Authors: Jack Vance
—Pues sí.
—Esperaba ver a alguien más. Pero no importa. He decidido que no puedo cumplir con mi obligación. Eso es todo.
Y se retrepó en el asiento mostrando los dientes con una mueca ausente de humor, sin duda alguna luchando contra cualquier penosa reacción.
Gersen sonrío y sacudió la cabeza.
—Debe usted haberme tomado por otra persona.
Su interlocutor le miró fijamente con aire dubitativo.
—Pero usted está aquí procedente de Brinktown...
—¿Y eso, qué tiene que ver?
Aquel hombre hizo un gesto de desamparo.
—No importa. Yo esperaba... pero es igual. —Y tras unos momentos añadió—: Me había fijado en su nave... es un modelo Nueve-B. Es usted un prospector, ¿verdad?
—Eso es.
El hombre rehusó darse por vencido ante la aparente indiferencia de Gersen.
—¿Y viene, o se va?
—Me voy. —Y entonces, pensando que tenía que acomodarse en su papel de prospector, Gersen dijo—: No puedo decir que haya tenido suerte.
La tensión del otro pareció desvanecerse inmediatamente. Hizo un movimiento con los hombros, como sintiéndose más tranquilo.
—Yo pertenezco al mismo gremio. Y en cuanto a la suerte... —Dejó escapar un suspiro de desconsuelo, en el que Gersen pudo oler el whisky destilado por Smade—. Si es mala, no dudo en echarme la culpa a mí mismo.
La sospecha de Gersen aún no había desaparecido. La voz de aquel hombre, bien modulada, y de acento educado no significaba nada especial. Podría ser lo que representaba: un prospector en apuros por cualquier causa en Brinktown. Gersen habría preferido con mucho la sola compañía de sus propios pensamientos; pero consideró una precaución elemental observar más profundamente la situación. Suspiro con aire preocupado e hizo un gesto retorcido con la boca, aunque cortés.
—¿Desea unirse a mí?
—Gracias.
Y el hombre se sentó más a su gusto y con nuevos ánimos; pareció descargarse de toda una serie de disgustos y preocupaciones.
—Me llamo Teehalt. Lugo Teehalt. ¿Quiere usted beber? —Y antes de esperar el consentimiento de Gersen, hizo una señal a una de las hijas de Smade, una niña de unos diez años, que vestía una sencilla blusa blanca y una larga falda negra—. Beberé whisky, nena. Trae a este caballero lo que desee.
Teehalt pareció ganar fuerzas, bien por la bebida o por la conversación. Su voz se hizo más firme y sus ojos más claros y brillantes.
—¿Cuánto tiempo estuvo usted fuera?
—Cuatro o cinco meses —contestó Gersen en su papel de prospector—. No he visto nada más que rocas, barro y azufre... No sé si vale la pena trabajar de este modo...
Teehalt sonrió y movió la cabeza lentamente.
—Sin embargo... ¿no resulta un trabajo fascinante? Las estrellas brillan enviando su luz a las órbitas de sus planetas. Y uno se pregunta a cada momento: ¿será ahora? Siempre igual, una vez tras otra, el humo y los vapores del amoníaco, los fantásticos cristales minerales, los aires cargados de monóxido, las lluvias de ácido. Pero uno sigue y sigue... Quizá en la región que tenemos más adelante los elementos se presenten en sus formas más nobles. Claro que el resultado es casi siempre volver a encontrar el mismo terreno rocoso, la misma nieve del metano... Pero en cualquier instante: ¡allí está! ¡La belleza absoluta!
Gersen se bebió su whisky sin hacer comentario alguno. Teehalt, aparentemente, era todo un caballero, educado y de buenas formas, venido a menos en aquel mundo.
Teehalt continuó, medio hablando para sí mismo.
—¿Dónde está la suerte? No lo sé... No estoy seguro de nada. La buena suerte parece la mala, el desamparo y el fracaso a veces parecen más deseables que el éxito. Pero entonces... ¿cómo podría reconocer la buena suerte de la mala y quién confunde el fracaso con el éxito? En fin, todo esto no es más que un proceso sin sentido de la propia vida...
Gersen comenzó a sentirse relajado. Aquella especie de incoherencia, que dejaba traslucir una cierta sabiduría, era algo que no podía concebir entre sus enemigos. Con cautela, Gersen terció filosóficamente:
—La incertidumbre hace más daño que la ignorancia.
Teehalt le miró con respeto, como si aquella declaración estuviese llena de una profunda sabiduría.
—¿No creerá usted que un hombre es mejor porque sea ignorante?
—Eso depende; según el caso —continuó Gersen—. Está claro que la incertidumbre alimenta la indecisión, lo que en sí es la negación de todo. Un hombre ignorante puede actuar para bien o para mal... cada hombre tiene su propia respuesta. Nunca hubo en esto un verdadero consenso.
Teehalt sonrió tristemente.
—Defiende usted una doctrina muy popular, el pragmatismo ético, que siempre se convierte en la doctrina del egoísmo y el propio interés. Sin embargo, comprendo que hable usted de incertidumbre, ya que yo soy realmente un hombre incierto. —Y sacudió su cabeza de agudas facciones—. Sé que estoy metido en un gran aprieto, pero ¿porqué no habría de estarlo? He tenido una experiencia muy particular. —Acabó el whisky y adelantó el cuerpo hacia Gersen—. Usted es seguramente más sensible de lo que parece a primera vista. Y quizá más ágil también. Y hasta puede que más joven de lo que aparenta.
—Nací en mil cuatrocientos noventa.
Teehalt hizo un gesto vago y miró a Gersen.
—¿Puede usted comprenderme si le digo que he conocido demasiada belleza?
—Sí que podría comprenderle, si me lo aclarase.
Teehalt parpadeó pensativamente.
—Trataré de hacerlo. —Y permaneció unos instantes en silencio antes de continuar—. Tal como admití antes, yo también soy un prospector. Es un oficio miserable, y le ruego me disculpe, ya que a usted le atañe de la misma forma, porque implica la degradación de la belleza. A veces, sólo hasta cierto punto, que es lo que una persona como yo puede esperar. Otras, es poca la belleza que se corrompe y a veces también, la belleza resulta incorruptible. —Hizo un gesto con la mano hacia el océano. Este Refugio es inofensivo. Permite que se revele la belleza de este terrible y pequeño planeta. —De nuevo se adelantó hacia Gersen, mojándose los labios—. El nombre de Malagate ¿le dice a usted algo? ¿Attel Malagate?
La emoción estuvo a punto de traicionar a Gersen, pero se controló al instante, como lo hacía por costumbre. Tras una ligera pausa, preguntó al azar:
—¿El llamado Malagate el Funesto?
—Sí, Malagate el Funesto. ¿Ha llegado a conocerle?
Y Lugo Teehalt escrutó fijamente las facciones de Gersen, siempre impasibles. Tras unos instantes, repuso sin la menor vacilación:
—Sólo de oídas.
Teehalt se inclinó más vivamente aún.
—Cualquier cosa que haya oído, sepa que sólo es pura adulación.
—Pero usted no sabe lo que yo he oído.
—Dudo mucho que haya oído lo peor. Pero de nuevo, la paradoja sorprendente... —Y Teehalt cerró los ojos—. Estoy haciendo trabajos de prospección para Attel Malagate. Es el dueño de mi nave. Y he recibido su dinero.
—Es una posición difícil, ¿verdad?
—Cuándo lo descubrí... bien, ¿qué podía hacer? —Teehalt extendió las manos en un gesto extravagante, reflejando sus íntimas emociones y el efecto del whisky ingerido— Me lo he preguntado una y otra vez. Yo no hice esta elección. Yo tenía mi nave y mi dinero, no procedente de una casa comercial, sino de una digna institución. Yo era entonces Lugo Teehalt, un hombre que había sido elevado al cargo de Jefe de exploradores de la institución. Pero me enviaron en un Nueve-B y ya no pude engañarme: me había convertido en un prospector vulgar y corriente, uno más.
—¿Dónde está su nave? —preguntó Gersen vagamente curioso—. Sólo están la mía y la del Rey Estelar, en el campo de aterrizaje.
Teehalt se apretó los labios.
—Tenía buenas razones para tomar precauciones —dijo mirando a izquierda y derecha—. ¿Le sorprendería saber que esperaba encontrar...?
Y se detuvo, lo pensó mejor y se quedó mirando fijamente el interior de su vaso ya vacío. Gersen hizo una señal y Arminta, una de las hijas de Smade, vino enseguida a servirle otro trago en una bandeja de jade decorada con flores silvestres.
—Pero esto es cosa de poca importancia —continuó Teehalt—. Creo que le estoy aburriendo con mis problemas...
—En absoluto —respondió Gersen afectuosamente—. Los asuntos de Attel Malagate me interesan.
—Yo puedo comprenderlo —siguió Teehalt tras otra pausa—. Él es una peculiar combinación de cualidades.
—¿De quién recibió usted su nave espacial? —preguntó Gersen.
—No sabría decirlo —contestó Teehalt sacudiendo la cabeza—. Por lo que veo, usted mismo puede ser el hombre de Malagate. Espero que no, por su propio bien.
—¿Por qué tendría que ser yo el hombre de Malagate?
—Las circunstancias lo sugieren; pero sólo las circunstancias. Aunque, realmente, creo que no. No enviaría aquí a alguien a quien no conozco.
—Entonces, tiene usted una cita...
—Oh, no me importa. Pero... no sé qué hacer.
—Puede volver al Oikumene.
—¿Y eso qué podría importarle a Malagate? Puede ir y venir a su gusto por todas partes.
—¿Y por qué tiene particular interés en perjudicarle? Hay prospectores de sobras.
—Yo soy único —dijo Teehalt—. Soy un prospector que ha encontrado un tesoro demasiado precioso para ser vendido.
Gersen se impresionó a pesar suyo.
—Es un mundo demasiado bello para que sea degradado —continuó Teehalt—. Un mundo inocente, lleno de luz, de aire y de color. Dar este mundo a Malagate para sus palacios, sus vicios y sus casinos... es como entregar a un niño una colección de soldados de Sarcoy. Peor aún.
—¿Y Malagate tiene conocimiento de eso?
—Mi mayor desgracia es beber mucho y hablar demasiado.
—Como está haciendo ahora —comentó Gersen.
—No es posible decir nada a Malagate que él ya no sepa —dijo Teehalt con una triste sonrisa—. El daño proviene de Brinktown.
—Dígame algo más de ese mundo. ¿Está habitado?
Teehalt volvió a sonreír, pero no contestó. Gersen no sintió resentimiento alguno. Teehalt, haciendo señas a Arminta Smade, le pidió un Fraze, un licor fuerte y agridulce incluido en la lista de los que servían como alucinógenos. Gersen indicó que ya había bebido bastante.
La noche se había apoderado del pequeño planeta. Los relámpagos y los truenos estallaban aquí y allá, a lo largo del horizonte. De repente, un fuerte aguacero comenzó a tamborilear sobre el tejado del Refugio. Teehalt, adormecido por el licor o quizá viendo visiones, continuó:
—No podrá usted nunca encontrar ese mundo. Estoy decidido a que jamás sea violado.
—¿Y qué ocurrirá con su contrato?
—Lo cumpliré en cualquier otro mundo ordinario y corriente.
—La información se halla contenida en su monitor —resaltó Gersen—. Y la propiedad es de su fletador.
Teehalt permaneció silencioso durante tanto rato, que Gersen dudó si estaría despierto. Finalmente dijo:
—Tengo miedo a morir. Por otra parte, quisiera lanzarme con la nave, el monitor y todo dentro de cualquier estrella.
Gersen no hizo ningún comentario.
—No sé qué hacer —continuó Teehalt—. Es un mundo notable. Sí. Es la belleza pura. Trato de imaginar si la belleza no encierra otra cualidad que yo no puedo sospechar... al igual que la belleza de una mujer enmascara sus más abstractas virtudes... O quizá sus vicios. De cualquier forma, ese mundo es bellísimo y sereno, más allá de cuanto expresen las palabras. Existen montañas lavadas por la lluvia. Sobre los valles flotan nubes tan suaves y brillantes como la nieve. El cielo es un zafiro de un azul oscuro. Y el aire es suave, fresco y acariciante y tan transparente como un cristal de roca. No hay muchas flores, aunque se encuentran como un raro tesoro. Pero en su lugar existen muchos árboles y los más hermosos y magníficos son los grandes reyes, como una fuerte corteza, como si hubieran vivido eternamente.
»Me ha preguntado usted si está habitado. Me veo obligado a decirle que sí, aunque las criaturas que allí viven son algo... extrañas. Yo les llamo dríades. Vi sólo unos cuantos centenares y me parecieron de una edad muy antigua. Tan viejas como las montañas y como los propios árboles. —Teehalt cerró los ojos—. El día tiene una duración dos veces superior a los nuestros, la mañana es larga y brillante, las tardes llenas de quietud y los crepúsculos dulces como la misma miel. Las dríades se bañan en el río o permanecen en los bosques umbrosos...
La voz de Teehalt casi se apagó, como si estuviera dormido.
Gersen preguntó, sorprendido:
—¿Las dríades?
Teehalt se estremeció en su silla:
—Es un nombre tan bueno como otro cualquiera. Al menos, son medio plantas. Yo no las examiné muy detenidamente. ¿Por qué? No lo sé. Estuve allí... supongo que dos o tres semanas. Eso es lo que vi...
Teehalt tomó tierra con su baqueteado Nueve-B en una pradera cerca del río. Esperó hasta que el analizador hizo las comprobaciones oportunas del entorno, aunque un paisaje tan bello como aquél no podría dejar de ser habitable. Teehalt, que era una mezcla de universitario, poeta y niño aventurero, así lo había pensado.
No estaba equivocado. La atmósfera demostraba ser respirable, los análisis de sensibilidad alérgica, negativos, los microorganismos del aire y la tierra morían rápidamente bajo el contacto del antibiótico que Teehalt se había administrado. No había razón alguna para que no saliera inmediatamente a ver aquel mundo y así lo hizo.
Techalt se detuvo extasiado sobre el césped y frente a la nave. El aire era limpio, claro y fresco, como una aurora de primavera, y totalmente silencioso, como queda tras el canto de un pájaro. Teehalt vagó valle arriba. Se detuvo a admirar un boscaje de árboles y vio a las dríades que estaban reunidas en grupo a la sombra del bosque. Eran bípedas, con un torso peculiarmente humano y una estructura similar a una cabeza también humana, aunque estaba claro que sólo se parecían a un ser humano en una forma muy superficial, vistas de lejos. La piel era plateada marrón y verde a lunares. La cabeza no mostraba otras características o facciones que unas protuberancias rojoverdosas, en el lugar que habrían ocupado las cuencas de los ojos. De los hombros se alzaban miembros como brazos que se subdividían en ramas y después en hojas de verde oscuro y casi púrpura, rojo brillante, broncenaranja y ocre dorado.