EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (23 page)

Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
8.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

Una y otra vez se atormentaba con preguntas. ¿Se había precipitado e ido demasiado lejos? ¿La había ofendido? ¿O lo único que ella buscaba era un coqueteo intrascendente para pasar el tiempo en el Castillo? La vulnerabilidad era algo que raras veces turbaba a Tarod; pero ahora se sentía desesperadamente vulnerable, aunque una parte de él se alzaba contra su propia flaqueza. Se preguntaba si, a pesar de sus modales desenvueltos, no estaría también Sashka insegura de sí misma… Si era así, él había traspasado los límites del decoro, y lo más probable era que ella no se atreviese a encontrarse de nuevo con él…

Bruscamente, se puso en pie y empezó a pasear por la habitación. Se sentía como un animal enjaulado… Había demasiadas preguntas sin contestación, y no podía hacer nada para aproximarse a una solución. Sashka poseía la llave de la jaula; sólo ella podía darla o retenerle a su antojo, y este conocimiento le hacía sufrir.

Dándose cuenta de que su inquieto paseo no hacía más que empeorar las cosas, Tarod volvió junto a la ventana y se disponía a sentarse de nuevo cuando oyó, o creyó oír, un ruido en la puerta exterior. Por un instante, sintió un destello de esperanza irracional, pero la reprimió, diciéndose que no había sido más que una ilusión.

Entonces lo oyó de nuevo. No era una llamada con el puño o con los dedos; era como si alguien tratase de llamarle la atención sin que lo advirtiese nadie más.

La sangre le latía con anormal e incómoda rapidez mientras cruzaba la estancia y descorría el cerrojo. Abrió la puerta… y Sashka, con un fino camisón y sin más abrigo que un chal sobre los hombros, le miró fijamente desde el pasillo en penumbra.

—No podía dormir…

Se deslizó en la habitación y Tarod se echó atrás, demasiado pasmado para hablar. La puerta se cerró con un chasquido muy ligero pero que hizo vibrar todos los nervios de su cuerpo. Sashka recorrió en silencio la habitación con la mirada, abriendo mucho los ojos y captando todos los detalles. Por fin Tarod pudo recobrar la voz.

—Sashka… —La razón quiso imponerse a la emoción—. Tus padres… Si descubren que has salido…

Ella sacudió la cabeza, haciendo ondear sus cabellos.

—Están durmiendo, Tarod. No se despertarán hasta mañana.

No dijo nada de la reprimenda con que la había recibido su padre cuando volvió a sus habitaciones (para su enojo, la había estado esperando), ni de los polvos vegetales que ella había echado disimuladamente en el vaso de vino caliente y con especias de aquél, cuando, enfurruñado, había consentido al fin en irse a la cama. Las técnicas que estaba aprendiendo en la Residencia de la Hermandad empezaban ya a dar resultado.

Después de que su padre se durmiera, había permanecido largo rato delante del espejo de su propio dormitorio, dejando que sus manos recorriesen con pausada languidez los contornos de su cuerpo, mientras discutía consigo misma lo que debía hacer. ¿Podía haber interpretado mal la mirada que había visto esa noche en los ojos del hombre de cabellos negros? Creía que no, pero siempre existía la posibilidad de que sólo hubiese pretendido jugar con ella, y sería una tonta si se imaginaba que era más lista y más experimentada que un Adepto del séptimo grado. Sin embargo, un infalible instinto femenino le decía que había hecho bien en apartarse de él cuando lo hizo, por mucho que su propia naturaleza la indujese a todo lo contrario. Por encima de todo, no quería parecer demasiado atrevida, no quería que Tarod se formase una mala opinión de ella. Otros hombres, y había conocido unos cuantos como tantas muchachas de su edad y posición, podían ser manipulados con facilidad; pero este hechicero era diferente. Ella le deseaba, pero sabía que no podía conquistarle con sencillas maniobras.

Pero ahora recibió la respuesta a la pregunta que la había atormentado desde que se había despedido tan precipitadamente de él. Al alargar Tarod la mano, deseando pero temiendo tocarla, se acercó más, y los dedos de él le rozaron el hombro.

—¿Por qué te marchaste tan de repente? —dijo Tarod, con voz ronca.

—Porque… tenía que hacerlo. —Agachó la cabeza—. Creo que te tuve miedo.

—¿Y ahora?

—No. Ahora no…

Tarod le asió los brazos, atrayéndola hacia él. Ella jadeó, involuntaria pero dulcemente, al sentir sus labios en el cuello; después cedió al abrazo y él la estrechó con más fuerza. Durante un momento, permanecieron inmóviles; después, inesperadamente, él la soltó y retrocedió.

Sashka comprendió y, al darse cuenta de que él no estaba seguro de sí mismo, sintió aumentar su propio poder. Sonrió, súbitamente confiada y queriendo tranquilizarle, y él vio reflejada en su cara la respuesta a su esperanza. La tomó de la mano y echó a andar hacia la habitación interior. Ella le siguió, sumisa, sabiendo que había triunfado.

El dormitorio estaba casi a oscuras, iluminado solamente por el tibio resplandor del fuego moribundo de la chimenea. Tarod parecía una sombra en la penumbra, pero el cuerpo que apretaba contra el de ella era real… Sashka cerró los ojos, y el suave chasquido de la puerta al cerrarse le pareció de una contundencia que la hizo estremecerse con una emoción que jamás había sentido hasta entonces…

—¿
Casarte
con ella?

Keridil miró fijamente a Tarod desde el otro lado de la habitación y, aunque la sorpresa era lo que predominaba en su semblante, otros sentimientos más difícilmente descifrables se ocultaban debajo de la superficie.

Tarod le miró a su vez, frunciendo ligeramente los párpados.

—¿Es una idea tan desconcertante?

—No, no, claro que no. Sólo… sorprendente. —Keridil encogió los hombros—. Precisamente tú… Me cuesta imaginar que quieras renunciar a tu independencia.

No era la reacción que Tarod había esperado, y el resentimiento se mezcló con su contrariedad. Había decidido seguir la tradición del Círculo y pedir al Sumo Iniciado que bendijera formalmente su boda; pero la respuesta de Keridil había agriado lo que habría debido ser ocasión de regocijo.

Suavemente, pero con un deje de acritud, dijo:

—Y tal vez te cueste aún más imaginar que me haya desviado de mi camino para unirme con una Veyyil Saravin.

Keridil enrojeció intensamente.

—¡No quise decir eso! —Se volvió a medias, y entonces se detuvo e hizo un brusco e irritado ademán—. Lo siento, Tarod; tal vez he estado descortés; lo hice sin querer. —Una débil sonrisa se dibujó en sus labios—. Pero incluso tú debes reconocer que ha sido una noticia inesperada.

Apaciguado hasta cierto punto, Tarod asintió con la cabeza y Keridil añadió:

—Tampoco habría previsto que te atuvieses tanto al protocolo. Una precipitada fuga con la chica, en una noche oscura, me habría parecido más propio de tu carácter.

Tarod se echó a reír y la tensión desapareció. El Sumo Iniciado se dirigió a un pequeño armario cerrado. Estaban en la que irónicamente llamaba su habitación de las jaquecas (el antiguo despacho de Jehrek), en la que atendía la mayoría de los asuntos oficiales en los que empleaba ahora la mayor parte de la jornada. Abrió el armario y sacó una botella de cristal negro y dos pequeñas copas de plata.

—Sólo para ocasiones especiales y situaciones desesperadas —dijo Keridil. Descorchó la botella, vertió un dedo de un líquido de brillante color zafiro en cada copa y tendió una de ellas a Tarod—. Lo destilan en la provincia Vacía, extrayéndolo de flores de un arbusto que sólo florece una vez cada quince años, y su nombre es impronunciable. Pero apuesto a que todo un clan de vaqueros se emborracharía con un cuarto de botella.

Tarod esbozó una sonrisa.

—Ocasiones especiales y situaciones desesperadas… ¿Qué es lo de ahora?

—Lo primero, ¡te lo aseguro! Ahora que he tenido unos minutos para hacerme a la idea… Pero no, hablando en serio, Tarod, te felicito de todo corazón. —Keridil levantó su copa e hizo la señal de la bendición de Aeoris—. Has elegido bien, y también ella. Brindo por ti y por la novia.

Sorbieron ceremoniosamente el licor y, después, Keridil se dejó caer en un sillón y puso los pies sobre la mesa; movimientos demasiado casuales con los que intentaba disimular su súbita turbación.

—Bueno…, ¿cómo ha reaccionado Fryan Veyyil Saravin ante la perspectiva de tenerte por yerno?

—¡Oh…! Todavía no lo sé.

—¿No has hablado con él?

—No.

Esa mañana (era el último día de las fiestas de investidura del Sumo Iniciado) Tarod le había dicho a Sashka que pediría una entrevista con Frayn sin más dilaciones. Ella le había sonreído con ojos maliciosos, mientras le rodeaba el cuello con los brazos.

—No hay prisa, amor mío —le había dicho—. Además, mi padre no pondrá inconvenientes.

El la había besado.

—Pareces muy segura…

—¡
Estoy
segura! Mi padre es un hombre ambicioso, Tarod. Cuando sepa que voy a casarme con un Adepto de séptimo grado del Círculo, ¡estará encantado! Oh, no me mires de esta manera… Sé lo que sientes en lo tocante al rango y a los privilegios, y comparto tu desdén. Pero ¿qué mal hay en sacar partido de sus ilusiones?

Y él había capitulado, como había cedido en todo durante estos seis últimos días de locura. Frayn Veyyil Saravin podía esperar… Nada importaba a Tarod, salvo el hecho casi increíble de que, después de sólo cinco días y noches febriles, Sashka hubiese accedido a ser su esposa…

Volvió a la realidad presente, al oír que Keridil decía:

—Bueno, si yo estuviese en tu lugar, no lo demoraría mucho. Seguro que una muchacha como Sashka Veyyil tiene muchos pretendientes. Cuanto antes os prometáis, ¡tanto mejor!

¿Había todavía un matiz de rencor en sus palabras al parecer intrascendentes? Tarod recordó la discusión que habían tenido la primera noche de las fiestas, cuando Keridil había puesto, o parecido poner, en duda sus intenciones. Pero rechazó esta idea. Llevaban demasiado tiempo siendo amigos para que los celos enturbiasen el asunto.

—Es lo que yo desearía —dijo—. En realidad, pensé que tal vez cuando vuelvas de la Isla de Verano…

—¡Por los dioses, no me lo recuerdes! —Keridil hizo una mueca—. Tengo que partir mañana al amanecer, y no me complace la perspectiva de un viaje de quince días a caballo, con séquito o sin él.

—Hay mucha más gente ansiosa de ver con sus ojos al nuevo Sumo Iniciado. Además, en cuanto llegues a la corte del Alto Margrave, ¡piensa en nosotros, pobres Iniciados que nos quedaremos tiritando de frío mientras tú disfrutas del sol del sur!

—Y de las pesadillas que tendré despierto, pensando en lo que harán esos viejos tontos del Consejo sin que yo pueda impedírselo —replicó agriamente Keridil—. La mayoría de los miembros más antiguos hubiesen debido retirarse hace ya mucho tiempo. Sólo el sentimiento de sentirse en deuda con ellos hizo que mi padre no realizase cambios que eran necesarios.

—Sin embargo, cuando vuelvas…

—Oh, sí, cuando vuelva… Quiero reformar nuestra comunidad. Tarod, y te hago responsable de este sentimiento. ¿Recuerdas lo que me dijiste la primera noche de las celebraciones, después de que escucháramos las quejas de los Margraves? Tenías razón: estamos estancados, y en peligro de convertirnos en poco más que un anacronismo inútil. Los Warps, la actividad de los bandidos, todo nos lleva a una situación que amenaza con ser incontrolable, mientras nosotros permanecemos sentados, sin hacer nada. —Keridil se puso en pie, impulsado por sus propios pensamientos, y paseó nerviosamente por la estancia—. Esa noche me prestaste un gran servicio y no lo olvidaré. Y necesitaré que me ayuden los Adeptos que, como tú, piensan en el futuro y no en el pasado.

—Sólo tienes que pedirlo. Yo no tengo intención de abandonar el Castillo; pienso traer a Sashka a vivir conmigo.

—Sí…, sí, desde luego. —Keridil frunció el entrecejo, como si hubiese olvidado el matrimonio de Tarod—. Entonces, cuando regrese, habrá que poner en marcha muchas cosas. —Miró al otro hombre—. Sé que puedo confiar en ti. —De pronto, pareció romper el hilo de sus pensamientos y tomó de nuevo su copa—. Mientras tanto, vuelvo a brindar por ti, amigo mío. ¡Eres un hombre más afortunado de lo que te imaginas!

Cuando Tarod se hubo marchado, Keridil se dejó caer una vez más en el sillón bellamente tallado que la tradición le obligaba a ocupar durante las reuniones que se celebraban en esta habitación. Sabía que tenía que irse a la cama si quería estar en condiciones de emprender el viaje por la mañana; pero también sabía que no podría dormir.

Esa noche no se había comportado demasiado bien. Hubiese debido alegrarse por la felicidad de su amigo, regocijarse sinceramente con él. En cambio, el gusanillo de la envidia había envenenado la entrevista.

No tenía derecho a sentirse celoso. Sashka Veyyil había elegido libremente y, según había reconocido él mismo, elegido bien. Pero mientras el futuro de Tarod parecía ahora bien encarrilado hacia la felicidad, Keridil tenía la impresión de que el suyo estaba nublado por la incertidumbre y por obligaciones que habría dado cualquier cosa por no tener que cumplir. No se trataba de la libertad que le había sido tan severamente restringida al morir su padre; desde la infancia, había sido educado para esta eventualidad, y su carácter era lo bastante fuerte para hacer frente a la situación. Parte de él, aunque una parte pequeña, disfrutaba con la pompa y las circunstancias inherentes a su nuevo papel. No; eran otras obligaciones, más personales, las que le dolían.

Su padre, al menos así lo creía él, había pensado que debía casarse pronto, y en su última entrevista, que había terminado con aquella horrible tragedia, había expresado claramente su deseo de que se casara con Inista Jair. Una boda muy conveniente. Inista sería un perfecto complemento de la posición del Sumo Iniciado; su educación era impecable, y también sus cualidades. Jehrek había querido elegir lo mejor para su único heredero. Y Keridil, como hijo amante y sumiso, no podía actuar contra el que había sido, efectivamente, el último deseo de su padre.

Y Tarod iba a casarse con Sashka Veyyil…

Era ridículo; apenas si había cambiado una docena de palabras con aquella Hermana Novicia de cabellos castaños. Pero habían bastado para convencer a Keridil de que, comparadas con ella, todas las Inista Jair del mundo eran como tosco granito al lado de una joya. Oh, Keridil debía hacer lo que se esperaba de él: casarse con Inista, engendrar un hijo que le sucediese cuando fuese a su vez, a reunirse con Aeoris. Pero mientras Tarod y su esposa viviesen entre ellos, ¿podría sentirse nunca contento?

Other books

The Portrait by Willem Jan Otten
Highland Master by Amanda Scott
Greatest Short Stories by Mulk Raj Anand
Love LockDown by A.T. Smith
The Claim by Jennifer L. Holm
Gold Coast Blues by Marc Krulewitch