El restaurante del Fin del Mundo (14 page)

BOOK: El restaurante del Fin del Mundo
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—Quinientos setenta y seis millones tres mil quinientos setenta y nueve años— especificó Marvin—. Los he contado.

—Pues aquí nos tienes ya— dijo Trillian con la impresión, enteramente acertada según Marvin, de que era algo un tanto ridículo de decir.

—Los primeros diez millones de años fueron los más difíciles— siguió Marvin—, y los segundos diez millones también fueron los peores. Los terceros diez millones no me gustaron nada. Después entré en una especie de decadencia.

Hizo una pausa lo suficientemente larga como para darles la impresión de que debían decir algo, y entonces prosiguió:

—En este trabajo, lo que más le deprime a uno es la gente que conoce. Hizo otra pausa. Trillian carraspeo.
— Es eso...

—La mejor conversación que he mantenido fue hace cuarenta millones de años— continuó Marvin.

Y de nuevo hizo una pausa.

—¡Válg...!

—Con una máquina de café.

Esperó.

— Eso es una...

—No os gusta hablar conmigo, ¿verdad?— dijo Marvin en tono bajo y desolado.

Trillian se puso a hablar con Arthur.

Alejado de ellos, Ford Prefect había encontrado algo cuyo aspecto le gustaba mucho; varias cosas, en realidad.

—Zaphod— dijo en voz baja—, echa un vistazo a estos tranvías estelares...

Zaphod los miró y le gustaron.

La nave que miraban era realmente muy pequeña, pero extraordinaria: el juguete de un niño rico, sin duda. No tenía mucho que ver. Se parecía mucho a un dardo de papel de unos seis metros de largo, y estaba hecha de chapa fina pero dura. En la parte de atrás había una pequeña cabina horizontal para dos tripulantes. Tenía un motor diminuto propulsado por energía de encanto, que no sería capaz de desplazarlo a gran velocidad. Lo que tenía, sin embargo, era un sumidero de calor.

El sumidero de calor era una masa de unos dos mil billones de toneladas contenido en un agujero negro que estaba montado en un campo electromagnético situado en medio de la nave, y permitía maniobrar la nave a pocos kilómetros de un sol amarillo para capturar y dejarse llevar por las llamaradas que estallaban en su superficie.

Navegar por las llamas es uno de los deportes más exóticos y estimulantes, y aquellos que se atreven y pueden permitírselo se cuentan entre los hombres más celebrados de la Galaxia. También es, desde luego, pasmosamente peligroso; los que no mueren pilotando, mueren de agotamiento sexual en una de las fiestas apré-llama del Club Dédalo.

Ford y Zaphod la miraron y siguieron adelante.

—Y este
buggy
estelar de color naranja— dijo Ford—, con los parasoles negros...

El
buggy
también era una astronave pequeña, denominación, en realidad, totalmente errónea, porque lo único que no podía surcar eran las distancias interestelares. Fundamentalmente era un todo terreno planetario, deportivo, preparado para parecer lo que no era. Pero tenía una línea bonita. Continuaron adelante.

La siguiente era grande, de unos treinta metros de largo: una limusinave evidentemente proyectada con la idea de hacer que los mirones se murieran de envidia. La pintura y los detalles de los accesorios decían claramente: «No sólo soy lo bastante rico para tener esta nave, sino que también soy lo suficientemente acaudalado para no tomármelo en serio.» Era maravillosamente repugnante.

—Échale una mirada— dijo Zaphod—: energía de quark multiconcentrada, estribos de perspulex. Debe ser un producto de encargo de la Lazlar Liricón.

La examinó centímetro a centímetro.

—Sí— dijo—, mira el emblema infrarrosa del lagarto en la capota de neutrino. La marca de Lazlar. El dueño no tiene vergüenza.

—Una vez me pasó una de estas madres, cerca de la nebulosa Axel.— dijo Ford— Yo iba a toda velocidad y ese cacharro me adelantó como una bala, casi rozando un planeta. Algo increíble.

Zaphod emitió un silbido apreciativo.

—Diez segundos después— prosiguió Ford— se estrelló contra la tercera luna de Jaglan Beta.

—¿Sí, de veras?

—Pero esta nave tiene un aspecto maravilloso. Se parece a un pez, se mueve como un pez, se conduce como una vaca.

Ford miró por el otro lado.

—Oye, ven a ver esto— gritó—; hay un mural enorme pintado en este lado. Un sol que estalla: la marca de Zona Catastrófica. Debe ser la nave de Hotblack. Qué suerte tiene el maricón. Ya sabes que tocan esa canción tremenda que acaba con una nave de efectos especiales estrellándose contra el sol. Tiene que ser un espectáculo maravilloso. Pero debe salir caro por las naves.

Sin embargo, la atención de Zaphod estaba en otra parte. Tenía los ojos clavados en la nave aparcada junto a la de Hotblack. Las dos bocas le quedaron abiertas.

—Eso— dijo—, eso... hace mucho daño a la vista...

Ford miró. También quedó asombrado.

Era una nave de líneas sencillas y clásicas, como un salmón aplastado, de unos veinte metros de largo, muy limpia y bruñida. Sólo tenía una cosa notable.

—¡Es tan...
negra
!— dijo Ford Prefect—. ¡Apenas puede distinguirse su forma... es como si se tragase la luz!

Zaphod no dijo nada. Sencillamente, se había enamorado.

Su negrura era tan extrema, que casi resultaba imposible saber lo cerca que se estaba de ella.

—Es que los ojos resbalan por ella...— dijo Ford, maravillado. Era un momento de mucha emoción. Se mordió el labio.

Zaphod se acercó a ella, despacio, como un poseso; o más precisamente, como alguien que quisiera poseer. Alargó la mano para acariciarla. Se detuvo. Volvió a alargar la mano para acariciarla. Se detuvo de nuevo.

—Ven a tocarla— dijo en un susurro.

Ford alargó el brazo para tocarla. Su mano se detuvo.

—No... no se puede— dijo.

—¿Lo ves?— dijo Zaphod—. Es totalmente infriccionable. Debe tener un motor bestial.

Se volvió para mirar gravemente a Ford. Al menos, eso hizo una de sus cabezas; la otra estaba maravillada contemplando la nave.

—¿Qué te parece, Ford?— preguntó.

—Te refieres a...— Ford miró por encima del hombro—. ¿Te refieres a largarnos con ella? ¿Crees que deberíamos hacerlo?

—No.

—Yo tampoco.

—Pero vamos a hacerlo, ¿verdad?

—¿Cómo podríamos evitarlo?

Miraron un poco más hasta que Zaphod, súbitamente, se dominó.

—Será mejor que nos larguemos pronto— dijo—. Dentro de un momento se habrá acabado el Universo y todos esos mendas bajarán a montones para buscar sus burgomóviles.

—Zaphod— dijo Ford.

—¿Sí?

—¿Cómo vamos a hacerlo?

—Muy sencillo— dijo Zaphod. Se volvió y gritó—: ¡Marvin!

Lenta, laboriosamente, con un millón de crujidos y ruidos metálicos, que había aprendido a simular, Marvin se volvió para responder a la llamada.

—Ven aquí— dijo Zaphod—. Tenemos trabajo para ti, Marvin caminó pesadamente hacia ellos.

—No me va a gustar— anunció.

—Sí te gustará— le avasalló Zaphod—, toda una vida nueva se extiende ante ti.

—Ah, no; otra no— gruñó Marvin.

—¡Quieres callarte y escuchar!— siseó Zaphod—. Esta vez habrá emociones y aventuras y cosas verdaderamente tremendas.

—Eso me suena horriblemente— comentó Marvin.

—¡Marvin! Lo único que intento pedirte...

—Supongo que quieres que te abra esa nave espacial.

—¡Qué! Pues... sí. Sí, eso es— dijo Zaphod, nervioso. Tenía por lo menos tres ojos fijos en la entrada. No había tiempo.

—Bien; desearía que te limitaras a decírmelo en vez de intentar ganarte mi entusiasmo— dijo Marvin—. Porque no tengo ninguno.

Se acercó a la nave, la tocó y se abrió una escotilla.

Ford y Zaphod miraron fijamente a la abertura.

—No hay de qué— dijo Marvin—. ¡No, nada de gracias!

Volvió a alejarse con sus pasos pesados.

Arthur y Trillian se reunieron con ellos.

—¿Qué pasa?— preguntó Arthur.

—Mira esto— dijo Ford—. Mira el interior de esta nave.— ¡Qué cosa tan fantástica!

—musitó Zaphod.

—Es negro— dijo Ford—. Todo es absolutamente negro.

En el Restaurante las cosas se acercaban rápidamente al momento después del cual ya no habría más momentos.

Todos los ojos estaban fijos en la cúpula, todos menos los del guardaespaldas de Hotblack Desiato, que miraba atentamente a su jefe, y los del músico, que el encargado de su seguridad había cerrado por respeto.

El guardaespaldas se inclinó sobre la mesa. Sí Hotblack Desiato hubiese estado vivo, posiblemente habría considerado que aquélla era una buena ocasión para recostarse o para dar un paseo corto. Su guardaespaldas no era hombre que mejorara en compañía. Sin embargo, debido a su lamentable condición, Hotblack Desiato permanecía completamente inerte.

—¿Mister Desiato? ¿Señor?— susurró el guardaespaldas. Cada vez que hablaba, parecía como si los músculos de las comisuras de su boca se encaramaran unos sobre otros para quitarse de en medio.

—¿Mister Desiato? ¿Puede oírme?

De manera muy natural, Hotblack Desiato no dijo nada.

—¿Hotblack?— siseó el guardaespaldas.

Otra vez de manera muy natural, Hotblack Desiato no respondió. Sin embargo, de forma sobrenatural, lo hizo.

Frente a él, una copa de vino cascabeleo en la mesa y un tenedor se elevó unos dos centímetros y dio unos golpecitos a la copa. Luego volvió a asentarse sobre la mesa.

El guardaespaldas emitió un gruñido de satisfacción.

—Es hora de que nos marchemos, mister Desiato— musitó el guardaespaldas—; en su estado no debe cogernos la aglomeración. Debe usted llegar al próximo concierto tranquilo y descansado. Realmente había mucho público. Uno de los mejores. Kakrafún. Hace dos millones quinientos setenta y seis mil años. ¿Ha estado esperándolo con impaciencia?

El tenedor volvió a alzarse, se detuvo, se balanceó de manera indiferente y volvió a caer.

—¡Oh, vamos!— dijo el guardaespaldas— Va a haber sido magnífico. Los dejó paralizados.

El guardaespaldas habría hecho que al doctor Dan Callejero le diera un ataque de apoplejía.

—La nave negra que se estrella contra el sol siempre les emociona, y la nueva es una hermosura. Lo sentiré mucho cuando la vea perderse. Sí vamos para allá, pondré el piloto automático de la nave negra y viajaremos en la limusinave. ¿De acuerdo?

El tenedor dio un golpecito de aquiescencia y, misteriosamente, la copa de vino se vació.

El guardaespaldas empujó la silla de ruedas de Hotblack Desiato y salieron del restaurante.

—¡Y ahora— gritó Max desde el centro del escenario— ha llegado el momento que todos ustedes han estado esperando!

Alzó los brazos. A sus espaldas, la orquesta acometió unos sintoacordes vibrantes y una percusión frenética. Max había discutido con los músicos sobre esto, pero ellos adujeron que estaba en su contrato y que lo harían, su agente tendría que evitarlo.

—¡Los cielos empiezan a bullir!— gritó—. ¡La naturaleza se desmorona en el aullante vacío! Dentro de veinte segundos el Universo llegará a su fin! ¡Miren cómo la luz del infinito estalla sobre nuestras cabezas!

La horrenda furia de la destrucción se desataba en torno a ellos; y en aquel preciso momento una trompeta sonó suavemente desde la distancia infinita. Los ojos de Max giraron para lanzar una mirada colérica a la orquesta. Ningún músico tocaba trompeta alguna. De pronto, un remolino de humo surgió del escenario, a su lado. A la primera se unieron más trompetas. Max había representado aquel espectáculo más de quinientas veces, y nunca había ocurrido nada parecido. Se apartó alarmado del remolino de humo, donde poco a poco se iba materializando una figura; la figura de un anciano con barba, vestido con una túnica y envuelto en luz. En sus ojos había estrellas, y sobre su frente una corona de oro.

—¿Qué es esto?— musitó Max con los ojos desencajados—. ¿Qué está pasando?

Al fondo del restaurante, el grupo de rostros impenetrables de la Iglesia del Segundo Advenimiento del Gran Profeta Zarquon se pusieron de pie, gritando y cantando en éxtasis.

Max parpadeó asombrado. Levantó los brazos hacia el público.

—¡Un gran aplauso, por favor, señoras y caballeros— aulló—, para el Gran Profeta Zarquon! ¡Ha venido! ¡Zarquon ha vuelto a aparecer!

Se oyó una atronadora salva de aplausos mientras Max cruzaba el escenario y le entregaba el micrófono al Profeta.

Zarquon se aclaró la garganta, Atisbó entre el público. Las estrellas de sus ojos chispearon intranquilas. Aturdido, cogió el micrófono.

—Pues...— dijo—, hola. Hummm, mirad, siento llegar un poco tarde. He pasado un rato espantoso, han surgido toda clase de dificultades en el último momento.

Parecía nervioso por el respetuoso y expectante silencio. Carraspeó.

—Bueno, ¿qué tal andamos de tiempo?— preguntó—. Si tuviera sólo un min...

Y así acabó el mundo.

19

Aparte de su precio relativamente barato y del hecho de que en la portada lleva las palabras NO SE ASUSTE escritas en letras grandes y agradables, una de las mayores razones de venta de ese libro absolutamente notable, la
Guía del autoestopista galáctico
, la constituye su glosario abreviado y a veces preciso. Por ejemplo, las estadísticas referentes a la naturaleza geosocial del Universo se indican hábilmente entre las páginas novecientas treinta y ocho mil trescientas veinticuatro y la novecientas treinta y ocho mil trescientas veintiséis; el estilo simplista en que se exponen, queda parcialmente en parte justificado por el hecho de que los autores, al tener que enfrentarse con un límite de tiempo para la entrega del artículo, copiaron la información del reverso de un paquete de cereales para el desayuno, embelleciéndola apresuradamente con algunas notas a pie de página con el fin de evitar que los procesaran bajo las leyes incomprensiblemente tortuosas de los Derechos Galácticos de Autor.

Es interesante observar que un editor posterior y más taimado envió el libro a un tiempo pasado mediante un remolcador temporal y demandó con éxito a la compañía de cereales para el desayuno por infringir esas mismas leyes.

Ahí va una muestra:

El Universo: algunas informaciones para ayudarle a vivir en él.

1 Zona:
Infinito.

La
Guía del autoestopista galáctico
da la siguiente definición de la palabra «infinito».

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