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Authors: Jack Vance

El Rey Estelar (14 page)

BOOK: El Rey Estelar
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—Pase —dijo Kelle.

»Solicitud de admisión en régimen avanzado, verificación y comentario, dos de julio de mil cuatrocientos ochenta y cinco.

—Pase.

»Tesis de graduación en el Colegio de Simbología; título: «El significado completo del movimiento de los ojos en los tunkers de Mizar Seis». Veinte de diciembre de mil cuatrocientos ochenta y nueve.

—Pase.

»Solicitud para un empleo de instructor asociado, verificación y comentario, quince de marzo de mil cuatrocientos noventa.

»Despido de Lugo Teehalt como instructor asociado por conducta perjudicial para la moral del cuerpo estudiantil. Diecinueve de octubre de mil cuatrocientos noventa y dos.

—Pase.

»Contrato entre Lugo Teehalt y el Departamento de Morfología Galáctica, el seis de enero de mil quinientos veintiuno.

Gersen exhaló un suspiro de satisfacción, relajándose. Era definitivo: Lugo Teehalt fue contratado como prospector interplanetario por alguien de dentro del Departamento.

—Extracto en forma resumida —ordenó Kelle.

»Lugo Teehalt y el Departamento de Morfología Galáctica convinieron un acuerdo para lo siguiente: El Departamento suministraría a Teehalt una espacionave conveniente, debidamente aprovisionada, equipada y dispuesta para su uso, con objeto de que Teehalt pudiera actuar como agente del Departamento y realizar asiduas exploraciones a ciertas áreas de la Galaxia. El Departamento adelantó a Teehalt la suma de cinco mil UCL y le garantizó un bono de valores con éxito. Teehalt se comprometió a dedicar sus mejores esfuerzos en una exploración continuada, a preservar los resultados de la citada exploración a salvo de cualquier persona, grupo o agencias que no fuesen las estrictamente autorizadas por el Departamento. Firmas: Lugo Teehalt, por sí mismo. Ominah Bazerman, por el Departamento.

»Sin otra información.

Kelle se dirigió a la pantalla del videófono:

—Ominah Bazerman.

Un chasquido y una voz.

—Ominah Bazerman. Jefe de Oficina.

—Habla Kelle. Hace dos años, un cierto Lugo Teehalt fue despedido como prospector. Usted firmó su contrato. ¿Recuerda las circunstancias?

Hubo un momento de silencio.

—No, señor Kelle, no puedo decir que lo recuerde. El contrato me llegó probablemente en medio de otros muchos documentos.

—¿No recuerda quién pudo haber iniciado ese contrato, quién salió fiador de esta exploración particular?

—No, señor. Tuvo que haber sido o usted o el señor Detteras, quizá sería el señor Warweave. Nadie más pudo haber ordenado tal exploración.

—Bien. Gracias. —Kelle se volvió hacia Gersen con ojos de expresión bovina—. Ahí lo tiene usted. Al no haber sido Warweave, habrá sido Detteras. En realidad, Detteras es el antiguo Decano del Colegio de Simbología. Quizá él y Teehalt se conocieron...

Rudle Detteras, Director de Exploración, daba la impresión de sentirse un hombre completamente satisfecho consigo mismo, con su trabajo y con el mundo entero. Cuando Gersen entró en su oficina, Detteras levantó la mano para saludarle. Era un gran tipo, sorprendentemente feo para su época, en que una nariz deforme o ganchuda o una boca demasiado grande se arreglaba en cuestión de horas. Se comprendía que no tuviese la menor intención de disimular su fealdad, en realidad parecía como si su piel teñida de verde azulado acentuase expresamente la rudeza y tosquedad de sus facciones. Su cabeza tenía la forma de una calabaza, y la barbilla se apoyaba en su amplio pecho, al parecer sin necesidad alguna del cuello. El espeso cabello aparecía teñido del color del musgo mojado. Desde la rodilla al hombro, todo su cuerpo parecía tener la misma dimensión, con un torso macizo y enorme.

Vestía el uniforme casi militar de la Orden de los Arcángeles; botas negras, calzones amplios de color escarlata y una espléndida blusa estriada de verde, azul y escarlata, con hombreras doradas y unas placas en el pecho trabajadas con verdadera filigrana. Rundle Detteras tenía la suficiente presencia para llevar su uniforme y su singular fisonomía—, un hombre que sin su aplomo y apariencia extraordinaria hubiese parecido un excéntrico.

—Bien, bien, señor Gersen —dijo Detteras—. Vamos a ver, ¿le parece muy temprano para unas copas de este delicioso aguardiente?

—Ya me he levantado de la cama...

Detteras le miró confuso por un instante y después soltó una risotada cordial.

—¡Excelente! Así es como me gusta desplegar la bandera de la hospitalidad. ¿Tinto o blanco?

—Blanco, por favor.

Detteras escanció de un bello frasco de cristal tallado. Levantó su copa para brindar.

—¡Detteras
au pouvoir
!

Lo bebió con verdadero placer.

—¡Lo primero del día como cuando se visita el hogar de la madre!

Se sirvió otro trago, se arrellanó en su sillón y se volvió hacia Gersen con un gesto de simpatía. Gersen se preguntó a sí mismo: ¿Quién podría ser? ¿Warweave? ¿Kelle? ¿Detteras? Uno de aquellos tres personajes albergaba el alma feroz de Attel Malagate. Pero ¿cuál? Gersen se había inclinado hacia Warweave y ahora se encontraba de nuevo dudoso y confundido. Detteras tenía una fuerza innegable, una energía íntima terrible y casi palpable.

Detteras no parecía tener prisa alguna en el asunto de Gersen, a pesar de su reputación de hombre siempre con prisa en todos los asuntos. Era probable que los tres personajes se hubiesen intercomunicado, o al menos dos de ellos, en ausencia suya. Resultaba difícil poner las cosas en claro.

«Si Detteras no tiene prisa —pensó Gersen—, tampoco yo.»

—Es un acertijo sin fin —continuó Detteras, más bien con aire pomposo— los modos de por qué y cómo los hombres difieren entre sí.

—Sin duda tiene usted razón, aunque para ser sincero no comprendo en este momento la pertinencia de esa observación.

Detteras dejo escapar una vigorosa carcajada.

—Estaría muy sorprendido si usted tuviera una opinión distinta. —Y levantó una mano ante la respuesta inminente de Gersen—. ¿Presunción de mi parte? No. Escúcheme bien. Usted es un hombre sombrío, un hombre pragmático. Lleva a sus espaldas una carga de oscuros y secretos propósitos.

Gersen siguió tomando poco a poco el aguardiente, con cierta sospecha. Los fuegos de artificio verbales podrían ser una distracción premeditada, una estrategia para disminuir su cautela. Se concentró en la bebida, con todos los sentidos puestos en el aroma. Detteras había llenado las dos copas con la misma botella, y le había ofrecido una de ellas sin hacer ningún gesto sospechoso. En todo ello había algo que no podía prevenir. La bebida era inocente, así al menos se lo aseguró a Gersen su propia lengua y olfato, entrenados con los venenos sarkoy. Enfocó la atención en Detteras y en su última observación.

—Sus opiniones con respecto a mi persona son exageradas.

Detteras hizo una mueca indescifrable.

—Pero, no obstante, esencialmente exactas, ¿verdad?

—Es posible.

Detteras aprobó con un leve gesto de cabeza como si Gersen le hubiese proporcionado la más enfática de las corroboraciones.

—Es una habilidad, un hábito de observación, nacido de largos años de estudio. Antiguamente ya estuve especializado en Simbología, hasta que decidí que el fruto a recoger sería tanto menor cuanto mayores mis años perdidos en tales estudios. Y heme aquí en Morfología Galáctica. Un campo menos complicado, descriptivo, más que analítico y más objetivo que humanístico. Sin embargo, siempre encuentro ocasionales aplicaciones a mis antiguos estudios. Ahora nos encontramos en ese punto. Usted viene a mi oficina, un ser totalmente extraño y desconocido. Yo aprecio y taso su presentación simbólica, facciones, apariencia, ropas, color de la piel y estilo general. Usted dirá que ésa es la práctica común. Y yo le replico: sí. Todo el mundo come; pero un buen paladar es más bien raro. Yo leo esos símbolos con minuciosa exactitud, y ello me proporciona una información preciosa sobre su personalidad. Yo, por otra parte, le niego un conocimiento similar a usted. ¿Cómo? Yo me adorno a mí mismo con símbolos contradictorios tomados al azar, permanezco en constante camuflaje, tras el cual el verdadero Rudle Detteras observa, tranquilo y frío como un empresario en la centésima representación de un brillante carnaval de extravagancias.

Gersen sonrió.

—Mi naturaleza puede ser tan extravagante como sus símbolos y yo puedo desecharlos, al contrario que usted, por razones similares a las suyas... cualesquiera que sean. Y un segundo punto: su exposición, en caso de que sea cierta, le ilumina con tanta claridad como el conjunto de sus símbolos naturales. ¿Por qué molestarse en primer lugar?

Detteras pareció realmente divertido.

—¡Ajá! Usted quiere descubrirme por fraude y charlatanería. Sin embargo, no puedo evitar la convicción de que sus símbolos me dicen más que los míos a usted.

Gersen se retrepó en su asiento.

—Muy poco práctico.

—No tan deprisa —exclamó Detteras—. ¡Usted se ocupa exclusivamente de lo positivo! Considere lo negativo por un momento. Muchas personas se atormentan, relacionando el manierismo críptico de sus semejantes. Usted protesta de que los símbolos apenas le dicen nada importante, y los desprecia. Esos otros se preocupan porque no pueden integrar una proliferación informativa. —Gersen, en aquel instante, quiso objetar algo, pero Detteras levantó una mano interrumpiéndole—. Considere los tunkers del planeta Seis de Mizar. ¿Ha tenido usted ocasión de conocerlos? Es una secta religiosa.

—Sí, he oído hablar de ellos hace poco.

—Como digo —continúó Detteras—, son un grupo religioso; ascético, austero y devoto hasta un extremo sorprendente. Hombres y mujeres visten idénticamente, se afeitan la cabeza, usan la misma lengua de ochocientas doce palabras, comen la misma comida y a horas similares, todo lo cual sirve para protegerles de la perplejidad del pensamiento, de los propósitos de unos con respecto a otros. Es cierto. Y así es la conducta básica de los tunkers. No muy lejos de Mizar está Sirene, donde por una razón similar los hombres llevan siempre unas máscaras convencionales desde el nacimiento a la muerte. Así, sus caras son sus más queridos secretos.

Detteras hizo una pausa para invitar nuevamente a Gersen.

—La práctica, aquí en Alphanor, es todavía mucho más complicada —prosiguió Detteras—. Nosotros nos protegemos para el ataque y la defensa con mil símbolos ambiguos. El asunto del vivir es algo enormemente complicado; se establece una tensión artificial y la incertidumbre y la sospecha se convierten así en una cosa normal.

—Y en el proceso —sugirió Gersen— las sensibilidades se desarrollan en forma desconocida, tanto para los tunkers como para los sirenos.

Detteras volvió a realizar otro gesto con la mano.

—No tan deprisa, señor Gersen. Yo conozco a mucha gente de ambos pueblos y la insensibilidad es un término que no puede ser aplicado ni a uno ni a otro.

»Los sirenos detectarán el matiz de inquietud más remoto cuando un hombre se enmascara fuera de su estado legal. Y los tunkers (de éstos conozco menos) tienen también diferenciaciones personales tan refinadas y variadas como nosotros, incluso mayores. En ello observo la misma doctrina estética: cuanto más restringida sea la disciplina de una forma de arte, más subjetivos serán los criterios del gusto. En otra categoría, consideremos ahora a los Reyes Estelares: criaturas no humanas, llevadas por su psique a excelencias sobrehumanas, literalmente hablando. Han de verse obligadas a entrar en un campo reservado, ya que no existe matriz humana para su educación simbólica. Y volviendo a Alphanor, es preciso recordar que la gente permite captar una enorme cantidad de información perfectamente válida, de unos a otros, así como ambigüedades.

—Desorientador —dijo Gersen secamente—, siempre que uno se deje confundir.

Detteras sonrió con calma, satisfecho consigo mismo.

—Usted ha llevado una vida diferente a la mía, señor Gersen. En Alphanor, los términos finales no son la vida y la muerte. Todos están claramente sofisticados. Esto es más simple y fácil que no aceptar a la gente en su propia valía. Cierto que con frecuencia no es práctico dejar de hacerlo así. Bien... ¿por qué sonríe usted, señor Gersen?

—Sospecho que el expediente de Kirth Gersen, solicitado por la PCI, tarda en llegar. Y mientras tanto, usted encuentra poco práctico aceptarme en mi propia evaluación, e incluso en la suya.

Detteras también sonrió.

—Comete usted una injusticia con la PCI y conmigo. El expediente llegó inmediatamente, unos minutos antes que usted. —Y señaló una hoja de papel fotostático que había sobre su escritorio—. Ordené que me enviaran su expediente, en mi papel de un jefe responsable de la Institución. Creo que puedo confiar en mi prudencia.

—¿Y qué ha sabido usted? —preguntó Gersen—. Hace mucho tiempo que no tengo idea de mi propio expediente...

—Se encuentra maravillosamente en blanco, querido amigo —dijo recogiendo el documento fotostático—. Nació usted en mil cuatrocientos noventa. ¿Dónde? En ninguno de los mundos mayores. A la edad de diez años fue registrado en el Espaciopuerto Galileo de la Tierra, en compañía de su abuelo, cuyos antecedentes deberíamos, por cierto, comprobar.

»Usted solía ir a las escuelas públicas y fue aceptado por el Instituto como catecúmeno y alcanzó el grado once a la edad de veinticuatro años, progreso realmente notable, y entonces se retiró. Desde entonces en adelante no hay registro alguno, sugiriendo que, o bien permaneció usted en la Tierra o salió de ella ilegalmente. Puesto que se halla sentado frente a mí, lo último ha debido de ser lo sucedido. Es muy notable —continuó Detteras— que una persona pudiese vivir hasta su edad en una sociedad tan compleja como la del Oikumene, sin haber tenido nada que hacerse registrar en los archivos de la PCI. Unos largos años de silencio, mientras estaba ocupado... ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Para qué propósito y qué fin?

Y miró interrogativamente a Gersen.

—De no estar ahí, es evidente que no habrá tenido ninguna importancia.

—Naturalmente, claro está. Hay muy poco más. —Y dejó a un lado el expediente—. Ahora, le veo ansioso por hacer sus preguntas y voy a anticiparme a ellas. Yo conocí a Lugo Teehalt, hace mucho tiempo, en mis días de estudiante. Se mezcló en cierto desagradable asunto y se eclipsó. Hace un año, más o menos, vino a verme, solicitando un contrato de prospector.

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