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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (73 page)

BOOK: El quinto día
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—¿Un buque ultramoderno que carga metano explota porque las medusas tapan los orificios de fondo? —preguntó Roche.

Peak pensó que la pregunta en el fondo era extraña. Se trataba de una reunión de destacados científicos que miraban como chicos desilusionados en vista de que la técnica no funcionaba.

—Los buques cisterna y los cargueros son construcciones que sólo tienen una mitad de alta tecnología; la otra mitad es arcaica. El motor diesel marino y el servomotor del timón pueden ser ingenios complicados, muy desarrollados, pero que a fin de cuentas sirven para dar vueltas a una hélice y mover un pedazo de acero de un lado a otro. Navegamos con GPS, pero el agua fría se bombea al interior por un agujero. ¿Por qué tendría que ser de otra manera? El buque flota. Es así de simple. De vez en cuando uno de los orificios se tapona, si por casualidad entran algas o alguna otra cosa, pero entonces se limpia y ya está. Y cuando uno está atascado, se utiliza otro. La naturaleza nunca ha puesto en marcha una ofensiva contra los orificios de fondo de los barcos. ¿Por qué entonces mejorar el sistema?... —Dejó pasar unos segundos—. Doctor Roche, si mañana unos insectos minúsculos decidieran dedicarse a taponar los agujeros de su nariz, su maravilloso y complejísimo cuerpo correría el peligro de extinguirse. ¿Ha pensado alguna vez que semejante cosa podría suceder? Pues precisamente ahí reside el problema de todo lo que nos está afectando. ¿Solemos preguntarnos qué podría sucedemos?

Johanson apenas prestaba atención. Conocía el próximo capítulo en todos sus detalles. Bohrmann y él lo habían preparado para la exposición de Peak. El tema eran los gusanos y los hidratos de metano. Mientras Peak hablaba, tomó nota en su ordenador portátil de algunas ideas deshilvanadas:

«Los sistemas neuronales influidos por los...».

¿Por los qué?

Tenía que encontrar el concepto adecuado. Le molestaba hacer constantemente formulaciones aproximadas. Ensimismado, miraba fijamente la pantalla. ¿Tenía el comité acceso a los programas? Se le ocurrió, y no le gustó nada, la idea de que Li y su gente podían espiar sus ideas. Él tenía su teoría, y quería planteársela en el momento que él decidiera.

La pura casualidad quiso que el anular y el medio de su mano izquierda escribieran de golpe una palabra. En realidad era menos que una palabra. En la pantalla de su ordenador portátil aparecieron tres letras:

«Yrr».

Johanson estuvo tentado de borrarlas. Luego se detuvo.

¿Y por qué no?

Era una palabra tan buena como cualquier otra. Ésta incluso era mejor que una verdadera palabra, porque se sustraía a cualquier intento de interpretación. En el fondo no sabía sobre qué estaba escribiendo. No disponía de ningún concepto adecuado para eso, así que el camino de la abstracción parecía aconsejable.

«Yrr».

Yrr
sonaba bien. De momento lo mantendría.

Mientras escuchaba, Weaver masticaba ya el tercer lápiz.

—Tal vez el diluvio universal fue igual de devastador. —Peak estaba terminando su minuciosa explicación—. Las descripciones de inundaciones forman parte de todos los mitos y tradiciones religiosos. Tal vez la descripción más antigua de un tsunami a que podamos dar crédito sea la que relata una catástrofe natural producida en el mar Egeo en el 479 a. J.C. Del mismo modo tenemos conocimiento de los sesenta mil muertos de Lisboa en 1755, cuando Portugal fue alcanzado por olas de diez metros de altura. También sabemos con certeza de la explosión del Krakatoa en 1883. Saltó la mayor parte de la cima del volcán y la caldera submarina se derrumbó sobre la cámara de magma. Dos horas más tarde olas de cuarenta metros alcanzaban las zonas costeras en torno a Sumatra y Java; más de trescientos pueblos fueron devastados y murieron casi treinta y seis mil personas. En 1933 un tsunami bastante menor asoló la ciudad japonesa de Sanriku y arrolló el nordeste de Honshu. El balance fue de tres mil muertos, nueve mil edificios destruidos y ocho mil barcos hundidos. Ninguno de estos acontecimientos se asemeja ni siquiera por aproximación al tsunami del norte de Europa. Allí los estados vecinos son todos, sin excepción, países altamente industrializados. Están habitados por un total de doscientos cuarenta millones de personas, la mayoría en la costa.

Miró al público. En la sala había un silencio mortal.

—Desde el punto de vista geológico toda la zona ha experimentado un cambio brusco. Aún no pueden preverse las consecuencias para la humanidad; en cuanto a la economía, son demoledoras. Algunas de las principales ciudades portuarias del mundo han sido parcial o totalmente destruidas. Hasta hace pocos días Rotterdam era la plaza comercial marítima más grande de todos los tiempos, y el mar del Norte contenía una de las principales reservas de energía fósil. De allí se extraían alrededor de cuatrocientos cincuenta mil barriles de petróleo diarios. La mitad de los recursos petroleros europeos se halla frente a las costas de Noruega y frente a Inglaterra, así como una parte considerable de las reservas mundiales de gas. Esta poderosa industria quedó aniquilada en pocas horas. El número de víctimas mortales, según una estimación prudente, ronda los dos o tres millones; el de heridos y personas que se han quedado sin hogar es muy superior.

Peak les leyó las cifras como si fueran un informe meteorológico, con tono objetivo y sin emoción aparente.

—Lo que no está claro es qué desencadenó el deslizamiento. Los gusanos se cuentan entre las mutaciones más notables con que hasta ahora nos hemos enfrentado. No hay un proceso natural que explique la aparición de miles de millones de estas agrupaciones de gusanos y bacterias. No obstante, nuestros amigos de Kiel y el doctor Johanson sostienen que falta una pieza en el rompecabezas. Por inestables que se hayan vuelto los campos de hidratos debido a la invasión, simplemente no podía preverse una catástrofe así. Tiene que haber intervenido un factor suplementario, que junto con la ola ha dado origen sólo a la parte visible del problema.

Weaver se irguió. Sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. Aunque la imagen tomada por satélite que apareció en la pantalla en esos momentos no era nítida, pues había sido tomada desde gran altura y aclarada artificialmente, ella reconoció el barco de inmediato.

—Estas tomas demuestran lo que quiero decir —dijo Peak—. Vigilamos el barco vía satélite...

¿Cómo? Weaver creyó haber escuchado mal.

¿Habían vigilado a Bauer?

—Un barco de investigación llamado
Juno
—continuó Peak—. Las imágenes fueron tomadas de noche por un satélite de reconocimiento militar llamado Eorsat. Por suerte tuvimos una visibilidad perfecta y un mar muy tranquilo, lo cual es inusual en la zona. El
Juno
estaba en ese momento frente a las costas de Spitzberg.

Las luces del barco se recortaban borrosas contra la superficie negra. De repente aparecieron en el agua unas manchas claras que se difundieron hasta que todo el mar pareció hervir.

El
Juno
osciló a derecha e izquierda y giró.

Luego se hundió como una piedra.

Weaver se quedó paralizada. Nadie la había preparado para eso. Ahora sabía por fin dónde había acabado Bauer. El
Juno
yacía en el fondo del mar de Groenlandia. Pensó en los inquietantes apuntes de Bauer, en sus temores y en sus miedos. Tomó conciencia dolorosamente de que ahora ella sabía sobre el tema más que cualquier otro. Bauer le había legado su patrimonio intelectual.

—Fue la primera vez desde el inicio de las anomalías —dijo Peak— que pudimos observar este efecto. Ya conocíamos desde hacía cierto tiempo los escapes de metano en esta zona, pero...

Weaver alzó la mano.

—¿Supusieron que pasaría algo así?

Peak la miró con sus ojos claros. Su rostro, completamente inmóvil, parecía tallado.

—No.

—¿Y qué hicieron cuando se hundió el
Juno
'?

—Nada.

—¿No pudieron hacer nada pese a vigilar por medio de satélites la zona y el barco?

Peak sacudió lentamente la cabeza.

—Hemos observado toda una serie de barcos a fin de reunir datos. No se puede estar en todas partes al mismo tiempo. Nadie podía partir de la base de que justamente ese barco...

—¿Me equivoco o los efectos de estos escapes son bastante conocidos? —Le interrumpió Weaver con vehemencia—. Por ejemplo, el supuestamente misterioso Triángulo de las Bermudas.

—Miss Weaver, nosotros...

—Se lo preguntaré de otro modo. Si ustedes sabían que en el pasado habían desaparecido barcos de esa manera, y si además sabían que en el mar del Norte estaba aumentando la liberación de metano, ¿no sospecharon también lo que le esperaba al talud continental noruego?

Peak la miraba fijamente.

—¿Qué quiere decir con eso?

—¡Quiero saber si hubieran podido hacer algo!

La expresión de Peak no se modificó. Tenía la vista clavada en Weaver. Se había hecho un silencio desagradable.

—Nos equivocamos en la evaluación —dijo finalmente.

Li conocía muy bien esas situaciones. A Peak no le quedaría más opción que admitir parcialmente el fracaso del reconocimiento aéreo. Efectivamente habían registrado un aumento de metano frente a las costas de Noruega, pero también habían registrado muchas otras cosas. De los gusanos no sabían nada.

Se puso de pie. Era hora de echar una mano a Peak.

—No hubiéramos podido hacer absolutamente nada —dijo con calma—. Por lo demás, quisiera pedirles que en lugar de emitir juicios escuchen la exposición del mayor. Quizá me permitan recordar que los asesores científicos presentes en la sala fueron seleccionados en virtud de dos criterios: su competencia profesional y su experiencia. Algunos de ustedes han estado directamente implicados en los acontecimientos. ¿Qué podría haber impedido el doctor Bohrmann? ¿Y el doctor Johanson? ¿Y Statoil? ¿Qué podría haber impedido usted, señorita Weaver? ¿Realmente cree que la observación por satélite va acompañada de una fuerza de ataque omnipresente que pase lo que pase llega al lugar de inmediato y rescata a los afectados? ¿O más bien hemos de mirar hacia otro lado?

La periodista frunció el ceño.

—No estamos aquí para hacernos reproches mutuamente —dijo Li con énfasis antes de que Weaver pudiera responderle—. Quien esté libre de culpa, que arroje la primera piedra. Así lo aprendí yo. Así lo dice la Biblia, y en muchas cosas la Biblia tiene razón. Nos encontramos aquí para impedir que pasen más cosas. ¿Estamos de acuerdo?

—Aleluya —murmuró Weaver.

Li guardó silencio un momento.

Luego sonrió de repente. Era la hora de la zanahoria.

—Todos estamos muy revolucionados —dijo—. La comprendo perfectamente, señorita Weaver. Mayor Peak, haga el favor de continuar.

Por un momento Peak se sintió molesto. Los soldados no expresaban críticas o reparos de esa manera. No tenía nada en contra de los reparos y las críticas, pero odiaba que lo pusieran en ridículo sin poder restablecer la situación con una orden concisa. De pronto sintió un odio sordo por la periodista. Se preguntó cómo se las arreglaría con ese montón de científicos.

—Lo que acaban de ver fue la liberación de una cantidad bastante grande de metano —dijo—. Lamento mucho la muerte de los marinos, pero el gas liberado nos plantea problemas mucho mayores. Como consecuencia del desprendimiento ha llegado a la atmósfera una cantidad de metano un millón de veces mayor que la que causó el hundimiento del
Juno
. Sabemos lo que podría suceder si todo el metano se escapara así en todo el mundo. El resultado sería igual a una sentencia de muerte. La atmósfera moriría.

Calló un momento. Peak estaba curtido en esas lides, pero lo que tenía que comunicar le producía también a él un miedo infernal.

—Debo comunicarles que los gusanos han aparecido tanto en el Atlántico como en el océano Pacífico —dijo cuidadosamente—. Concretamente, han sido descubiertos en los taludes continentales de Norteamérica y de Sudamérica, en la costa oeste canadiense y en Japón.

Se hizo un silencio mortal.

—Ésta era la mala noticia.

Alguien tosió; sonó como una pequeña explosión.

—La buena es que la invasión no alcanza en absoluto las dimensiones de la de Noruega. Los organismos sólo habitan superficies aisladas. Definitivamente, en esas concentraciones no están en condiciones de ocasionar daños serios. Pero debemos contar con que de un modo u otro aumentarán. Al parecer, frente a las costas de Noruega ya se detectaron el año pasado poblaciones relativamente pequeñas que estaban asentadas en una zona que había seleccionado Statoil para probar nuevos tipos de fábricas.

—Nuestro gobierno no puede confirmarlo —dijo un diplomático noruego desde la última fila.

—Lo sé —dijo Peak con tono irónico—. Al parecer, prácticamente todos los que participaban en el proyecto han muerto, de modo que nuestras fuentes se limitan al doctor Johanson y al grupo de investigadores de Kiel. Ahora bien, a nosotros nos han concedido una prórroga, y deberíamos aprovecharla para hacer algo lo más rápido posible contra esos bichos de mierda.

Se detuvo. Bichos de mierda. Demasiado emocional. Eso no estaba bien. De algún modo se había dejado llevar en los últimos metros.

—¡Y por Dios santo que son bichos de mierda! —rugió una voz.

Un hombre de aspecto notable se había puesto en pie. Grande y macizo y vestido con un impermeable de color naranja, descollaba como una roca. Por debajo de su gorra de béisbol sobresalían por todos lados unos rizos negros erizados como púas. Sus enormes gafas con cristales de color hacían equilibrio sobre una nariz demasiado pequeña, que se afirmaba tercamente con su terminación en punta sobre una boca tan ancha como la de un sapo. Cada vez que esa boca se abría y empujaba hacia abajo el mentón colosal, uno evocaba fatalmente el programa de los teleñecos.

«Doctor Stanley Frost —decía en la identificación del gigante—, vulcanólogo».

—He revisado la documentación —dijo Frost como si estuviera predicando el Evangelio—, y no me ha gustado en absoluto. Nos estamos concentrando en los taludes continentales de zonas densamente pobladas.

—Sí, porque siguen al modelo noruego. Primero unos pocos animales y luego, de la noche a la mañana, hordas enteras.

—No deberíamos concentrarnos sólo en eso.

—¿Quiere que suceda de nuevo lo que sucedió en el norte europeo?

—¡Mayor Peak! ¿Acaso he dicho que deberíamos prestar atención a los taludes? ¡No! Sólo he indicado que nos centramos únicamente en ellos, lo cual (Dios es mi testigo) da muestras de una torpeza soberana. Para mí es demasiado evidente. El diablo está planeando actuar por otras vías.

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