EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (21 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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Tarod suspiró.

—Antes de poder dar una respuesta, uno tiene que saber la naturaleza de la pregunta.

—Cierto. Sólo los dioses saben que se está tramando algo malo. Si necesitábamos una confirmación, ambos hemos oído esta noche la prueba. La amenaza se ha cernido sobre nosotros como una tormenta en el horizonte, y desde que murió mi padre…

—Lo sé.

Tarod trató de borrar la idea que últimamente se le había ocurrido con demasiada frecuencia. Como Keridil, era escéptico en lo tocante a las coincidencias, pero el hecho de que los inquietantes sucesos hubiesen cobrado fuerza e intensidad desde el fallecimiento del Sumo Iniciado estaba muy lejos de ser tranquilizador. Aunque se decía una y otra vez que no podía haber ninguna relación, era incapaz de olvidar el extraño y delirante encuentro con aquel ser llamado Yandros…

Se sobresaltó cuando Keridil le dio unas palmadas en el hombro.

—Tarod, éste no es tiempo ni lugar oportuno para especulaciones. Dentro de siete días tendré que viajar a la Isla de Verano, para presentar personalmente mis respetos al Alto Margrave. Si consigo hacerle ver la gravedad de los problemas de las provincias, tal vez podamos hacer algo para intentar resolver la situación a un nivel exotérico.

—El Alto Margrave es poco más que un niño.

—Sin embargo, encarna el poder temporal. Y he oído decir que no destaca por su inteligencia, sino por su experiencia. Actualmente, es lo mejor que podemos hacer para los Margraviatos.

—¿Y los Warps? —preguntó en voz baja Tarod.

—¡Ah, los Warps…! Esta es otra cuestión, ¿verdad? Yo puedo ser el Sumo Iniciado, Tarod pero soy lo bastante realista para reconocer que, como hechicero, soy un niño de pecho en comparación contigo. Y si tú no tienes soluciones, entonces el Círculo es tan impotente como dices.

Tarod desvió la mirada, pero Keridil tuvo tiempo de ver en los ojos de su amigo algo que sólo pudo interpretar como dolor. En un murmullo, añadió:

—No te aflijas. Mentes más grandes que las nuestras han luchado durante generaciones con la naturaleza de los Warps, y han fracasado. No es nada ignominioso. Y la frustración es algo con lo que todos hemos aprendido a vivir. —Desde la antesala llegó un ruido de carcajadas, seguido de los sonidos de los instrumentos musicales que afinaban—. Escucha —dijo Keridil—. Hay mucha gente resuelta a pasar la noche divirtiéndose. Sabe Aeoris que he estado a punto de olvidar que hoy se está celebrando una fiesta; pero no es demasiado tarde para ponerle remedio. Reunámonos con los invitados, Tarod. Si podemos olvidar durante un rato, tal vez el panorama nos parezca menos lúgubre por la mañana.

Tarod le miró brevemente y sacudió la cabeza.

—Lo siento, Keridil. Tienes razón; estamos aquí para una celebración, y yo he tenido la culpa de dejarme impresionar demasiado por otras cosas.

Sonrió cuando alguien en la sala contigua empezó a tocar un manzón, instrumento de mástil largo y de siete cuerdas que requería un alto grado de habilidad musical. El músico era muy experto y, a los pocos momentos, una voz de mujer entonó una vieja y pegadiza canción que Tarod conocía muy bien. Sin añadir palabra, dio unas palmadas en la espalda a Keridil y ambos se dirigieron al salón.

Al entrar en la cámara débilmente iluminada, Tarod deseó ardientemente poder librar su mente de las dudas y temores que le atosigaban y que eran causa remota de su inquietud esta noche. No había querido preocupar a Keridil con sus sospechas precisamente hoy, pero, por alguna razón, las palabras habían brotado de sus labios antes de que pudiese detenerlas. Además, y por encima de las pruebas que habían dado esta noche los Margraves, tenía la íntima convicción de que algo terrible y furiosamente malo estaba ocurriendo, algo con lo que no se podía luchar. Por mucho que lo intentase, no podía borrar aquel sentimiento; ni podía rebatir la certidumbre de que los recientes acontecimientos estaban inexplicablemente relacionados con la extraña predicción de Yandros sobre la misión que él tendría que cumplir.

Sentía una enorme frustración en su interior y cerró ambos puños, sintiendo que los bordes del anillo se hincaban en la palma de su mano izquierda. Muchas intuiciones, muchas sospechas, pero no sabía nada…, y la larga espera de alguna señal, de algún movimiento de las fuerzas, fuesen cuales fueren, que poseía Yandros, se le estaba haciendo casi insoportable.

Bruscamente, se pellizcó la nariz con el índice y el pulgar. Estaba cansado, y el gesto fue un intento de vencer la fatiga, así como de romper el hilo desagradable de sus pensamientos. No había prestado atención a la música ni a las personas que le rodeaban y, al terminar la canción, le sorprendió la fuerza de los aplausos y se dio cuenta de que el salón estaba lleno a rebosar. Keridil aplaudía con entusiasmo, uniendo su voz al coro de los que pedían más, y, por primera vez, Tarod miró hacia el reducido espacio del centro del salón donde se hallaban los improvisados artistas. El que tocaba el manzón estaba encorvado sobre su instrumento, templando delicadamente las cuerdas, y cuando la luz de las velas se reflejó en el pequeño pendiente de oro que llevaba el hombre en una de sus orejas, supo Tarod que era Ranil Trynan, hijo de uno de los mayordomos del Castillo. La manera en que había logrado introducirse en aquella reunión era un misterio, pero su habilidad como músico le abría puertas que de otro modo habrían permanecido cerradas para él, y cuando al fin levantó la cabeza, la sonrisa dibujada en su fino y astuto semblante demostró que se consideraba en su elemento natural.

Sin embargo, y a pesar de la visible satisfacción de Ranil, era la cantante que estaba a su lado quien más llamaba la atención. De momento, Tarod no reconoció a la alta joven de voz suave de contralto, pues se había mudado el hábito y despojado del velo de Hermana Novicia. Entonces levantó la cabeza, y los oscuros ojos castaños de Sashka se fijaron en los de él con el mismo aire desafiador que recordaba Tarod de su anterior encuentro.

Los labios de Tarod se torcieron en una fría sonrisa, y se alegró al ver que ella se ruborizaba. Entonces hizo la joven un imperioso ademán a Ranil y el joven tocó los primeros acordes de una canción que era ahora popular en la Tierra Alta del Oeste; una melodía complicada que exigía un gran esfuerzo tanto por parte del que tocaba como de la que cantaba. Sashka empezó a cantar, y dos de los oyentes más entendidos aplaudieron inmediatamente su valor al intentar una pieza tan difícil. Tarod sintió que la música calmaba sus excitadas emociones; entrecerrando los ojos verdes, dejó que la melodía invadiese su mente y le arrastrase con el resto del público, hasta que la voz de Keridil en su oído le sacó del ensueño.

—No había oído cantar así a nadie en muchos meses… Me pregunto si será un bardo femenino.

Tarod sacudió la cabeza y dijo, sin pensarlo:

—No. Es una Novicia, de la Residencia de la Tierra Alta del Oeste.

—¡Ah, sí…! —Keridil le guiñó un ojo—. Ahora la recuerdo; es la joven con quien estuviste bailando después del banquete. Te felicito por tu buen gusto, Tarod. ¿Cómo se llama?

Consciente de que Keridil estaba tratando bonachonamente de turbarle, Tarod correspondió a su guiño con una mirada absolutamente impasible.

—Sashka Veyyil.

—¿De los Veyyil Saravin? —El Sumo Iniciado arqueó las cejas—. Entonces es un buen partido bastante rica. —Hizo una pausa y añadió—: Y también hermosa… Tiene un aire extraño, como si pudiese desafiar a cualquier hombre. —Su tono fue malicioso al proseguir—: Todo lo contrario que Inista Jair.

—Sí —dijo distraídamente Tarod.

Keridil guardó silencio durante un rato, mientras ambos escuchaban la música. Después, en voz baja pero en un tono ligeramente distinto, dijo:

—Sería una imprudencia indisponerse con su clan. Son muy influyentes.

Tarod frunció el ceño y le miró. Había percibido algo en la voz de Keridil que insinuaba celos, y esto era impropio de él.

—No tengo la menor intención de cruzarme en su camino —dijo. Esta noche ha sido la primera vez que he visto a esa muchacha.

—Sin embargo, está cantando esta canción para ti y sólo para ti; puedo verlo en sus ojos —replicó Keridil—. Pero temo que cualquier pequeña aventura con ella podría traer dificultades.

Tarod sintió una fría irritación y sus ojos centellearon al mirar al otro hombre. Le encolerizaba aquella envidia tan desacostumbrada en Keridil, y todavía le enojó más que éste pusiera en tela de juicio su moralidad.

—Me imagino que la Señora es mayor de edad y puede decidir sobre sus preferencias —dijo, con voz helada—. Aunque, desde luego si crees que mi reputación es dudosa, tienes evidentemente el deber de ponerla en guardia contra mí. Es decir, si piensas que con ello puedes disuadirla.

Antes de que Keridil pudiese responder, se apartó de él y se abrió paso en el atestado salón en dirección a la ventana, desde donde podría observar mejor. Sashka le siguió con la mirada y, cuando creyó que había captado la de él, dejó que se perfilase en su semblante una dulce y vacilante sonrisa.

—Sashka. —Tarod asió la mano de la joven y se inclinó sobre ella—. Gracias por tu canción. Lo que habría podido ser una aburrida y triste celebración se ha convertido, gracias a ti, en algo magnífico.

Mientras hablaba, le sorprendió descubrir que el cumplido había brotado fácil y sinceramente de sus labios. Siempre había sido capaz de representar el papel de cortesano, pero raras veces decidía hacerlo; cuando lo hacía, una parte cínica de su mente se daba perfecta cuenta de que las palabras no eran más que un medio fácil de conseguir un fin interesado. En cambio, delante de esta muchacha de rostro patricio y ojos cándidos, sólo podía decir la verdad. En sus dos breves encuentros, ella le había causado un efecto profundo, y el sentido resultante de vulnerabilidad era algo a lo que Tarod no estaba acostumbrado.

Sashka bajó la mirada, dejando que sólo una pequeña parte de su deleite se trasluciese en su expresión.

—Gracias. Pero temo que estoy muy desentrenada; mis estudios no me dejan mucho tiempo libre para otras actividades más placenteras.

—Menosprecias tu talento.

Todavía tenía asida su mano y, por el rabillo del ojo, vio que Keridil les estaba observando desde el otro lado del salón. Por fin terminó la velada y los invitados se retiraron a sus aposentos, menos unos cuantos empecinados que continuaron sentados, bebiendo y hablando en voz baja junto a la casi apagada chimenea. El padre de Sashka no aparecía por ninguna parte, como tampoco ninguna de las Hermanas mayores, pero Sashka no daba señales de querer marcharse.

—Había esperado —dijo suavemente— que podría volver a bailar contigo esta noche. Pero parece que estabas demasiado ocupado para rescatarme por segunda vez.

El sonrió débilmente.

—¿A pesar de la desaprobación de tu padre? ¡No quiero incurrir en la cólera de un Veyyil Saravin!

—Oh, eso… —Sashka tuvo el acierto de ruborizarse ligeramente—. No tienes que hacer caso de su mal humor. Sólo estaba enfadado conmigo porque quería presentarme al Sumo Iniciado y no me había encontrado en ninguna parte.

Tarod miró involuntariamente hacia el lugar donde había estado Keridil, pero éste se había marchado de allí. Volvió a sentir un poco de irritación y replicó fríamente:

—Si era esto lo que querías, sólo tenías que decírmelo.

—No he dicho que fuese lo que yo quería. —La mirada de Sashka contenía ahora un inconfundible desafío—. Y creo que soy lo bastante mayor para tomar mis propias decisiones en estos asuntos.

La irritación se desvaneció y Tarod rió, complaciente.

—¡Lejos de mi intención dudarlo, Señora!

—Entonces, ¿no podríamos continuar lo que fue tan bruscamente interrumpido?

Tarod se dio cuenta de que la muchacha empleaba su seducción y su habilidad para llevarle por donde ella quería, pero sus artimañas no parecieron importarle. Sentía un fuerte deseo de tocarla, de introducir las manos en la mata de cabellos cobrizos, de probarla, de explorarla, de descubrir la clase de mujer que se ocultaba debajo de la belleza y de la astucia. Era una sensación obsesionante, nueva para él, y no estaba seguro de cómo debía reaccionar.

Sashka, en cambio, no tenía dudas. Su segundo encuentro con el alto Adepto de negros cabellos había más que confirmado las primeras impresiones que se había formado de él, y ahora que tenía otra oportunidad de expresar su interés sin interferencias familiares, estaba resuelta a sacar de ella el mayor partido. Viendo que Tarod vacilaba ante su audaz pregunta, añadió, bajando mucho la voz:

—Mi padre y mi madre se han ido a descansar hace ya mucho rato, pero yo no podría dormir aunque quisiera. Estoy demasiado… animada.

Las palabras eran ambiguas, en el mejor de los casos, y Tarod sonrió y le asió la mano una vez más.

—Así, ¿qué puedo hacer para entretenerte?

Ella encogió ligeramente los hombros, en un ademán que sugería mucho más de lo que expresaba superficialmente.

—Me gustaría dar un paseo —dijo—. Hace una noche tan espléndida… He oído decir que hay cientos de personas acampadas fuera de las murallas del Castillo. Sus hogueras deben ofrecer una vista muy espectacular.

El cansancio que Tarod había sentido momentos antes desapareció, de pronto, de su cuerpo y de su mente sin dejar rastro. Señaló la puerta, a través de la cual estaban saliendo los últimos invitados.

—Entonces, si puedo acompañarte…

Ella sonrió maliciosamente.

—¿Con o sin el permiso de mi padre?

—Tu permiso es el único que me importa.

—Entonces ya lo tienes.

Consciente de una excitación interior que iba rápidamente en aumento, Sashka le permitió que la llevase al débilmente iluminado pasillo.

CAPÍTULO X

B
ajo el misterioso doble cenit de las dos lunas, Tarod y Sashka estaban juntos de pie sobre la alta muralla del Castillo, contemplando el paisaje que se extendía ante ellos. Keridil había ordenado que el Laberinto permaneciese abierto durante el resto de las festividades, suspendiendo la barrera sobrenatural que separaba el Castillo del mundo exterior, y el lejano contorno de la costa era vagamente visible bajo el cielo de estaño.

Debajo de ellos, y tan lejos que parecían irreales como juguetes, las tiendas de los que habían acampado en la Península se agrupaban en racimos desparramados, iluminadas por la luz centelleante de más de cien pequeñas fogatas. Aquellos fuegos se extendían hacia lo lejos, al otro lado del puente, y la brisa traía débiles sonidos que indicaban que el jolgorio continuaba en algunos lugares.

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