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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

El pozo de las tinieblas (22 page)

BOOK: El pozo de las tinieblas
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De todas partes llegaban hasta Kamerynn los olores y los ruidos de los firbolg, llenándolo de asco y de furor. En un frenesí de frustración, coceó la puerta. Como antes, sin resultado. Después de pasearse inquieto, embistió de nuevo la sólida puerta. Esta vez su cuerno de marfil levantó astillas, pero no debilito la puerta.

Una y otra vez el vigoroso unicornio golpeó la madera con el cuerpo, el cuerno y los cascos. Por último, la puerta se movió ligeramente, al empezar a romperse las tablas.

Ahora Kamerynn se volvió y coceó la puerta con las poderosas patas de atrás; aquella se curvó y por último se abrió hacia afuera entre una lluvia de astillas. Dando media vuelta, el unicornio saltó a través de la abertura.

Cuatro firbolg, con las cachiporras levantadas, estaban esperando, jubilosa la mirada de sus ojos bestiales. Kamerynn cargó y derribó a dos de los firbolg con su ancho pecho. Los otros saltaron y trataron de agarrarlo, pero no pudieron detenerlo.

Desprendiéndose de las últimas manos que lo sujetaban, Kamerynn galopó por un amplio pasillo de piedra, iluminado por vacilantes antorchas. Sabía que en alguna parte, delante de él, encontraría la puerta.

9 El legado de Cymrych Hugh

Los compañeros se quedaron inmóviles en la cámara del tesoro. El firbolg gruñó y rebulló en su silla. Por último, volvió de nuevo a roncar profundamente. Pero el incidente les hizo advertir lo precaria que era su situación, y se reunieron junto a la puerta.

—Vamos —dijo Robyn.

Sosteniendo su garrote apercibido para la acción, fue la primera en salir de la estación.

Tristán introdujo la espada de plata debajo de su cinturón, mientras esperaba que los otros saliesen de la cámara. Observó que los bolsillos y la alforja de Pawldo se habían hinchado con piezas del tesoro; sin embargo, el halfling no hacía el menor ruido al moverse. Daryth llevaba la cimitarra. Además, el príncipe vio que el calishita había adornado sus dedos con una serie de anillos con gemas incrustadas. Robyn sólo había tomado la torque, e incluso bajo la pálida luz pudo ver Tristán que el aro de plata resaltaba su belleza.

Cediendo a un impulso, el príncipe se agachó y recogió un puñado de monedas de oro, comprendiendo que tenía en la mano una riqueza superior a la que la mayoría de los humanos llegan a conseguir en toda su vida. Con mucha cautela, salió de la habitación y cerró la puerta. El pestillo dio un chasquido apenas audible, pero el dormido firbolg roncó irritado y se agitó en su silla. Por un instante, temieron que fuese a despertarse, pero pronto se hundió de nuevo en su profundo sueño.

Miraron a su alrededor, dudando entre volver por donde habían venido o adentrarse más en el cubil de los firbolg. Llameaban antorchas en el corredor, anunciando más actividad, probablemente peligrosa, si seguían adelante. Pero, con la esperanza de encontrar a Keren, optaron por continuar su avance por la estructura de piedra.

Detrás de ellos, el firbolg roncó unas cuantas veces y siguió durmiendo.

Al volver Groth, se encontró con una escena de confusión, de rabia y de pánico masivos. Los gigantes corrían de un lado a otro, blandiendo sus armas y gritando alarmados.

—¡Alto! —gritó el jefe firbolg, con una voz que llegó a las mismas entrañas de la tierra.

De inmediato, sus secuaces se detuvieron y se volvieron de cara a él. Ninguno habló.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó Groth, mirando a un firbolg con ojos chispeantes.

—El unicornio, señor... Parece que ha..., bueno..., ¡escapado!

—¿Que parece qué?. —preguntó el jefe, en voz muy baja.

El firbolg palideció, pues el jefe sólo hablaba en voz baja cuando estaba realmente muy irritado.

—Parece que ha escapado —farfulló al fin—. Pero todavía está en el templo. Estábamos a punto de agarrarlo cuando...

—¡Estúpidos! ¡Malditos idiotas! ¿Es que no puedo salir un momento del templo por la tarde sin que atraigáis el desastre sobre nuestras cabezas?

Ahora la voz de Groth sacudió los cimientos del templo con su fuerza.

Los otros firbolg aguantaron su arrebato en silencio.

—¡Encontrad al unicornio! —gritó al fín, empujando a sus secuaces a una acción frenética—. Y devolvédmelo, ¡ileso!

Los gigantes corrieron en todas direcciones, tan ansiosos de escapar a la presencia de su colérico señor como de localizar al díscolo unicornio. Pronto se quedó Groth solo en el vestíbulo de la entrada, reflexionando sobre la situación.

No le preocupaba demasiado que el unicornio anduviese libre por el templo. El edificio no tenía más que dos salidas, y ambas estaban fuertemente guardadas; por consiguiente, parecía imposible que la criatura pudiese escapar. Sin embargo, Groth reunió a unos cuantos de sus guerreros y los llevó fuera del edificio, hasta la salida de la carbonera. Esperaría allí, con una guardia reforzada, para el caso de que el unicornio intentase algún truco.

Un enemigo suelto en el templo de los firbolg era una posible amenaza, caviló Groth haciendo una mueca. Pensaba en la cámara del tesoro y en su valioso contenido.

Nadie podía saber las funestas consecuencias que se producirían si la Espada de Cymrych Hugh caía en malas manos.

Robyn corrió por otro largo pasillo de piedra, con sus compañeros pisándole los talones. Pasaron por delante de varios corredores laterales, pero siguieron en línea recta, esperando encontrar algún indicio de la situación de la cárcel de Keren.

—¡Shhht! —dijo Daryth, y todo el grupo se detuvo—. Oigo algo delante de nosotros. Parece que hay mucho revuelo.

Los otros, aguzando los oídos, oyeron también un griterío.

—Algo ha sacado de quicio a los firbolg —dijo Pawldo—. Tal vez han encontrado al que dejamos en el canal.

—No lo creo —replicó Tristán—. Lo dejamos detrás de nosotros, y todo el ruido viene de delante.

Se acercaron a una encrucijada de cuatro pasillos y Tristán se adelantó para observar el de la derecha y el de la izquierda. Ambos estaban vacíos.

De pronto, un fuerte estrépito resonó en el corredor, delante de ellos, y vieron una enorme criatura blanca que galopaba en su dirección. Inmovilizados momentáneamente, contemplaron con sorpresa al magnífico animal. Compartiendo por lo visto su sobresalto, la fabulosa criatura se detuvo y sacudió la cabeza con frustración. Una crin blanca como la leche onduló sobre su cuello, pero todos fijaron la atención en la frente del animal.

—¡Un unicornio! —jadeó Tristán, diciendo lo que los otros estaban pensando.

El hermoso animal se encabritó y después golpeó el suelo de piedra con los cascos delanteros. Durante un momento, los miró, como si reflexionara. Entonces| volvió la cabeza hacia la izquierda, antes de dar media vuelta y galopar por el pasillo de la derecha.

Tristán iba a correr detrás del unicornio, pero se detuvo al sentir la mano de Robyn sobre su brazo. Al mismo tiempo, advirtió el ruido de unos firbolg en el fondo del pasillo. Era evidente que perseguían al unicornio.

—Quiere que vayamos por ahí —declaró Robyn con firmeza, tirando del príncipe hacia el corredor de la izquierda.

Demasiado sorprendido para discutir, Tristán siguió a Robyn sin decir palabra. Lo propio hicieron Daryth y Pawldo, y todos corrieron por el pasillo lo más deprisa posible. Por último, doblaron una esquina y se detuvieron, para recobrar aliento y escuchar.

Los bramidos y los gritos de los perseguidores sonaron con más fuerza y perdieron de nuevo intensidad, por lo que supieron que aquellas criaturas habían ido tras el unicornio por el corredor opuesto. Más despacio, pero siempre alerta, el grupo siguió avanzando.

De pronto, Robyn se detuvo ante una puerta y levantó una mano. Los otros se pararon detrás de ella. La joven se concentró..., no como si estuviese escuchando algo, pensó Tristán. Era más bien como si buscase un débil olor en el aire.

—¡Keren! —llamó, con voz clara y fuerte.

Tristán se sobresaltó y miró con nerviosismo hacia atrás, como si esperase que cientos de firbolg emboscados cayesen sobre ellos. Pero, antes de que pudiese imponer silencio a Robyn, respondió una voz desde detrás de la puerta:

—¡Robyn!

La voz, aunque apagada, era sin duda la del bardo.

Daryth se arrodilló al instante delante de la puerta y examinó la cerradura. Sacó una extraña herramienta de la alforja y empezó a hurgar con sumo cuidado en el mecanismo, mientras Tristán y Robyn empujaban la puerta. Pawldo, con mucha sensatez, montó guardia en el corredor.

—¿Estás bien, Keren? ¿Qué sucedió?

Robyn y Tristán empezaron a hacer preguntas a través de la puerta, pero Daryth les impuso silencio con un breve ademán. Keren pareció comprender, pues ningún otro sonido vino de la habitación.

El tiempo se alargaba y los hábiles dedos del calishita no conseguían descorrer el terco pestillo. El sudor empapaba la frente de Daryth, que fruncía el entrecejo, concentrándose. Podían oírse todavía, a lo lejos, los bramidos de los furiosos firbolg.

Daryth lanzó una maldición, se enjugó las palmas de las manos en la camisa y volvió a hurgar en la cerradura.

Tristán sintió que se le entumecían los dedos, y sólo entonces se dio cuenta de que tenía apretados los puños. Haciendo un esfuerzo, se obligó a relajarse, respirando honda y rítmicamente, tal como le había enseñado Arlen.

Entonces el pestillo dio un chasquido, que resonó con fuerza en los oídos de los tensos compañeros. Con un chirrido, la puerta se abrió al empuje de Daryth.

Una figura salió tambaleándose de la oscuridad. Tenía la cara demacrada y macilenta, y la ropa hecha jirones. Y círculos morados alrededor de los ojos. Sin embargo, esos ojos conservaban el humor y la sabiduría que ellos habían descubierto y apreciado en el bardo.

—¡Keren!

Robyn saltó hacia adelante para abrazar con fuerza al bardo. Él la retuvo un momento, sonriendo a los otros por encima del hombro de ella.

—¡No sabéis cuánto me alegro de veros! —exclamó, con voz temblorosa.

Los otros callaron durante un momento, hasta que la voz de Pawldo los trajo de nuevo a la realidad.

—Dejad los cumplidos para más tarde —los reprendio el halfling—. ¡Salgamos de aquí!

—¡Yo iré también!

El sonido de una voz extraña hizo que Daryth, Robyn y Tristán se volviesen con presteza. Y vieron, pasmados, una figura desastrada que salía del rincon más oscuro de la celda.

—¿Qué sucede? —preguntó una voz de hembra, aunque no femenina—. ¿No habíais visto nunca una barba?

La rechoncha figura salió a la luz y los miró con aire beligerante. Ella (si había que dar crédito a su voz) tenia unos siete palmos de estatura, cuerpo robusto, piernas cortas y brazos largos. Sus hombros eran anchos y vigorosos, y sus piernas terminaban en unos pies asombrosamente grandes, protegidos por unas enormes botas de cuero.

La cara de la desconocida desaparecía por completo detrás de una erizada barba que le llegaba más allá la cintura. Un sombrero gacho no podía ocultar la tambien revuelta mata de pelo que le cubría la redonda cabeza.

—Permitid que os presente a Finellen —dijo Keren, apresurándose a intervenir—. Querida, éstos son los jovenes héroes de quienes te hablé...

—¡Hum! —murmuró Finellen, y Tristán reconoció su naturaleza.

—Eres una enana, ¿verdad? —dijo—. Considero un alto honor el conocerte, señora mía.

Finellen pareció apaciguarse un tanto y se dignó dirigir al príncipe una rápida mirada.

—Finellen tuvo la desgracia, como yo, de ser hecha prisionera por los firbolg —explicó el bardo, al salir todos al pasillo.

—Supongo que debo daros las gracias —admitió la enana, aunque prosiguió enseguida—: Pero no penséis en aprovecharos de mi gratitud. ¡No os daría resultado!

Tristán, estupefacto por la rudeza de la enana, hizo caso omiso de ella y dijo:

—Aquí está tu arco, Keren. Lo encontramos en la cámara del tesoro.

—¡Oh, gracias! —El sorprendido Keren examinó rápidamente el arco, tensándolo con mano experta—. ¿Tenéis un arma de sobra para Finellen? La vi luchar contra esos brutos y nos conviene contar con su ayuda.

—Esto ya no lo necesito —dijo Daryth, tendiendo a la enana su daga por la empuñadura—. Usaré ahora esta cimitarra.

Finellen asió con presteza la daga y estudió sus cualidades, mientras pasaba un pulgar calloso por el filo.

—Gracias —gruñó—. Te la devolveré cuando me canse de matar firbolg.

—Salgamos de aquí —los apremió Pawldo—. Tengo la impresión de que algún gigante está esperando darse un banquete conmigo.

Emprendieron la retirada a toda prisa esta vez con Pawldo y Finellen en cabeza. Era evidente que había firbolg delante de ellos. Una voz grave les llamó particularmente la atención, y pareció que los firbolg habían recibido la orden de registrar con gran cuidado todo el sector.

Pawldo dio la señal de alto desde su posición adelantada. Todos se detuvieron y escucharon el claro ruido de fuertes pisadas. ¡Un grupo de firbolg venía en su dirección!

—¿Por qué nos detenemos? —ladró Finellen.

Pawldo, irritado, iba a responderle; pero, en aquel momento, un trío de voluminosos firbolg entró en el pasillo delante de ellos. Los firbolg los vieron al instante.

—¡Hurrgghht! —gritaron las tres criaturas, lanzándose al ataque.

Sus grandes botas claveteadas repicaron y levantaron chispas del suelo de piedra. Dos de aquellas criaturas llevaban cachiporras y la tercera blandía con ambas manos una monstruosa espada. Tenían inyectados en sángre los ojos malignos, y entreabrían las bocas de gruesos labios en muecas expectantes.

Pawldo disparó una flecha con rapidez y se hizo a un lado para dejar paso a Tristán. Daryth y Robyn siguieron al príncipe, pero éste les indicó con un ademán que se quedaran atrás, Finellen, en cambio, pilló al príncipe por sorpresa.

Éste había pensado plantarse junto a la enana y resistir juntos el ataque de los firbolg, pero ella levantó la daga que le había dado Daryth y lanzó un grito capaz de helar lar la sangre al más pintado. Incluso los firbolg parecieron momentáneamente estupefactos.

—¡Apartaos de mi camino, grandullones!

Finellen se lanzó al ataque. Tristán se quedó tres latidos boquiabierto ante aquella escena inverosímil (la belicosa enana no llegaba a la cintura de sus antagonistas) y después saltó adelante para apoyar su valiente ataque.

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