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Authors: Jack Vance

El Rey Estelar (15 page)

BOOK: El Rey Estelar
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Gersen miró fijamente, fascinado. ¡Allí tenía a Malagate!

—¿Y usted le apoyó?

—Opté por no hacerlo. Deseaba ahuyentar la preocupación de que tuviera que depender de mí por el resto de su vida. Deseaba ayudarle, es cierto; pero no de forma personal. Le dije que lo solicitase al Preboste Honorífico, Gyle Warweave, o al Presidente del Comité de Planificación Investigadora, Kagge Kelle, mencionando mi nombre, y que muy posiblemente le apoyarían. Esto fue lo último que supe de él.

Gersen dejó escapar un profundo suspiro. Detteras hablaba con la certeza y aplomo de la verdad. Pero... ¿cuál de ellos no lo había hecho?

Detteras, por fin, había confirmado que uno de los tres, bien fuera él mismo, Warweave o Kelle... estaba mintiendo.

¿Quién de ellos?

Aquella mañana había visto a Attel Malagate, le había mirado a los ojos, escuchado su voz... Se sintió súbitamente a disgusto. ¿Por qué estaba Detteras tan relajado? Un hombre tan ocupado en sus múltiples asuntos, que dejaba perder tanto tiempo... Gersen se levantó bruscamente de su sillón.

—Bien, permítame explicarle el asunto relacionado con mi visita.

Y relató de nuevo toda la historia que ya había contado a Warweave a Kelle, mientras Detteras escuchaba con una imperceptible sonrisa jugueteando en su ruda boca. Después le mostró las fotografías, que Detteras miró con indiferencia.

—Un mundo muy bello —dijo—. Si yo fuera rico, le pediría que me lo vendiera en propiedad exclusiva. Pero no lo soy. Muy al contrario. En cualquier caso, usted no parece tan ansioso de vender sus derechos como de localizar al fiador del pobre Teehalt.

Gersen pareció sentirse cogido por sorpresa.

—Lo venderé al fiador de la exploración por un precio razonable.

Detteras sonrió escépticamente.

—Lo siento. No puedo prestarme a una falsedad. Warweave o Kelle son sus hombres en este caso.

—Ellos lo niegan.

—¡Qué raro! Entonces...

—El archivo es inútil para mí en su actual condición. ¿Podría usted proporcionarme el servicio del descifrador?

—Me temo que esto quede fuera de toda petición.

—Así lo pensé también. Por tanto, tengo que venderlo a alguno de ustedes, o a la Universidad. O destruir el archivo.

—Hum. —Detteras sacudió la cabeza—. Esto requiere pensarlo con cuidado. Si sus exigencias no son excesivas, yo también estaría interesado... O quizá nosotros tres en conjunto pudiéramos llegar a un acuerdo con usted. Hablaré con Warweave y Kelle. Y, si puede, vuelva mañana, digamos a las diez. Veré la forma de contar con una proposición definitiva.

—Bien. Mañana a las diez.

Y Gersen se marchó.

Capítulo 8

«Sí, somos una organización reaccionaria, reservada y pesimista. Tenemos agentes por todas partes. Conocemos mil trucos para desmoralizar y entorpecer la investigación, sabotear experimentos y distorsionar datos. Incluso en los propios laboratorios del Instituto procedemos con discreción y cautela, deliberadamente.

»Pero ahora dejadme contestar a las preguntas y acusaciones que se oyen con frecuencia. Los miembros del Instituto ¿gozan de riqueza, privilegios, poder y libertad de la ley? Honestamente hay que responder: sí, en graduación variante, dependiendo de la fase y el logro obtenido.

»Entonces, el Instituto ¿es un grupo centrípeto y restringido? De ningún modo. Nosotros nos consideramos como una élite, ciertamente. ¿Por qué no tendría que ser así?

»¿Nuestra política? Bastante simple. La exploración del espacio ha proporcionado un arma terrible a los megalómanos que puedan surgir en nuestro medio. Existe otro conocimiento que, de ser libre, podría asegurarles el poder tiránico. Por tanto, nosotros controlamos la expansión del conocimiento.

»Estamos siendo dañados por el calificativo de "divinidades autoconsagradas" y acusados de pedantería, conspiración, condescendencia, elegancia afectada, arrogancia y obstinada rigidez, por no mencionar otros que se oyen. Estamos siendo acusados de intolerable paternalismo, y al propio tiempo reprochados por nuestro despego de los problemas humanos ordinarios. ¿Por qué no usamos nuestra sabiduría para ayudar en los trabajos difíciles, aliviar el dolor y prolongar la vida? ¿Por qué permanecemos apartados? ¿Por qué no transformamos el estado humano en una utopía: una tarea fácil dentro de nuestro poder?

»La respuesta es sencilla y quizá decepcionante: sentimos que todo eso son falsas dádivas, que la paz y la abundancia son consustanciales con la muerte. Por todos esos crueles excesos, envidiamos una humanidad arcaica con su ardiente experiencia. Sostenemos que el provecho tras el trabajo, el triunfo conseguido tras la adversidad y el logro obtenido tras un objetivo largamente perseguido, es un beneficio mayor que el prebendario nutriente de la ubre de un indulgente gobierno.»

De un mensaje televisado por Madian Carbunke,

Miembro del Grado Cien, en el Centenario del Instituto,

2 de diciembre de 1502.

«Conversación entre dos centenarios del Instituto en relación con un tercero, ausente:

—Me gustaría mucho ir por tu casa para charlar un rato, si no sospechara que Ramus estuviese igualmente invitado.

—¿Y qué ocurre con Ramus? A mí me suele divertir...

—Es un hongo, una flatulencia de individuo, un viejo sapo que me irrita extraordinariamente...»

«Pregunta hecha ocasionalmente a los Miembros del Instituto:

—¿Los Reyes Estelares se encuentran incluidos entre los Miembros de la Institución?

—Esperamos que no, ciertamente.
»

«Lema del Instituto:
"El pequeño conocimiento es una cosa peligrosa, un gran conocimiento, el desastre"
.

Lo que los detractores del Instituto parafrasean diciendo:
"La ignorancia es la gloria"

Pallis Atwrode vivía con otras dos chicas en el apartamento de una torre, al sur de Remo. Gersen esperó unos momentos en el vestíbulo, mientras se cambiaba de ropas y se reteñía el cutis. Después salió a la terraza que daba al mar, apoyándose contra la barandilla. El enorme resplandor de Rígel lucía ya bajo en el horizonte. Muy cerca, en el puerto conformado por los dos embarcaderos, un centenar de yates y navíos diversos se hallaban amarrados; poderosos yates de recreo, embarcaciones de vela para deporte y pesca en alta mar y submarinos de casco transparente, además de un buen número de acuaplanos impulsados por motores de reacción con los que lanzarse a velocidades de locura a través de las olas. Gersen se hallaba de un talante complejo, confuso. Sentía el latir acelerado de su corazón ante la promesa de una noche con una bella muchacha como Pallis, sensación que no había conocido en muchos años. Se añadía además la melancolía propia del crepúsculo, que en aquel momento era realmente bellísimo: el cielo refulgía de un color malva y azul verdoso, salpicado por un banco de nubes de color naranja y magenta. No era la belleza lo que proporcionaba a Gersen aquella melancolía, sino más bien la quietud en que se desvanecía poco a poco la luz diurna... Otro tipo de melancolía se añadía, diferente y con todo similar, que Gersen percibía en la gente que se movía alegre a su lado. Era graciosa y fácil, no herida todavía por la fatiga, el miedo y el dolor que existían en mundos remotos. Gersen les envidiaba su despego, su despreocupación y habilidad social. Sin embargo, ¿se cambiaría de lugar por cualquiera de aquellas personas? Difícilmente.

Pallis vino a unirse a él junto a la barandilla. Se había tintado de un delicioso verde oliva suave para estar más hermosa, con una sutil pátina de oro y los cabellos recogidos en un moño bajo un gracioso sombrerito oscuro. Sonrió ante la mirada aprobatoria de Gersen.

—Me siento como una rata enana —dijo—. Yo también debería haberme cambiado de ropa.

—Por favor, no se moleste por eso. Ahora no tiene la menor importancia. ¿Qué haremos?

—Tendrá usted que sugerirlo.

—Muy bien. Vámonos a Avente y nos sentaremos en la explanada. Yo nunca me canso de ver pasar la gente. Allí decidiremos.

A Gersen le pareció excelente. Subieron al coche deslizante y pusieron rumbo al norte. Pallis fue charlando sobre ella misma, su trabajo, sus opiniones, planes y esperanzas. Era, según supo Gersen, una nativa de la Isla Singahl, del planeta Ys. Sus padres fueron gente próspera, propietarios del único almacén refrigerador de la Península de Lantago. Cuando se retiraron a las Islas Palmetto, el hermano mayor se encargó de los negocios y de la familia. El hermano más próximo en edad había querido casarse con ella, ya que tal forma de unión era corriente en Ys y había sido establecida originalmente por un grupo de Racionalistas Reformados. Tal hermano era un tipo grosero y arrogante, sin otro oficio que conducir el camión del almacén y el proyecto no tuvo para Pallis el menor aliciente...

Al llegar a este punto Pallis vaciló y su candor pareció cambiar de rumbo. Gersen trató de imaginarse lo sucedido, con la dramática confrontación de ambos hermanos, los reproches y acusaciones que debieron de haber ocurrido. Pallis vino después a vivir a Avente por dos años, aunque a veces sentía una gran nostalgia de Ys, viviendo, no obstante, contenta y feliz. Gersen, que nunca había conocido un relato menos sofisticado de labios de una mujer, estuvo encantado con la charla de la joven.

Llegaron a su destino, aparcaron el deslizador y pasearon a lo largo de la explanada, hasta elegir una mesa frente a uno de los numerosos cafés y se sentaron, observando a la gente. Más allá se extendía el oscuro océano, con el cielo de un gris índigo en el que sólo se advertía una suave pincelada de color naranja; señalaba el paso de Rígel.

La noche era tibia, y gente de todos los mundos del Oikumene pasaban frente a ellos. El camarero les trajo sendos vasos de ponche. Gersen comenzó a saborearlo despacio y su tensión se relajó. Ninguno de los dos habló durante un cierto tiempo, hasta que Pallis se volvió súbitamente hacia él.

—Eres tan silencioso, tan reservado... es quizá porque procedes de Más Allá, ¿verdad?

Gersen no tuvo una respuesta rápida. Por fin dejó escapar una sonrisa desmañada.

—Creí que me considerarías fácil y suave, como a los demás de por aquí...

—Oh, vamos —protestó la chica—. Nadie se parece a nadie.

—Yo no estoy seguro del todo —dijo Gersen— Supongo que es una cuestión de relatividad: es cuestión de lo próximo que uno se halle. Incluso las bacterias tienen individualidad, si se las examina lo bastante de cerca.

—Según eso, yo soy una bacteria...

—Bien, y yo soy otra y probablemente te estoy aburriendo.

—¡Oh, no! ¡Claro que no! Me estoy divirtiendo.

—Y yo también. Demasiado. Es... excitante.

Pallis intuyó el cumplido.

—¿Qué quieres decir exactamente?

—No puedo permitirme el lujo de dejar rienda suelta a las cuestiones emocionales.... aunque me gustaría hacerlo.

—Creo que eres demasiado, sí, demasiado formal.

—No lo soy tanto...

Ella hizo un alegre gesto.

—Pero admitirás que eres demasiado formal...

—Supongo que sí. Pero ten cuidado, no me empujes demasiado lejos...

—A toda mujer le encanta pensar de ella misma que es seductora...

Gersen volvió a callar de nuevo, sin responder a las palabras de Pallis. La estudió a través de la mesa que les separaba. Por el momento, ella parecía contenta viendo pasar a los transeúntes. «Qué criatura tan alegre, de tan buen corazón —pensó— sin la menor traza de malicia...»

Pallis volvió su atención hacia él.

—Eres realmente un hombre tranquilo —dijo ella—. A toda la gente que conozco le gusta hablar continuamente, sin detenerse un instante y casi siempre tengo que escuchar ese flujo de palabras sin sentido. Estoy segura de que debes conocer cientos de cosas interesantes, y veo que rehusas decirme alguna...

—Son probablemente menos interesantes de lo que te crees —respondió Gersen.

—Sin embargo, me gustaría estar segura. Vamos, háblame de Más Allá. ¿La vida es tan peligrosa como dicen?

—A veces sí y otras no. Depende de con quién te encuentres y por qué.

—Pero... ¿qué es lo que haces? ¿No eres ni pirata ni tratante de esclavos?

—¿Tengo cara de pirata? ¿O de comerciante de esclavos?

—Ya sabes que ignoro el aspecto que tienen ambas clases de personas. Pero siento verdadera curiosidad. Eres... bien ¿un criminal? Eso no es una desgracia. Asuntos y situaciones que se aceptan perfectamente en un planeta, son un tabú absoluto en otro. Por ejemplo, le dije una vez a un amigo que toda mi vida había planeado casarme con mi hermano, el mayor de todos, y se le pusieron los cabellos de punta...

—Lamento desilusionarte —respondió Gersen—. Pero no soy ningún criminal. No encajo en ninguna categoría establecida. —Y consideró que quizá no resultase ninguna indiscreción decirle a Pallis lo que había hablado con Warweave, Kelle y Detteras—. He venido a Avente por un propósito particular, por supuesto.

—Bien, vayamos a cenar —dijo Pallis— y allí me lo contarás todo, mientras comemos.

—¿Adónde iremos?

—Hay un restaurante excelente, recién inaugurado. Todo el mundo habla de él y todavía no he estado allí. —Se puso en pie, tomó la mano de Gersen con espontánea intimidad y le ayudó a incorporarse. Gersen la tomó en sus brazos y se inclinó para besarla; pero su deseo se desvaneció cuando ella rehusó la caricia con una alegre carcajada—. ¡Vaya, eres más impulsivo de lo que creía!

Gersen hizo una mueca de circunstancias, medio avergonzado.

—Bien, ¿dónde está ese hermoso restaurante nuevo?

—No está lejos. Iremos a pie. Es bastante caro; pero tengo pensado pagar la mitad de la factura, que conste.

—No es necesario —dijo Gersen—. El dinero no es un problema especial para ningún pirata. Si me falta, con robar a cualquiera, asunto arreglado. A ti, quizá...

—Creo que la cosa no vale la pena. Vamos.

Pallis le cogió nuevamente la mano y salieron andando hacia el norte a lo largo de la gran explanada, como otra de las mil parejas que paseaban en aquella deliciosa noche de Alphanor.

Ella le condujo hacia un enorme quiosco cuya circunferencia exterior se hallaba profusamente iluminada y en cuya entrada un anuncio luminoso exhibía el nombre de «NAUTIWS», en letras verdes.

Un escalador descendió dejándoles a sesenta metros de profundidad en un vestíbulo octogonal, adornado con paneles de bejuco. Un camarero les escoltó a lo largo de una bóveda acristalada sobre el fondo del mar. Cenadores de diversos tamaños se abrían en aquel pasaje, en uno de los cuales tomaron asiento junto a la pared transparente de la cúpula. El mar se hallaba al otro lado, con fanales de luz y balizas que iluminaban la arena del fondo, las rocas, el coral y las criaturas del mundo submarino.

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