EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (19 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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Desapareció rápidamente cruzando la puerta, y Tarod se volvió y empezó a bajar despacio la escalinata. Inista y su padre se cruzaron con él; Tarod saludó fríamente a la joven con la cabeza y recibió a cambio una mirada ceñuda.

Cerca de la verja había menos apreturas, pero todavía eran muchos los que entraban y salían por debajo del gran arco. Tarod siguió a un grupo de agricultores que abandonaban el Castillo, llenos de asombro por todo lo que habían visto, y se encontró en el suave césped del terreno circundante. Aquí el viento era fresco y el sol, cerca del ocaso, proyectaba un rojo resplandor sobre la Península y el mar. Casetas, tiendas y tenderetes habían sido montados en revuelta confusión y los mercaderes hacían buenos negocios con los que se quedaban para ver las fiestas. Algunos intentaron llamar la atención de Tarod, tratando de venderle vino o comida o alguna chuchería; él sacudió la cabeza y siguió andando.

De momento no vio a la muchacha, y no pudo saber que ésta le estaba observando desde hacía un rato. Las dotes de hechicera de Cyllan eran escasas, pero cuando vio salir al alto y oscuro personaje por la puerta del Castillo, empleó toda su fuerza de voluntad para confundirse en el paisaje, súbitamente asaltada por el miedo de que, si él la veía, no la recordaría.

Retrocedió al verle acercarse y a punto estuvo de chocar con el dueño de un puesto de vinos, que primero lanzó una maldición y después trató de convencerla de que tomase una copa del brebaje que vendía. Cyllan iba a rehusar, pero lo pensó mejor y hurgó en su bolsa. Le quedaban unas monedas del poco dinero que le daba su tío para comprar comida, y pensó que sería una buena manera de gastarlas. Además, tal vez el vino la animaría un poco. Se puso pues a regatear con el vinatero, consiguió que rebajase el precio hasta lo que ella consideró justo y tomó la copa no demasiado limpia pero llena hasta el borde.

El vino era terriblemente agrio, pero fuerte. Había bebido tres o cuatro tragos cuando sintió que había alguien a su lado y, al levantar la cabeza, su mirada se cruzó con la de Tarod.

Este había estado observando distraídamente la caseta contigua, haciendo oídos sordos a la propaganda del dueño, cuando se fijó en la muchacha con traje de aspecto masculino y cabellos de un rubio sorprendentemente claro. Le recordaba vagamente a alguien, pero no podía dar con el nombre, y la curiosidad le impulsó a acercarse más. Ahora ella le miró a los ojos, pestañeó una vez y dijo:

—Tarod…

El recordó entonces la voz ligeramente ronca y evocó la imagen de una muchacha escalando temerariamente los abruptos acantilados de la Tierra Alta del Oeste. Esto y el canto fantástico de los fanaani… y otras cosas que era mejor olvidar…

—Cyllan… —Una lenta sonrisa se dibujó en su cara, y la muchacha se asombró de que recordase su nombre y le correspondió con otra sonrisa más amplia, y él siguió diciendo—: No esperaba verte aquí.

—Ni siquiera mi irascible tío se habría perdido esta oportunidad para hacer negocio. En cuanto a mí, nada en el mundo me habría impedido aprovechar esta gran ocasión.

El pareció ligeramente sorprendido y después preguntó:

—¿Qué es esa pócima que estás bebiendo?

—Oh…, no estoy segura. Me la ha ofrecido el dueño de este puesto… No te la recomiendo.

—¿Me permites? —Tomó la copa probó su contenido, escupió y vertió el resto sobre la hierba—. ¡Esto no es bueno ni para los animales! —Se volvió y chascó los dedos en dirección al vinatero, que les estaba mirando con franca curiosidad—. Tú… tú estás aquí para vender vino, ¡no veneno! ¡Trae dos copas de algo que merezca tal nombre!

La insignia de Iniciado que llevaba en el hombro era claramente visible, y el dueño del puesto palideció. Murmurando disculpas, sacó una jarra de debajo de la mesa y llenó dos copas limpias, preguntándose en nombre de todos los dioses qué estaba haciendo un Adepto en compañía de una vaquera. No tuvo valor para pedir que le pagasen el vino, sino que se retiró malhumorado al fondo de su puesto, mientras Tarod se alejaba con Cyllan.

Desconcertada por aquella demostración de autoridad, Cyllan permaneció muda durante un par de minutos, hasta que vio que Tarod se estaba aguantando la risa.

—Lo siento —dijo él—. Pero hay veces en que un poco de mal genio levanta el ánimo… Además, no puedo tolerar el fraude.

Ella asintió gravemente con la cabeza, mirándole por encima del borde de la copa.

—Gracias.

—De nada. Bueno, ¿cómo va el transporte de ganado?

—Nada ha cambiado. El verano ha sido más suave que de costumbre; pero, cuando llegue el invierno, probablemente nos trasladaremos al sur. —Se interrumpió al darse cuenta de que difícilmente podían interesarle a él estas cosas tan triviales—. ¿Y qué es de tu vida? —preguntó—. ¿Te sirvió de algo la Raíz?

Cyllan había hecho la impertinente pregunta sin saber exactamente por qué y se sintió confusa. Sin duda el vino y el estómago vacío eran la causa de su descuido. Pero Tarod no pareció molesto, sino que respondió pausadamente:

—¡Oh, sí! Me sirvió. Pero no exactamente como yo quería.

Ella no deseaba mostrarse curiosa, pero no pudo contenerse.

—Después de aquel día en la Tierra Alta del Oeste —dijo—, yo… pensé mucho en aquello. Me preguntaba si… podría hacerte daño.

—¿Hacerme daño? Bueno… —los ojos verdes de Tarod centellearon con una extraña emoción. Después torció irónicamente los labios—. No, no en el sentido corriente de la palabra.

Cyllan tuvo la terrible impresión de que o se estaba portando como una imbécil, o había mucho más de lo que podía imaginar detrás de la expresión de Tarod. En todo caso, navegaba en aguas demasiado profundas para ella y esta idea la llenó de confusa inquietud. Miró frenéticamente a su alrededor, tratando de encontrar algo en el animado escenario que le permitiese cambiar de tema, y vio un hombrecillo delgado, de aspecto ratonil y bigote mal cuidado, que se abría paso entre la multitud en su dirección. ÉI la había visto ya, y ella se apresuró a apurar su copa.

—Tengo que irme —dijo, mirando de nuevo temerosamente al hombre—. Uno de nuestros hombres viene hacia acá; mi tío debe de estar buscándome…

Tarod examinó al boyero con la mirada y dejó de prestarle atención.

—¿Te quedarás para las celebraciones? —preguntó.

Los ojos ambarinos se fijaron un instante en los de él.

—Creo… creo que sí. Al menos por un tiempo.

—Entonces, tal vez volvamos a vernos.

—Espero que así sea…

No esperó a que él respondiese, sino que dio media vuelta y se alejó rápidamente.

—¿Dónde has estado? —gritó el flaco boyero en cuanto ella pudo oírle.

Cyllan miró por encima del hombro y vio que Tarod se encaminaba de nuevo al Castillo.

—Mirando las casetas —dijo.

—Ya veo. La dama no tiene ahora nada que hacer, ¿verdad? —Fue a darle una bofetada, pero Cyllan la esquivó, gracias a su experiencia—. ¡Vuelve a las tiendas! Hay que preparar la comida, y si te imaginas que alguien va a hacer tu trabajo, ¡estás muy equivocada! —De pronto la miró maliciosamente, al darse cuenta de que ella seguía todavía con los ojos la alta figura del Iniciado que se estaba alejando—. Y harás mejor en no mirar tan alto, chica —añadió con tono mordaz—. ¡Tienen rameras mejores que tú en el Castillo!

Cyllan se sonrojó y se mordió la lengua para no replicar airadamente. Después de una última mirada atrás, se volvió y siguió al ganadero hacia el puente.

Alguien más estaba observando con especulativo interés a Tarod, que entraba en el patio del Castillo y se encaminaba a la puerta principal. Gracias a la influencia de su padre, Sashka había ocupado un sitio desde el que podía ver perfectamente los actos del día; se había fijado en el hombre de cabellos negros que había tomado parte en el desfile, y éste había despertado su interés. Después de la ceremonia, le había visto con el Sumo Iniciado y comprendido claramente que los dos eran íntimos amigos. Una discreta investigación le había revelado su nombre y grado, cosa que le interesó aún más. No solamente le parecía atractivo su aire de fría arrogancia, sino que pensó que debía de ser un hombre influyente en la jerarquía del Castillo.

Le gustaría conocerle, y creyó que no le resultaría difícil, durante el banquete de la noche, lograr que se lo presentaran. Además, podría facilitarle un encuentro con el propio Sumo Iniciado…

Se volvió a su padre y apoyó cariñosamente los finos dedos en su brazo.

—Padre…

El le sonrió afectuosamente, sintiéndose orgulloso de ella.

—¿Qué, hija mía?

—Padre, ¿querrás hacer algo por mí? ¿Un gran favor? Esta noche, durante el festín…

CAPÍTULO IX

—Y
ahora, amigos míos, compañeros Adeptos, buenas Hermanas y Señores… —Keridil hizo una pausa para recorrer el salón con la mirada y sonrió, vacilando con cierta timidez—. Sólo me queda daros humildemente las gracias por vuestra bondad y por los buenos deseos que me habéis prodigado hoy. Mi gratitud por el honor que me hacéis no puede expresarse con palabras, pero prometo solemnemente que haré cuanto esté en mi poder para corresponder a la fe que habéis puesto en mí. Espero y pido a los dioses que sepa mostrarme digno de vosotros. Gracias, amigos míos, y que Aeoris os bendiga a todos.

Los aplausos que sonaron al terminar el Sumo Iniciado su discurso fueron tan moderados como exigía la ocasión, pero el calor con que fueron recibidas sus palabras era inconfundible. Gracias a su juventud y su auténtico atractivo, reforzados por la rigurosa educación que le había dado Jehrek, Keridil descubría, con gran sorpresa por su parte, que su popularidad estaba asegurada desde el principio. Todavía tenía algún recelo, pero los acontecimientos del día habían contribuido mucho a fortalecer su vacilante confianza.

Cuando se levantó de su silla en la mesa de la presidencia del comedor del Castillo y se extinguieron los aplausos, unos músicos ocuparon su puesto en la galería del fondo del salón y tocaron las primeras notas de un baile de ceremonia. Keridil miró un momento a su alrededor; después tendió una mano a Themila Gan Lin, invitándola a bailar. Se movieron con majestuosa gracia entre la doble hilera de espectadores y, cuando hubieron terminado de dar la vuelta al salón, otros empezaron a bailar a su vez, hasta que la pista se llenó de abigarradas parejas con revuelo de faldas y destellos de joyas que brillaban a la luz de las largas hileras de velas y antorchas.

Sentado en su lugar en la mesa de la presidencia, Tarod observaba el baile, sonriendo ligeramente. El había sugerido al Sumo Iniciado que eligiese a Themila como pareja en el importantísimo primer baile; una maniobra diplomática encaminada a asegurar que ninguna familia noble pudiese alegar, con vistas al futuro, que su hija casadera había sido preferida a otras. Con ello había conseguido también frustrar las intenciones del terrateniente Simik Jair Sangen, padre de Inista, que tuvo que contentarse con la seguridad de que tendría tiempo sobrado de hablar más tarde con el Sumo Iniciado. Y había habido otros, ansiosos de conseguir una audiencia, que habían estado fijándose en Tarod como su mejor aliado en potencia, ya que era de todos conocida su gran amistad con Keridil.

Tarod encontraba sumamente irritantes los halagos, las maquinaciones y los ocasionales intentos de soborno. Hasta ahora, había conseguido dominar su genio vivo, consciente de que no le haría ningún favor a Keridil si perdía los estribos, pero su paciencia se estaba agotando. Una vez más, dio silenciosamente gracias a los dioses por haber resistido la tentación de participar en la vida política del Círculo; por muy encumbrado que hubiese sido el cargo que hubiera podido alcanzar, los sacrificios que le habría costado le habrían resultado insoportables.

De pronto, se dio cuenta de una presencia a su lado. Se volvió de mala gana, preparándose para otro encuentro con algún padre inoportuno, y se sorprendió al encontrarse con los cándidos ojos castaños de una mujer más joven que él.

Ella sonrió y levantó el fino velo translúcido que llevaba para que él pudiese verle bien la cara. Una Hermana Novicia, y era hermosa. A pesar de su tendencia al ascetismo, Tarod era tan susceptible como cualquiera a la belleza femenina, y esta joven tenía un atractivo que no podía compararse con el de las adorables pero un tanto insulsas hembras con quienes había tenido fugaces y generalmente muy breves amoríos. Había como un desafío en su expresión y en el voluntarioso pero agradable perfil de la barbilla; el porte confiado de su alta y graciosa figura revelaba que estaba acostumbrada a mandar y a ver cumplidos sus deseos. Tarod le sonrió a su vez e inclinó cortésmente la cabeza.

—¿En qué puedo servirte?

Visto de cerca, pensó Sashka, era aún más imponente de lo que parecía de lejos; su gracia natural adquiría un aspecto ligeramente intimidante a causa de su poco corriente estatura y de la constante fijeza de sus ojos verdes. Sin embargo, algo en él, un aura, habría dicho su Maestra de Novicias, hizo que su pulso se acelerase de un modo que la intrigó y la excitó. Era muy atractivo, y presumió que había lugares recónditos en su naturaleza que merecían ser explorados por una mujer dotada del valor necesario para ello. Sashka creía que el valor era una cualidad de la que ella no carecía, y su objetivo inicial, que era persuadir a Tarod de que le presentase al Sumo Iniciado, empezó a parecerle menos apremiante.

Decidió mostrar la misma confianza fría de Tarod, en vez de mostrarse tímida, y señaló solemnemente las parejas que bailaban.

—He visto que no tenías pareja de baile, Señor. Yo me encuentro en la misma situación, y por esto me pregunté si me harías el honor de acompañarme.

Su voz de contralto era afectuosa, y Tarod se sintió desarmado por su audacia. Su invitación en flagrante quebrantamiento del protocolo, había sido formulada con tan encantador descaro que no tuvo más remedio que ofrecerle el brazo.

—Será un placer.

Entraron en la pista y los que bailaban se separaron un poco para dejarles sitio. La muchacha era una bailarina consumada, confirmando la impresión inicial de Tarod de que su clan podía permitirse prescindir de los convencionalismos sociales, y aunque normalmente le interesaban poco estos pasatiempos, se sorprendió al descubrir, al cabo de unos momentos, que le divertía el baile.

Keridil, que bailaba todavía con Themila, se cruzó dos veces con ellos, y en ambas ocasiones dirigió a Tarod una mirada de interrogación a la que éste replicó con la más absoluta impasibilidad. Al fin terminó la pieza, las parejas aplaudieron cortésmente y Tarod y Sashka se dirigieron a una mesa desocupada a un lado del salón, al pie de una alta ventana. Grandes antorchas habían sido encendidas en el patio exterior, y la luz difusa por el cristal traslúcido hizo resplandecer los cabellos de la joven y acentuó el tono de su piel. Sashka se sentó en la silla que le ofreció Tarod.

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