El robo de la Mona Lisa (37 page)

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Authors: Carson Morton

Tags: #Intriga, #Histórico, #Policíaco

BOOK: El robo de la Mona Lisa
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Émile sintió como si hubiesen succionado violentamente el aire de sus pulmones
.

El sonido del agua torrencial se apagó cuando se dio cuenta de que el cuerpo que estaba en el agua era el de su hermana Madeleine. Un silencio nada natural descendió a su alrededor y Émile volvió de nuevo a sus nueve años. Su corazón se llenó con una curiosa mezcla de alegría e inmensa tristeza: alegría porque, al final, la había encontrado, y una tristeza desgarradora porque había llegado demasiado tarde para salvarla. Los sentimientos irracionales lo atravesaron en una terrible oleada de emociones contradictorias
.

Después, la realidad del momento y los sonidos de la ciudad inundada volvieron cuando el cuerpo se liberó y se alejó de él, revelando el cadáver de una anciana. El cuerpo desecado, pequeño y débil como el de un niño, debía de haber salido de su tumba en algún lugar río arriba. Paralizado, Émile lo vio adentrarse en el centro del bulevar en el corazón de París
.

Otra explosión, más cercana esta vez, dirigió su atención hacia el río. El agua estaba pasando por encima de las barricadas. Lo que quedaba de la pared de sacos terreros estaba empezando a derrumbarse
.

De pie en la puerta del coche, Valfierno miró el andén, tratando de calibrar la fuerza de la corriente mientras el agua seguía descendiendo
.


¿Es seguro? —preguntó Ellen
.


No mucho —replicó Valfierno—. Pero me parece que es más seguro de lo que era. ¿Estáis preparadas
?


¿Tenemos elección? —preguntó Julia, tratando de impulsar su valor
.

Valfierno les dirigió a ambas una mirada tranquilizadora
.


Tendremos que utilizar la entrada principal. —Indicó la escalera que estaba a la derecha—. La otra salida puede estar bloqueada
.

Julia siguió la mirada de Valfierno hacia el maletín que todavía estaba en el banco, al lado de la pared
.


¿Es lo que creo que es? —preguntó
.


Sí, y supongo que sería buena idea llevárnoslo con nosotros —replicó con una sonrisa sardónica—. Nos cogeremos las manos. Yo iré primero y cogeré el maletín al pasar
.

Él le dio la mano a Ellen. Ella la cogió y, a su vez, le dio su mano a Julia. Valfierno salió al andén. El agua les llegaba por encima de los tobillos, pero la corriente no parecía demasiado fuerte. Sosteniéndose unos a otros como los eslabones de una cadena, fueron atravesando el andén hacia la pared curvada. Cuando Valfierno alcanzó y agarró el asa del maletín con la mano izquierda, oyó el estampido distante de la segunda explosión y sintió un temblor bajo sus pies
.

Sobre ellos, la pared de sacos terreros comenzó a derrumbarse. Solo era cuestión de segundos antes de que la sección restante de la pared desapareciera. Émile corrió hacia la entrada de la estación. Impulsando salvajemente las piernas por encima de la corriente, cubrió rápidamente la distancia que faltaba. En el mismo instante en que agarraba una pata del arco de hierro que sostenía la señal de «MÉTROPOLITAIN», lo que estaba a la izquierda de la barrera de sacos terreros se derrumbó, dando paso a un diluvio de agua hacia la calle
.

Miró la escalera hacia abajo, se agarró a una barandilla lateral y empezó a descender por el agujero negro. Cuando estaba a mitad de camino, el muro de agua llegó arriba a la entrada y un segundo después lo golpeaba con el impacto de un puño gigante. La irresistible fuerza lo soltó de la barandilla y lo arrojó a un estrecho pasaje lateral. Dando tumbos sin poder impedirlo en el agua turbia, contuvo la respiración y buscó a tientas algo a lo que agarrarse. Sus pulmones a punto de explotar iban a llenarse de agua de forma refleja cuando abrió los ojos y la vio de nuevo
.

Delante de él, reluciendo confusa su pequeña figura en el agua, su hermana Madeleine le ofrecía su mano. Perdiendo rápidamente la consciencia, Émile la alcanzó y la agarró, pero, en vez de la manita suave de una niña, sintió el frío y duro acero de una barandilla metálica
.

Capítulo 49

C
ON las manos firmemente entrelazadas, Valfierno, Ellen y Julia estaban a unos metros de la escalera que llevaba a la entrada principal cuando los zarandeó un chorro repentino de aire que llegaba desde arriba.

—¿Qué es eso? —gritó Ellen.

Valfierno vaciló solo un segundo.

—Tenemos que dar la vuelta —gritó—. ¡A la otra entrada, rápido!

Ellen y Valfierno soltaron las manos y se volvieron al mismo tiempo. Julia sintió que la mano de Ellen se le escapaba de la suya y vio una pared de agua que bajaba por la escalera. Empezó a correr hacia la salida trasera. Era más fácil correr a favor de la corriente que contracorriente, pero se hacía más complicado mantener el equilibrio.

Valfierno tendió su mano vacía a Ellen. Antes de que ella pudiera cogerla, sus pies salieron disparados desde atrás y ella se cayó en el andén, amortiguando su caída el agua que entraba. Valfierno estaba a punto de levantarla cuando la pared de agua helada chocó contra ellos.

Corriendo por delante de Valfierno y Ellen, Julia casi había llegado a la salida trasera cuando la alcanzó la columna de agua. La arrojó violentamente contra la escalera donde esta se unía con la pared lateral que separaba la salida trasera del túnel. Tambaleándose por el dolor, trató desesperadamente de resistir la corriente que la empujaba hacia las vías. Trató de llegar a la esquina de la salida trasera para buscar algo a lo que agarrarse, pero lo único que encontró fue la resbaladiza superficie de los escalones.

Después, unos segundos antes de que el agua embravecida se la llevara, alguien la agarró por la cintura, la sacó de la corriente y la subió hasta la escalera.

Sin aliento, levantó la vista a la cara de su rescatador.

—¡Émile! —exclamó asombrada, con los ojos como platos.

—¿Estás bien? —preguntó él, arrodillándose.

Durante un momento, ella lo miró a los ojos, con los suyos abiertos de par en par, encantada. Después, su rostro se tensó.

—¿Dónde has estado? —Ella frunció el ceño, dejando que la tensión de las últimas horas la abandonara en un ramalazo de alivio.

—Tratando de no ahogarme —dijo, antes de añadir con urgencia—: ¿Dónde están los demás?

—No lo sé. Venían justo detrás de mí.

Émile miró a través de la masa de agua enfurecida que bajaba por la escalera de la entrada principal y atravesaba en diagonal el andén, golpeando lateralmente el vagón antes de deslizarse hacia las vías. No se veía a nadie. Después oyó que alguien gritaba el nombre de Julia.

La fuerza de la terrible oleada tiró a Valfierno. Arrastrado por la corriente sin poder remediarlo, consiguió sacar la cabeza a tiempo para ver a Ellen, que se deslizaba a toda velocidad por el andén hasta las vías antes de desaparecer en el túnel. Llegó a ver brevemente que alguien sacaba a Julia hasta la escalera de la salida trasera antes de que la ola lo pegara literalmente a la pared divisora. Sin aliento, miró hacia la salida trasera directamente a su izquierda.

—¿Julia? —preguntó.

Émile asomó la cabeza a la vuelta de la esquina. Una gran sonrisa sorprendida iluminó la cara del joven mientras se acercaba y gritaba:

—¡Cójame la mano!

—¡Agarra esto! —Valfierno balanceó el maletín y lo lanzó hacia la escalera. Émile se estiró para agarrarlo, pero el empapado contenedor pesaba más de lo que calculara Valfierno y no alcanzó su destino. Valfierno no lo dudó. Sacrificando su equilibrio, se estiró con ambas manos y agarró el asa cuando el maletín se deslizaba delante de él. Un instante después, el torrente de agua lo arrastraba fuera del andén y se lo llevaba a las oscuras fauces del túnel.

Capítulo 50

J
ULIA agarró a Émile por el brazo cuando, instintivamente, trató de acercarse al andén.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó ella.

—Ir tras él.

—¿Sabes siquiera nadar?

Émile vaciló.

—No.

—Entonces, ¡no vas a ayudarlo ahogándote tú!

Émile gruñó, frustrado, y, completamente agotado, se sentó, desalentado, en los escalones, enterrando la cara en sus manos. Julia le echó los brazos alrededor de sus hombros.

—Émile —dijo ella—, has hecho todo lo que has podido. Me has salvado la vida.

Él no respondió. Ella acercó la mano a su barbilla y le levantó su cara hacia ella. En la otra mano sostenía el reloj de bolsillo del joven.

—Mira, quizá esto te anime un poco —dijo ella, sonriendo con cierta vacilación.

Él lo miró con expresión desconcertada antes de levantar la vista hacia ella. En su rostro se formó una cansada sonrisa mientras lo cogía con dulzura.

—Y toma esto también —añadió ella; después se inclinó hacia delante y lo besó en los labios.

Él le devolvió el beso un momento y después se echó atrás.

—Es la tercera vez que haces eso —dijo él, un poco perplejo.

—No tenía ni idea de que los estuvieses contando.

—No lo vuelvas a hacer —dijo él.

Ella lo miró, dolida y confusa.

—¿El qué? ¿Besarte?

—No —dijo él, como si le explicara algo a un niño—, robarme el reloj.

La sonrisa volvió a iluminar la cara de ella mientras le echaba los brazos en torno al cuello y lo besaba. Después, él la cogió por las muñecas, retiró sus brazos y, con delicadeza, la apartó.

Una nueva determinación encendió su mirada.

—Vamos. Todavía no hemos terminado.

Valfierno logró salir a la superficie del agua. Detrás de él, la abovedada boca del túnel disminuía con la distancia mientras el río subterráneo lo arrastraba y la oscuridad eclipsaba la tenue luz del andén. La corriente era irresistible, pero el agua tenía menos de un metro ochenta de profundidad, por lo que podía mantener los pies en el suelo del túnel y tomar aire. El agua glacial le abrasaba la piel de la cara y las manos. A pesar del urgente deseo de soltar el maletín para liberar el brazo, se obligó a sí mismo a aferrar con fuerza el asa.

Cada quinientos metros, más o menos, una tenue lámpara en el techo iluminaba débilmente el túnel como si fuese la casa encantada de una feria. Siguiendo hacia delante, poco más podía ver que la larga línea curvada de bombillas. Después, algo blanco apareció en la pared, a su derecha. Se acercó rápidamente y, estupefacto, vio que era Ellen, agarrada a una tubería vertical que subía por la pared hacia el techo. A unos dos metros, una escalera metálica estaba pegada a la pared, ascendiendo paralela al tubo. Con solo unos segundos para reaccionar, pasó el maletín a su mano izquierda, extendió la derecha y agarró la barra lateral de la escalera.

Valfierno se detuvo con una brusca sacudida y poco faltó para que se dislocara el hombro. Pero siguió agarrado y se las arregló para afianzarse en uno de los peldaños, pasando el brazo alrededor de la barra lateral de la escalera. Miró a su alrededor para orientarse. La tubería y la escalera estaban pegadas a un tramo perpendicular de pared instalado en el túnel abovedado. Estaba demasiado oscuro para ver con claridad la parte superior de la escalera, pero supuso que llevaría a algún tipo de puerta de acceso.

Ellen estaba agarrada a la tubería a metro y medio, más o menos. Se sostenía con ambos brazos, pero la rápida corriente le arrastraba las piernas, levantándole el cuerpo casi horizontalmente. Valfierno podía ver el agotamiento y el miedo en sus ojos.

—Edward —le gritó sobre el ruido del agua torrencial—, no puedo más.

—Tienes que aguantar —dijo él.

Pasó el maletín de una mano a otra, cambió el brazo alrededor de la barra lateral de la escalera en el sentido de la corriente y volvió a coger el maletín con la mano izquierda. Esto le permitió agarrar con el mismo brazo la escalera y el maletín. Se estiró todo lo que pudo, con la espalda mirando al túnel. Ella estaba todavía a una distancia de casi un brazo.

—¿Puedes acercarte más? —le gritó él.

Con gran esfuerzo, ella se arrimó más a la tubería y estiró la mano cuanto pudo hacia Valfierno, pero la fuerza del agua retenía su espalda y las puntas de sus dedos apenas se tocaban.

—No puedo… —jadeó Ellen, con voz cada vez más débil.

—Un poco más —dijo él, pero ella había llegado al límite. Valfierno sabía que en cuestión de segundos perdería la fuerza que le quedaba para mantenerse agarrada y quedaría a merced de la corriente.

Tenía que hacer algo rápidamente. Miró el maletín. No era precisamente una cantidad de dinero sin importancia. Se volvió a Ellen y, en un instante, comprendió la terrible verdad: no podría salvar a ambas…

Las insistentes y rotundas llamadas a la puerta arrancaron a Roger Hargreaves de la historia de Valfierno como un despertador saca a una persona dormida de un vívido sueño
.

Capítulo 51

PARÍS, 1925

L
as repentinas llamadas a la puerta dejaron a Valfierno con la palabra en la boca. Exhaló un largo y triste suspiro y su cabeza se hundió más en la almohada.

Hargreaves se volvió hacia la puerta, con la cara tensa por la agitación.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

A pesar de la insistente llamada precedente, la voz de
madame
Charneau sonaba apagada e indecisa a través de la puerta.

—Solo estaba tratando de asegurarme de que todo está bien,
monsieur
.

—Sí, sí —dijo bruscamente Hargreaves—. Todo está perfectamente. —Se volvió de nuevo a Valfierno—. ¿Qué ocurrió? ¿Logró salvarla? ¿Qué pasó con el dinero? ¿Y con el cuadro?

Las palabras de Valfierno se escurrían como el siseo agonizante de un neumático pinchado.

—Dudé… un momento demasiado largo…

Ahora apenas se le oía. Hargreaves se inclinó hacia delante, tratando de escuchar, pero Valfierno se estaba alejando.

—… Y al final —su voz se iba apagando— lo perdí todo.

Valfierno se tensó, atragantándose en una brusca y desesperada inspiración de aire. Hargreaves y él se miraban fija y frenéticamente, y la mano de Valfierno agarró las solapas del hombre y se cerró sobre ella. Levantando ligeramente la cabeza, Valfierno tiró hacia abajo de Hargreaves hasta que sus caras estuvieron a unos centímetros de distancia.

—Casi tuve el mayor tesoro que pueda poseer un hombre… pero dejé que se me escapase entre los dedos…

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