John Furia Zacharias, alias «Cortés», experto falsificador cuya vida se ha convertido en una sarta de mentiras; Judith Odell, cuyo poder para dominar a los hombres es mayor de lo que ella misma cree; y Pai'oh'Pah, un misterioso asesino procedente de otra dimensión, se ven envueltos en una compleja trama situada en Imajica. Un universo poliédrico y oscuro, regido por leyes más allá de nuestro conocimiento; lejano pero, a la vez, a nuestro alcance. Una historia donde el erotismo y la pasión se entrelazan con el terror y la ambición.
Clive Barker, uno de los autores más aclamados del mundo, logra con Imajica una de sus obras más ambiciosas. La novela reúne todos los ingredientes del mejor Barker —fantasía, terror y misterio— en una combinación perfecta que colmará las expectativas del lector más exigente.
Clive Barker
Imajica
Vol. 1: El quinto dominio
ePUB v2.0
Creepy24.07.12
Título original:
Imagica volume I
Clive Barker, 1991.
Traducción: María del Mar Rodríguez Barrena, Concepción Rodríguez González, Ana Isabel Domínguez
Ilustraciones: Richard A. Kirt
Editor original: Creepy
ePub base v2.0
Ilustraciones
No dejamos de mirar hacia atrás una y otra vez en busca de razones; escudriñamos el pasado con la esperanza de descubrir algún fragmento de una explicación que nos ayude a comprendernos mejor, tanto a nosotros mismos como a nuestras circunstancias.
Para los psicólogos, esta búsqueda se produce quizás a raíz del acoso de un dolor básico. Para los físicos, no es más que un rastreo en busca de evidencias de la Primera Causa. Para los teólogos, por supuesto, es una cruzada para buscar las huellas de Dios en la Creación.
Y para un cuentacuentos (particularmente para un fabulista, un escritor de «fantásticos» como yo) muy bien puede tratarse de una búsqueda de las tres cosas a la vez, motivada por la vaga sospecha de que están relacionadas inextricablemente.
Imajica
fue un intento de urdir estas búsquedas en una sola narración, de plegar mis escasos conocimientos de este trío de disciplinas (psicología, física y teología) en una aventura interdimensional. La novela resultante es caótica, no cabe duda. El libro es, sencillamente, demasiado complicado y demasiado heterogéneo para el gusto de algunos. Para otros, sin embargo, la absurda ambición de
Imajica
forma parte de su encanto. Estos lectores perdonarán la poca elegancia de la estructura de la novela y considerarán que, a pesar de que tiene sus caminos duros y sus callejones sin salida, el viaje merece la pena después de todo.
Mis editores, en cambio, se enfrentaron a un problema más práctico a la hora de preparar el libro para su edición de bolsillo. Si no se quería que el volumen pesara tanto que derribara la estantería, el tamaño de la letra debía reducirse de tal manera que muchas personas, entre las que me incluyo, lo considerarían muy por debajo del ideal. Cuando recibí los ejemplares para el autor, se me vino a la cabeza una Biblia de tamaño bolsillo que mi abuela me regaló cuando cumplí los ocho años, en la que las palabras estaban comprimidas de forma tan densa que los renglones bailaban ante mis saludables ojos. Aquella no fue (tengo que admitirlo) una asociación muy desagradable, ya que las raíces de la extraña florescencia de
Imajica
provienen de la poesía de Ezequiel, Mateo y el Apocalipsis; sin embargo, tenía plena consciencia, al igual que mis editores, de que el libro no era todo lo cómodo para el lector que nosotros deseábamos que fuese.
Y de esas tempranas inquietudes nació esta nueva edición en dos volúmenes. Tengo que admitir con toda honestidad que el libro no fue creado para publicarse de esta manera. El lugar que hemos elegido para dividir la historia carece de cualquier significado particular; se limita a partir el texto por la mitad, más o menos: un sitio en el que se puede dejar un tomo y, si la historia ha obrado su magia, coger el siguiente. Aparte de un tamaño de la letra mayor y de la adición de estas palabras a modo de explicación, la novela ha permanecido intacta.
Personalmente, nunca me han importado demasiado los detalles de una edición u otra. Si bien resulta muy agradable pasar las páginas de un libro hermosamente encuadernado e impreso de forma inmaculada sobre un papel libre de ácidos, lo que importa son las palabras. La primera copia de los relatos de Poe que cayó en mis manos fue una edición de bolsillo con una cubierta demasiado dorada; y lo mismo sucedió con
Moby Dick
.
Sueño de una noche de verano
y
La duquesa de Malfi
son libros que aparecieron en primer lugar como manoseadas ediciones escolares. No tenía la más mínima importancia que estuvieran impresas en papel burdo y manchado. Su potencial no se vio deslucido en absoluto. Yo tengo la esperanza de que ocurra lo mismo con la narración que sujetas entre las manos en este mismo momento: que la forma en la que se presenta sea finalmente irrelevante.
Una vez aclarado ese asunto, permite que te demore un poco más con unos cuantos pensamientos acerca de la historia en sí. Durante las firmas de libros y convenciones, me han hecho numerosas preguntas acerca del libro, y este parece un lugar tan bueno como cualquier otro para responderlas brevemente.
En primer lugar está la pronunciación.
Imajica
está plagada de nombres y términos inventados, algunos de los cuales son verdaderos trabalenguas: Yzordderrex, Patashoqua y Hapexamendios entre ellos. No existe ninguna regla que dicte cómo deben deslizarse, o salir a trompicones, de la boca. Después de todo, provengo de un país bastante pequeño en el que se puede atravesar un pequeño grupo de colinas y descubrir que, al otro lado, la gente utiliza el lenguaje de una forma totalmente distinta a las personas con las que se acababa de hablar pocos minutos antes. Esto ni es positivo ni negativo. El lenguaje no es un régimen fascista. Cambia de forma constantemente y desafía sin el menor esfuerzo cualquier intento de confinamiento o regulación. Si bien es cierto que tengo una pronunciación propia para las palabras que he utilizado en el libro, incluso estas sufren variaciones cuando, como ya ha ocurrido en varias ocasiones, me encuentro con personas que las pronuncian de una manera más interesante. Un libro pertenece por igual a sus lectores y a su autor, por eso te invito a que busques el sonido que más te guste y lo disfrutes.
La otra cuestión que me gustaría explicar es la motivación que me llevó a escribir esta novela. Por supuesto, una cuestión semejante no tiene una explicación sencilla, pero te proporcionaré todas las pistas que pueda. En primer lugar, siempre he sentido interés por la idea de las dimensiones paralelas y la influencia que puedan ejercer sobre la vida que llevamos en este mundo. No me cabe la menor duda de que la realidad que ocupamos es solo una de muchas, de que dar un paso a un lado podría llevarnos a un lugar diferente. Tal vez, nuestras vidas también discurran en esas otras dimensiones, modificadas en parte o por completo. O, tal vez, esos otros lugares nos sean totalmente ajenos: pueden ser reinos donde moren los espíritus, tierras de leyendas o infiernos. Puede que todo a la vez.
Imajica
es un intento de crear una narración que explore dichas posibilidades.
También trata sobre Cristo. A la gente no deja de causarle asombro que la figura de Jesús sea de vital importancia para mí. Echan un vistazo a
The Hellhound Heart
o a cualquiera de las historias que se incluyen en
Los libros de sangre
y me toman por un pagano que contempla el cristianismo como una mera distracción que nos hace olvidar las nociones del sufrimiento y la muerte. Esta observación encierra algo de verdad. Desde luego que los cánticos hipócritas y los dogmas sarcásticos de las religiones jerarquizadas me parecen grotescos y, en numerosas ocasiones, inhumanos. Tomemos el Vaticano como ejemplo, que se preocupa más de la autoridad que ostenta que del planeta y del rebaño que lo habita. Sin embargo, los retazos mitológicos que aún son visibles bajo capas y capas superpuestas a lo largo de los siglos por los juegos de poder y los rituales (como la historia de la crucifixión y resurrección de Jesús o la del sanador que caminó sobre las aguas y resucitó a Lázaro) me impresionan mucho más que cualquier otra historia que haya escuchado jamás.
Encontré a Jesús de la misma manera que encontré a Dionisio o al Coyote, a través del arte. Blake me lo mostró; como también lo hicieron Bellini y Gerard Manley Hopkins, junto con decenas de otros artistas, y cada uno me ofrecía su interpretación particular. Desde entonces, quise encontrar la manera de escribir sobre Jesús con mis propias palabras; de desplegar su presencia en una historia salida de mi imaginación. Una tarea que resultó ardua. La mayor parte de la literatura fantástica bebe de la inspiración que ofrece el mundo anterior al cristianismo; la obtiene de las hadas, la Atlántida o los sueños de criaturas del ocaso celta que jamás conocieron la comunión. Por supuesto, no hay nada de malo en ello, pero siempre me ha planteado la duda de si esos autores no se obstinaban por negar sus raíces cristianas, ya fuera por frustración o desengaño. Al no haber recibido una educación religiosa, carezco de dicho desengaño: la figura de Cristo me atrajo del mismo modo en que lo hicieran las de Pan o Shiva, porque las historias e imágenes me ilustraban y enriquecían. Cristo, después de todo, es la figura principal de la mitología occidental. Quería tener la sensación de que mi panteón particular podría darle cabida, de que mis invenciones no eran demasiado débiles como para derrumbarse bajo el peso de su presencia.
También espoleaba mi motivación el deseo de arrebatar este misterio, el más complejo y contradictorio de todos, de las avaras manos de aquellos hombres que lo habían reclamado como propio en los últimos tiempos, sobre todo en Estados Unidos. Hombres como Falwell y Robertson, que predican piedad y muestran odio, utilizando la Biblia para justificar sus tramas en contra de nuestros propios descubrimientos. Jesús no les pertenece. Y me apena que un gran número de personas imaginativas se hayan dejado persuadir por ese tipo de afirmaciones y hayan dado la espalda al conjunto del misticismo occidental en lugar de reclamar la figura de Cristo como propia. En una ocasión dije durante una entrevista (y lo dije muy en serio) que el Papa, o Falwell, o miles de individuos más, podían afirmar que Dios les hablaba, les daba instrucciones o los hacía partícipes de su Gran Plan, puesto que el Creador también me habla a mí igual de alto y con la misma convicción, pero a través de las ideas que Él, Ella o Ello siembra en mí imaginación.
Dicho esto, debo confesar que cuanto más avanzaba en la escritura de
Imajica
, más me convencía de que llegar a su fin no dependía en absoluto de mí. Jamás me he sentido tan tentado de abandonar una historia como me ha sucedido con este libro. Jamás he dudado tanto de mi capacidad de narrador, ni me he sentido tan perdido o asustado. Y, en la misma medida, jamás había estado tan obsesionado. Acabé tan inmerso en la narración que durante varias semanas, ya cerca de la finalización del proyecto original, me invadió una especie de locura. Solía despertarme tras haber soñado con los Dominios y, de inmediato, me sentaba a escribir sobre ellos hasta que me arrastraba de nuevo a la cama. Mi sencilla vida —la escasa que tenía— acabó siendo monótona y trivial en contraste con lo que me estaba sucediendo (tal vez debiera decir «lo que le estaba sucediendo a Cortés», pero me refiero a mí mismo) a medida que realizábamos el peregrinaje que nos llevaría hasta la revelación. No es casualidad que acabara el libro mientras realizaba los preparativos para mudarme de Inglaterra a listados Unidos. Cuando comenzaba las últimas páginas del libro, mi casa de la calle Wimpole ya estaba vendida y todos sus enseres habían sido empaquetados y enviados a Los Angeles, de modo que todo aquello que solía proporcionarme sensación de bienestar había desaparecido de mi lado. De algún modo, era la situación perfecta para acabar la novela: al igual que Cortés, me embarcaba en una vida totalmente distinta y, al hacerlo, dejaba atrás el país en el que había pasado cuarenta años de mi vida. En cierto sentido,
Imajica
se convirtió en un compendio de lugares conocidos y amados por mí: Highgate y Crouch End, donde había pasado más de una década escribiendo obras de teatro, historias cortas y, en último lugar,
Sortilegio
; Central London, donde viví durante una corta temporada en una magnífica mansión georgiana. En las páginas, describí los veranos de mi infancia y mis fantasías aristocráticas. Vertí mi amor sobre un peculiar Apocalipsis acaecido en Inglaterra: las visiones de Stanley Spencer, John Martin y William Blake, sueños de una resurrección doméstica y de la imagen de Cristo en la puerta de casa durante una mañana de verano. Reflejé la calle Gamut en Clerkenwell, un lugar que siempre me había obsesionado. Las escenas que narran el regreso de Cortés están localizadas en South Bank, lugar donde pasé incontables y maravillosas noches. En resumen, el libro se convirtió en el modo de despedirme de Inglaterra.