Authors: Jack Vance
De
Diez exploradores: Un estudio de un tipo
, por Oscar Anderson:«Cada mundo tiene su distinto aroma psíquico, esto es una cuestión atestiguada por cada uno de los diez exploradores. Isack Canaday hace constar que aun estando con los ojos vendados y siendo transportado a cualquier planeta del Oikumene o del inmediato Más Allá podría identificar correctamente el planeta, sin necesidad de quitarse la venda. ¿Cómo puede ser posible tal hazaña? A primera vista resulta incomprensible. El propio Canaday confiesa no saber el origen de tal conocimiento.
»Según él basta levantar la nariz, mirar alrededor del cielo, dar un par de saltos... y esa sensación llega hasta él.
»La explicación de Canaday es, por supuesto, fantástica y picaresca. Nuestros sentidos son mucho más agudos de lo que sospechamos. La composición del aire, el color de la luz y del cielo, la curvatura y la proximidad del horizonte, la tensión producida por la gravedad, todo esto es presumiblemente interpretado en nuestro cerebro para producir, como resultado, una característica individual, tal como la forman los ojos, una nariz, el cabello, la boca, las orejas, que en conjunto crean el rostro determinado de una persona.
»Y todo esto sin mencionar la flora y la fauna, los artífices de lo autóctono, el hombre, el aspecto distintivo, del sol o soles...»
«Conforme madura una sociedad, la lucha por la vida se gradúa imperceptiblemente o cambia su énfasis, produciéndose lo que puede denominarse la búsqueda del placer. Esto resulta una declaración amplia, y posiblemente no impresione a nadie. No obstante, como generalización, permite una rica resonancia de implicaciones. El autor sugiere tal declaración como un tópico de fuerza para una disertación, la vigilancia y observación de diversas situaciones de los varios tipos de ambientes de supervivencia y los especiales tipos de objetivos de placer que se derivan de ellas. Parece probable, tras un momento de reflexión, que toda amenaza, peligro o penuria, genera una tensión psíquica correspondiente, que demanda una particular compensación.»
Vida, volumen 111
, de UNSPIEK, BARÓN BODISSEY.
Gersen volvió a la estación terminal subterránea en Sansontiana. Recobró el monitor e inmediatamente intentó abrirlo con la llave. Para su satisfacción, el cerrojo se abrió con suavidad, mostrando su contenido. No había ni explosivos ni ácidos en su interior. Extrajo el pequeño cilindro que contenía el archivo y lo sopesó en la mano. Después se fue a la oficina del correo interplanetario y envió el cilindro dirigido a sí mismo al Hotel Credenze en Avente, Alphanor. Volvió por el tren subterráneo hasta Kindune, y en el espaciopuerto, sin tropezarse con más problemas, subió a bordo de la Nueve B y partió.
El azul creciente de Alphanor se divisaba en el espacio, con la estrella Rígel brillando en la lejanía, centro del sistema solar. Cuando los siete continentes del planeta comenzaron a emerger de la oscuridad, Gersen conectó el piloto automático con el programa de aterrizaje para Avente, hasta llegar al espaciopuerto de la ciudad. La grúa gigante elevó el aparato y lo condujo a la fila de aparcamiento lateral. Gersen salió de la espacionave y reconoció los alrededores. Al no hallar señal alguna de sus enemigos se dirigió hacia la terminal. Almorzó allí, considerando sus planes de batalla para el inmediato futuro. Hizo una lista de los próximos pasos a seguir:
Estas serían las líneas básicas de su plan. Pero Gersen consideró que aquellos pasos lógicos quizá no resultaran tan fáciles. No se atrevería a despertar las sospechas de Malagate. Hasta cierto punto, la posesión del archivo de Teehalt le resultaba casi como un seguro de vida; pero en cuanto Malagate sintiera la menor amenaza personal, encontraría muy pocas dificultades en preparar, sin el menor escrúpulo, un asesinato. Por el momento, la iniciativa estaba en sus manos y debería actuar sin precipitación.
Su atención se distrajo con la presencia de dos preciosas chicas sentadas en el restaurante, cerca de donde se hallaba, evidentemente llegadas con objeto de dar la bienvenida o despedir a algún amigo. Gersen las contempló, sintiendo en su interior el vacío de su vida íntima. La frivolidad... seguramente aquellas chicas tendrían muy poco dentro de la cabeza. Una se había teñido el cabello de verde floresta y maquillado el rostro de un delicado verde lechuga. La otra lucía una peluca fabricada con láminas de metal de color lavanda, y llevaba además una elaborada cofia de hojas de plata cuyos adornos le colgaban por la frente y a los lados.
Gersen dejó escapar un hondo suspiro. Sin duda, había vivido una existencia triste y falta de alegría, sin la compañía de una mujer hermosa. Volviendo atrás en sus recuerdos le vinieron a la mente muchas escenas de sus años jóvenes, en que mientras los demás ocupaban sus vidas con un placer irresponsable, él estuvo siempre haciendo el papel de un muchacho de rostro grave, alejado de las diversiones y placeres propios de la juventud. Su abuelo le había dicho...
Una de las chicas notó su atención y murmuró algo al oído de la otra. Ambas le dirigieron una mirada de soslayo y después parecieron ignorarle. Gersen sonrió con escepticismo. No confiaba en las mujeres. Había tratado muy pocas íntimamente. Frunció el ceño y consideró si Malagate no las habría enviado a recibirle para que le sedujeran. Pero tal pensamiento debía de ser ridículo. ¿Por qué dos?
Las chicas acabaron poniéndose en pie y, tras mirarle de reojo, se marcharon del restaurante. Gersen observó cómo se alejaban, resistiendo el fuerte impulso de correr tras ellas, presentarse e intentar entablar una conversación amigable. Ridículo también, doblemente ridículo. ¿Qué podría decirles? Se imaginó a las chicas, con sus caras bonitas, primero perplejas, después mirándole con aire aturdido, mientras que él se esforzaría en congraciarse con ellas. Las chicas se habían ido. «Menos mal», pensó Gersen, medio divertido, y medio irritado consigo mismo. Después de todo ¿por qué sentirse decepcionado? La clase de vida que se había impuesto no facilitaba el dominio del trato social y vivir su media otra vida de hombre no sería más que una fuente de constantes dificultades.
Conocía su misión y se hallaba soberbiamente preparado para llevarla a cabo. No tenía dudas ni incertidumbres, sus objetivos estaban perfectamente definidos. Pero una idea súbita interrumpió el curso de sus cavilaciones. ¿Dónde estaría sin aquel claro propósito? Si estuviera menos artificialmente motivado, no podría sentirse tan bien en comparación con los hombres que circulaban a su alrededor, gente de maneras agradables y palabra fácil. Dándole vueltas en la cabeza a aquella idea, terminó por sentirse espiritualmente deficiente. Ninguna fase de su vida le había permitido elegir con libertad. No sentía el más leve temor ante el camino trazado: no era aquél el punto de partida. Pero... los objetivos de un hombre no deberían serle impuestos hasta conocer el mundo lo suficiente para tener la libre capacidad de elegir un camino y sopesar sus propias decisiones. No se le había dado oportunidad de escoger sus opciones. Se había tomado la decisión, y él la había aceptado. Y después de todo ¿qué haría una vez terminada con éxito la tarea? Las oportunidades eran escasas, por supuesto. Pero, admitiendo que llevara a buen término la ejecución de aquellas cinco personas ¿qué haría después con su propia vida? Una o dos veces antes había tratado de hallar respuesta a la misma pregunta, advertido por alguna señal subconsciente de que nunca debería ir más allá, sin saberla. Tampoco la encontró en aquel momento. Había terminado su comida. Las chicas desaparecieron. Sin duda alguna, no había razón para suponer que fuesen agentes de Malagate el Funesto.
Gersen permaneció sentado unos minutos todavía, reflexionando sobre la mejor forma de enfocar el asunto que le había traído a Avente, y de nuevo pensó que lo mejor era la acción directa.
Se dirigió a una cabina telefónica y solicitó comunicación con la oficina de información de la Universidad de la Provincia del Mar, en el distrito de Remo, a unos quince kilómetros de distancia.
La telepantalla se iluminó primero con el emblema de la Universidad, después con una convencional presentación de la recepción impresa con las palabras «Hable claramente, por favor», y simultáneamente una voz que decía:
—¿En qué puedo servirle?
Gersen habló a la todavía invisible recepcionista.
—Deseo información relativa al programa de exploración de la Universidad. ¿A qué departamento le concierne?
La pantalla se aclaró para mostrar la graciosa carita de una joven maquillada en un tono dorado:
—Eso depende del tipo de exploración.
—Me refiero a lo relacionado con la Concesión de Utilidad doscientos noventa y una.
—Un momento, señor, preguntaré.
Y la pantalla se oscureció durante unos instantes. Poco después reaparecía la joven.
—Le pongo con el Departamento de Morfología Galáctica, señor.
Gersen miró a la otra recepcionista de faz pálida y facciones de tono plateado, con un fantástico peinado adornado con incontables adminículos metálicos.
—Morfología Galáctica.
—Deseaba informarme sobre la Concesión de Utilidad doscientos noventa y una.
La joven consideró un momento la petición.
—Quiere usted decir la Concesión en si misma, ¿verdad?
—Sí, cómo opera y quién la administra.
La joven torció los labios con vacilación.
—Creo que no hay mucho que yo pueda decirle, señor. Es el mismo fondo quien financia el programa de la exploración.
—Estoy interesado particularmente en un prospector llamado Lugo Teehalt que trabajó al amparo de la Concesión número doscientos noventa y una.
La joven sacudió la cabeza.
—No conozco nada acerca de él. El señor Detteras podría decírselo; pero hoy no puede recibir a nadie.
—¿Es quien se entiende con los prospectores?
La chica frunció las cejas con un gesto atractivo. Gersen la seguía mirando fascinado.
—Yo no sé mucho de esas cosas, señor. Nosotros tenemos alguna participación en el Gran Programa de Exploración, por supuesto; pero no está al amparo de esa Concesión de que me habla, aunque el señor Detteras es el Director de la Exploración Espacial. Él podrá explicarle cuanto desee conocer al respecto.
—¿Hay alguien en ese Departamento que pudiera patrocinar a un prospector en tal Concesión?
La chica miró especulativamente a Gersen, imaginando la naturaleza del interés que mostraba.
—¿Es usted un oficial de la policía?
Gersen sonrió con franqueza.
—No, soy un amigo del señor Teehalt que trato de acabar un negocio relacionado con él.
—Oh, está bien. El señor Kelle, que es el Presidente del Comité de los Planes de Investigación y el señor Warweave, el Preboste Honorífico, son quienes conceden tales autorizaciones. El señor Kelle estará ausente toda la mañana, su hija se casa mañana y está demasiado ocupado.
—¿Y qué hay del señor Warweave? ¿Podría verle?
—Bien. —La chica arqueó graciosamente los labios, se inclinó hacia un panel lateral y se volvió enseguida hacia Gersen—. Estará ocupado hasta las tres, en que tiene una hora para recibir a los estudiantes o a las personas que cite previamente.
—Eso me vendría muy bien.
—Si me da su nombre... Le pondré en cabeza de lista. Así no tendrá que esperar, en el caso de que haya muchos que aguarden.
Gersen estaba encantado por la solicitud de la chica. La miró más atentamente y comprobó que estaba sonriendo.
—Es usted muy amable. Mi nombre es Kirth Gersen.
Observó cómo la joven escribía. Parecía no tener prisa por terminar la conversación.
—¿Qué es lo que hace un Preboste Honorífico? —preguntó Gersen—. ¿Cuáles son sus obligaciones?
Ella se encogió de hombros.
—Pues no lo sé exactamente. Va y viene sin cesar. Creo que es el único personaje de la Universidad que hace lo que desea. Cualquiera que sea tan rico como él puede hacer otro tanto, supongo.
—Una cosa más todavía, por favor —suplicó Gersen—. ¿Está usted familiarizada con la rutina del Departamento?
—Vaya, pues claro que sí —respondió la joven sonriendo—. Todo aquí es pura rutina, que me sé de memoria.
—El archivo de un monitor registrado en una nave espacial prospectora está codificado, ¿sabe usted algo de eso?
—Así lo tengo entendido.
La chica trataba definitivamente a Gersen más como persona que como el rostro de una pantalla. A Gersen le pareció muy bonita, a despecho de su estilo de peinado más bien extravagante. Sin duda, había permanecido demasiado tiempo en el espacio. Hizo un esfuerzo para conservar el mismo tono.
—¿Quién tiene que manejar los archivos y descifrarlos? ¿Quién se encarga de la decodificación?
La chica pareció vacilar de nuevo.
—Creo que es el señor Detteras. Quizá lo haga también el señor Kelle.
—¿Puede averiguarlo?
La joven dudó y examinó detenidamente el rostro de Gersen. Siempre resultaba prudente rehusar las preguntas cuyos motivos no pudiese captar bien, sin embargo... ¿Qué daño podría haber en ello? El hombre que preguntaba tenía un aspecto interesante, ansioso y triste, un poco misterioso y decididamente atractivo, en general.
—Voy a preguntar a la secretaria del señor Detteras —repuso alegremente— ¿Tendrá la bondad de esperar?