de Bamako, Dakar u Orán, arriesgándose a ser descubiertos por los traficantes cuando informaban a mi amigo de la próxima embarcación o camión cargado de inmigrantes ilegales que iba a salir rumbo a Canarias, Lisboa o Algeciras. Un trabajo que solo podía hacer un espía africano, de raza negra o árabe, capaz de moverse en esos círculos sin levantar sospechas. Aquella red de informadores de Juan me sería muy útil posteriormente.

Sin embargo, desde el 11-M, los canales de entrada en Europa de inmigrantes ilegales se colocaron en el punto de mira de los servicios de inteligencia, tanto del Ministerio de Defensa (CESID primero y CNI actualmente), como del Ministerio del Interior (Policía y Guardia Civil). Pues bien, puedo dar fe de que, mucho antes de que nadie documentase esta posibilidad, el agente Juan ya había reseñado en alguno de sus informes confidenciales para los servicios policiales españoles la presencia de integristas islámicos en las redes de inmigración ilegal con destino a Europa. Por ejemplo, en un informe confidencial fechado el 4 de abril de 2004, apenas un mes después del 11-M, en el que el agente Juan procesaba la información enviada por varios de sus hombres (Fuentes 1, 2 y 3), se decía, entre otras cosas:

Fuente#1

El
5/4 del presente sobre las 9:30 PM hora local
, se ha observado la
llegada de un grupo de 31 inmigrantes
, todos varones, originarios de
PAKISTAN
. Todos ellos se
alojaron en el ghetto conocido popularmente como ARABU GHETTO
, en conexión con un traficante llamado
ARUNA
. (1 Hipótesis: Podría tratarse de (H)ARUNA B___) (...).

Fuente #2 y #3

Gestiones posteriores durante el pasado fin de semana (10 y 11/4) en el citado ghetto mostraron que
dicho grupo ya no se encontraba en el lugar
. No obstante, un nativo de Gao manifestó que
ocasionalmente venían grupos a los que los nigerianos llamaban Pakistaníes
, que, además de ciudadanos de este país, en ocasiones tenían
afganos o hindúes
. Otro individuo, un individuo de Costa de Marfil que lleva varios años en el lugar, ha manifestado que
grupos muy bien organizados vienen desde BAMAKO en dirección al norte de ARGELIA
. Sus
movimientos son rápidos
. Los grupos suelen estár formados por 15 a 20 personas por vehículo.

Él fue testigo de que en una reciente ocasión uno de estos grupos fue
interceptado por una patrulla policial
y se hizo una llamada desde
lo que se sospecha era un teléfono vía satélite
,
siendo liberados en pocos minutos, prosiguiendo la marcha
(...).

Fuente#3

A última hora de ayer (13/4) se descubrió un grupo de Pakistaníes
, que pudiera ser o no el mismo del 5/4. Sin embargo, no fue en el ghetto de ARUNA sino en el principal llamado
GHETTO de ALHAJI
. Si es el ghetto principal, la referencia exacta es la siguiente:
NRO. 371 ALJANABANDIA AVENUE DES DIA (...).

Se ha entrevistado a un
gendarme maliense
, el cual
vive en la parte posterior del ghetto y sirve cubriendo la zona entre GAO y KINDAL
... Añadió que los grupos de pakistaníes
solo realizan esas «llamadas» de auxilio cuando el dinero no soluciona el problema
. En efecto,
la práctica habitual es el soborno
para solucionar los encuentros con la policía. Finalmente, el gendarme dijo textualmente que,
algunos movimientos de inmigrantes son atípicos
y, en el caso de los «pakistaníes», a veces, a nivel policial: «
nosotros incluso les tenemos miedo porque no conocemos su misión
». Su opinión personal era que
parte de estos grupos bien financiados tendrían conexiones con células terroristas
(...).

Nunca antes se había publicado un informe de los servicios de información europeos, en el que se precisase la presencia de posibles terroristas pakistaníes, afganos o hindúes intentando llegar a Europa infiltrados en las redes de inmigración ilegal. Redes que, según uno de los espías de Juan, podían solucionar una detención de la policía del país haciendo una llamada telefónica a través de modernos teléfonos por satélite. Y a los que, además, según un gendarme: «Nosotros incluso les tenemos miedo porque no conocemos su misión», ya que podrían ser parte de «grupos bien financiados que tendrían conexiones con células terroristas». Y todo esto lo denunciaban Juan y sus agentes infiltrados solo cuatro semanas después del 11-M.

Según me explicó Juan sobre el gigantesco mapa que cubre una de las paredes de su despacho: «Mali y Argelia, y en menor medida Níger, son la clave para cuantificar los flujos relacionados con las mafias que trafican tanto con seres humanos como con armas y drogas, por dos razones fundamentales: su posición geográfica en el medio del tablero de ajedrez africano y la existencia de grandes áreas que permanecen fuera del control de sus respectivos gobiernos. Así, para llenar un barco que sale desde Conakry, un cayuco desde Senegal o una patera desde Marruecos, sus pasajeros seguramente han entrado o transitado por alguno de estos países».

En mayo de 2006, el número de referencias a posibles yihadistas reseñados por los agentes de Juan en África se había multiplicado en sus informes. Varios de aquellos sufridos espías subsaharianos, al servicio del gobierno español, notificaban la presencia de grupos de
pakis
, profundamente religiosos, «que se apartaban de los demás para rezar varias veces al día». Y doy fe de que esa noche me comentó algunas informaciones, facilitadas por sus «antenas», que no saldrían a la luz pública hasta cinco meses después. El 19 de septiembre, por fin, la prensa nacional titulaba: «Al Qaida intenta llegar en cayuco a las Islas Canarias», haciéndose eco de una filtración sobre la alarma que Juan había dado en sus informes dos años y medio antes. Aquello me ofrecía toda una nueva vía de investigación. Otra más. Pero el hilo del que ahora pensaba tirar me llevaba a Venezuela. No iba a retrasar más ese viaje.

Un verano convulso

El 8 de junio de 2006, tres semanas después del último curso de terrorismo en Madrid, el primer ministro iraquí Nuri Al Maliki anunció por enésima vez, en una multitudinaria rueda de prensa, la muerte de Abu Musab Al Zarqaui. Pero esta vez resultó ser la verdadera. Al Zarqaui había caído durante un ataque estadounidense en Baquba, unas horas antes. Mis accidentados contactos con los vecinos del famoso terrorista en su pueblo natal no me habían aportado la suficiente información como para poder dibujar un perfil biográfico completo del líder de la resistencia iraquí. Y ahora, con su muerte, eso iba a resultar mucho más complicado. La resistencia iraquí decidió multiplicar sus acciones para vengar la muerte de Al Zarqaui, y los americanos multiplicar sus operaciones antiterroristas. No era un buen momento para ir a Iraq.

Por si eso fuese poco, solo trece días después, el 25 de junio, un comando de la resistencia palestina compuesto por guerrilleros de las Brigadas de Ezzedin Al-Qassam (brazo armado de Hamas) y otras organizaciones armadas palestinas atacaron un puesto militar israelí en la Franja de Gaza. En el ataque murieron el teniente Hanan Barak y el sargento Pavel Slutzker, pero el soldado Gilad Shalit fue capturado como rehén y pasó a convertirse en uno de los prisioneros de la resistencia palestina más mediáticos hasta el momento. Con el secuestro del soldado Gilad Shalit, de nuevo las palabras
terroristas
y
Palestina
compartían titulares internacionales, y los ojos de medio mundo volvieron a mirar hacia Gaza. Pero como era previsible, las operaciones de represalia del ejército israelí no se hicieron esperar. No era el mejor momento para regresar a Palestina.

Y para terminar de arreglar las cosas, un par de semanas más tarde, el 12 de julio, Hizbullah anunciaba en su canal de televisión, Al Manar, la captura de dos nuevos soldados israelíes, Ehud Goldwasser y Eldad Regev. Los guerrilleros de Hizbullah, quizás las tropas de asalto más letales y afamadas entre los yihadistas con los que he convivido estos años, se habían enfrentado a una patrulla israelí en la ciudad de Aitaa Al Chabb, al sur del Líbano. En el enfrentamiento habían muerto ocho soldados israelíes y dos habían sido capturados. La intención del jeque Nasrallah era canjearlos por miembros de Hizbullah presos en cárceles israelíes. Pero las cosas se iban a complicar mucho.

El primer ministro israelí Ehud Olmer responsabilizó al gobierno del Líbano de la operación de Hizbullah, interpretando aquel combate como un acto de Estado, y no como una acción terrorista. Y, considerando tal acción una declaración de guerra, inició la Operación Recompensa Justa, la primera ofensiva militar aérea, marítima y terrestre contra el Líbano desde la retirada de las tropas israelíes del país de los cedros, en 2000. El resultado fue demoledor para los civiles libaneses. Y muchas de las calles que yo había pateado muy poco tiempo antes en Beirut sucumbían pasto de las bombas. Tampoco era un buen momento para volver al Líbano.

En muchas ciudades del mundo, las comunidades libanesas, y árabes en general, se echaron a la calle para protestar por los bombardeos israelíes al Líbano. En España, yo participé en concentraciones y manifestación de protesta en Tenerife, Madrid, Zaragoza...

En la capital aragonesa toda la comunidad árabe y musulmana, incluyendo al caricaturista
Salaam1420
y al líder de la resistencia palestina Ibrahim Abayat, se movilizó en diferentes actividades de protesta por la nueva guerra en el Líbano. Entre otras acciones, se convocaba una concentración semanal en la plaza de España, frente al edificio de la Diputación de Zaragoza. Yo asistí a varias de aquellas concentraciones, sin saber que mis encuentros con los palestinos, especialmente con Ibrahim Abayat, los estaba siguiendo la Brigada de Información del Cuerpo Nacional de Policía de Zaragoza. Supongo que mi aspecto, ondeando la bandera del Líbano al lado del «terrorista palestino más peligroso», llamaba la atención.

En Caracas, como en Zaragoza, miles de personas se echaban a la calle para protestar por los bombardeos israelíes a Beirut. Chávez estaba a punto de convertirse en el presidente más admirado por el mundo árabe. Era un buen momento para viajar a Venezuela.

Capítulo 4
Territorio tupamaro

Dios no os impide vincularos y ser equitativos con quienes no os combaten a causa de la religión ni os destierran, porque Dios ama a los justicieros
.

El Sagrado Corán 60, 8

La caravana avanza, por eso los perros ladran
.

Proverbio árabe

Venezuela: capital del terrorismo internacional

Aproveché el vuelo transoceánico para repasar mis notas. Llevaba un dossier muy voluminoso de artículos, reportajes y entrevistas que «demostraban» la presencia de Al Qaida y otras organizaciones terroristas en Venezuela. El mérito de este descubrimiento es de justicia atribuírselo a la prestigiosa periodista norteamericana Linda Robinson, jefe de la sección de América Latina de
US News & World
desde 1989 y colaboradora de otras publicaciones como
World Policy Journal
o
Foreign Affairs
, donde había publicado más de doscientos ar tículos sobre América Latina. Garantía de su rigor eran sus más de veinte viajes a Cuba, donde había entrevistado en dos ocasiones a Fidel Castro, y su premio Cabot, entre otros galardones, por sus trabajos periodísticos sobre América Latina. Entre ellos el libro
Intervention or Neglect
, publicado en 1991 por Council on Foreign Relations Press. Pues bien, una colega con tan envidiable currículum había sido la primera en revelar la presencia de Al Qaida en Venezuela, en el artículo de portada del número de octubre de 2003 de
US News & World
.

El artículo de Robinson,
1
que inspiró cientos, quizás miles de artículos posteriores, detallaba cómo, según «fuentes de inteligencia del ejército norteamericano», en varios lugares de Venezuela, como Isla Margarita, existían campos de entrenamiento de Al Qaida. Y, para demostrar sus audaces afirmaciones, la revista incluía un mapa del país a doble página donde se señalaba la situación de dichos campos. Zonas como Macanao, al oeste de Isla Margarita, donde después de Robinson muchos expertos situarían esos campos. Desgraciadamente, las fuentes gubernamentales que inspiraban su artículo se habían limitado a señalarle con una marca en el mapa la situación de esos campos de entrenamiento, pero no le habían facilitado ninguna fotografía, ni de los campos ni de los terroristas.

El artículo de Linda Robinson incluía documentos clasificados, como un informe redactado por el embajador de los Estados Unidos en Venezuela, Charles Shapiro, donde se detallaba la presencia de grupos terroristas como las FARC, el ELN, Hizbullah o Hamas en el país. Shapiro calificaba de organizaciones terroristas a agrupaciones afines y leales al gobierno de Hugo Chávez, como la Coordinadora Simón Bolívar, donde yo mismo me encontraría a miembros de ETA en Venezuela un tiempo después.

Después de Robinson, cuyo artículo se reprodujo mil veces en Internet, otros autores profundizaron en la presencia de Al Qaida en Venezuela, desde donde se coordinaba el sustento económico del terrorismo yihadista en América Latina. «Esta extensa red financiera de los terroristas se extiende a la Isla Margarita (Venezuela), Panamá y al Caribe», escribía el teniente coronel Philip K. Abbott, del ejército de los Estados Unidos, en el primer número de 2005 de la publicación técnica
Military Review
. Y en este sentido el jefe del Comando Sur de la inteligencia norteamericana dedicada a América Latina, James Hill, subrayaba en su informe anual sobre terrorismo en América Latina la «presencia de operativos radicales islámicos en Venezuela, especialmente en Isla Margarita»... Nadie que, como yo, se hubiese molestado en recopilar toda la información posible en hemerotecas o en Internet sobre la relación de Venezuela y el terrorismo yihadista dudaría de que dicha relación era irrefutable. Al menos hasta que se molestase en comprobarlo sobre el terreno, que era lo que yo me disponía a hacer.

Aterricé en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía con una larga lista de tareas pendientes en una mano y una maleta llena de prejuicios en la otra. A pesar de que tenía los contactos de mis amigas Carol y Beatriz y Source, no podía evitar una incómoda sensación de desamparo. Como un cordero que se adentra tembloroso y desvalido en la guarida de los lobos. Al fin y al cabo, llevaba meses leyendo que Al Qaida, Hizbullah, Hamas y cualquier otra organización terrorista internacional tenían en Venezuela su refugio más acogedor.

Durante meses había escuchado en casi todos los medios de comunicación europeos las maldades de Hugo Chávez y su corte de comunistas antioccidentales. Toda la prensa internacional reseñaba su «estupenda relación» con Carlos el Chacal, al que escribía «frecuentemente» a la prisión de máxima seguridad en Francia, donde cumplía cadena perpetua. Incluso se llegó a filtrar a la prensa una de esas cartas de Chávez al Chacal, y se reprodujo hasta la saciedad en los medios. Curiosamente, siempre se reproducía la misma. Por si me quedase alguna duda, el jueves 1 de junio de 2006, Hugo Chávez pronunciaba un discurso como anfitrión de la 141
a
reunión extraordinaria de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y, en medio de sus nunca breves reflexiones sobre geopolítica, economía y política, recordó su intensa gira por los países productores de petróleo, al principio de su mandato, que le llevó a viajar frenéticamente por todo el norte de África y Oriente Medio. De pronto, con una increíble audacia, Chávez mencionó a su «amigo» Ilich Ramírez, y dijo: «Yo recuerdo aquella gira... “espeluznante”, la llamó un buen amigo venezolano que está en Europa, espeluznante; me refiero a Carlos Ilich Ramírez a quien apodan el Chacal... En aquellos días (el Chacal) me hizo llegar una carta desde su prisión de París y me decía: esa gira es espeluznante. Nunca olvidaré aquella frase de Carlos. Hasta Bagdad fuimos a parar nosotros, y no fuimos por Venezuela, fuimos por la OPEP...». Y digo que fue una audacia mencionar con tanta cordialidad al Chacal, porque fue precisamente esa del secuestro de los ministros de la OPEP, en diciembre de 1976, la operación terrorista que catapultaría a la fama mundial a Ilich Ramírez. Así que ese comentario no parecía muy apropiado en ese foro.

Al volar a Venezuela tenía muy claras mis prioridades. Primero, contactar con la familia de Ilich Ramírez Sánchez, el terrorista más famoso de la historia antes de Ben Laden. Segundo, localizar e intentar ingresar en los campos de adiestramiento de Al Qaida en Isla Margarita. Tercero, contactar con los terroristas de Hizbullah en Venezuela.

Nada más aterrizar en Maiquetía sentí que el calor y la humedad se me pegaban al cuerpo. El estado Vargas me recibía con una tarde de calor tropical que invitaba a la pereza, pero yo llevaba un programa muy apretado y lo primero que hice fue intentar contextualizarme. Me compré toda la prensa venezolana, y dos cosas me llamaron poderosamente la atención. A pesar de que en Europa se habla con frecuencia de la censura y la falta de libertad de expresión que sufre el periodismo venezolano, lo cierto es que la inmensa mayoría de los periódicos nacionales que compré en el quiosco de prensa del aeropuerto eran absolutamente enérgicos en sus críticas y descalificaciones a Hugo Chávez y su gestión. A veces utilizando un lenguaje muy duro. En aquel momento no me pareció que
El Nacional
,
El Universal
,
Notitarde
,
El Mundo
y un largo etcétera sufriesen ninguna censura para criticar a Hugo Chávez. Sus calificaciones al gobierno venezolano no tenían nada que envidiar a las de la COPE al gobierno socialista español, o a las de la Fox al actual presidente Obama.

En segundo lugar, y mientras devoraba esos periódicos camino de Caracas, me llamó gratamente la atención la ausencia de anuncios sobre servicios de prostitución en los diarios venezolanos, salvo la excepción del
Últimas Noticias
y
El Universal
. Según mi amiga Carol, al parecer Chávez había desautorizado ese tipo de publicidad, considerándola un menosprecio a la condición de la mujer. Quizás quienes no hayan conocido mi experiencia como infiltrado un año en el tráfico de mujeres no puedan entender mi enorme satisfacción ante esa medida. Chávez tal vez fuese un tirano, pero si estaba en contra del negocio de la prostitución, en ese sentido se había ganado mi respeto.

Al llegar a la capital mi primera impresión no podía ser más optimista. La mayoría de los medios occidentales planteaban la guerra entre Israel y el Líbano como un acto de defensa de los israelíes contra la agresión de los terroristas de Hizbullah. Y la mayoría de los medios afirmaban también que Venezuela protegía a los yihadistas terroristas. Así que para un europeo que desconocía totalmente la política bolivariana y acudía a Venezuela por vez primera en busca de terroristas, la histórica manifestación del 20 de julio de 2006, con más de cuatro mil venezolanos expresando a voz en grito su solidaridad con los terroristas libaneses y palestinos, y su repulsa a Israel, era una ratificación a mis prejuicios. Y así fue como lo titularon las agencias norteamericanas y europeas: «Venezuela apoya a los terroristas de Hizbullah y repudia a Israel». Pero es que los caraqueños se lo habían puesto muy fácil.

Concentrados inicialmente en Parque del Este, la masa humana comenzó su marcha hacia el Centro Empresarial del Este, blandiendo todo tipo de pancartas, banderas y estandartes contra Israel y a favor de Hizbullah. Algunos portaban retratos de Hassan Nasrallah y Hugo Chávez, otros incluso se atrevían con las banderas amarillas de Hizbullah, y algunos llegaban a quemar símbolos y banderas israelíes. Muchos exhibían fotografías de las víctimas libanesas, sobre todo niños, de los bombardeos de esos días, aunque por supuesto nadie mostraba fotos de las víctimas israelíes de los atentados palestinos. Tampoco había fotografías de los israelíes caídos bajo el fuego de Hizbullah. Y eso que, por aquellos días, en Argentina se reavivaba la polémica sobre el atentado terrorista más terrible en la historia de ese país: la masacre de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) en julio de 1994, y, según la investigación oficial, todas las sospechas apuntaban a Hizbullah.

A pesar de que el sentido de aquella manifestación distaba años luz de este planteamiento, para los detractores de Hugo Chávez aquellos cuatro mil venezolanos ondeando los símbolos de una organización considerada terrorista por casi todos los países occidentales eran la última prueba que necesitaban para tener la certeza de que Venezuela era un aliado incondicional del yihadismo terrorista. Incluso yo lo pensé.

La marcha contra los bombardeos israelíes al Líbano incluyó una serie de discursos contra la guerra, expresados por algunos personajes de la vida social, cultural y política venezolana fundamentales para comprender la relación de Venezuela con el mundo árabe. Especialmente, la incombustible activista social palestina Hindu Anderi, el abogado libanés y principal traductor y asesor de Chávez en temas árabes Raimundo Kabchi, y el historiador, analista y profesor de Sociología en la Universidad Central de Venezuela Vladimir Acosta. Poco tiempo después, los tres se convertirían sin saberlo en piezas importantes en mi investigación. Espero que hoy, al descubrir mi identidad como periodista infiltrado, sepan disculpar mi doble vida durante estos años. Quiero pensar que los tres comprenderán y compartirán mis intenciones con esta investigación.

Después de ver aquel despliegue de símbolos libaneses y el retrato de Nasrallah asomando por encima de las cabezas de los manifestantes, nadie en su sano juicio dudaría que, como denunciaban críticos y opositores a Chávez, en Venezuela existían sin duda células terroristas de Hizbullah, con el apoyo del gobierno chavista. Y yo conocía el nombre de su líder: el comandante Teodoro Darnott
Abdullah
.

Pero lo verdaderamente importante, lo que marcó un antes y un después en la historia de las relaciones de Venezuela con el mundo árabe, ocurrió justo veinticinco días más tarde. El 4 de agosto de 2006, una fecha histórica para millones de musulmanes hastiados de que sus líderes mirasen hacia otro lado mientras las bombas israelíes arrasaban las mismas calles de Beirut que yo había pisado pocas semanas antes. Ese día, Chávez, sin previo aviso y tras un homenaje por el ducentésimo aniversario de una expedición del prócer venezolano Francisco de Miranda, explotó, calificando de genocidio lo que Israel estaba haciendo en Líbano y Gaza. El presidente anunciaba la retirada inmediata del embajador venezolano en Israel. «Ese Estado sigue bombardeando, asesinando, descuartizando a tantos inocentes con los aviones gringos y el apoyo de Estados Unidos», aseguró Chávez, acusando directamente a George W. Bush de «no permitir que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tome alguna acción para frenar el genocidio que Israel está cometiendo».

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