El que habla con los muertos (34 page)

BOOK: El que habla con los muertos
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Éste contuvo el aliento, y sin hacer caso del reloj ni de la cadena, cogió el medallón y lo miró con suma atención. En una cara del disco vio una estilizada cruz heráldica que sólo podía ser la de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, pero que había sido rayada una y otra vez con un instrumento cortante que la había mutilado por completo; en la otra cara…

Dragosani, de alguna manera, se lo había esperado. Grabado de manera primitiva, en bajorrelieve, un triple motivo: el demonio, el murciélago y el dragón. Dragosani conocía muy bien aquel emblema, y la pregunta que provocó en él le sorprendió incluso más que a Giresci:

—¿Ha localizado esto?

—¿Quiere decir si he averiguado el significado heráldico del grabado? Lo he intentado. Evidentemente, tiene un significado, pero hasta ahora no he podido descubrir el origen de este escudo. Puedo decirle algo sobre el simbolismo, en la historia local, del dragón y del murciélago; en cuanto a la figura del demonio… es algo bastante oscuro. Claro está que le puedo decir lo que yo pienso sobre el bajorrelieve del medallón, pero son conjeturas personales, sin nada que las sus…

—No —lo interrumpió Dragosani—. No era eso lo que yo quería decir. Conozco muy bien esa imagen. Yo le preguntaba por el hombre, o la criatura, que le dio el medallón. ¿Pudo reconstruir su historia?

Dragosani miró a Giresci, esperando ansioso la respuesta, aunque sin saber por qué había hecho aquella pregunta. Había sido un acto casi involuntario, las palabras le habían salido de la boca, como si hubieran estado esperando que algo las disparara.

Giresci indicó con un gesto que había comprendido la pregunta; luego cogió el medallón, la cadena y el reloj.

—Es extraño, lo sé —dijo—, pero después de una experiencia como la mía, lo normal sería mantenerse alejado de cualquier cosa que estuviera relacionada con ella, ¿no le parece? Uno no esperaría que algo así lo impulsara a emprender un trabajo de años y años de investigación y búsqueda. Pero eso es precisamente lo que hice, y el mejor punto para comenzar esa investigación, y usted también parece haberse dado cuenta, era el nombre, la familia y la historia de la criatura que yo había destruido aquella noche. Ante todo, su nombre: se llamaba Faethor Ferenczy.

—¿Ferenczy? —repitió Dragosani, paladeando casi la palabra.

Se inclinó hacia adelante; sus manos apretaban con fuerza la mesa. Estaba seguro de que aquel nombre significaba algo para él. Pero ¿qué?

—¿Y su familia? —preguntó.

—¿Cómo dice? —Giresci parecía sorprendido—. ¿No encuentra raro el nombre? El apellido es bastante vulgar, eso ya lo sé; es de origen húngaro. ¿Pero Faethor?

—¿Por qué le parece raro?

—Sólo lo he encontrado en otra ocasión: un principillo del siglo IX de nombre Khorvaty. Y su apellido también era muy parecido, Ferrenzig.

«Ferenczy. Ferrenzig —pensó Dragosani—. Uno y el mismo.»

Pero de inmediato se contuvo. ¿Por qué habría de sacar una conclusión tan precipitada? Sin embargo, al mismo tiempo sabía que no se había precipitado a sacar una conclusión, que había sabido desde siempre que el wamphyri tenía una doble identidad. ¿Identidad doble? Quizás aquello también era una idea fruto del apresuramiento. Él sólo había querido decir que los nombres eran los mismos, no los hombres —o el hombre— que los habían llevado. ¿O acaso habría querido decir más que eso? Si era así, había llegado a una conclusión demencia!: que los dos Faethors, el príncipe khorvacio del siglo IX y el moderno hacendado rumano, debían de ser el mismo hombre, y uno solo. Esta conclusión debería ser considerada demencial, pero Dragosani sabía, porque se lo había dicho la antigua criatura enterrada, que el concepto de la longevidad vampírica de los no-muertos no era insensato.

—¿Y qué más averiguó? —preguntó Dragosani, rompiendo por fin el silencio—. ¿Qué sabe de su familia? Quiero decir, ¿hubo algún miembro superviviente? ¿Y de su historia, aparte de esa incomprobable vinculación con el príncipe khorvacio?

Giresci frunció el entrecejo y se rascó la cabeza.

—Es muy frustrante hablar con usted —gruñó—. Todo el tiempo tengo la impresión de que usted conoce casi todas las respuestas, de que tal vez sabe incluso más que yo. Es como si sólo me usara para confirmar sus propias opiniones… —Giresci hizo una pausa, y como Dragosani no dijo nada, continuó—: De todas formas, por lo que he podido averiguar, Faethor Ferenczy fue el último de su linaje. No le ha sobrevivido ningún miembro de su familia.

—¡Entonces está equivocado! —replicó Dragosani, pero de inmediato se mordió el labio y, bajando la voz, se retractó—: Quiero decir… que usted no puede estar seguro de eso.

Giresci quedó desconcertado.

—Otra vez sabe más que yo, ¿no? —El hombre había bebido sin parar el whisky de Dragosani, pero no parecía haberle afectado. Volvió a llenar las copas antes de seguir hablando—. Ahora, permítame que le diga exactamente lo que descubrí acerca de este Ferenczy.

»Cuando comencé mis investigaciones, la guerra ya había terminado. Con respecto a mi manutención, no podía quejarme. Tenía mi propia casa, esta misma, y me «indemnizaron» por la pierna que perdí. Eso, más una pequeña pensión de invalidez, me permitía vivir sin problemas. No tenía para lujos, pero no iba a morirme de hambre, ni a carecer de techo. Mi esposa, bueno, había sido otra víctima de la guerra. No habíamos tenido hijos y yo no volví a casarme.

»Supongo que me dediqué por entero a investigar la leyenda del vampiro porque no tenía otra cosa que hacer, o al menos nada que deseara hacer. Y esto me atrajo como un imán monstruoso…

»Está bien, no quiero aburrirlo; le he explicado esto para darle una visión completa del asunto. Como usted sabe, mis investigaciones comenzaron con Faethor Ferenczy. Regresé al lugar donde habían sucedido las cosas, hablé con la gente que lo había conocido. Casi todo el vecindario estaba en ruinas, pero había unas pocas casas que aún permanecían en pie. La casa de Ferenczy era como una concha vacía, ennegrecida por dentro y por fuera, sin nada que me pudiera dar una pista sobre la naturaleza del hombre o ser que la había habitado.

»De todas formas, varias instituciones me habían dado su nombre: el correo, el registro de la propiedad, la lista de personas muertas o desaparecidas, el registro de bajas de guerra, etc. Pero aparte de estas instituciones oficiales, nadie parecía haberlo conocido personalmente. Más tarde encontré a una anciana que vivía aún en la zona, la viuda Luorni. La mujer había trabajado como asistenta en casa de Ferenczy quince años antes de la guerra. Iba a limpiar y ordenar la casa dos veces a la semana. Este arreglo duró diez años o más, hasta que la mujer decidió abandonar el trabajo. No me dijo la razón, pero era evidente que el problema había sido el mismo Ferenczy, algo en él que ella había ido advirtiendo en el curso del tiempo, y que por último ya no pudo soportar. Nunca mencionó su nombre sin santiguarse. Aun así, conseguí que me contara algunas cosas bastante interesantes sobre Ferenczy. Se las resumo:

»En su casa no había espejos. Sé que no tengo que explicarle el significado de esto…

»La viuda Luorni nunca vio a su patrón fuera de la casa durante el día; en verdad, no lo vio nunca fuera, a excepción de dos ocasiones, y ambas por la noche, en que salió al jardín.

»Ella nunca guisó para él, ni lo vio comer. Nunca. Él tenía una cocina, pero la anciana nunca lo vio utilizarla, y si alguna vez lo hizo, la limpiaría él mismo.

»No tenía esposa, ni familia ni amigos. Recibía muy pocas cartas, y a menudo pasaba varias semanas fuera de casa. No tenía ningún trabajo, y al parecer, tampoco trabajaba en su casa, pero siempre tenía dinero, y en abundancia. Cuando investigué no pude encontrar ninguna cuenta de banco a su nombre. En resumen: Ferenczy era un hombre muy extraño, muy reservado y muy solitario.

»Pero eso no es todo, y el resto es aún más raro. Una mañana, cuando fue a la casa a limpiar, la mujer se encontró allí con la policía. Tres hermanos, una conocida banda de ladrones que operaba en la zona de Moreni —unos delincuentes que la policía llevaba años intentando atrapar— habían sido detenidos en la casa. Al parecer, habían entrado durante la madrugada, pensando que la casa estaba vacía. ¡Una equivocación que les costaría muy cara!

»Según las declaraciones que hicieron después a la policía, Ferenczy arrastraba a uno de ellos al sótano, y obligaba a los otros dos a acompañarlo cuando distrajo su atención la llegada de un grupo de jinetes. Recuerde, en aquellos días la policía local aún utilizaba caballos en las regiones más aisladas. En efecto, se trataba de las fuerzas del orden, puestas sobre aviso de que había merodeadores en la zona. Eran los hermanos, claro está. ¡Y nunca hubo delincuentes más satisfechos de que los pusieran en manos de la ley!

»Eran tres desalmados, sin duda; pero Faethor Ferenczy los había vencido fácilmente. Todos tenían el brazo derecho y la pierna izquierda quebrados, y el responsable era el dueño de la casa. ¡Dragosani, piense qué fuerza debe de haber tenido! La policía le estaba demasiado agradecida como para profundizar en lo sucedido, dijo la viuda Luorni; después de todo, Ferenczy había defendido su vida y su propiedad. Pero para la viuda, que estaba presente cuando se llevaron a los hermanos, era evidente que su patrón los había aterrorizado.

»Por otra parte, ya le he dicho que Ferenczy se llevaba a los cautivos al sótano. ¿Para qué? ¿Para que no escaparan hasta que llegara la policía? Quizá…

—O tal vez para guardarlos, como en una despensa, hasta que… ¿los utilizara? —dijo Dragosani.

Giresci hizo un gesto afirmativo.

—¡Exactamente! De todas formas, después de aquel episodio la viuda dejó de trabajar para Ferenczy.

—Me sorprende que la dejara marchar. Quiero decir, ella debe de haber sospechado algo. Usted dijo que estaba decepcionada con su trabajo, que con el paso del tiempo se había dado cuenta de que había algo en su patrón que no podía soportar. ¿No le preocupó a él lo que ella pudiera decir?

—¡Ah! —respondió Giresci—. Ha olvidado algo, Dragosani. ¿Recuerda cómo él me dominó, con los ojos y con la mente, la noche del bombardeo, cuando murió?

—Hipnotismo —dijo de inmediato Dragosani.

—Sí —asintió Giresci con una sonrisa inexorable—. Es una de las muchas artes del vampiro. Ferenczy se limitó a ordenarle que, mientras él viviera, ella mantuviera la boca cerrada.
Mientras él viviera
, ella olvidaría todo lo que sabía de él, olvidaría incluso que había visto en él algo siniestro.

—Ya lo veo —dijo Dragosani.

—Y su poder era tan grande —continuó Giresci—, que ella realmente olvidó hasta el momento en que yo comencé a hacerle preguntas sobre su antiguo patrón, muchos años más tarde. Y entonces Ferenczy ya estaba muerto.

La manera de ser de Giresci comenzaba a irritar a Dragosani. El aire de satisfacción consigo mismo del hombre, su suficiencia y el buen concepto que parecía tener sobre sus dotes de detective.

—Pero todo esto, claro está, no son más que suposiciones —dijo al fin el nigromante—. No sabe nada con certeza.

—¡Claro que sí! —respondió el otro enseguida—. Lo sé por la viuda. No quiero que me entienda mal: no estoy diciendo que ella me dijera todo esto, no. No nos sentamos a cotillear, ni nada por el estilo. En realidad, tuve que pasar mucho tiempo con ella y preguntarle repetidas veces sobre Ferenczy hasta conseguir esta información. Él ya estaba muerto y su poder había desaparecido, es verdad, pero una pequeña parte aún permanecía activa, ¿lo ve?

Dragosani se quedó pensativo; sus ojos se entrecerraron. De repente se sintió amenazado por el hombre que tenía frente a él. Este Ladislau Giresci era demasiado listo. Dragosani se sentía ofendido por él, y se preguntó por qué. Le resultaba difícil comprender sus propios sentimientos, esa repentina emoción. Ese lugar era demasiado cerrado, le producía claustrofobia; tenía que ser eso. Sacudió la cabeza, se irguió en la silla, e intentó concentrarse.

—Supongo que la viuda ya ha muerto…

—Sí, hace años.

—En ese caso, ¿nosotros somos los únicos que sabemos algo de Faethor Ferenczy?

Giresci miró a Dragosani. La voz de éste había bajado tanto que era poco más que un gruñido bastante siniestro. Algo le pasaba. A pesar de la mirada de interrogación de Giresci, volvió a sacudirse, pestañeando rápidamente.

—Sí, así es —respondió Giresci y frunció el entrecejo—. No he hablado con nadie de esto en… en no sé cuántos años. No hubiera servido de nada, pues nadie me habría creído. Pero ¿se encuentra bien, amigo? ¿Hay algo que le preocupa?

—¿A mí? —preguntó Dragosani se inclinó hacia adelante, como si algo lo empujara hacia Giresci; se obligó a sentarse muy derecho en la silla—. No, claro que no. Sólo tengo un poco de sueño. Debe de ser la comida, la excelente comida que usted me ha dado. Además, he recorrido un largo camino en los últimos días. Sí, es eso; estoy fatigado.

—¿Está seguro?

—Sí, completamente seguro. Pero siga, Giresci, no se detenga ahora. Por favor, cuénteme más cosas sobre Ferenczy y sus antepasados. Sobre los Ferrenzig y los wamphyri en general. Cuénteme todo lo que sabe, o que sospecha. Cuéntemelo todo.

—¿Todo? Eso nos llevaría una semana, o más.

—Puedo disponer de una semana —respondió Dragosani.

—¡Vaya, creo que habla en serio!

—Efectivamente.

—Dragosani, sin duda usted es un joven muy agradable, y es un placer poder hablar con alguien interesado en el tema, y que lo conoce. ¿Qué le hace pensar, sin embargo, que tengo ganas de pasarme una semana entera hablando? A mi edad, el tiempo es algo muy valioso. ¿O acaso piensa que poseo la misma clase de longevidad que Ferenczy?

Dragosani sonrió, pero apenas. Se contuvo cuando estaba a punto de decir «puede hablar conmigo aquí, o en Moscú». No era necesario, todavía no. Además, si se llevaba al hombre a Moscú, Borowitz se enteraría de su gran secreto, cómo había llegado a ser nigromante.

—Bueno, al menos concédame una o dos horas más —cedió Dragosani—. Y puesto que la ha mencionado, podemos comenzar por la longevidad de Ferenczy.

Giresci rió.

—De acuerdo. Además, aún queda whisky. —Se sirvió otra copa, se arrellanó en su asiento, y después de pensar un instante, continuó—: Sí, la longevidad de Ferenczy, la casi inmortalidad del vampiro. Le contaré algo más de lo que me dijo la viuda Luorni. Cuando ella era una niña, su abuela recordaba a un Ferenczy que vivía en la misma casa. Y a la abuela de la viuda, su propia abuela también le había hablado de un Ferenczy. Sin embargo, eso no tiene nada de raro. El hijo sucede al padre, y así por generaciones. Aquí hay muchas familias boyardas cuyos apellidos son muy antiguos. Lo raro es que, según la viuda, nunca hubo mujeres Ferenczy. ¿Y cómo transmite un hombre su apellido a sus descendientes, si no se casa?

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