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Authors: Miguel Angel Asturias

El Señor Presidente (20 page)

BOOK: El Señor Presidente
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—¡Ve, cuque buruque, calientamicos, estate quieto!... —intervino doña Chón, poniendo fin a tanto desplante—. ¡Ah, sí, ¿verdá?, será cosa de echarle chachaguate...!

Fedina no se defendió de aquellos manipuleos deshonestos, contentándose con apretar los párpados y cerrar los labios para librar su ceguera y su mutismo de tumba amenazados, no sin oprimir contra su oscuridad y su silencio, exprimiéndolo, el despojo de su hijo, que arrullaba todavía como un niño dormido.

La pasaron a un patio pequeño donde la tarde se ahogaba en una pila poco a poco. Oíanse lamentos de mujeres, voces quebradizas, frágiles, cuchicheos de enfermas o colegialas, de prisioneras o monjas, risas falsas, grititos raspantes y pasos de personas que andan en medias. De una habitación arrojaron una baraja que se regó en abanico por el suelo. No se supo quién. Una mujer, con el cabello en desorden, sacó la cara por una puertecita de palomar y volviéndose a la baraja, como a la fatalidad misma, se enjugó una lágrima en la mejilla descolorida.

Un foco rojo alumbraba la calle en la puerta de
El Dulce Encanto.
Parecía la pupila inflamada de una bestia. Hombres y piedras tomaban un tinte trágico. El misterio de las cámaras fotográficas. Los hombres llegaban a bañarse en aquella lumbrarada roja, como variolosos para que no les quedara la cicatriz. Exponían sus caras a la luz con vergüenza de que los vieran, como bebiendo sangre, y se volvían después a la luz de las calles, a la luz blanca del alumbrado municipal, a la luz clara de la lámpara hogareña con la molestia de haber velado una fotografía.

Fedina seguía sin darse cuenta de nada de lo que pasaba, con la idea de su inexistencia para todo lo que no fuera su hijo. Los ojos más cerrados que nunca, así mismo los labios, y el cadáver siempre contra sus senos pletóricos de leche. Inútil decir todo lo que hicieron sus compañeras para sacarla de aquel estado antes de llegar a la cocina.

La cocinera, Manuela Calvario, reinaba desde hacía muchos años entre el carbón y la basura de
El Dulce Encanto y
era una especie de Padre Eterno sin barbas y con los fustanes almidonados. Los carrillos fláccidos de la respetable y gigantesca cocinera se llenaron de una sustancia aeriforme que pronto adquirió forma de lenguaje al ver aparecer a Fedina.

—¡Otra sinvergüenza!... Y ésta, ¿de dónde sale?... ¿Y qué es lo que trae ahí tan agarrado... ?

Por señas —ya las tres gracias, sin saber por qué, tampoco osaban hablar— le dijeron a la cocinera que salía de la cárcel, poniendo una mano sobre la otra en forma de reja.

—¡Gallina pu... erca! —continuó aquélla. Y cuando las otras se marcharon, añadió—: ¡Veneno te diera yo en lugar de comida! ¡Aquí está tu bocadito! ¡Aquí..., tomá..., tomá...!

Y le propinó una serie de golpes en la espalda con el asador.

Fedina se tendió por tierra con su muertecito sin abrir los ojos ni responder. Ya no lo sentía de tanto llevarlo en la misma postura. La Calvario iba y venía vociferando y persignándose.

En una de tantas vueltas y revueltas sintió mal olor en la cocina. Regresaba del lavadero con un plato. Sin detenerse en pequeñas dio de puntapiés a Fedina gritando:

—¡La que jiede es esta podrida! ¡Vengan a sacarla de aquí! ¡Llévensela de aquí! ¡Yo no la quiero aquí!

A sus gritos alborotadores vino doña Chón y entre ambas, a la fuerza, como quebrándoles las ramas a un árbol, le abrieron los brazos a la infeliz que, al sentir que le arrancaban a su hijo, peló los ojos, soltó un alarido y cayó redonda.

—El niño es el que jiede. ¡Si está muerto! ¡Qué bárbara!... —exclamó doña Manuela. La
Diente de Oro
no puso soplar palabra y mientras las prostitutas invadían la cocina, corrió al teléfono para dar parte a la autoridad. Todas querían ver y besar al niño, besarlo muchas veces, y se lo arrebataban de las manos, de las bocas. Una máscara de saliva de vicio cubrió la carita arrugada del cadáver, que ya olía mal. Se armó la gran lloradera y el velorio. El mayor Farfán intervino para lograr la autorización de la policía. Se desocupó una de las alcobas galantes, la más amplia; quemóse incienso para quitar a los tapices la hedentina de esperma viejo; doña Manuela quemó brea en la cocina, y en un charol negro, entre flores y linos, se puso al niño todo encogido, seco, amarillento, como un germen de ensalada china...

A todas se les había muerto aquella noche un hijo. Cuatro cirios ardían. Olor de tamales y aguardiente, de carnes enfermas, de colillas y orines. Una mujer medio borracha, con un seno fuera y un puro en la boca, que tan pronto lo masticaba como lo fumaba, repetía, bañada en lágrimas:

¡Dormite, niñito, cabeza de ayote, que si no te dormís te come el coyote!

¡Dormite, mi vida, que tengo que hacer, lavar los pañales, sentarme a coser!

XXIII
El parte al Señor Presidente

1.
— Alejandra, viuda de Bran, domiciliada en esta ciudad, propietaria de la colchonería La Ballena Franca, manifiesta que por quedar su establecimiento comercial pared de por medio de la fonda
El Tus-Tep,
ha podido observar que en esta última se reúnen frecuentemente, y sobre todo por las noches, algunas personas con el cristiano propósito de visitar a una enferma. Que lo pone en conocimiento del Señor Presidente porque a ella se le figura que en esa fonda está escondido el general Eusebio Canales, por las conversaciones que ha escuchado a través del muro, y que la personas que allí llegan conspiran contra la seguridad del Estado y contra la preciosa vida del Señor Presidente.

2.
— Soledad Belmares, residente en esta capital, dice: que ya no tiene qué comer porque se le acabaron los recursos y que como es desconocida no le facilita ninguna persona dinero, por ser de otra parte; que en tal circunstancia le ruega al Señor Presidente concederle la libertad de su hijo Manuel Belmares H. Y su cuñado Federico Horneros P.; que el Ministro de su país puede informar que ellos no se ocupan de política; que sólo vinieron a buscar la vida con su trabajo honrado, siendo todo su delito el haber aceptado una recomendación del general Eusebio Canales para que les facilitaran trabajo en la Estación.

3.
— El coronel Prudencio Perfecto Paz manifiesta: que el viaje que hizo últimamente a la frontera fue con el objeto de ver las condiciones del terreno, estado de los caminos y veredas, para formarse juicio de los lugares que deben ocuparse: describe detalladamente un plan de campaña que puede desarrollarse en los puntos ventajosos y estratégicos en caso de un movimiento revolucionario: que confirma la noticia de que en la frontera hay gente enganchada para venir a ésta: que los que se ocupan de tal enganche son Juan León Parada y otros, teniendo como material de guerra bombas de mano, ametralladoras, rifles de calibre reducido y dinamita para minas y todo lo concerniente a sus aplicaciones; que la gente armada que hay entre los revolucionarios se compone de 25 a 30 individuos, quienes atacan a las fuerzas del Supremo Gobierno a cada momento; que no ha podido confirmar la noticia de que Canales esté al frente de ellos, y que en este supuesto de seguro invadirán, salvo arreglos diplomáticos parta la concentración de los revoltosos: que él está listo para el caso de llevarse a cabo la invasión que anuncian para principios del mes entrante, pero que carece de armas para la compañía de tiradores y sólo tiene parque Cal. 43: que con excepción de algunos pocos enfermos que son atendidos como corresponde, la tropa está bien y se le da instrucción diaria de seis a ocho de la mañana; beneficiándoles una res por semana para su racionamiento: que ya pidió al puerto costales llenos de arena para que les sirvan de fortín.

4.
— Juan Antonio Mares rinde su agradecimiento al Señor Presidente, por el interés que se sirvió poner para que lo asistieran los doctores: que estando nuevamente a sus órdenes, le suplica permitirle pasar a esta capital por tener varios asuntos que poner en su superior conocimiento, acerca de las actividades políticas del licenciado Abel Carvajal.

5.
— Luis Raveles M. manifiesta que, encontrándose enfermo y falto de elementos para curarse, desea regresar a los Estados Unidos, en donde suplica quedar empleado en algún Consulado de la República, pero no en Nueva Orleáns, ni en las mismas condiciones de antes, sino como un sincero amigo del Señor Presidente: que a fines de enero pasado tuvo la inmensa suerte de salir marcado en la lista de audiencia, pero que cuando estaba en el zaguán, ya para entrar, notó cierta desconfianza de parte del Estado Mayor, que lo transferían del orden de la lista, y cuando parecía llegar su turno, un oficial lo llevó aparte a una habitación, lo registró como si hubiera sido un anarquista y le dijo que hacía aquello porque tenía informes de que venía, pagado por el licenciado Abel Carvajal, a asesinar al Señor Presidente: que al regresar ya se había suspendido la audiencia: que ha hecho cuanto ha podido después por hablar con el Señor Presidente, pero que no lo ha logrado, para manifestarle ciertas cosas que no puede confiar al papel.

6.
— Nicomedes Aceituno escribe informando que a su regreso a esta capital, de donde sale frecuentemente por asuntos comerciales, encontró en uno de los caminos que el letrero de la caja de agua donde figura el nombre del Señor Presidente fue destrozado casi en su totalidad, que le arrancaron seis letras y otras fueron dañadas.

7.
— Lucio Vásquez, preso en la Penitenciaría Central por orden de la Auditoría de Guerra, suplica le conceda audiencia.

8.
— Catarino Regisio pone en conocimiento: que estando de administrador en la finca La Tierra, propiedad del general Eusebio Canales, en agosto del año pasado, este señor recibió un día a cuatro amigos que lo llegaron a ver, a quienes, en medio de su embriaguez, les manifestó que si la revolución lograba tomar cuerpo, él tenía a su disposición dos batallones: el uno era de uno de ellos, dirigiéndose a un mayor de apellido Farfán, y el otro, de un teniente coronel cuyo nombre no indicó: y que como siguen los rumores de revolución lo pone en conocimiento del Señor Presidente por escrito, ya que no le fue posible hacerlo personalmente, a pesar de haber solicitado varias audiencias.

9.
— El general Megadeo Rayón remite una carta que el presbítero Antonio Blas Custodio le dirigió, en la cual le manifiesta que el Padre Urquijo lo calumnia por el hecho de haberlo ido a sustituir en la parroquia de San Lucas, de orden del señor Arzobispo, poniendo con sus dichos falsos en movimiento al pueblo católico con ayuda de doña Arcadia de Ayuso: que como la presencia del Padre Urquijo, amigo del licenciado Abel Carvajal, puede acarrear serias consecuencias, lo pone en conocimiento del Señor Presidente.

10.
— Alfredo Toledano, de esta ciudad, manifiesta que como padece de insomnios se duerme siempre tarde durante la noche, por cuyo motivo sorprendió a uno de los amigos del Señor Presidente, Miguel Cara de Ángel, llamando con toquidos alarmantes a la casa de don Juan Canales, hermano del general del mismo apellido, y quien no deja de echar sus chifletas contra el gobierno. Lo pone en conocimiento del Señor Presidente por el interés que pueda tener.

11.
— Nicomedes Aceituno, agente viajero, pone en conocimiento que el que desperfeccionó el nombre del Señor Presidente en la caja de agua fue el tenedor de libros Guillermo Lizaro, en estado de ebriedad.

11.— Casimiro Rebeco Luna manifiesta que ya va a completar dos años y medio de estar detenido en la Segunda Sección de Policía; que como es pobre y no tiene parientes que intercedan por él, se dirige al Señor Presidente suplicándole que se sirva ordenar su libertad: que el delito de que se le acusa es el de haber quitado del cancel de la iglesia donde estaba de sacristán el aviso de jubileo por la madre del Señor Presidente, por consejo de enemigos del gobierno; que eso no es cierto, y que si él lo hizo así, fue por quitar otro aviso, porque no sabe leer.

13.— El doctor Luis Barreño solicita al Señor Presidente permiso para salir al extranjero en viaje de estudios, en compañía de su señora.

14.
— Adelaida Peñal, pupila del prostíbulo
El Dulce Encanto,
de esta ciudad, se dirige al Señor Presidente para hacerle saber que el mayor Modesto Farfán le afirmó, en estado de ebriedad, que el general Eusebio Canales era el único general de verdad que él había conocido en el Ejército y que su desgracia se debía al miedo que le alzaba el Señor Presidente a los jefes instruidos; que, sin embargo, la revolución triunfaría.

15.
— Mónica Perdomino, enferma en el Hospital General, en la cama n.° 14 de la sala de San Rafael, manifiesta que por quedar su cama pegada a la de la enferma Fedina Rodas, ha oído que en su delirio dicha enferma habla del general Canales; que como no tiene muy bien segura la cabeza no ha podido fijarse en lo que dice, pero que sería conveniente que alguien la velara y apuntara: lo que pone en conocimiento del Señor Presidente por ser una humilde admiradora de su Gobierno.

16.
— Tomás Javelí participa su efectuado enlace con la señorita Arquelina Suárez, acto que dedicó al Señor Presidente de la República.

28 de abril...

XXIV
Casa de mujeres malas

—¡Indi-pi, a
pa!

—¿Yo-po? Pe-pe, ro-po, chu-pu, la-pa...,

—¿ Quitín-qué?

—¡Na-pa,
la-pa!

—¡Na-pa,
la-pa!

—... ¡Chu-jú!

—¡Cállense, pues, cállense! ¡Qué cosas! Que desde que Dios amanece han de estar ahí
chalaca, chalaca;
parecen animales que no entienden —gritó la
Diente de Oro.

Vestía su excelencia blusa negra y naguas moradas y rumiaba la cena en un sillón de cuero detrás del mostrador de la cantina.

Pasado un rato, habló a una criada cobriza de trenzas apretadas y lustrosas:

—¡Ve, Pancha, diciles a las mujeres que se vengan para acá; no es ése el modo, va a venir gente y ya deberían estar aquí aplastadas! ¡Siempre hay que andar arriando a éstas, por la gran chucha!

Dos muchachas entraron corriendo en medias.

—¡Quietas ustedes! ¡Consuelo! ¡Ah, qué bonitas las chiquitillas! ¡Chu-Malía, con sus juegos!... Y mirá, Adelaida —¡Adelaida, se te está hablando!—, si viene el mayor es bueno que le quités la espada en prenda de lo que nos debe. ¿Cuánto debe a la casa, vos, jocicón?

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