Read El rapto de la Bella Durmiente Online

Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, #S/M

El rapto de la Bella Durmiente (12 page)

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
13.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Estáis muy cansada?—le preguntó. —No tanto, mi...

—Mi señor servirá —dijo con una sonrisa—. Incluso el más humilde mozo de establo es vuestro señor, Bella —explicó— y debéis contestar siempre respetuosamente.

—Sí, mi señor—susurró.

Él ya había empezado a bañarla, y el agua caliente que se escurría hacia abajo le sentaba sumamente bien. Le enjabonó el cuello y los brazos. —¿Acabáis de despertaros? —Sí, mi señor—dijo.

—Ya veo, pero seguro que estáis cansada del largo viaje. Los primeros días los esclavos siempre están sobreexcitados. No sienten su agotamiento. Luego, cuando se les pasa,

duermen muchas horas. Pronto lo experimentaréis y notaréis también las agujetas en los brazos y las piernas. No me refiero a los castigos, sólo a la fatiga. Cuando esto suceda, os masajearé para calmaros el dolor.

Su voz era tan dulce que Bella simpatizó con él de inmediato. Llevaba las mangas subidas hasta los codos y un vello dorado le cubría los brazos; los dedos trabajaban con precisión mientras le lavaba las orejas y la cara, procurando que el jabón no le entrara en los ojos.

—Os habrán castigado con mucha severidad, ¿no es cierto?

Bella se sonrojó.

El se rió tranquilamente.

—Muy bien, querida mía, estáis aprendiendo. Nunca respondáis a una pregunta así; podría interpretarse como una queja. Cuando os pregunten

si os han castigado demasiado, si habéis sufrido mucho, u otra cosa por el estilo, lo más inteligente que podéis hacer es sonrojaros.

Mientras seguía hablando casi con cariño, empezó a lavarle los pechos, y Bella se ruborizó aún más. Notó que se endurecían sus pezones y, pese a

que ella no veía nada más que el agua jabonosa que tenía delante, estaba segura de que él se daba cuenta, mientras sus manos se ralentizaban poco a poco para luego hacer una suave presión en la parte interior del muslo:

—Separad las piernas, queridí sima—dijo él. Bella obedeció y separó más las piernas, y luego aún más al ser empujada por León. Él se había quedado quieto y se secaba la mano en la toalla que llevaba en la cintura. Entonces procedió a tocarle el sexo, lo que provocó que Bella se estremeciera. Tenía el sexo húmedo e hinchado de deseo y, para su horror, aquella mano le tocó una pequeña y dura protuberancia en la que se acumulaba buena parte de su anhelo. Bella retrocedió involuntariamente.

—Ah —él retiró los dedos y, dándose la vuelta, llamó a lord Gregory.

—Aquí tenemos una flor sumamente preciosa —dijo—. ¿Habéis observado?

Bella se puso como la grana. Los ojos se le inundaron de lágrimas, y necesitó todo su control para no bajar las manos y cubrirse el sexo mientras sentía que León le separaba aún más las piernas y le tocaba con delicadeza aquella protuberancia.

Lord Gregory soltó una risita.

—Sí, es un princesa verdaderamente destacable —dijo—. Debería haberla observado más minuciosamente.

Bella emitió un apagado sollozo de vergüenza pero el violento deseo que experimentaba entre sus piernas no cesaba.

Cuando lord Gregory le habló, Bella sintió que el rostro le quemaba:

—Los primeros días, la mayoría de nuestras princesitas están demasiado asustadas para demostrar tal voluntariedad por servir, Bella—dijo con el mismo tono frío—. Suele ser necesario despertarlas y educarlas, pero ya veo que vos sois muy apasionada y estáis sumamente encantada con vuestros nuevos señores y con todo lo que os quieren enseñar.

Bella se esforzó por contener las lágrimas. Ciertamente esto era más humillante que cualquier otra cosa que le hubiera sucedido antes.

Lord Gregory la cogió por la barbilla del mismo modo en que el príncipe levantó el mentón del príncipe Alexi, para forzarla a mirarle a la cara.

—Bella, poseéis una gran virtud. No es motivo de vergüenza, sólo significa que deberéis aprender otra forma más de disciplina. Estáis convenientemente despierta a los deseos de vuestro amo, pero debéis aprender a controlar ese deseo igual que veis que los esclavos varones lo controlan.

—Sí, milord —susurró Bella.

León se retiró y volvió al cabo de un momento con una pequeña bandeja blanca en la que había varios pequeños objetos que Bella no podía ver.

A continuación, lord Gregory le separó las piernas y aplicó a aquella pequeña pepita dura de carne atormentada una especie de emplasto que la cubría y que quedó adherido a ella. Lo modeló hábilmente con los dedos como si no quisiera que Bella disfrutara de esto.

Después de superar el horror inicial, Bella sintió un gran alivio. De haber alcanzado el placer final, se hubiera estremecido y ruborizado con la liberación total de ese tormento, y esto le hubiera supuesto sufrir la mayor de las vejaciones.

Sin embargo, el pequeño emplasto le produjo un tormento añadido. ¿Qué podría significar? Lord Gregory pareció leer sus pensamientos. —Esto evitará que os resulte demasiado fácil satisfacer vuestro indisciplinado y recién descubierto deseo, Bella. No lo aliviará, sino que simplemente evitará, digamos, el alivio accidental, hasta que adquiráis el debido control de vuestro cuerpo. No había previsto comenzar esta instrucción detallada tan pronto, pero ahora me veo en la obligación de deciros que nunca se os permitirá experimentar el pleno placer, salvo por capricho de vuestro amo o ama. Nunca, jamás, debéis tocaros vuestras partes íntimas con vuestras manos, ni tampoco debéis intentar aliviar vuestro obvio padecimiento de otro modo.

«Unas palabras muy bien escogidas —pensó Bella—, pese a toda su indiferencia para conmigo».

Lord Gregory desapareció de inmediato y León continuó bañándola.

—No os asustéis ni sintáis vergüenza —le dijo—. No os dais cuenta de que es una gran ventaja. Hubiera sido muy difícil que os enseñaran a sentir tal placer, y mucho más humillante. Vuestra pasión innata os dota de una frescura que de otro modo no puede conseguirse.

Bella lloró en silencio. El pequeño emplasto aplicado entre sus piernas la hacía mucho más consciente de sus sensaciones carnales. No obstante, las manos y la voz de León la sosegaron.

El criado le dijo finalmente que se tumbara en el baño para que él pudiera lavarle su hermoso y largo cabello, y ella experimentó una sensación

muy agradable cuando el agua caliente te recorrió el cuerpo.

Una vez aclarada y seca, Bella se tumbó en una de las camas próximas, boca abajo, para que León pudiera aplicarle un aceite aromático en la piel.

A ella le pareció una delicia.

—Y bien, con toda seguridad —dijo León mientras te masajeaba los hombros—querréis hacer algunas preguntas. Preguntad, si así os place. No es bueno para vos que os confundáis innecesariamente, ya hay bastante que temer sin necesidad de sufrir temores imaginarios.

—¿Entonces, puedo... hablaros? —preguntó Bella.

—Sí —dijo—. Soy vuestro criado. En cieno modo, os pertenezco. Cada esclavo, no importa su categoría, ni el agrado que provoca o no, tiene un criado, que se debe a ese esclavo, a sus necesidades y deseos, así como debe preparar al esclavo para el maestro. Pero bien, por supuesto, habrá veces en las que tendré que castigaros, no porque me plazca, pese a que no puedo imaginarme castigar a una esclava más bella que vos, sino por cumplir las órdenes de vuestro amo. Puede ordenar que se os castigue por desobediencia, o simplemente que se os prepare para él con algunos golpes. Yo sólo lo haré porque es mi obligación...

—Pero ¿eso... eso os produce placer? —preguntó Bella con timidez.

—Es difícil resistirse a una belleza como la vuestra —contestó mientras hacía penetrar el aceite en la parte posterior de los brazos y en las fisuras de los codos—. Y preferiría mucho más serviros y cuidaros.

Volvió a aplicarle aceite y de nuevo frotó enérgicamente su cabello con la toalla, ajustando a continuación la almohada que tenía bajo la cara.

Le resultaba tan agradable estar allí tumbada, con aquellas manos trabajando sobre ella. —Pero, como decía antes, podéis preguntarme cuando os dé permiso. Recordad, sólo cuando os lo autorice, y acabo de hacerlo.

—No sé qué preguntar —susurró—. Hay tantas cosas que quisiera saber...

—Bueno, seguro que ahora ya debéis saber que aquí todos los castigos son para complacer a vuestros amos y damas...

—Sí.

—Y que nunca os harán algo que realmente os lastime. Nunca os quemarán, ni os cortarán, ni os lesionarán —dijo.

—Vaya, eso es un gran alivio —dijo Bella, aunque ya conocía estos límites antes de que se los explicaran—. Pero, los demás esclavos —preguntó— ¿están aquí por diversos motivos?

—En su mayoría han sido enviados como tributos —contestó León—. Nuestra reina es muy poderosa y gobierna a muchos aliados. Por supuesto, todos los tributos están bien alimentados, custodiados y bien tratados, exactamente igual que vos.

—Y.. ¿qué les sucede a ellos? —preguntó Bella vacilante—. Quiero decir, todos ellos son jóvenes y..

—Regresan a sus reinos cuando la rema lo ordena y, obviamente, en mejores condiciones gracias a su servidumbre aquí. Dejan de ser tan vanidosos, muestran un gran autocontrol y, a menudo, poseen una visión diferente del mundo que les permite alcanzar una mayor capacidad de comprensión.

Bella difícilmente podía imaginar lo que esto quería decir. León seguía untando aceite en sus pantorrillas escocidas y en la tierna carne de la parte posterior de las rodillas. Se sintió amodorrada. La sensación era cada vez más deliciosa, aunque apenas se resistía, pues no quería permitir que aquel anhelo entre sus piernas la atormentara. Los dedos de León eran fuertes, casi un poquito demasiado fuertes. Se desplazaron hasta los muslos que el príncipe había enrojecido con su correa tanto como las pantorrillas y las nalgas. Bella se movió un poco para apretarse contra la cama blanda y firme, y sus pensamientos se fueron aclarando lentamente.

—Entonces, puede que me envíen a casa—comentó, aunque esto no representaba prácticamente nada para ella.

—Sí, pero esto nunca debéis mencionarlo y, ciertamente, nunca preguntaréis sobre ello. Sois, propiedad de vuestro príncipe, su esclava por entero.

—Sí... —susurró.

—Rogar por vuestra liberación sería algo terrible —continuó León—. Aunque, de todos modos, con el tiempo os enviarán a casa. Hay pactos

diferentes para cada esclavo. ¿Veis a aquella princesa de allí?

En un gran hueco en la pared, sobre una cama que parecía una especie de repisa, se hallaba tumbada una muchacha de pelo oscuro en la que Bella se había fijado anteriormente. Su piel era aceitunada, de un tono más subido que el del príncipe Alexi, que también era moreno, y su cabello era tan largo que se distribuía en mechones ondulados sobre su trasero. Dormía con la cara hacia la sala, con la boca ligeramente abierta sobre la almohada plana.

—Es la princesa Eugenia—dijo León— y según lo acordado debía ser devuelta al cabo de dos años. El plazo casi se ha cumplido y tiene el corazón destrozado. Quiere quedarse con la condición de que la prolongación de su esclavitud exima a dos esclavos de prestar vasallaje. Su reino podría acceder a estas condiciones para poder retener a otras dos princesas.

—¿Queréis decir que quiere quedarse?

—Oh, sí —dijo León—. Está loca por lord William, el primo mayor de la reina, y no puede soportar la idea de ser enviada a casa. Aunque hay otros que siempre se rebelan.

—¿Quiénes son? —preguntó, pero, rápidamente, antes de que León pudiera responder, añadió intentando sonar indiferente—. ¿Es el príncipe Alexi uno de los que se rebelan?

Podía sentir la mano de León que se acercaba a sus nalgas y, de repente, todas aquellas ronchas y puntos irritados volvieron a la vida cuando sus dedos los tocaron. El aceite le quemó ligeramente mientras León añadía más gotas generosamente. Luego, aquellos fuertes dedos comenzaron a masajear la carne, sin tener en cuenta la rojez. Bella dio un respingo, pero incluso este dolor escondía cierto placer. Sintió cómo las nalgas eran moldeadas por sus manos, que las levantaban, las separaban, y luego las volvían a calmar. Se ruborizó al pensar que León le hacía esto, porque antes le había hablado de un modo muy civilizado. Cuando su voz continuó, sintió una nueva variante de turbación. «Esto no tiene fin —pensó—; las formas de ser humillada.»

—El príncipe Alexi es el favorito de la reina —contestó León—. Su majestad no puede vivir separada de él mucho tiempo y, aunque es un modelo de buena conducta y entrega, él es, a su manera, un rebelde implacable.

—Pero ¿cómo puede ser eso?—preguntó Bella. Ah, debéis concentrar vuestra mente en complacer a los amos y a las damas—dijo León—, pero os diré esto: el príncipe Alexi parece haber sometido su voluntad como le corresponde a un buen esclavo, y sin embargo, hay un núcleo en él al que nadie llega.

Bella se sintió cautivada con esta respuesta. Recordó al príncipe Alexi apoyado en sus manos y rodillas, con su fuerte espalda y la curva de su trasero, y cómo le habían obligado a ir de un lado a otro de la alcoba del príncipe. También recordó la belleza de su rostro. «Un núcleo al que nadie llega», se dijo pensativa.

León la había vuelto boca arriba y cuando lo vio doblado sobre ella, tan próximo, sintió vergüenza y cerró los ojos. Él hacía penetrar el aceite friccionando su vientre y sus piernas, y Bella juntó las piernas con fuerza e intentó volverse de lado. —Os acostumbraréis a mis servicios, princesa —dijo—. Con el tiempo, no pensaréis en nada cuando yo os acicale. —Le empujó los hombros contra el camastro, y sus dedos extendieron rápidamente el aceite por la garganta y los brazos. Bella abrió los ojos con cautela para observar la dedicación a su trabajo. Los ojos claros de León se movían por su cuerpo sin pasión pero obviamente concentrados y absortos.

—¿Obtenéis placer... de ello? —preguntó en un susurro, asombrándose al oír que estas palabras salían de su propia garganta.

Él vertió un poco de aceite en la palma de su mano izquierda y, tras dejar la botella a su lado, frotó el aceite para hacerlo penetrar en los pechos, levantándolos y apretándolos como había hecho antes con sus nalgas. Bella volvió a cerrar los ojos y se mordió el labio. Sintió que le masajeaba los pezones con brusquedad. Casi soltó un lamento.

—Estaos quieta, querida mía—dijo él desapasionadamente—. Vuestros pezones son tiernos y es necesario endurecerlos un poco. Vuestro señor, enfermo de amor, todavía no los ha ejercitado demasiado, por el momento.

Bella se asustó al oír esto. Sentía sus pezones dolorosamente duros y sabía que su cara se había puesto muy colorada. Parecía que toda la sensibilidad de sus pechos se expandía y bombeaba en dirección a aquellos pequeños y duros pezones. Gracias a Dios, León soltó sus pechos con un fuerte apretón. Pero entonces le separó las piernas y frotó con aceite la parte interior de los muslos, algo que le resultó incluso peor. Bella notaba cómo su sexo palpitaba. Se preguntaba si desprendería el suficiente calor como para que él pudiera sentirlo con sus manos.

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
13.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dragonfly by Erica Hayes
Leonie by Elizabeth Adler
The Thread That Binds the Bones by Nina Kiriki Hoffman, Richard Bober
Madcap Miss by Joan Smith