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Authors: Jack Vance

El Rey Estelar (17 page)

BOOK: El Rey Estelar
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—Usted no es mi amigo y supo darme un buen esquinazo. No obstante, le advertiré de una cosa: procure no cruzarse nunca con Hildemar Dasce. Hace veinte años fue estafado de un asunto sin importancia. Se trataba de recoger el dinero de un tipo obstinado. Por casualidad, Hildemar se encontró en desventaja. Fue tumbado de una paliza fenomenal y molido literalmente a golpes. Aquel deudor tuvo el mal gusto de rajarle la nariz y arrancarle los párpados. Hildemar escapó por los pelos y ahora se le conoce por el Bello Dasce.

—¡Qué cosa tan horrible! —exclamó Pallis.

—Exactamente —continuó Suthiro, con voz más desdeñosa—. —Un año más tarde, Hildemar se permitió el lujo de capturar a su hombre. Lo condujo a un lugar privado donde vive actualmente. Y, por supuesto, Hildemar, al recordar el ultraje que le costó las facciones, vuelve a tal lugar privado para mostrarse de nuevo a ese tipo.

Pallis volvió su cara aterrada hacia Gersen.

—¿Y esas gentes son amigos tuyos?

—No. Nos conocemos por mediación de Lugo Teehalt. —Suthiro se hallaba en aquel instante mirando a la explanada. Gersen preguntó perezosamente—: Usted, Tristano y Dasce juntos, ¿componen un equipo?

—Con alguna frecuencia, aunque yo prefiero trabajar por mi cuenta.

—Y Lugo Teehalt tuvo la desgracia de equivocarse con usted en Brinktown.

—Murió rápidamente. Godogma toma a todos los hombres. ¿Es eso una desgracia?

—A nadie le gusta darse prisa con Godogma.

—Es cierto. —Suthiro inspeccionó sus fuertes y ágiles manos—. Convenido. En Sarkovy tenemos mil aforismos populares sobre eso —concluyó mirando a Pallis.

—¿Quién es Godogma?

—El Gran Dios del Destino, que lleva una flor y un mayal y camina sobre ruedas.

Gersen adoptó el aire de una estudiosa concentración mental.

—Le haré una pregunta. No tiene por qué contestarla; de hecho, quizá no sepa hacerlo. Pero me tiene confuso: ¿por qué Malagate, un Rey Estelar, tendría que desear tan vehementemente este mundo particular?

Suthiro se encogió de hombros.

—Ésa es una cuestión que jamás me ha interesado. Aparentemente ese mundo vale la pena. A mí me pagan bien. Yo mato sólo cuando tengo que hacerlo o cuando me reporta beneficio; por tanto —y se dirigió con aire patético a Pallis— no soy un hombre tan malvado, ¿verdad? Ahora, volveré a Sarkovy a vivir tranquilamente y a vagabundear por la Gran Estepa de Gorobundur... ¡Ah, amigos, aquello es vida! Cuando pienso en ello, no me explico por qué estoy aquí todavía sentado junto a esta odiosa humedad de mar... —Y miró hacia el océano, poniéndose en pie—. Es algo presuntuoso darle consejos, pero ¿por qué no ser sensible alguna vez? Usted no podrá derrotar nunca a Malagate. Por tanto, piense en renunciar a ese archivo.

Gersen permaneció pensativo por un momento.

—Yo también le voy a dar un consejo: mate a Hildemar Dasce en el mismo momento en que le vea, o antes si puede.

Suthiro encogió sus peludas cejas un poco confuso.

—Hay algún espía observándonos, aunque no lo haya localizado —continuó Gersen—. Su micro estará seguramente grabando nuestra charla. Hasta que usted no me lo dijo, yo no tenía idea de que el Rey Estelar que había en el refugio Smade fuese Malagate. No creo que sea de conocimiento público.

—¡Cállese! —exclamó Suthiro con los ojos chispeando de coraje.

Gersen suavizó el tono de voz.

—Hildemar Dasce será designado probablemente para castigarle a usted. Si quiere prevenirse contra Godogma y desea tomar su carromato y deambular por la estepa de Gorobundur... ¡Mate a Dasce y váyase!

Suthiro silbó algo incomprensible, alzó sus manos irritado y se volvió de espaldas marchándose y confundiéndose con la multitud.

Pallis pareció relajarse algo y se retrepó en su asiento. Con voz incierta dijo a Gersen:

—Lo siento, no tengo el espíritu aventurero que yo suponía.

—Yo sí que lo lamento de veras —dijo Gersen, sinceramente contrito—. Nunca debí invitarte a salir conmigo.

—No, no se trata de eso. Es que no puedo acostumbrarme a tal genero de conversación aquí en la explanada, en la pacífica Avente. Pero supongo que ahora estoy divirtiéndome. Si no eres un criminal, ¿quién o qué eres tú?

—Kirth Gersen.

—Tienes que trabajar para la PCI.

—No.

—Entonces, tienes que estar en el Comité Especial del Instituto.

—Soy simplemente Kirth Gersen, un hombre solitario. —Y se puso en pie—. Vamos a pasear un rato.

Se dirigieron hacia el norte de la explanada. A la izquierda estaba el oscuro océano y a la derecha los edificios resplandecientes de varios colores suaves, más allá la silueta de Avente, un conjunto de agujas luminosas contra el negro cielo de la noche de Alphanor.

Pallis se cogió entonces del brazo de Gersen.

—Dime, Kirth, ¿qué ocurre si Malagate es un Rey Estelar? ¿Qué significa eso?

—En esto estaba pensando.

Gersen estaba tratando de recordar la mirada y el aspecto general del Rey Estelar. ¿Sería Warweave? ¿Kelle? ¿Detteras? El tono negro sin lustre de su piel había borrado por completo sus facciones y la gorra estriada le había cubierto los cabellos. Gersen tenía la impresión de que el Rey Estelar debería ser más alto que Kelle, pero no tanto como Warweave. Pero ¿cómo habría podido el negro de la piel camuflar hasta tal extremo las facciones de Detteras?

Pallis le estaba hablando en aquel momento.

—¿Matarían realmente a aquel hombre?

Gersen miró a su alrededor para localizar inútilmente al espía.

—No lo sé. Tal vez...

Gersen vaciló, pensando si sería decente mezclar a la chica en aquel asunto, aunque fuese de manera indirecta.

—¿Qué?

—Nada.

Y por miedo a los diminutos micrófonos espías, Gersen no se atrevió a preguntar a Pallis los movimientos de los tres prohombres de la Universidad; así Malagate no tendría razón para sospechar su interés.

—Todavía sigo sin comprender en qué forma te afecta todo esto —dijo Pallis sintiéndose molesta.

Una vez más, Gersen eligió la postura prudente. El espía podría oír, la propia Pallis (¿quién sabía?) podría ser un agente de Malagate, aunque Gersen lo consideraba inverosímil.

—Oh, en nada, excepto en lo abstracto.

—Pero cualquiera de esas gentes —y señaló a los transeúntes— puede ser uno o varios Reyes Estelares.

—¿Cómo podríamos distinguirlos entre los hombres?

—Es imposible. En su propio planeta, y no vuelvo a intentar su pronunciación, proceden de varias formas para acercarse a los hombres. Pero esos que viajan por los mundos conocidos como observadores, espías, si prefieres, aunque no puedo imaginar qué esperan saber, son facsímiles exactos de verdaderos hombres.

Pallis pareció sentirse repentinamente oprimida. Abrió la boca para decir algo y quedó silenciosa de nuevo, haciendo un amplio gesto con las manos.

—Vamos a olvidarnos de esa gente. Son como pesadillas. Harás que vea Reyes Estelares por todas partes. Incluso en la Universidad...

—¿Sabes lo que me gustaría hacer?

—No. ¿Qué? —respondió con sonrisa provocativa.

—Primero, sacudirme la vigilancia de cualquier espía, lo que no es gran problema. Y después...

—¿Y después?

—Irme contigo a un lugar tranquilo, donde pudiéramos estar solos...

—Bien, no me importa. Hay un lugar precioso en la costa. Se llama «Las Sirenas» donde, por cierto, nunca he estado. —Y sonrió confundida—. Pero he oído a la gente hablar de él.

Gersen la tomó por el brazo.

—Primero, quitarnos de encima al espía.

Pallis se dejó abrazar y besar por Gersen con infantil abandono. Mirando su alegre rostro, Gersen se preguntó sobre su determinación de evitar implicaciones sentimentales. Si iban a «Las Sirenas» y la noche les unía en íntima correspondencia amorosa ¿qué, entonces? Gersen termino por enviar al diablo sus escrúpulos. Ya volvería a enfrentarse con sus problemas cuando finalizaran. El espía invisible, si existía, se confundió y se perdió, y volvieron a la zona de aparcamiento. Allí había una luz muy débil, las redondas formas de los vehículos apenas si destacaban con una suave luz sedosa.

Se sentaron en su vehículo. Gersen vaciló un instante y rodeó el cuerpo de la chica con sus brazos y la besó. Tras él se vislumbró un imperceptible movimiento. Gersen se volvió a tiempo de mirar la espantosa cara pintada de rojo sangre de Hildemar Dasce y sus mejillas redondeadas de azul. El brazo de Dasce se abatió sobre él y un peso enorme le hizo perder el conocimiento por un instante, como si un trueno hubiese explotado en su cráneo. Vaciló y cayó sobre sus rodillas. Dasce se inclinó sobre él, y Gersen aún pudo intentar echarse de lado; entonces vio a Suthiro gesticulando como una hiena rabiosa con sus manos en el cuello de Pallis. Dasce golpeó otra vez y todo el mundo se ensombreció en su cerebro. Gersen tuvo tiempo, en una fracción de segundo de amargo reproche, de comprender lo sucedido, antes de que otro mazazo extinguiera en él todo rastro de conciencia.

Capítulo 9

Extracto de «Cuando un hombre no es un hombre», de Podd Hamchinsky, Cosmópolis, junio de 1500.

«Conforme los hombres han viajado de estrella en estrella han ido descubriendo diversas formas de vida, inteligentes y no inteligentes (para repetir el perfectamente arbitrario parámetro antropomórfico). El adjetivo de «humanoides» apenas si puede ser adjudicado a media docena de esas formas de vida. Y de esa media docena, una sola de las especies se parece al hombre realmente: la de los Reyes Estelares de Glinarumen.

»Ya desde nuestro primer asombroso encuentro con tales criaturas, la cuestión ha venido planteándose una y otra vez: ¿Pertenecen a la familia humanoide —es decir, a ese «ser bifurcado, bibraquiado, monocefálico y polígamo»— según expresión de Tallier Chantron, o no? La respuesta, por supuesto, depende de las definiciones.

»Por anticipado, puede darse por sentado un punto esencial: no son el homo sapiens. Pero si lo que quiere significarse es una criatura que pueda hablar el lenguaje humano, entrar en una sastrería, jugar un excelente partido de tenis, vestirse elegantemente o participar en una partida de ajedrez, asistir a las funciones reales de Estocolmo o a las fiestas de los jardines de Strylvania, sin ocasionar el más mínimo arqueamiento de una ceja aristocrática, entonces tal criatura es un hombre.

»Hombre o no hombre, el típico Rey Estelar es un individuo cortés, aunque de mal carácter a veces, sin el menor sentido del honor y extravagante. Hágale un favor cualquiera y lo agradecerá; pero injúrielo y se revolverá como una fiera y probablemente le matará (siempre que se encuentren en una situación en que la ley humana no pueda restringirlo). Si su acción causa una perturbación legal, dejará instantáneamente de lado tal injuria y no moverá un dedo para reclamar nada. Es rudo, pero no cruel y se confunde ante las manifestaciones humanas de sadismo, masoquismo, fervor religioso, flagelación o suicidio. Por otra parte, procurará demostrar toda una teoría de hábitos peculiares y actitudes no menos explicables desde nuestro punto de vista y que surgen de su retorcida y misteriosa psique.

»Decir que su origen está en disputa es como recordar que Creso fue un hombre fabulosamente rico. Existen, por lo menos, una docena de teorías para explicar la notable similitud del Rey Estelar y el Hombre; pero ninguna convincente por completo. Si los Reyes Estelares las conocen, no admitirán nada en absoluto. Desde que cerraron totalmente el paso a los equipos de investigación arqueológica y antropológica en su planeta, nos resulta imposible verificar o refutar cualquiera de tales teorías.

»Cuando viven en planetas ocupados por humanos, se adaptan a la perfección a los mejores ejemplares de hombres; pero conservando su pauta de conducta, única para la raza. Simplificando, podemos decir que su rasgo dominante es la pasión por lo excelso, el frenético deseo de vencer a cualquier competidor humano en cualquier aspecto. Puesto que el hombre es la criatura dominante en el Oikumene, los Reyes Estelares lo aceptan como un blanco, como la estrella polar de sus acciones, como un campeón a quien hay que desafiar y vencer a toda costa y por todos los medios y en todos los matices de sus capacidades. Si sus ambiciones nos resultan irreales e inútiles (en las cuales con frecuencia tienen éxito), no es menos absurda para ellos nuestra propia conducta sexual, ya que los Reyes Estelares son partenogenéticos, reproduciéndose de tal forma que se sale del alcance de este artículo su descripción adecuada. No estando afectados en absoluto por la vanidad, ni dándole importancia a la belleza o a la fealdad física, todo su esfuerzo tiende a ganar puntos en la semiamigable contienda con los verdaderos hombres...

»¿Y qué hay de sus logros? Son buenos constructores, atrevidos ingenieros, excelentes técnicos. Son una raza pragmática, no particularmente apta para las matemáticas o las ciencias especulativas. Resulta difícil concebir que hubieran dado al mundo un Jarnell, descubridor del fisionador del tiempo. Sus ciudades tienen un aspecto impresionante, surgiendo de las llanuras del planeta que les dio la vida como un bosque de cristales metálicos. Cada Rey Estelar adulto se construye para sí mismo una torre. Cuanto más ferviente es su ambición y más exaltado su rango, más alta y más espléndida es la torre (lo que parece hacerles gozar sólo como monumento). Tras la muerte de alguno, la torre puede ser temporalmente ocupada por algunos de los más jóvenes individuos, durante la época en que se hallan acumulando suficiente riqueza para construir su propia torre. Respecto a la inspiración como ciudades vistas de lejos, se hallan desprovistas de las más elementales necesidades municipales y los espacios entre las torres, se hallan, a falta de aceras, polvorientos y destrozados. Las factorías y plantas industriales están albergadas en cúpulas bajas de tipo utilitario y servidas por criaturas de la última escala de la evolución y agresividad de su especie (ya que la raza no es homogénea, en absoluto). Es como si cada humano hubiera reunido en su sola persona a los procónsules, pitecántropos, sinántropo gigante, Neanderthal, magdaleniense, solutrense, Grimaldi y CroMagnon, y todas las razas del Hombre moderno a lo largo de su línea evolutiva.»

A medianoche un grupo de gente joven llegó riendo y cantando al área de aparcamiento. Habían tomado una copiosa cena en «The Halls» y después visitado «Llanfelfair», la posada de la «Estrella Perdida», «Haluce» y el «Casino Plageale». Caminaban literalmente borrachos e intoxicados por la exuberancia de los vinos, humos, percusiones, cantos y otras excitaciones de las casas que habían visitado. El joven que tropezó con el cuerpo de Gersen cayó al suelo y soltó una maldición.

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