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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

El pozo de las tinieblas (26 page)

BOOK: El pozo de las tinieblas
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—Cuando volvamos a casa —empezó a decir precipitadamente el príncipe— deseo que..., quiero decir, ¿querrás...?

—No.

Esta sencilla palabra lo hizo callar en seco. Por un momento, los celos volvieron a agitarlo.

—¡Oh! ¿Es a causa de Daryth?

—No seas chiquillo —lo reprendió ella—. No lo es..., al menos que yo sepa. Él significa mucho para mí; es un buen amigo. Y también lo eres tú.

La clasificación de «buen amigo» fue como un jarro de agua fría para Tristán. Se dio la vuelta, no sabiendo si gritar de rabia o sollozar de desesperación. Pero luego se volvió de nuevo a ella.

—Quiero que sepas que te amo.

Ella sonrió, húmedos los ojos, y volvió a besarlo rápidamente. Entonces dio media vuelta y caminó despacio hacia la fogata, dejándolo plantado en el bosque, que de pronto pareció muy frío.

El dolor aniquiló el cuerpo gigante. Un velo gris nublo su visión, y no era el gris del mar oscurecido. Sus grandes músculos se contrajeron con violencia y después se relajaron. Se fue hundiendo lentamente, sin más conciencia que la de aquel ardiente dolor.

Y entonces el dolor desapareció, dejando un cálido y confortable resplandor. Lo gris se hizo brillante, y los brazos de la diosa lo llamaron.

Así murió el Leviatán.

Mas de cien barcos habían sido destrozados en el mar gris de acero de Moonshae. Astillas de madera, hombres supervivientes y cadáveres flotaban en las frías aguas. Muchos de los bajeles restantes navegaban semicubiertos por las aguas, a punto de naufragar, o escoraban con los cascos dañados. Habían ganado la batalla, pero el precio había sido grande.

Un sonido sordo y grave ascendió de las profundidades y el agua se agitó alrededor del centro de la flota, humeando y espumando. Entonces brotaron ráfagas de fuego desde el fondo. Dos docenas de barcos desaparecieron al instante y olas gigantes anegaron o volcaron otros tantos.

El mar hirvió durante muchos minutos. Cuando al fin se sosegó, los barcos que sobrevivieron se reagruparon poco a poco, demorados por los mástiles rotos, los remos perdidos y las velas desgarradas. Por último pusieron dificultosamente rumbo a la costa más próxima.

La diosa temió enloquecer de dolor. Una lacerante desesperación se apoderó de ella. Aun a través de aquel velo de dolor, tuvo una terrible conciencia del poder creciente de la Bestia.

La punzante llaga del Pozo de las Tinieblas inflamaba su piel, haciendo que zarcillos venenosos reptasen a través de todo su ser. El paso del Leviatan había desencadenado un poderoso veneno del negro estanque, y el Equilibrio se había perturbado peligrosamente. La modorra, la necesidad de dormir, se apoderó mas que nunca de la diosa.

De pronto se sintió muy cansada.

Llamas rugientes se elevaron en el cielo al arder el pueblo. Surgieron lamentos de la pira en un coro de muerte desesperado y fúnebre. Alineados alrededor de la pequeña comunidad, los Jinetes Sanguinarios observaban la carnicería mientras empujaban hacia el fuego con sus lanzas teñidas de sangre a los lugareños que trataban de salvarse. Extrañamente inmóviles, contemplaban el fuego, como hipnotizados. El resplandor infernal se reflejaba en sus capas carmesíes y parecía brillar de modo antinatural en sus ojos y en los negros y relucientes caballos.

De súbito, el fuego se elevó y los Jinetes Sanguinarios entonaron al unísono un cántico gutural. Las palabras parecían no tener significado y, sin embargo, anunciaban un terrible presagio en una lengua tan antigua que ninguno de ellos debía conocerla. Pero ahora la hablaron.

Y comprendieron.

L
IBRO
III
11
Gavin

Un tentáculo negro se deslizó hacia Robyn, enroscándose en su pantorrilla, abrasando su piel con ventosas venenosas. Chillando, ella trató de alejarse a rastras, pero el tentáculo tiraba de ella sobre el suelo pedregoso.

Otro zarcillo prensil le rodeó la cintura, vaciando de aire sus pulmones con su dolorosa presión. El suelo tembló y crujió, y se abrió una gran fisura al lado de ella. Parecía no tener fondo y había un tumulto en sus entrañas, acompañado de luces anaranjadas y ruidos sordos.

Robyn se volvió y se agarró al suelo, desarraigando plantas pequeñas mientras los tentáculos seguían tirando de ella hacia el abismo. De pronto, emergieron dos brazos blancos y delicados del negro humo que parecía brotar de todas partes. Incluso en el corrompido ambiente, aquellos brazos estaban envueltos en el satén más blanco y las suaves manos prometían consuelo y seguridad.

Pero entonces tiraron más fuerte los tentáculos, y los brazos y por fin las manos se desvanecieron entre el humo negro.

Lanzando un gemido, Robyn se despertó, empapada en sudor. Se incorporó y se llevó una mano a la boca, como para sofocar todo ulterior sonido, y miró a su alrededor.

El campamento estaba en silencio. Tristán y Daryth dormían tranquilamente junto al fuego, mientras Pawldo roncaba bajo un montón de pieles en la sombra. El fuego se había apagado, de manera que sólo algún destello rojo brillaba de vez en cuando entre los carbones.

Canthus, tumbado junto al príncipe, tembló y pataleó en su sueño. Retorciéndose, rodó casi hasta las brasas.

Entonces Robyn vio a Keren, plantado a solas junto a una gran roca. El bardo tenía el rostro vuelto hacia ella y cubierto de sombras. Pero aun así eran bien visibles la impresión y el dolor inscritos en sus facciones.

—¿Qué sucede? —preguntó Robyn, poniéndose en pie—. Tengo miedo.

—No lo sé. Nunca había tenido una pesadilla como ésta. Desde luego, es un presagio de algo terrible.

—Yo también he tenido una pesadilla —dijo ella, estremeciéndose—. ¡La cosa más espantosa que podía imaginar!

El bardo rodeó a Robyn con un brazo, tratando de confortarla, y ambos se sentaron delante del rescoldo. Ella arrojó varias ramitas sobre las brasas, y éstas prendieron rápidamente.

De pronto, Canthus se puso en pie de un salto, gruñendo con nerviosismo a la oscuridad. Con las patas entumecidas, dio una vuelta alrededor del campamento y por fin se sentó muy agitado detrás de Robyn y Keren, estudiando los bosques a su espalda.

—También él lo siente —dijo Robyn.

—No es más que una presunción, pero creo que la diosa ha recibido un golpe cruel. Tal vez incluso la pérdida de uno de sus hijos.

—¡Kamerynn! ¡El unicornio!

Por un momento, Robyn se sintió desolada, al imaginarse que la magnífica criatura había muerto.

—Tal vez; o el Leviatán. No podemos saberlo.

—¡Mira! —gritó la mujer, al observar el cielo.

Encima de ellos, cien rayas luminosas brillaron por un instante entre las estrellas y se apagaron. Pero fueron seguidas de otros destellos; miles y miles de pequeñas líneas luminosas en el cielo, como si la misma luna llorase.

El brazo de Keren amparaba cálidamente los hombros de Robyn, y la presencia de su amigo infundió a ésta algún rayo de esperanza. Los dos permanecieron así largo tiempo hasta que llegó la mañana.

Los hombres de la comunidad se desplegaron en el campo delante de los guerreros del Rey Rojo, y Grunnarch sonrió ante la idea del inminente combate.

—¡A muerte! —gritó el rey, y la fuerza de los hombres del norte se lanzó al ataque.

Los invasores lanzaron un fuerte alarido y los ffolk vacilaron un instante.

No obstante, aquellos agricultores y artesanos se mantuvieron firmes contra la carga. Superados en número, a razón de cuatro a uno, por los barbudos y aulladores atacantes, los hombres del pueblo combatieron para ganar el tiempo necesario para que sus mujeres e hijos pudiesen escapar.

Grunnarch abrió el pecho a un granjero y pisó despreocupadamente el cuerpo del moribundo mientras buscaba otra víctima. Los hombres que lo rodeaban hicieron una carnicería entre los ffolk. Mientras algunos de los atacantes se dedicaban a aniquilar los últimos focos de resistencia, Grunnarch condujo el grueso de sus fuerzas al pueblo.

La mayoría de sus moradores habían huido, pero todavía salieron algunos de sus casas, pálidos de terror, al llegar los invasores. Para ellos no habría manera de escapar.

La sed de sangre pareció latir en las sienes del Rey Rojo al lanzar éste su grito de desafío. Una mujer madura se volvió para enfrentarse con él y dar a sus hijas una posibilidad de escapar; pero Grunnarch, lanzando una risa estridente, le cortó la cabeza de un solo tajo. Varios de sus hombres agarraron a las hijas, apenas salidas de la adolescencia, y las arrastraron chillando al interior de la casa.

Por un momento, Grunnarch miró a su alrededor, dándose cuenta de que tenía nublada y enrojecida la visión. Jadeando, sintió que un fuerte dolor se apoderaba poco a poco de su cabeza.

Observó aturdido cómo dos chiquillos que corrian aterrorizados eran ensartados por sus hombres con una larga lanza, primero el uno, después el otro, y arrojados con indiferencia a un lado. El Rey Rojo sintió súbitamente náuseas al ver aquello y se volvió para vomitar contra la pared de la casa.

Miró de nuevo la escena de la batalla y casi no pudo retener sus detalles. Muchos cadáveres, en su mayoria de los ffolk, yacían desparramados por todos lados.

De alguna manera, la guerra parecía haber perdido su emoción.

Durante dos días más, el grupo continuó su viaje hacia el este, hasta que al fin entraron en las comunidades pastorales de Corwell oriental. Tristán había visitado raras veces esta parte del reino, enlazada con el resto de éste por una estrecha franja de tierra entre el valle de Myrloch y el bosque de Llyrath, una franja por la que se viajaba con dificultad.

En realidad, el príncipe no estuvo del todo seguro de que habían vuelto a entrar en el reino hasta avanzada la tarde, cuando por fin salieron a un verdadero camino.

—Creo que pronto llegaremos a un pueblo de pescadores —dijo Tristán a Keren—. Y allí podrás encontrar pasaje para Calidyrr. Te acompañaremos hasta entonces.

El bardo pareció melancólico.

—Me fastidia que me hayan ordenado volver junto al Alto Rey, pues parece seguro que la aventura de este verano, y por ende sus crónicas, se producirán aquí, en Gwynneth.

El bardo tocó distraídamente unas notas en su arpa. Ensayó algunas variaciones de la tonada, hasta que encontró una que le gustó. La repitió varias veces y, poco a poco, una expresión de contento se pintó en su cara.

Al empezar a oscurecer el cielo del este, llegaron a una pequeña hondonada donde chisporroteaba alegremente una fogata y una hilera de pacientes asnos se mantenía cerca de ella. Una figura se movió con pereza alrededor del fuego, recortada su silueta por el resplandor, y el príncipe temió, dada su corpulencia, que hubiesen tropezado con un firbolg renegado.

Pero entonces, una voz tonante, inconfundiblemente humana, llegó hasta ellos.

—¡Bienvenidos, viajeros! ¿Queréis venir a cenar conmigo? El fuego siempre calienta más si es alimentado por una conversación.

La silueta resultó ser de un hombre como un oso que los saludó extendiendo de un modo exagerado los brazos y con una sonrisa que iba de oreja a oreja. Era, en verdad, el ser humano más grande que hubiese visto el príncipe. Una tupida barba negra se combinaba con unos cabellos del mismo color, espesos y rizados, para casi ocultar su ancha cara. Su sonrisa, que hacía centellear sus ojos, puso de manifiesto una serie de dientes mellados o rotos. Sus vestiduras eran gruesas y de abrigo, aunque gastadas y mugrientas.

—Soy Gavin, herrero de Cantrev Myrrdale —explicó el desconocido, con una voz que retumbó en la noche.

—Gracias por tu bienvenida —respondió Tristán, desmontando delante del herrero.

El príncipe se presentó a sí mismo y a sus compañeros. Si el herrero reconoció el nombre de Kendrick como el de su rey, no dio señales de ello.

Los compañeros libraron a sus caballos de la carga de las sillas y las bridas. Tristán advirtió que los perros se agrupaban afanosos alrededor del fuego y sólo entonces vio sobre los carbones una olla grande que burbujeaba y echaba vapor. Brotaba de ella un olor delicioso y, aun teniendo en cuenta el volumen del cocinero, contenía más comida de la que un hombre podía consumir.

—Bueno, ¿tomaréis un bocado conmigo? —dijo el herrero, cuando hubieron sido atendidos los caballos—. Hay de sobra para todos.

—¿Por qué has preparado tanta comida? —preguntó Robyn, mirando la carne que se guisaba a fuego lento—. ¿Sabías que íbamos a venir?

Tristán tuvo la impresión de que la pregunta era jocosa sólo a medias.

—Bueno, no vosotros en particular —respondió el herrero, riendo de buen grado—. Pero ésta es la última noche de mi viaje y me quedaba una pierna entera de cordero. A menudo me he encontrado con que, cuando se es generoso, surge una oportunidad para demostrarlo.

Echó atrás la peluda cabeza y se desternilló de risa como si acabase de decir un chiste muy gracioso.

—Y esta noche —prosiguió, con un amplio ademan—, tengo aquí buena compañía y bastante comida para todos.

—Es cierto —observó el bardo—, aunque los afortunados parecemos ser nosotros.

—¡Lo somos todos! He pasado muchas noches en los caminos, acampando junto a una pequeña fogata sin más compañía que la de mis asnos. Oh, no son malos compañeros, ¡pero hablan poco!

De nuevo se mondó de risa el herrero y los otros pudieron dejar de sonreír divertidos.

La pierna de cordero les resultó fabulosa después de la comida con que se habían alimentado durante una semana de camino. Gavin sacó un frasco de fuerte whisky de centeno, que dio más animación a la comida. Todos los compañeros comieron como lobos hambrientos, y el herrero, como un oso hambriento, pero la olla estaba sólo medio vacía cuando ya no pudieron comer más. En un alarde de generosidad, el herrero cuidó entonces de que los perros comiesen también con abundancia.

Echaron grandes leños al fuego, haciendo que las llamas se elevasen tal vez más de lo que aconsejaba prudencia. Sin embargo, nadie se quejó, pues aquello hacía más agradable el ambiente.

Tristán apoyó la espalda en un árbol, disfrutando del calor.

—Casi parece que estamos de nuevo en casa —dijo,estirándose despacio.

—¿De nuevo? —preguntó el herrero—. ¿Y donde habéis estado?

—Fuimos al valle de Myrloch, desde Caer Corwell —respondió el bardo.

—He estado en aquel lugar, vaya que sí —se jactó el herrero—. Al servicio de nuestro rey, contra los hombres del norte en Moray. Debía de ser tu padre, si no me equivoco —dijo Gavin, mirando hacia el príncipe.

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