Read El planeta misterioso Online
Authors: Greg Bear
Obi-Wan volvió la mirada hacia el sur para contemplar las oscuras fauces de la hendidura. Allí no había fraguas. En vez de fuegos, una fría luz azul parpadeaba encima de las húmedas paredes de piedra, y largos zarcillos reptaban como serpientes sobre los muros y el suelo arenoso salpicado de rocas.
— ¡Los clientes nunca vuelven! —les gritó Vagno mientras andaba junto al carápodo, martilleando el suelo con sus robustas piernas. Dio un salto y alzó su hoja hacia el cielo—. ¡No se acuerdan, y si se acuerdan, tienen demasiado miedo! ¡Pero yo y mi cuadrilla vivimos aquí! ¡Somos los hombres más valientes del universo!
Y en aquel momento, Obi-Wan no podía estar más de acuerdo con él.
V
agno les presentó al jefe de la cuadrilla de moldeado, un hombre alto y nervudo llamado Vidge. Allí donde Vagno era achaparrado y rojizo, Vidge parecía una pálida hilacha de neblina nocturna en la que brillaban dos grandes ojos húmedos. Incluso sus ropas estaban mojadas y manchadas por salpicaduras de una reluciente sustancia viscosa que hacían que pareciese una criatura sacada de las profundidades de algún océano.
—Has traído tantos... —se quejó con voz sepulcral mientras contaba los discos amontonados sobre los tres carápodos—. ¿Qué vamos a hacer con quince?
Vagno respondió con un expresivo encogimiento de hombros. Vidge se volvió para observar a Anakin con expresión lúgubre, y después miró a Obi-Wan.
— ¿Pagasteis más a los de tierra arriba para conseguir tal cantidad de semillas?
— ¡Nada de preguntas! —gritó Vagno—. ¡Es hora ya de pintar y dar forma!
Vidge alzó las manos en un burlón gesto de rendición y se volvió hacia su cuadrilla, todos ellos altos, mojados e insustanciales. Sus hombres empuñaban distintas herramientas, largos y gruesos pinceles y palas de bordes irregulares. Detrás de ellos se alzaba un gran almacén hecho de planchas de lámina toscamente unidas, que parecían a punto de derrumbarse tras haber sido corroídas por años de continuo uso. Vidge agarró al carápodo más cercano por su pata central y tiró de él para llevarlo al almacén. La criatura se resistió desganadamente, al igual que hicieron las otras dos, que fueron obligadas a avanzar por la cuadrilla de Vidge.
Vagno no se movió.
—Éste no es mi sitio. El arte de este lugar es distinto —dijo con repentina humildad mientras les indicaba que debían seguir a Vidge.
El almacén vibraba con los ecos de los suspiros y un sordo burbujeo. Los zarcillos asomaron por detrás de los bordes y se extendieron, planos y gruesos, y en sus extremos crecieron frutos nunca vistos: hinchados, traslúcidos y llenos de un espeso fluido reluciente que se arremolinaba lentamente dentro de ellos, removido por órganos en forma de tornillo situados en el centro de cada fruto.
Anakin y Obi-Wan ayudaron a la cuadrilla de Vidge a descargar los discos-semilla y a colocarlos en hileras verticales sobre bastidores dispuestos junto a la plataforma de moldeado. Allí, encima de un elevador circular de unos diez metros de diámetro, Vidge y dos ayudantes alzaron un cuchillo de larga hoja y cosecharon uno de los frutos, rebanándolo a lo largo de una sección lateral con tres rápidos cortes. El fluido resplandeciente que contenía rezumó del fruto y se deslizó con un lento retorcimiento por la plataforma, llenándola con una neblina de flexibles agujas blancas.
Un carápodo enorme salió de las sombras por una puerta situada en la parte de atrás del almacén. Su espalda sostenía una estructura de metal y plástico, aparentemente un armazón para su nave espacial.
—Una estructura ya preparada, enviada aquí por Shappa Farrs —dijo Vidge con voz tan apesadumbrada como si estuviera anunciando la muerte de un amigo muy querido—. El moldeado hace que cobre vida.
Otro carápodo, protegido por gruesas planchas metálicas unidas a un escudo de tela, transportaba objetos que Anakin reconoció de inmediato: dos motores de nave espacial ligera Haor Chall del tipo siete de la clase Plata, así como un núcleo de unidad hiperimpulsora que costaba mucho dinero. Anakin vio que tanto en los motores como en el núcleo de la unidad algunas partes estaban inexplicablemente ausentes, al tiempo que otras habían sido modificadas.
Y un tercer carápodo, mucho más pequeño —apenas del tamaño de Anakin— fue con paso rápido y decidido hacía la luz verdosa que emanaba de las paredes del almacén. Aquella criatura transportaba una delicada estructura cristalina que Anakin no reconoció.
Obi-Wan, no obstante, sí que la reconoció. Hacía cientos de años que se hablaba de los circuitos organiformes, que se suponía habían sido desarrollados en aquellos mundos del Borde más avanzados tecnológicamente que seguían resistiéndose a establecer vínculos tanto con la República como con la Federación de Comercio. Sólo eran rumores..., hasta aquel momento.
— ¿Qué es eso? —preguntó Anakin, fascinado por las curvas relucientes y la continua actividad de los circuitos.
—Creo que es el mediador que integrará nuestra nave, la interfaz entre lo vivo y la máquina —dijo Obi-Wan.
Lo primero que hizo Vidge fue separar y recoger un grueso glóbulo de fluido del fruto. Volviéndolo de un lado a otro, lo lanzó al aire y lo recogió con su larga pala, moldeándolo hasta convertirlo en una bola. Después lo dejó caer habilidosamente sobre la espalda del carápodo más pequeño donde, con un siseo, se esparció por encima del circuito organiforme. Separando unos cuantos glóbulos más, Vidge los esparció sobre los bordes de cada uno de los blancos discos-semilla a medida que sus ayudantes se los iban pasando. Allí donde se posaba la gelatina, los discos se volvían de un púrpura oscuro y los bordes empezaban a curvarse al tiempo que desarrollaban sinuosos tentáculos que parecían buscar algo.
Después el moldeador analizó con atenta mirada la estructura colocada encima del carápodo de mayores dimensiones.
—No es suficiente —gruñó—. Shappa nunca nos dice lo que necesitamos saber. Traed un segundo armazón —añadió, volviéndose hacia su cuadrilla.
Sus hombres intercambiaron miradas dubitativas y conferenciaron en voz baja.
— ¡Quince placas forjadas, demasiadas para una sola estructura! —anunció Vidge—. ¡Necesitamos dos estructuras!
— ¿Van a hacer dos naves? —le preguntó Anakin a Obi-Wan.
—No lo creo —dijo Obi-Wan, aunque no podía estar seguro.
—Ahora tenemos que actuar con rapidez —anunció Vidge, hablando en el mismo tono pausado y sepulcral de antes—. ¡A los jentaris!
Anakin y Obi-Wan subieron a la espalda del enorme carápodo mientras un segundo armazón era depositado junto al primero.
Vidge les dio sus instrucciones. A partir de aquel momento cabalgarían dentro de los armazones, sentados sobre gruesas vigas planas entre los miembros principales de forma ovalada, rodeados por una red flexible de soportes y sujeciones entrecruzadas.
—Así es como se hace.
Anakin ocupó su posición dentro de una estructura y Obi-Wan tornó asiento dentro de la otra. Las estructuras crujieron y tintinearon encima de la espalda del carápodo.
Todo el almacén olía a flores y a pan en proceso de cocción, y a otras cosas menos agradables, olores que marearon a Anakin. Se sentía como si el sueño se hubiera vuelto excesivo para él, como si de pronto todo fuera demasiado intenso. Su estómago no paraba de dar saltos mortales.
Obi-Wan sentía las mismas náuseas incipientes, pero mantuvo centrada su atención en el lento ir y venir de Vidge por entre los tres carápodos que transportaban los componentes de la nave sekotana. Los carápodos salieron por la parte de atrás del almacén para volver a las relucientes sombras marinas de la hendidura. Sombras más oscuras se elevaban a cada lado como gigantes inmóviles, las espaldas pegadas a los muros de la hendidura con más gigantes encima de sus anchos hombros para trepar centenares de metros hacia una cinta de noche, una estrecha franja de dosel en la que unas cuantas estrellas solitarias brillaban por entre las ramas entrelazadas.
Anakin se sentía como un insecto a punto de ser aplastado. Incluso con los moldeadores corriendo de un lado a otro y andando junto a ellos, el muchacho había perdido la confianza. Ni siquiera el recuerdo de las palabras de Qui-Gon —suponiendo que vinieran de Qui-Gon y no de su fértil imaginación— podía reconfortarlo. Aquello era inquietante y aterrador: ¿realmente había gigantes a cada lado? Quizá hubiera drogas flotando en el aire. Quizá todo fuera una ilusión y algo horrible estaba a punto de ocurrirles a él y a su maestro. Anakin sintió que se le formaba un nudo en la garganta y hundió el mentón en el pecho, recurriendo a los ejercicios que había aprendido hacía dos años: control del miedo corporal, control de los ritmos hormonales y la química animal.
El miedo de la mente —su peor enemigo, la debilidad más profunda y oscura de Anakin Skywalker— era otro problema, uno que no estaba seguro de poder vencer jamás.
Obi-Wan podía sentir el desfallecimiento de la hasta aquel momento casi ilimitada confianza de su Padawan. Él, en cambio, se sentía sorprendentemente tranquilo. Los olores le molestaban, pero no eran peores que los de algunos lugares muy poco acogedores en los que había estado junto a Qui-Gon y donde había cumplido con sus obligaciones sin inmutarse.
Anakin sintió cómo el armazón se inclinaba hacia adelante cuando el carápodo fue bruscamente detenido por la cuadrilla de Vidge. Su jefe trepó con lenta agilidad por su espalda basta detenerse junto a ellos y agitó su instrumento de hoja plana por encima de su cabeza, permitiendo que los vapores del interior gelatinoso del hinchado fruto se disiparan en oscuras vaharadas purpúreas.
Los ayudantes de Vidge pasearon los intensos haces de sus linternas por las sombras de los gigantes, y Anakin vio no brazos y piernas sino gruesos troncos de color púrpura y verde, brillos metálicos, destellos de otras sustancias artificiales, suplementos, adiciones a los creadores naturales de los boras y el tampasi.
Los vapores purpúreos se elevaron entre los gigantes. Los miembros se agitaron y las articulaciones crujieron.
—Ocurra lo que ocurra, no salgáis del armazón —dijo Vidge, y después les entregó máscaras respiratorias similares a la de uso habitual entre los Jedi que llevaban escondida debajo de sus túnicas—. Ahora vamos a cargar los motores, el núcleo y los circuitos organiformes. Después irán siendo desplazados a lo largo de los armazones hasta que llegue el momento de ubicarlos, y las naves serán hechas a vuestro alrededor. Las semillas os harán parte de sus sueños de crecimiento. Os harán preguntas. —Vidge se inclinó hacia adelante para mirar fijamente a Anakin—. Y te plantearán ciertas exigencias. Esto es crucial. Si no eres capaz de proporcionarles la guía necesaria, entonces la nave no será hecha.
—No fallaré —dijo Anakin.
La cuadrilla de Vidge transfirió los motores, el núcleo y los circuitos a unos jentaris más pequeños. Gruesas ramas los llevaron hacia las alturas, como grúas gigantes en un hangar de mantenimiento para naves estelares.
— ¿Y tú? —le preguntó Vidge a Obi-Wan—. ¿Tú también?
—No fallaremos —dijo Obi-Wan.
—Sólo habrá una nave, a menos que me haya equivocado —dijo Vidge dulcemente—. Y hasta el momento nunca me he equivocado.
Retrocedió. Más ramas enormes descendieron desde los lados de la hendidura y alzaron los armazones sobre el sucio, elevándolos por encima de los carápodos y los moldeadores.
— ¡Los jentaris! —gritó Vidge, y todos los moldeadores agitaron sus instrumentos al unísono—. ¡Los creadores de Sekot!
— ¡Sujétate! —gritó Obi-Wan.
Ahora les tocaba a ellos. Las ramas descendieron, elevándolos junto con los armazones, y fueron pasándolos de un jentari al siguiente junto con pilas de discos-semilla pintados y forjados. Otras ramas disponían los discos a lo largo de los armazones, colocándolos con golpes tan bruscos que casi desalojaban a los pasajeros. Las semillas reaccionaron al instante y empezaron a unirse y crecer, moldeándose y cobrando forma.
Las dos estructuras fueron unidas. Los motores, introducidos en sus soportes. Discos-semilla deslizaron tejidos de bordes purpúreos sobre las líneas de unión, y las chispas saltaron por los aires mientras las puntas de los haces láser revoloteaban de un lado a otro.
Y su viaje empezó.
Fueron trasladados de rama en rama hacia las profundidades de la hendidura, con los armazones chirriando, los fluidos de los tejidos de las semillas y los jugos de tratamiento fluyendo y chasqueando a su alrededor conforme se adentraban en el reino de los jentaris. Sus ojos apenas si podían seguir el proceso.
Mil movimientos y conexiones tenían lugar a cada segundo en la periferia de los armazones unidos. La nave empezó a cobrar forma como por arte de magia alrededor de Obi-Wan y Anakin. Los gigantes los pasaban todavía más rápidamente que antes de una rama a otra, manejándolos con tanta facilidad como si se los pasaran de una mano a otra y produciendo extraños sonidos que hacían pensar en centenares de voces entonando profundos cantos geológicos.
— ¡Los jentaris son seres compuestos! ¡Son organismos cibernéticos! —gritó Obi-Wan—. ¡Los magísters deben de haberlos criado y los han colocado aquí para que trabajen para ellos!
Anakin no se hallaba en condiciones de asimilar ninguna explicación racional. Sus discos-semilla, sus antiguos compañeros-semilla, le estaban preguntando qué quería. Repasando rápidamente el catálogo de diseños de Shappa, le ofrecían planos para naves pasadas, sueños de lo que podrían llegar a ser las naves futuras dentro de un siglo más de nuevos progresos y descubrimientos. El diseño de Shappa no era definitivo e irrevocable, porque Sekot también haría su contribución.
Anakin Skywalker se encontraba en un ciclo muy especial. Pasado un rato, en su momento y a su manera, Obi-Wan se reunió con él, y juntos escucharon a los discos-semilla y a los jentaris.
En un torbellino de velocidad y preguntas, maestro y aprendiz perdieron toda noción del tiempo.
El armazón y los nuevos dueños de nave descendieron rápidamente por la hendidura, envueltos en chispas, vapores, tejidos ondulantes y fragmentos minuciosamente recortados de metal y plástico.
Menos de diez minutos después, se encontraban a más de veinte kilómetros del almacén y los moldeadores, y el momento del acabado estaba cada vez más cerca.
El trayecto a través de los jentaris se fue volviendo más lento.
Su aturdimiento se disipó. La percepción fue regresando lentamente.