Cuando llegué al final de las escaleras, la mujer se había desplomado sobre los escalones, temblando y gimiendo. Encontré la puerta que daba al área entre los bastidores, la empujé para abrirla, y entonces me eché hacia atrás una vez más, al sentir mis manos y mis brazos empujando
dentro
de la madera. Estaba preocupado por la urgente necesidad de encontrar a Borden, y no tenía tiempo de prestar atención a aquellos detalles.
Sin notar mi presencia, Adam Wilson abandonó su posición en el fondo del decorado; le grité, pero no me oyó más de lo que me había visto. Me detuve un momento, intentando pensar con claridad dónde era más probable que pudiera estar Borden. De alguna manera había interrumpido el suministro de electricidad que alimentaba al artefacto, y esto únicamente significaba que había logrado introducirse en el entresuelo que estaba debajo del escenario. Wilson y yo habíamos conectado todo a la terminal que los directivos del teatro habían instalado recientemente en el sótano.
Encontré las escaleras que conducían hasta allí, pero cuando estaba llegando al primer escalón de arriba, oí un ruido de pasos que corrían pesadamente hacia donde yo me encontraba, y en un instante apareció Borden en persona. Todavía llevaba aquellas ridículas prendas de patán y también el maquillaje. Subía los escalones de dos en dos. Yo me quedé petrificado. Cuando estaba a no más de un metro y medio de distancia de donde estaba yo, levantó la vista para ver hacia dónde se estaba dirigiendo. ¡Y en cambio me vio a mí! Una vez más, pude observar la misma mirada de terror que había deformado los rasgos de la acomodadora. El impulso con el que venía Borden hizo que llegara hasta mí, pero su rostro se retorcía del susto y estiró los brazos delante de él para defenderse. Chocamos casi instantáneamente.
Caímos derribados con un fuerte golpe en el suelo de piedra del pasillo. Durante un segundo estuvo sobre mí, pero me las arreglé para escabullirme. Me estiré para agarrarlo.
—¡Aléjate de mí! —me gritó, y arrastrando su cuerpo, tropezando una y otra vez, logró huir tambaleándose.
Me lancé sobre él, le cogí un tobillo con la mano, pero se me escapó. Rugía sin decir nada, preso del miedo.
Entonces le grité: —¡Borden, tenemos que terminar con este enfrentamiento! —pero una vez más mi voz salió ronca e inaudible, más aliento que tono.
—¡No era mi intención! —gritó.
Después se puso de pie y comenzó a alejarse de mí, todavía mirándome con aquella expresión de terror. Abandoné el forcejeo y lo dejé huir.
II
Después de aquella noche regresé a Londres, en donde viví durante los siguientes diez meses, por mi propia elección y decisión, a medias y en un mundo oculto.
El accidente con el artefacto de Tesla me había afectado fundamentalmente mi cuerpo y mi alma, haciendo que se enfrentaran entre sí. Físicamente, me había convertido en un fantasma de mi antiguo yo. Vivía, respiraba, comía, evacuaba los desechos de mi cuerpo, oía y veía, sentía el calor y el frío, pero físicamente era un fantasma. Bajo una luz brillante, si no era observado muy de cerca, parecía más o menos normal, de aspecto un poco pálido. Cuando el cielo estaba nublado, o me encontraba en una habitación iluminada con luz artificial después del anochecer, adoptaba la apariencia de un espectro. Podía ser visto, pero también se podía ver
a
través
de mí. Mi contorno seguía siendo bastante nítido, y, si se me miraba detenidamente, se podía distinguir mi rostro, mis ropas, y cosas por el estilo, pero yo era, para mucha gente, una espantosa visión de cierto inframundo fantasmal. Tanto la acomodadora como Borden habían reaccionado como si hubieran visto un fantasma, y de hecho así había sido. Aprendí rápidamente que si me dejaba ver en tales circunstancias, no solamente aterrorizaba a casi todo el mundo, sino que también me ponía a mí mismo en peligro. La gente reacciona de forma impredecible cuando está asustada, y uno o dos extraños me han arrojado objetos, como para defenderse de mí. Uno de aquellos misiles fue una lámpara de aceite encendida, y casi me alcanza. Por lo tanto, como regla general, me he mantenido oculto siempre que he podido.
Pero en contraste con todo esto, mi mente de repente se sintió liberada de las limitaciones del cuerpo. En todo momento estaba alerta, pensaba rápidamente, me sentía seguro, cosas que antes tan sólo había vislumbrado cobraban fuerza. Era paradójico, pues generalmente me sentía fuerte y hábil, mientras que en realidad era incapaz de realizar muchas tareas físicas. Tuve que aprender a agarrar objetos tales como lapiceros y otros utensilios, por ejemplo, porque si intentaba tomar algo sin pensarlo, generalmente se me escurriría de las manos.
Era una situación frustrante y mórbida en la cual me vi atrapado, y durante gran parte del tiempo mi nueva energía mental se concentró en odiar y temer al Borden que me había atacado, sin importar cuál de ellos dos había sido. Él continuaba debilitando mi energía mental, al igual que su acción había debilitado mi existencia física. Me había convertido para el mundo en alguien prácticamente invisible, casi muerto.
III
No tardé mucho en descubrir que podía ser visible o invisible a voluntad.
Si me movía después del crepúsculo, y me ponía la ropa que hubiera llevado durante aquella actuación, podía ir casi a cualquier parte sin ser visto. Si deseaba moverme normalmente, entonces me ponía otra ropa, y utilizaba maquillaje para darle cierta solidez a mis rasgos. No era un simulacro perfecto: mis ojos parecían estar hundidos de un modo desconcertante, y una vez un hombre que iba en un autobús iluminado muy tenuemente señaló en voz alta el hueco que había aparecido inexplicablemente entre mi manga y mi guante, y tuve que retirarme inmediatamente.
El dinero, la comida, el alojamiento, todas estas cosas no presentaban ahora ningún problema para mí. O bien tomaba lo que quería mientras era invisible, o pagaba lo que necesitaba. Tales preocupaciones eran triviales.
Lo importante realmente era el bienestar de mi doble.
Leyendo un reportaje en un periódico, me enteré de que mi fugaz visión del escenario me había confundido completamente. El reportaje aseguraba que
El gran
Danton
había sufrido lesiones durante una de sus presentaciones en Lowestoft, que se había visto forzado a cancelar compromisos futuros, pero que estaba descansando en su hogar y que esperaba regresar al escenario a su debido tiempo.
Descubrir esto fue un alivio, ¡pero también una gran sorpresa! Lo que yo había vislumbrado mientras se estaba bajando el telón fue lo que yo supuse era mi doble, congelado en un estado de medio-muerte, medio-vida al que llamé «desdoblado». En la transportación, el doble es el cuerpo de origen, abandonado en el artefacto de Tesla, como si estuviera muerto. Ocultar y deshacerse de estos cuerpos duplicados era el único gran problema que había tenido que resolver antes de poder representar el truco frente al público.
A raíz de la noticia acerca del estado de salud de mi doble, así como las presentaciones canceladas, me di cuenta de que aquella noche había ocurrido algo diferente. La transportación había sido solamente parcial, y yo era el lamentable resultado. Gran parte de mí había quedado atrás.
Tanto yo como mi doble habíamos sufrido un proceso de reducción a causa de la intervención de Borden. Ambos teníamos problemas con los que lidiar. Yo me encontraba en un estado fantasmagórico, y mi doble estaba muy mal de salud. A pesar de tener corporeidad y libertad de movimiento en el mundo, a partir del momento del accidente, estaba condenado a morir; mientras tanto, yo había sido condenado a una vida en las sombras, pero mi salud estaba intacta.
En julio, dos meses después de lo acontecido en Lowestoft, y cuando todavía me estaba haciendo a la idea del desastre, mi doble decidió aparentemente por propia voluntad adelantar la muerte de Rupert Angier. Era exactamente lo que yo habría hecho si hubiese estado en su situación; en el preciso instante en que pensé esto me di cuenta de que él
era
yo. Era la primera vez que habíamos llegado a una decisión idéntica por separado, y fue el primer indicio que tuve de que, a pesar de que existíamos separadamente, emocionalmente éramos una sola persona.
Poco después, mi doble regresó a la Casa Caldlow para ocuparse de la herencia; una vez más, esto es lo que yo hubiera hecho.
Yo, sin embargo, permanecí de momento en Londres. Tenía un asunto macabro del que ocuparme, y quería resolverlo en secreto, para que no hubiera riesgo alguno de que mis acciones perjudicaran el nombre de Colderdale.
En pocas palabras, he decidido que, finalmente, debo hacerme cargo de Borden.
Planeé asesinarlo, o, para ser más exacto, asesinar a uno de los dos. Su doble vida secreta convertía el asesinato en una venganza factible: él había manipulado los registros oficiales que revelaban la existencia de gemelos, y había vivido su vida ocultando una parte de sí mismo. Matar a uno de los hermanos acabaría con su engaño, y sería, para mis propósitos, tan satisfactorio y efectivo como matarlos a los dos. También pensé que en mi estado fantasmagórico, y con mi única identidad conocida enterrada y llorada públicamente, yo, Rupert Angier, nunca podría ser atrapado o ni siquiera ser sospechoso del crimen.
En Londres, puse en marcha mis planes. Me serví de mi virtual invisibilidad para seguir a Borden mientras se ocupaba de su vida y de sus asuntos. Lo vi en la casa que compartía con su familia, lo vi preparando y ensayando el espectáculo en su taller, me quedé de pie entre los bastidores en un teatro mientras realizaba sus trucos, lo seguí hasta el escondrijo secreto que compartía con Olivia Svenson en el norte de Londres…, y una vez, inclusive, vislumbré a Borden con su hermano gemelo, brevemente, encontrándose furtivamente en una calle que estaba a oscuras, un apresurado intercambio de información, algún asunto desesperado con el que había que terminar inmediatamente y en persona.
Fue, al verlo con Olivia, cuando decidí finalmente que debía morir. Aún quedaban sentimientos vivos en mí acerca de aquella antigua traición que le añadieron dolor a la indignación.
Puedo decir con toda confianza que tomar la decisión de cometer un asesinato premeditado es la parte más difícil. Muchas veces provocado, me considero, a pesar de esto, un hombre apacible y reticente. Nunca he querido lastimar a nadie, pero durante toda mi vida de adulto muchas veces me he sorprendido a mí mismo jurando que «mataría» o «me cargaría» a Borden. Estos juramentos, pronunciados en privado, y generalmente en silencio, son los comunes desvaríos impotentes de la víctima injustamente agraviada, posición en la cual Borden me colocaba forzosamente con tanta frecuencia.
En aquella época, mi intención de matarlo nunca fue realmente seria, pero el ataque en Lowestoft lo había cambiado todo. Fui reducido a un estado fantasmagórico, y mi otro yo estaba desapareciendo poco a poco. En realidad Borden nos había matado a ambos aquella noche, y la sed de venganza me estaba consumiendo.
La mera idea de matarle me produjo tal satisfacción y entusiasmo que mi personalidad cambió. Yo, que estaba más allá de la muerte, vivía para matar.
Después de haber tomado dicha decisión, el crimen en sí no podía hacerse esperar. Veía la muerte de uno de los gemelos Borden como la clave para mi propia libertad.
Pero no tenía experiencia alguna con la violencia, y antes de hacer nada tuve que decidir cuál era la mejor manera de proceder. Quería un modus operandi que fuera inmediato y personal, uno en el cual Borden, mientras moría sin poder evitarlo, comprendiera quién lo estaba matando y por qué. A través de un sencillo proceso de eliminación, decidí que tendría que apuñalarlo. Una vez más, imaginarme la perspectiva de un acto tan terrible, me causó un embriagador escalofrío de expectación.
Llegué a la conclusión de que lo mejor era apuñalarlo, de la siguiente manera: el veneno era muy lento, peligroso de administrar, e impersonal; un disparo era muy ruidoso, y también carecía de un contacto personal. Prácticamente estaba incapacitado para realizar acciones que requirieran de fuerza física, así que cualquier cosa que supusiera esto, tal como golpearle o estrangularlo, no era algo factible.
Descubrí, realizando un experimento, que si cogía un cuchillo de hoja larga con ambas manos, con firmeza pero no con rigidez, entonces podría deslizado con suficiente fuerza como para atravesar carne.
IV
Dos días después de haber terminado con los preparativos, seguí a Borden hasta el Teatro Queen en Balham, en donde encabezaba el programa de un espectáculo de variedades que estaría en cartelera durante toda la semana. Era un miércoles, en el cual había tanto una función vespertina como una nocturna. Sabía que Borden acostumbraba retirarse a su camerino entre una presentación y otra para dormir una siesta en el sofá.
Observé su actuación desde los bastidores a oscuras, y luego lo seguí por los oscuros pasillos y escaleras hasta su camerino. Cuando estaba dentro, con la puerta cerrada, y el alboroto general que había entre los bastidores se había calmado un poco, fui a buscar mi arma asesina y regresé cautelosamente al pasillo justo afuera del camerino de Borden, recorriendo todos los rincones oscuros hasta estar seguro de que no había nadie por allí.
Llevaba puesta la ropa que había utilizado en la función de Lowestoft, mi vestimenta habitual cuando quería pasar desapercibido, pero el cuchillo era uno normal. Si hubiera sido visto por alguien, habría parecido que el cuchillo estaba flotando en el aire sin que nada lo sostuviera; y no podía arriesgarme a llamar la atención.
Frente al camerino de Borden, justo enfrente de la puerta, me quedé en silencio en un hueco oscuro, tratando de calmar mi respiración, e intentando controlar los latidos de mi corazón. Conté lentamente hasta doscientos.
Después de asegurarme nuevamente de que nadie se acercaba, fui hasta la puerta y me apoyé en ella, presionando mi cara, suave pero firmemente contra la madera. Al cabo de unos pocos segundos la parte frontal de mi cabeza había atravesado la puerta, y pude ver el interior del salón. Había una sola lámpara encendida, que proyectaba una luz mortecina en el pequeño y desordenado salón. Borden estaba recostado en su sofá, con los ojos cerrados y las manos sobre su pecho.
Retiré mi cara.
Agarré bien el cuchillo, abrí la puerta y entré en el camerino. Borden se despertó y miró hacia donde yo me encontraba. Cerré la puerta y le pasé el cerrojo.