Al final Sofonisba no le había contado el secreto del mismo. Había enfermado antes. Para él significaba mucho. Las lágrimas le anegaron los ojos, pero se contuvo. No quería que sus colegas vieran que la emoción lo había embargado.
No se emocionaba por el cuadro, sino porque al reconocerla había entendido el mensaje que implicaba ese regalo: Sofonisba había muerto. Mandarle su autorretrato era su manera de hacérselo saber. Se había llevado su secreto: el secreto de Sofonisba.
Lo sacudieron emociones difíciles de controlar. Se sintió confuso. ¿Estaba triste por su desaparición, o feliz porque hasta el final ella había pensado en él? Ideas contradictorias lo confundían. Le vinieron a la mente los comentarios que hacían cuando estaban juntos y cómo ella le había contado los detalles de aquella pintura.
Habría querido estar solo. Poder admirar el cuadro hasta la saciedad, sin la presencia de aquellos cotillas, pero de momento era imposible. No podía. Debía satisfacer la curiosidad de sus amigos, dejar que cada uno de ellos pudiera juzgar, analizar cada detalle, comentar el arte de Sofonisba. No tenía duda de que todos estaban impresionados. Pero, con tanta gente alrededor, en aquel momento tan importante para él, sentía que su intimidad había sido violada.
Sofonisba, su amiga, había muerto.
Había tenido la suprema delicadeza de acordarse de él en sus últimos momentos. Quería que Antón tuviera su retrato. Había dado instrucciones para que después de su muerte le fuera enviado. No era un retrato cualquiera. Había elegido con cuidado, sabiendo que él estaría en condiciones de apreciarlo.
Quizá sólo ahora Antón se dio cuenta de que su encuentro no había sido una casualidad. Estaban predestinados a conocerse. Por eso desde el principio hubo aquella fluidez especial entre ellos. Sólo ahora, al mirar el retrato y pensando retrospectivamente en ella, se percató.
Ninguna misiva acompañaba la pintura. Ni una palabra. No era necesario. Ella sabía que él entendería.
A su espalda, una voz preguntó:
—¿Quién es?
Antón respondió sencillamente:
—Es ella.
Mi más sincera gratitud a los amigos que me ayudaron a documentarme para este libro. A Isabel Margarit, directora de la revista Historia y Vida, apasionada admiradora de la pintora, que me honra con su amistad y me proporcionó abundante información; a María Dolores Fúster Sabater, restauradora y colaboradora de la revista de arte Goya, que me facilitó las informaciones técnicas sobre la preparación de las telas en aquella época; a Josep Sort Tico, por sus sugerencias después de la lectura de los primeros manuscritos, y a mis amigos del museo Lázaro Galdiano, por allanarme el acceso al preciosísimo cuadro de Sofonisba propiedad de la fundación y por todo el tiempo que me dedicaron.
Ésta es una novela histórica sólo en parte basada en hechos reales. Su argumento es pura ficción. Los personajes históricos aludidos sólo se han utilizado para construir la trama, y ninguno de ellos participó nunca en los hechos y actos descritos.
Lorenzo de’ Medici
nació en Milán, se crió en Suiza y ha vivido en media Europa y en Estados Unidos. Estudió Economía e Historia del Arte. Colabora con diversos medios escritos y ha publicado dos libros antes de
El secreto de Sofonisba: Los Medicis, nuestra historia
y
La conjura de la reina.