El segundo imperio (11 page)

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Authors: Paul Kearney

Tags: #Fantasía

BOOK: El segundo imperio
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Un murmullo de conversación, rápidamente silenciado cuando Corfe levantó una mano.

—Dice que las bajas merduk se cuentan por millares, y cree que ha convertido en humo al menos tres o cuatro millones de raciones. Sin embargo, sus bajas también fueron muy elevadas. De los grupos de desembarco, sobrevivieron menos de la mitad, y también perdió dos de sus veintitrés grandes barcos. En el momento de escribir, se había hecho a la mar de nuevo, con el objetivo de interceptar una flota nalbeni que supuestamente se dirige al norte para asegurar las líneas de comunicación merduk. Ya le he enviado un conjunto de órdenes, en las que básicamente le dejo las manos libres. Bersa es un hombre competente, y entiende el mar mejor que ninguno de los que estamos aquí. Por lo tanto, la flota no regresará a la capital en un futuro próximo.

—¡Pero eso deja abierta la línea del río! —protestó el coronel Rusio—. ¡Los merduk podrán cruzar por donde les apetezca y rodearnos!

—Correcto. Pero la inteligencia sugiere que el principal ejército de campo merduk ha retrocedido al menos cuarenta leguas desde Torunn, y que está ocupado reparando la carretera del oeste hasta la propia Aekir, con el objetivo de mantener una línea de comunicación alternativa, libre de las depredaciones de nuestros barcos. Creo que el enemigo se encuentra demasiado atareado en estos momentos para lanzar otro asalto, caballeros. Andruw, si eres tan amable…

Corfe ocupó su asiento y Andruw se levantó. Parecía algo nervioso cuando los ojos del alto mando se concentraron en él, y se aclaró la garganta mientras consultaba los papeles que llevaba en la mano.

—El ejército principal se ha retirado, sí, pero nuestros grupos de exploración informan de que los merduk están enviando columnas móviles de unos mil hombres hacia el nordeste, en dirección al paso de Torrin. Evidentemente, son fuerzas de reconocimiento, para tantear el terreno a través del paso hasta las llanuras de Tor al otro lado. Ya hay muchos refugiados que han cruzado el Searil huyendo de esos ataques, y algunos han llegado hasta la propia Torunn. Las columnas merduk saquean las ciudades y pueblos que encuentran a su paso, y tenemos informes sin confirmar de que están construyendo una fortaleza, o una serie de fortalezas, allí arriba, para usarlas como bases para… para avances posteriores. Es posible que ya haya todo un ejército merduk operando en el norte. —Andruw se sentó, obviamente aliviado por haberlo dicho todo sin trabucarse.

—Bastardos —murmuró alguien.

—Bueno, es evidente que de momento no podemos hacer nada al respecto —dijo con impaciencia el coronel Rusio—. Hemos de concentrar nuestros esfuerzos aquí en la capital. El ejército necesita reorganizarse y reaprovisionarse antes de estar en condiciones de emprender nuevas operaciones.

—Cierto —dijo Corfe—, pero no podemos permitimos tardar demasiado tiempo en hacerlo. Debemos compensar con audacia nuestra inferioridad numérica. No tengo intención de permanecer sentado aquí en Torunn mientras los merduk saquean nuestro territorio a voluntad. Hay que hacerles pagar por cada pie de terreno toruniano que intenten ocupar.

—Eso, eso —dijo uno de los oficiales más jóvenes, y se calló rápidamente cuando sus superiores le miraron con frialdad.

—De modo que lo que me propongo —dijo Corfe con vehemencia— es enviar al norte nuestra propia columna móvil. Los hombres a mi mando sufrieron menos que el cuerpo principal del ejército en la batalla reciente, y además he recibido el ingreso de nuevos reclutas. Tengo la intención de llevármelos, limpiar el norte de Torunna de un buen número de invasores, y regresar a la capital. Será una operación de inteligencia, entre otras cosas. Necesitamos información sobre las fuerzas enemigas y sus disposiciones en el noroeste. Hasta el momento, hemos dependido demasiado de las historias contadas por los refugiados y los mensajeros.

—Espero, general, que no estéis cuestionando la profesionalidad de mis oficiales —espetó el conde Fournier, jefe de la inteligencia militar toruniana.

—En absoluto, conde. Pero no pueden hacer milagros, y, además, necesito que continúen donde están, vigilando de cerca al cuerpo principal del ejército merduk. Para limpiar el noroeste hará falta una operación a mayor escala. Mis hombres podrán suprimir la mayor parte de la resistencia y asegurar a la población superviviente que no la hemos abandonado. Vale la pena hacerlo.

—Un plan osado —dijo lentamente el coronel Rusio—. ¿Cuándo tenéis intención de partir, general? ¿Y quién quedará al mando aquí en la capital?

—Partiré esta misma semana. Y vos, coronel, asumiréis al mando mientras yo estoy fuera. La reina ha aprobado mi recomendación de ascenderos a general. —Corfe tomó un pergamino sellado que había pasado desapercibido delante de él, y se lo arrojó al nuevo general—. Felicidades, Rusio.

El rostro de Rusio era la viva imagen de la estupefacción.

—No tengo palabras para expresar… Es decir… Majestad, tenéis mi gratitud eterna.

—No nos lo agradezcáis —dijo bruscamente Odelia—. El general Cear–Inaf afirma que merecéis este ascenso, y por lo tanto lo hemos aprobado. Aseguraos de estar a la altura de la confianza que depositamos en vos, general.

—Majestad, yo… haré todo lo que esté en mi mano por estarlo. —A lo largo de la mesa, los oficiales más veteranos como Willem observaron el intercambio con los ojos entrecerrados, y, mientras varios oficiales se inclinaban en sus asientos para estrechar la mano de Rusio, otros se limitaron a quedarse pensativos.

—Vuestra misión, Rusio —continuó Corfe—, será poner al grueso del ejército en condiciones de pelear. Espero estar fuera aproximadamente un mes. Cuando regrese, quiero a los hombres listos para volver a marchar.

Rusio se limitó a asentir con la cabeza. Agarraba su nombramiento como si temiera que alguien se lo arrebatara de repente. La ambición de su vida hecha realidad en un instante. La idea parecía haberlo aturdido.

—Un mes no es mucho tiempo para conducir un ejército a las montañas de Thuria y regresar, general —dijo el conde Fournier—. Debe de haber más de cincuenta leguas de distancia.

—Casi setenta y cinco —replicó Corfe—. Pero no tendremos que andar todo el camino. Coronel Passifal.

El intendente general asintió.

—Hay una veintena de transportes de grano amarrados en los muelles mientras hablamos. Cada uno de ellos podría llevar a ochocientos o novecientos hombres con facilidad. Con el viento soplando del mar, como suele ocurrir durante semanas en esta época del año, podrán avanzar a buena marcha río arriba, a pesar de la corriente. Y están equipados con remos pesados para cuando falle el viento. He hablado con las tripulaciones: normalmente alcanzan una media de cuatro nudos Torrin arriba en esta época del año. Los hombres del general Cear–Inaf podrían estar en las colinas en cuestión de cinco o seis días.

—Qué ingenioso —murmuró el conde Fournier—. ¿Y si los merduk atacan mientras el general y la crema de nuestro ejército están en el río? ¿Qué hacemos entonces?

Corfe miró fijamente al delgado y barbudo noble, y sonrió.

—Entonces habrá fallado la inteligencia, mi querido conde. Vuestros agentes no dejan de enviar despachos insistiendo en que los merduk están todavía más desorganizados que nosotros en este momento. ¿Desconfiáis de la opinión de vuestros propios hombres?

Fournier se encogió levemente de hombros.

—Me limito a plantear una hipótesis, general. En la guerra, uno debe prepararse para lo inesperado.

—Estoy de acuerdo. Estaré al tanto de lo que sucede aquí en la capital, no temáis. Si el enemigo asalta Torunn en mi ausencia, Rusio los contendrá frente a las murallas y yo me lanzaré contra su retaguardia en cuanto pueda hacer regresar a mis hombres. ¿Os satisface esa hipótesis?

Fournier inclinó ligeramente la cabeza, pero no replicó.

No hubo más objeciones al plan de Corfe, pero la reunión se prolongó una hora más mientras se discutían los detalles logísticos necesarios para alimentar a un gran ejército en una ciudad ya abarrotada de refugiados. Cuando por fin terminaron, la reina continuó en su asiento y ordenó a Corfe que hiciera lo mismo. El último de los oficiales salió, y Odelia permaneció observando a su joven general con la barbilla apoyada en una mano, mientras él se levantaba y empezaba a recorrer la espaciosa cámara con aire de impotencia.

—Ha sido un movimiento hábil —dijo a Corfe—. Y era necesario. Les has dejado sin viento en las velas.

—Ha sido una jugada política —gruñó Corfe—. Nunca creí que llegaría el día en que entregaría un ejército a un hombre de quien desconfío sólo para ganar su lealtad, una lealtad que debería entregarme libremente, en un momento como éste.

—Nunca creiste que llegaría el día en que estarías en posición de entregar ejércitos —replicó ella—. A este nivel, Corfe, la política del mando es tan importante como la táctica en las batallas. Rusio era uno de los líderes de los descontentos. Ahora lo tienes en tu campo, y has desactivado sus intrigas… al menos por un tiempo.

—¿Tan agradecido estará?

—Conozco a Rusio. Lleva veinte años contando el tiempo en la guarnición de Torunn. Hoy le has entregado en bandeja el mayor deseo de su corazón. Si tú fracasas, él también fracasará, y lo sabe. Y además, no es una criatura tan patética como supones. Si, estará agradecido, y creo que te será leal.

—Sólo espero que tenga la habilidad.

—¿Y quién más hay? Es el mejor de un grupo muy mediocre. Ahora deja de pensar en ello. Ya está hecho, y bien hecho.

Se incorporó entre un susurro de faldas, y el alto cuello de encaje hizo que su rostro pareciera el de una muñeca, de no haber sido por los magníficos ojos verdes que centelleaban en su interior. Odelia le agarró una mano y detuvo los incesantes paseos de Corfe.

—Tendrías que descansar más, y dejar que tus subordinados hicieran algo para variar. Ya no eres alférez, ni siquiera coronel. Y estás exhausto.

Él la miró con los ojos hundidos.

—No puedo. No podría aunque quisiera.

Odelia le besó en los labios, y por un instante Corfe cedió y se entregó a su abrazo. Pero luego la inquietud febril volvió a apoderarse de él y se desasió.

—Sangre de Dios, Corfe —espetó ella, exasperada—, ¡no puedes salvar el mundo tú solo!

—Puedo intentarlo, por Dios.

Se miraron uno al otro con la tensión vibrando en el aire entre ellos, hasta que ambos esbozaron una sonrisa en el mismo instante. Compartían recuerdos, intimidades conocidas sólo por ellos dos. Ello hacía que las cosas fueran al mismo tiempo más fáciles y más complicadas.

—Somos un buen equipo, tú y yo —dijo la reina—. Si nos dieran la oportunidad, creo que podríamos conquistar el mundo juntos.

—Tal como están las cosas, me conformaré si podemos sobrevivir.

—Sí. Sobrevivir. Corfe, escúchame. Torunna ha llegado al límite de sus fuerzas, lo sabes tan bien como yo, o aún mejor. El pueblo ha enterrado a un rey y coronado a una reina en la misma semana, la primera reina en gobernar en solitario en nuestra historia. Tenemos la carga de los supervivientes de Aekir, y un tercio del reino yace bajo el yugo del invasor, mientras la propia capital se encuentra en la línea de fuego.

Corfe la miró a los ojos con el ceño fruncido.

—¿Y bien?

Odelia se volvió y empezó a recorrer la habitación como él había hecho, apretando las manos frente a ella mientras sus anillos centelleaban al girar entre sus dedos.

—Ahora escúchame bien y no hables hasta que haya terminado. Mi hijo era débil, Corfe. No era un mal hombre, pero era débil. No tenía las cualidades necesarias para gobernar bien; no muchos hombres las tienen. Este reino necesita una mano fuerte. Yo tengo la habilidad (ambos lo sabemos) de dar a Torunna esa mano fuerte. Pero soy una mujer, y todos los pasos que doy son cuesta arriba. La única razón de que se me tolere en el trono es que no hay otra alternativa. La crema de la nobleza toruniana murió en la Batalla del Rey en torno a su monarca. En cualquier caso, los torunianos nunca han dado tanta importancia a las dinastías reales como los hebrioneses, por ejemplo. Pero el conde Fournier es muy capaz de idear algún plan para quitarme el poder de las manos y entregarlo a una especie de comité.

Incapaz de contenerse, Corfe la interrumpió.

—¿Ese hijo de perra? Tendría que pasar por encima de todo el ejército para hacerlo.

Odelia sonrió, realmente complacida, pero sacudió la cabeza.

—El ejército no tendría nada que decir al respecto. Pero estoy dando muchos rodeos, Corfe. Torunna necesita un rey, eso es todo. Quiero que te cases conmigo y ocupes el trono.

Estupefacto, Corfe se dejó caer en una silla. Hubo una larga pausa, durante la cual la reina pareció cada vez más irritada.

—¡No me mires como si me hubiera salido otra cabeza! ¡Piensa racionalmente!

Corfe encontró al fin su voz.

—Eso es ridículo.

Ella arañó el aire, con los ojos centelleando furiosamente.

—Abre tu maldita mente, Corfe. Olvida tus miedos y tus prejuicios. Sé cuán humildes son tus orígenes, y me importa un bledo. Tienes la capacidad de ser un gran rey, y, lo que es más importante, un gran caudillo guerrero. Podrías hacer que el reino superase esta guerra.

—No puedo ser rey. ¡Por el amor de Dios, señora, si me siento incómodo llevando zapatos!

Odelia inclinó la cabeza y se echó a reír.

—Entonces ordena que todo el mundo lleve botas… ¡o que vaya descalzo! Aparta de tu mente las pequeñeces por un instante, y piensa en lo que podrías conseguir.

—No… no. No soy un diplomático. No sabría negociar tratados, ni… andarme con sutilezas…

—Pero tendrías una esposa que sí sabría. —Su voz sonó suave, y su expresión plañidera—. Yo estaría contigo, Corfe, para ocuparme de los matices cortesanos y del maldito protocolo. Y tú… tú tendrías al ejército completamente en tus manos.

—No… no lo entiendo. Ya lo tenemos todo, ¿no es así? Yo tengo el ejército, y vos tenéis el trono. ¿Por qué cambiar las cosas?

Ella se inclinó hacia Corfe.

—Porque es posible que otros las cambien por nosotros. Es posible que hoy te hayas ganado a Rusio, pero has acorralado más aún a los demás. Y ahí es donde los hombres son más peligrosos. Corfe, no hay ningún precedente en este reino de que una mujer gobierne sola, y por lo tanto no hay base legal.

—Tampoco hay ninguna ley que lo prohíba, ¿o sí? —preguntó él con obstinación.

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