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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (19 page)

BOOK: El quinto día
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—... uno de los momentos más excitantes que hemos vivido —estaba diciendo el doctor Gerhard Bohrmann en ese momento—. A casi ochocientos metros de profundidad, la excavadora había arrancado algunos cientos de kilos de sedimento cubierto por una sustancia blanca, y arrojaba los trozos al puente de maniobras. O lo que llegaba arriba.

—Eso fue en el Pacífico —explicó Sahling en voz baja—. En 1996, en el
Sonne
, a unos cien kilómetros de la costa de Oregón.

—Teníamos que actuar de prisa, pues el hidrato de metano es una sustancia inestable e insegura —continuó Bohrmann—. Supongo que no conocéis mucho el tema, así que trataré de explicarlo de tal modo que nadie se duerma de aburrimiento. ¿Qué sucede en las profundidades del mar? Entre otras cosas, surge gas. El metano biogénico, por ejemplo, se forma desde hace millones de años al desintegrarse los restos de animales y plantas, cuando las algas, el plancton y los peces se descomponen y se libera una cierta cantidad de carbono orgánico. Las bacterias son las que se encargan principalmente de la desintegración. Ahora bien, en las profundidades marinas dominan las temperaturas bajas y una altísima presión. Cada diez metros, la presión del agua aumenta un bar. Los buzos con tubos bajan hasta los cincuenta metros, o como máximo hasta los setenta, pero eso es todo. Se supone que el récord de profundidad de buceo con aire comprimido está en los ciento cuarenta metros, cosa que no le recomendaría a nadie. La mayor parte de las veces, esos intentos terminan siendo letales. Y aquí estamos, hablando de profundidades a partir de los quinientos metros, una profundidad en la que la física actúa con leyes muy particulares. Cuando el metano, por ejemplo, sube en grandes concentraciones desde el interior de la Tierra al lecho marino, ahí abajo sucede algo extraordinario: el gas se mezcla con el agua fría de las profundidades para formar hielo. Puede que alguna vez leáis en el periódico el concepto «hielo de metano». Pues bien, eso no es del todo correcto. No es el metano lo que se congela sino el agua que lo envuelve. Las moléculas de agua se cristalizan en estructuras muy pequeñas, como jaulas, dentro de las que se encuentra una molécula de metano. Comprimen el gas y lo compactan en el menor espacio posible.

Uno de los alumnos levantó inseguro la mano.

—¿Tienes alguna pregunta?

El chico titubeó.

—Quinientos metros no es demasiada profundidad, ¿no? —dijo finalmente.

Bohrmann lo contempló en silencio algunos instantes.

—No estás muy impresionado, ¿no es cierto?

—Sí, sí. Es sólo que... bueno, Jacques Piccard estuvo con un batiscafo en la fosa de las Marianas, a once mil metros de profundidad... y eso es mucha profundidad. ¿Por qué no existe ese hielo a esa profundidad?

—¡Felicidades! Veo que has estudiado la historia del batiscafo tripulado. ¿Por qué crees tú qué es?

El chico se quedó pensando y se encogió de hombros.

—Está clarísimo —contestó una chica en su lugar—. Allí abajo hay muy poca vida. A partir de los mil metros de profundidad se descompone muy poca materia orgánica, y por lo tanto surge muy poco metano.

—Lo sabía —murmuró Johanson en el puente—. Las mujeres son más inteligentes.

Bohrmann le sonrió a la chica con amabilidad.

—Es cierto, aunque por supuesto siempre hay excepciones. Y, de hecho, también encontramos hidrato de metano en ámbitos más profundos, incluso a una profundidad de tres kilómetros, cuando se depositan allí sedimentos con un alto contenido de materia orgánica. Eso es lo que sucede en algunas zonas costeras. Por otra parte, también cartografiamos concentraciones de hidrato en aguas muy poco profundas, donde no hay suficiente presión. Pero si la temperatura es lo suficientemente baja, se forma hidrato de todos modos, por ejemplo en la plataforma polar. —Se dirigió de nuevo a todo el grupo—. No obstante, los principales yacimientos se encuentran en los taludes continentales, entre los quinientos y los mil metros de profundidad. Metano comprimido. Frente a las costas norteamericanas, estudiamos hace poco una cadena montañosa submarina, de medio kilómetro de altura y veinticinco kilómetros de longitud, que en su mayor parte es de hidrato de metano. Una parte está en el interior de la roca, otra parte yace al descubierto en el lecho marino. Hace un tiempo que sabemos que los océanos están llenos de esta materia, pero sabemos algo más: el hidrato de metano es lo que les da consistencia a los taludes continentales submarinos, como una especie de argamasa. Si ahora quisiéramos extraer todo el hidrato, los taludes continentales tendrían tantos agujeros como un queso gruyere, con la diferencia de que el gruyere conserva su forma incluso con los agujeros. Los taludes, en cambio, se derrumbarían. —Bohrmann dejó que sus palabras hicieran efecto durante algunos segundos—. Pero eso no es todo. Los hidratos de metano sólo son estables, como he dicho, bajo una gran presión en combinación con temperaturas bajas, lo que significa que no todo el metano se congela, sino solamente las capas superiores, ya que en el interior de la Tierra las temperaturas vuelven a aumentar, y en el interior del sedimento hay burbujas de metano que no están congeladas. Siguen en estado gaseoso, pero como la capa congelada funciona como una tapa, no hay escapes.

—Creo haber leído algo sobre eso —dijo la chica—. Los japoneses están intentando extraerlo, ¿no es cierto?

Johanson se lo estaba pasando bien; aquello le recordaba sus años escolares. En cada curso, siempre había algún alumno que tenía una preparación excepcional y se sabía la mitad de lo que se suponía que debía aprender. Imaginó que aquella chica no debía de ser muy popular entre sus compañeros.

—No sólo los japoneses —replicó Bohrmann—. Todo el mundo querría extraerlo, pero no es fácil. Cuando subimos los trozos de hidrato de casi ochocientos metros, a mitad de camino se desprendían de ellos burbujas de gas. Lo que finalmente llegó arriba seguía siendo mucho, pero era sólo una parte de lo que habíamos arrancado en realidad. Ya os he dicho que el hidrato de metano se vuelve inestable muy rápidamente. Si eleváramos sólo un grado la temperatura del agua a una profundidad de quinientos metros, podría suceder que todo el hidrato que se encuentra allí se desestabilizara de golpe. De modo que actuamos rápidamente y colocamos los trozos en tanques con nitrógeno líquido, donde permanecen estables. Acercaos un poco.

—Lo hace bien —observó Johanson mientras Bohrmann se dirigía con el grupo de alumnos a una estantería hecha de armazones de acero con gruesas soldaduras, en la que se apilaban recipientes de distintos tamaños. Abajo del todo había cuatro objetos plateados con forma de tanques. Bohrmann arrastró hacia adelante uno de ellos, se puso guantes y abrió la tapa. Se produjo un siseo. Del interior salió un vapor blanco, y algunos alumnos retrocedieron un paso involuntariamente.

—Eso es sólo el nitrógeno.

Bohrmann metió la mano en el recipiente y extrajo un trozo del tamaño de un puño, que parecía un pedazo de hielo sucio. Unos segundos después el pedazo comenzó a producir siseos y chasquidos muy tenues. Le hizo señas a la chica para que se acercara, desprendió un fragmento del trozo y se lo dio.

—No te asustes —dijo—. Está frío, pero puedes cogerlo con la mano sin problemas.

—Apesta —dijo la chica en voz alta.

Algunos alumnos se rieron.

—Correcto: huele a huevo podrido. Es el gas que se escapa. —Bohrmann rompió el trozo en varios fragmentos más y los repartió—. ¿Veis lo que pasa? Las franjas sucias del hielo son partículas de sedimento. Dentro de pocos segundos no quedará nada más que unos cuantos grumos y un charco de agua. El hielo se derrite y las moléculas de metano salen de sus jaulas y se volatilizan. También puede describirse así: lo que hasta hace un momento era un fragmento estable del lecho marino se transforma en nada en poquísimo tiempo. Eso era lo que quería enseñaros.

Hizo una pausa. Los alumnos se habían concentrado totalmente en los trozos que siseaban y se iban haciendo cada vez más pequeños. Iban y venían comentarios picantes sobre el hedor. Bohrmann esperó hasta que los trozos se disolvieron y luego continuó:

—Pero además acaba de pasar otra cosa, que no habéis podido ver, y que es decisiva para el respeto que les tenemos a los hidratos. Os he dicho antes que las jaulas de hielo comprimen el metano; pues bien de cada centímetro cúbico de hidrato que habéis tenido en la mano acaban de liberarse ciento sesenta y cinco centímetros cúbicos de metano. Cuando el hidrato se derrite, el volumen se vuelve ciento sesenta y cinco veces mayor. Y en cuestión de segundos. Lo que queda es el charco en vuestras manos. Puedes meter la punta de la lengua —le dijo Borhmann a la chica— y decirnos qué sabor tiene.

La alumna lo miró, escéptica.

—¿En esta cosa apestosa?

—Ya no apesta. El gas se ha evaporado. Pero si no te animas, lo haré yo.

Risitas. La chica bajó lentamente la cabeza y lamió el charquito de agua.

—Agua dulce —gritó, sorprendida.

—Correcto. Cuando el agua se congela, se separa la sal, por decirlo de algún modo. Por eso la Antártida es la mayor reserva de agua dulce del mundo. Las montañas de hielo son de agua dulce. —Bohrmann cerró el recipiente que contenía el nitrógeno líquido y lo colocó de nuevo en la estantería—. Lo que acabáis de ver es la razón por la que hay tanta discrepancia en cuanto a la extracción de hidrato de metano. Si nuestra intervención conduce a que los hidratos se desestabilicen, puede ser que haya reacciones en cadena. ¿Qué sucedería si reventara la argamasa que da consistencia a los taludes continentales? ¿Qué efectos tendría sobre el clima a nivel mundial que el metano de las profundidades llegara a la atmósfera? El metano es un gas de tipo invernadero, podría calentar más la atmósfera, y entonces se calentarían a su vez los mares, etcétera. Nosotros aquí tenemos en cuenta todas estas cuestiones.

—¿Y entonces por qué intentan extraerlo? —preguntó otro alumno—. ¿Por qué no lo dejan ahí abajo?

—Porque podría resolver los problemas energéticos —dijo la chica, y se adelantó un poco más—. Es lo que escribieron sobre los japoneses. Los japoneses no tienen materia prima, deben importarlo todo, pero el metano les resolvería su problema.

—Eso es una tontería —replicó el chico—. Si trae más problemas que los que elimina, no resuelve nada.

Johanson sonrió.

—Los dos tenéis razón. —Bohrmann alzó las manos—. Podría resolver los problemas energéticos. Por eso, toda la cuestión ya no es sólo un tema científico. Las empresas energéticas también han empezado a investigar. Creemos que en los hidratos de gas marinos hay una cantidad de carbono de metano retenido dos veces mayor que todos los yacimientos conocidos de gas, petróleo y carbón de la Tierra juntos. Sólo en las crestas de hidrato frente a las costas de América, una área que no tiene más de veintiséis mil kilómetros cuadrados, hay treinta y cinco gigatoneladas. ¡Eso es cien veces más de lo que todo Estados Unidos consume de gas en un año!

—Suena impresionante —le dijo Johanson a Sahling en voz baja—. No sabía que hubiera tanto.

—Es mucho más que eso —contestó el biólogo—. Nunca puedo retener las cifras, pero él las conoce exactamente.

Como si lo hubiera oído, Bohrmann dijo:

—Es posible que en el mar haya (sólo podemos hacer un cálculo aproximado) más de diez mil gigatoneladas de metano congelado. A eso se agregan las reservas terrestres, en las profundidades del permafrost de Alaska y Siberia. Sólo para que os hagáis una idea de las cantidades: todos los yacimientos disponibles en la actualidad de carbón, petróleo y gas suman exactamente cinco mil gigatoneladas, más o menos la mitad. No es de extrañar que la industria energética se devane los sesos pensando cómo puede extraer el hidrato. Sólo el uno por ciento duplicaría de un golpe las reservas de combustible de Estados Unidos, que es el país que más gasto energético tiene del mundo. Pero siempre acaba pasando lo mismo: la industria ve una enorme reserva de energía y la ciencia ve una bomba de relojería, de modo que intentamos ponernos de acuerdo cooperando, por supuesto siempre en interés de la humanidad... Bien, con esto hemos llegado al final de nuestra visita. Gracias por haber venido. —Sonrió satisfecho—. Es decir, gracias por haber prestado atención.

—Y por haber comprendido algo —murmuró Johanson.

—Ojalá —agregó Sahling.

—Lo recordaba distinto —le dijo Johanson a Bohrmann pocos minutos después al darle la mano—. En Internet aparecía usted con bigote.

—Me lo he afeitado. —Bohrmann se tocó el labio superior—. De hecho, podría decirse que es su culpa.

—¿Por qué?

—Estaba pensando en sus gusanos. Esta mañana. Estaba frente al espejo y el gusano pasó arrastrándose por mi mente y ejecutó un giro en la mitad del cuerpo que mi mano, por razones que desconozco, siguió con la maquinilla de afeitar. Una esquina del bigote desapareció, así que sacrifiqué también el resto a la ciencia.

—De modo que tengo su bigote sobre mi conciencia. —Johanson arqueó las cejas—. Eso sí es nuevo.

—No sufra, crecerá de nuevo en cuanto nos vayamos de expedición. En el mar todos terminamos dejándonoslo crecer... no sé muy bien por qué. Tal vez necesitamos la idea de parecer aventureros para no marearnos. Venga, vayamos al laboratorio. ¿Quiere tomar antes una taza de café? Podríamos hacer una pequeña excursión al bar.

—No, la verdad es que tengo curiosidad. El café puede esperar. ¿Se va otra vez de expedición?

—En otoño —asintió Bohrmann mientras atravesaban pasajes y pasillos de cristal—. Queremos ir a las zonas de subducción de las islas Aleutianas para estudiar corrientes frías. Ha tenido suerte de encontrarme en Kiel. Hace dos semanas que he llegado de la Antártida después de estar casi ocho meses en el mar. Al día siguiente recibí su llamada.

—¿Puedo preguntarle qué ha estado haciendo ocho meses en la Antártida?

—Llevando hibernantes al hielo.

—¿Hibernantes?

Bohrmann rió.

—Científicos y técnicos que iniciaron sus trabajos en diciembre. El elenco que está ahora allá abajo extrae núcleos de perforación de hielo de una profundidad de cuatrocientos cincuenta metros. ¿No es increíble? Ese viejo hielo contiene la historia del clima de los últimos siete mil años.

Johanson pensó en el taxista.

—La mayoría de la gente no se impresionará mucho. No entenderán cómo la historia del clima puede ayudar a erradicar el hambre o a ganar el próximo mundial de fútbol.

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