El Rey Estelar (5 page)

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Authors: Jack Vance

BOOK: El Rey Estelar
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—Con cuidado, amigo —le dijo, con un acento inequívocamente terrestre—. Molésteme y Smade le tirará al mar.

—Dasce salió al exterior seguido por el envenenador sarkoy. Tristano se les unió y los tres se dirigieron al espaciopuerto de la explanada. Gersen continuó en la terraza, respirando con dificultad y luchando con la urgente necesidad interior de entrar en acción.

Diez minutos más tarde, dos naves se elevaron en la oscuridad de la noche. La primera era un potente navío, pesado y con armamento a proa y popa. La segunda era un viejo navío espacial, baqueteado por los viajes siderales, propio de los prospectores, del modelo 9-B.

Gersen lo miró perplejo. El segundo era su navío.

Las naves se perdieron en el cielo, que poco después quedó oscuro y desierto como antes. En aquel momento, recordó el sobre que le había entregado Lugo Teehalt. Lo abrió y extrajo las tres fotografías, que siguió examinando durante casi una hora junto al fuego del hogar.

Cuando ya estaba casi apagado, decidió irse a la cama. En el bar quedaba todavía un hijo de Smade entre los cacharros y el servicio. En el exterior, la lluvia volvía a caer ruidosamente y los relámpagos y truenos se mezclaban con el sordo murmullo del océano.

Gersen se sumió en sus pensamientos. Sacó de su bolsillo una hoja de papel, en la que había anotados cinco nombres:

Attel Malagale, el Funesto.

Howard Alan Treesong.

Viole Falushe.

Kokor Hekkus (la Máquina de Matar).

Lens Larque.

De otro bolsillo extrajo un lápiz y todavía dudó unos instantes. Si seguía añadiendo nombres continuamente a aquella lista, nunca terminaría. Por supuesto, no existía una necesidad real de escribir nada, ni de tener semejante lista: Gersen conocía los cinco nombres como el suyo propio. Pero se decidió a añadir bajo el último el de Hildemar Dasce. Durante un cierto tiempo continuó mirando aquellos nombres. Dos tendencias luchaban en su cerebro: una era tan febril y apasionada que provocaba una cierta diversión en la otra, la correspondiente al observador frío y cerebral.

El fuego estaba casi extinguido, trozos de musgo fosilizado daban aún un resplandor escarlata, el sordo murmullo del mar descendía de tono. Finalmente, Gersen se puso en pie y se fue escalera arriba a su habitación.

Durante casi toda su vida, Gersen apenas había conocido otra cosa que una sucesiva y casi ininterrumpida serie de lechos extraños; sin embargo, el sueño le llegó poco a poco mientras miraba fijamente la oscuridad circundante. Visiones lejanas de su pasado desfilaron ante sus ojos. Primero fue un paisaje maravillosamente tranquilo y agradable: azuladas montañas, una población cuyas casas estaban pintadas en colores pastel suaves, a lo largo de las orillas de un río murmurante y cristalino.

Pero aquella dulce y nostálgica imagen, como siempre, fue seguida por otra aún más vívida: El mismo paisaje sembrado de cuerpos destrozados y ensangrentados. Hombres, mujeres y niños masacrados bajo las armas asesinas de dos grupos de hombres vestidos con extraños ropajes, procedentes de cinco navíos espaciales. Junto a un anciano, su abuelo, Kirth Gersen observaba horrorizado, desde la otra orilla del río, la espantosa escena, escondido de los piratas y tratantes de esclavos asesinos por el bulbo de una vieja gabarra. Cuando las naves hubieron despegado, volvieron para hallar el espantoso silencio de la muerte. Entonces, su abuelo le dijo:

—Tu padre había planeado las cosas más hermosas para ti, hijo mío, darte una hermosa educación y un trabajo útil para desarrollar una vida de satisfacción y de paz. ¿Recordarás esto?

—Sí, abuelo.

—Ahora tendrás que aprender. Aprenderás la difícil virtud de la paciencia y de todos los recursos de tu inteligencia. La capacidad de tus manos y de tu mente. Tienes un trabajo útil que hacer en el futuro: la destrucción de los hombres malvados. ¿Qué trabajo sería más útil? Esto es Más Allá, encontrarás que tu tarea nunca estará terminada; por tanto, no esperes conocer una vida pacífica. No obstante, te garantizaré una amplia satisfacción, porque te enseñaré a desear más la sangre de esos monstruos que las caricias de una mujer.

El anciano había cumplido bien su predicción. Regresaron a la Tierra, el definitivo refugio de toda la sabiduría y el conocimiento. El joven Kirth aprendió muchas cosas a través de una sucesión constante de extraños profesores, cuyo detalle resultaría tedioso. Mató a su primer hombre a la edad de catorce años, un salteador que tuvo la desgracia de atacarles en una avenida de Rotterdam. Mientras su abuelo vigilaba a la manera de un viejo zorro que enseña a cazar a un cachorro, el joven Kirth, excitado y diestro, le rompió primero el tobillo y después el cuello al atónito asaltante.

Desde la Tierra se marcharon a Alphanor, planeta capital del grupo de Rígel, y allí Kirth Gersen obtuvo muchos más conocimientos convencionales. Cuando tenía diecinueve años, su abuelo murió dejándole heredero de una buena fortuna y una carta que decía:

Mi querido Kirth:

Rara vez te he expresado mi afecto y la alta estima que siento por ti. Ahora creo llegada la ocasión de hacerlo. Tú has llegado a significar mucho más para mí que mi propio hijo. No te diré que lamento haberte encaminado por la senda que hemos tomado, aunque ello te negará muchos placeres de la vida. ¿He sido presuntuoso en modelar así tu vida? Creo que no. Durante varios años has actuado impulsado por ti mismo y no has mostrado señales de desviarte en cualquier otra dirección. En todo caso, pienso que un hombre no puede dedicarse a mejor servicio que el que yo he trazado para ti. La Ley del Hombre está limitada por las fronteras de Oikumene. El mal y el bien, no obstante, son ideas que abarcan al universo entero; Desgraciadamente, más allá de la Estaca hay pocas posibilidades de asegurar el triunfo del bien sobre el mal.

El triunfo consiste en dos procesos: primero, el mal tiene que ser extinguido, después el bien será introducido para rellenar el vacío. Es imposible que un solo hombre pueda cumplir eficazmente ambas misiones. El bien y el mal, a despecho de su falacia tradicional, no son polos opuestos, ni imágenes de un espejo, ni siquiera el uno es la ausencia del otro. Con objeto de minimizar la confusión, tu trabajo será el de destruir a todos los hombres malvados.

¿Qué es un malvado? Un hombre malvado es el que obedece sólo a sus fines privados, el que destruye la belleza, produce el dolor y aniquila la vida. Es preciso recordar que matar a los malvados no es el equivalente de extirpar el mal, lo que es una relación entra una situación y un individúo. Una espora venenosa crecerá solamente en un suelo preparado con sustancias nutritivas. En este caso, el terreno abonado es Más Allá, y puesto que ningún esfuerzo humano puede alterar Más Allá (que seguirá existiendo siempre) tú deberás dedicar todos tus esfuerzos a destruir las esporas venenosas, que en este caso son los malvados. Es una tarea a la que nunca hallarás fin.

Nuestra más aguda y primera motivación en este asunto no es realmente otra cosa que un elemental y doloroso deseo de venganza. Cinco capitanes piratas destruyeron ciertas vidas y esclavizaron a otras muchas, que eran preciosas para nosotros. La venganza no es un motivo innoble cuando trabaja para un fin ejemplar y beneficioso. No sé cuáles son los nombres de esos cinco piratas. Mis esfuerzos en tal sentido no me proporcionaron la deseada información. Reconocí, sin embargo, un nombre: Parsifal Pankarow, no menos peligroso que los cinco capitanes piratas, aunque con menos potencialidad a su disposición para causar el mal. Tú tienes que buscarle en Más Allá y saber por él los cinco nombres deseados.

Después tendrás que matarlos uno a uno, sin preocuparte del dolor que sufran en el proceso, puesto que ellos procuran el dolor en infinita medida a otros muchos inocentes.

Necesitas aprender muchas cosas. Te recomiendo, hijo, que vayas al Instituto, aunque temo que las disciplinas de ese Cuerpo no vayan bien para ti. Actúa como lo creas mejor. En mi juventud pensé en hacerme catecúmeno, pero el Destino determinó otra cosa distinta. De haber tenido amistad con algún Hermano te habría enviado a su sabio consejo; pero no conté con tal amistad. Quizá te encontrarás menos constreñido fuera del Instituto. Al catecúmeno se le imponen condiciones restrictivas a través de los primeros catorce grados.

De todos modos, te recuerdo la necesidad de que dediques especial atención al estudio profundo de los venenos sarkoy y sus técnicas, preferiblemente con tus estudios en el propio sarkoy. Es preciso que te adiestres perfectamente en el manejo del cuchillo, aunque no tengas que temer luchar con él, ya que pocos hombres lo utilizan. Tus juicios intuitivos son buenos, tu autocontrol, economía en la acción y versatilidad deben ser perfectamente dominados. Pero siempre te quedará mucho por aprender. Para los próximos diez años, estudia, entrénate... y sé prudente. Hay también otros muchos hombres capaces, no pierdas tu tiempo gastándolo inútilmente contra ellos hasta que no estés mejor preparado y mejor dispuesto que cualquiera. En resumen, no hagas una supervirtud del valor ni del heroísmo. Una buena dosis de precaución —puedes incluso llamarlo temor o cobardía— es una cualidad altamente deseable para un hombre como tú, cuya única falta pudiera decirse que es el tener una fe mística, casi supersticiosa, en el éxito de tu empresa. No te ensoberbezcas, todos somos mortales, como yo mismo puedo atestiguarte.

Ya ves, mi amado nieto, que estaré muerto cuando leas esta carta. Te he entrenado para que conozcas el bien sobre el mal. Yo siento un noble orgullo por haber cumplido mi propósito y espero que recordarás con afecto y respeto a tu abuelo, que tanto te ha querido.

ROLF MARR GERSEN.

Durante once años Kirth Gersen obedeció los dictados del abuelo e incluso se excedió en ellos, mientras que buscó sin tregua tanto en el Oikumene como en Más Allá a Parsifal Pankarow, aunque infructuosamente.

Pocas ocupaciones ofrecían más desafíos constantes a la aventura apasionante de su misión, más fascinación por el azar e incomparablemente más satisfacciones que el haber trabajado como «comadreja» para la PCI. Se encargó de dos misiones en Farode y en el Planeta Azul. Durante esta última misión pudo obtener la información que podía conducirle hasta Parsifal Pankarow, pudo saber que residía normalmente en Brinktown, donde se llamaba Ira Bugloss, agente de una próspera casa de importación.

Gersen acabó encontrando a Pankarow, un tipo fornido y corpulento, calvo como un huevo, con la piel teñida de amarillo limón y grandes bigotes, negros y abundantes.

Brinktown ocupaba una meseta situada como una isla sobre una jungla negra y color naranja. Gersen estuvo escrutando los movimientos de Pankarow durante dos semanas y llegó a comprender su rutina diaria, que era la de un hombre aparentemente sin preocupaciones. Entonces, una tarde, llamó un taxi, dejó inconsciente al conductor y esperó en el exterior del Club Jodisei, hasta que Pankarow, cansado de hacer deporte con los nativos, salió a la húmeda noche de Brinktown. Contento consigo mismo y canturreando la última canción de moda, fue conducido, no a su suntuoso hogar, sino a un claro de la jungla. Allí, Gersen le hizo unas preguntas que Pankarow no quiso contestar, haciendo un supremo esfuerzo para no soltar ni una palabra. Finalmente, extrajo los cinco nombres solicitados del fondo de su memoria.

—Y ahora, ¿qué hará usted conmigo?

—Le mataré —afirmó Gersen, pálido frente a la ejecución que tenía el deber de llevar a cabo—. Usted es mi enemigo y además merece morir cien veces, si tuviera cien vidas.

—En cierta época, quizá sí —protestó temblando y lloroso—. Ahora llevo una vida intachable y no he hecho daño a nadie.

Gersen pensó si cada ocasión como aquélla habría de proporcionarle tales náuseas, miseria moral y dudas. Con una voz ronca por el esfuerzo le respondió:

—Lo que usted dice es posible que sea cierto; pero su riqueza se ha forjado sobre el dolor y la miseria de los demás. Y ciertamente informaría al primero de los cinco que encontrase, de seguir con vida.

—No... Le juro que no. Y mi riqueza... puede llevársela.

—¿Dónde está?

Pankarow trató de establecer condiciones.

—Le conduciré hasta ella.

Gersen sacudió la cabeza con tristeza.

—Lo siento mucho. Está usted a punto de morir. Así ocurrirá con los demás. Piense que con ello pagará en parte el mal que ha hecho...

—¡Está bajo mi tumba! —gritó Pankarow—. ¡Bajo la tumba que tengo frente a mi casa!

Gersen tocó el cuello de Pankarow con un tubo, que instiló un veneno sarkoy en la piel.

—Iré a mirar —dijo—. Usted dormirá hasta que vuelva a verle.

Gersen había dicho la verdad. Pankarow se sintió relajado y murió pocos segundos después. Entonces, volvió a Brinktown y encontró la impresionante casa de Pankarow, un plácido lugar rodeado de altos árboles negros, verdes y de color escarlata. Al atardecer entró por uno de los tranquilos senderos del jardín. La tumba erigida en piedra y mármol destacaba en primer plano, con un macizo monumento que mostraba a Pankarow en actitud noble con las manos extendidas y la cabeza mirando hacia el cielo. Mientras se acercaba lentamente, un chico de unos catorce años le salió al encuentro.

—¿Viene usted de parte de mi padre? ¿Está otra vez con esas mujeres gordas?

El corazón de Gersen empezó a latir furiosamente; en un instante había olvidado cualquier pretensión de confiscar la riqueza de Pankarow.

—Te traigo un mensaje de tu padre.

—¿Quiere entrar? —preguntó el niño, ansioso—. Llamaré a mamá.

—No, por favor, no lo hagas. No tengo tiempo. Escucha atentamente. Tu padre ha tenido que marcharse fuera. No sabe cuando volverá. A lo mejor no regresará nunca.

El muchacho le escuchaba con los ojos dilatados por el asombro.

—¿Papá... tuvo que huir?

—Sí. Le encontraron unos viejos enemigos y no se atreve a mostrarse en público. Me encargó que os dijera, especialmente a tu madre, que el dinero lo tiene escondido bajo la tapa de su mausoleo.

El chico miró fijamente a Gersen.

—¿Quién es usted?

—Sólo un mensajero, nada más. Di a tu madre exactamente lo que te he dicho. Una cosa todavía: cuando miréis bajo la losa, tened cuidado. Puede que haya alguna trampa que guarde el dinero. ¿Comprendes lo que estoy diciendo?

—Sí. Una trampa.

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